miércoles, 1 de noviembre de 2017

La cabeza está para pensar: más razón y menos emoción

Es recomendable, antes de iniciar cualquier conflicto, ponerse en la piel del “otro” para intentar dilucidar hasta dónde puede estar dispuesto a llegar para evitar ceder. Del mismo modo, también es muy recomendable saber cuáles son tus fuerzas para conseguir lo que demandas y cuales son las del “otro” para impedírtelo.
Cuando se publicaron las balanzas fiscales se demostró que en España, sólo cuatro autonomías participaban "solidariamente" en la financiación de las trece restantes más Ceuta y Melilla. Cataluña, según este cálculo de las balanzas fiscales, que ahora llaman "Sistema de Cuentas Públicas Territoriales", tiene un déficit fiscal de 9.892 millones de euros, el 5,02% de su PIB. Si se calcularan con el método de flujo monetario, el déficit fiscal de Cataluña sería muy superior; en torno a los famosos 16.000 millones de euros (seguramente variarían cada año).
Los datos económicos muestran que Cataluña es la primera autonomía españolas con mayor PIB, la cuarta en el ranking de “PIB per cápita”, la segunda en población, la primera en exportación. Es un motor industrial, turístico y muchas cosas más. Cataluña no es irrelevante dentro de España. Si España estuviera a punto de perder la Isla Perejil, seguramente no se habría montado ningún revuelo. Pero la “élite extractiva” española no puede permitirse perder Cataluña. Es una cuestión de supervivencia; más allá de romanticismos patrióticos, integridades territoriales, indisolubilidades y indivisibilidades. Esto es una cuestión de supervivencia porque, si Cataluña se fuera, caería todo el andamio que mantiene el privilegio de una minoría que "okupa" del Estado desde hace siglos en detrimento de todos los ciudadanos de España. Y es precisamente esta “minoría extractiva” y toda su clientela (empresas del IBEX, cargos de confianza, subvencionados y clientela varia que es mucha) la que defenderá como sea y empleando todos los “medios de que dispone el Estado al servicio del Gobierno”, que son muchos y muy poderosos, aquello tan bonito que publicitan continuamente como la "igualdad entre todos los españoles y el imperio de la ley" y que en realidad es seguir disfrutando de sus prebendas extrayéndolas de todos los cotizantes y consumidores.
Esta “minoría extractiva” puede que no tengan la razón, pero tienen la ley, el monopolio de la fuerza y la violencia, y además el reconocimiento internacional de los Estados (no de las regiones ni de la ciudadanía). Recuerden que los bancos europeos que han comprado la deuda del Reino de España quiere seguir cobrando los intereses tantos años como puedan y que está en juego la supervivencia de la asociación de Estados para el beneficio de los grandes grupos económicos que principalmente es lo que es la UE.
De haberse producido la independencia de Quebec, Canadá seguro que hubiera sobrevivido. Lo mismo hubiera pasado si Escocia hubiera logrado la independencia; Gran Bretaña hubiera sobrevivido. Pero España difícilmente podría hacerlo manteniendo los niveles actuales de bienestar sin Cataluña. Y ese es el drama. Y, con respecto a Cataluña, con un acuerdo de separación amistoso con España no hubiera tenido ningún problema en sobrevivir y mejorar su estatus, pero ese “acuerdo amistoso de separación” es híper-difícil que se pueda producir, por las razones que hemos comentado. El veto de España, siempre existirá porqué la “élite extractiva” que la gobierna, nunca permitirá que se pierda una gallina de los huevos de oro tan buena como Catalunya; y para disimular sus verdaderos intereses excita todos los tics del rancio “nacionalismo español” para que las masas, sin saberlo se unan a ellos y les ayuden a mantener sus intereses.
Catalanes, que quieren independizarse de esas élites extractivas que gobiernan en contra de sus intereses, ¡Despierten! Tener razón, si no se tienen los medios para controlar el territorio y las finanzas y si no cuentan con un objetivo común que aglutine la gran mayoría de la gente en su territorio, no sirve de nada.
Cuando uno constata que su estrategia para conseguir su objetivo falla, lo más inteligente es cambiarla y cuanto más se tarde en hacerlo, menos posibilidades tendrá de conseguir nada de lo que se propone. El Govern parece que eso no lo ha entendido o no ha querido entenderlo.
A todos los catalanes nos conviene calmarnos (a los españoles, también), aclararnos nuestras ideas y actuar con seny. Es muy difícil dominar los sentimientos, pero en estos momentos es imprescindible pensar con la cabeza aunque tengamos que anestesiar momentáneamente el corazón. El escenario es complejo, pero estamos donde unos y otros nos han llevado. Cada uno tiene sus ideas y sus sueños, pero empecinarse en seguir adelante gritando “pit i collons” mientras se cortan calles, vías de tren, convocando huelgas generales para intentar desestabilizar el país sumiéndolo en el caos para intentar “torcer la voluntad de los “otros” es un despropósito monumental. Seguro que los que se expresan épicamente no han pensado hasta donde tendrían que llegar para conseguir su propósito. ¿Hasta la última gota de sangre?.  Una cosa es decir cosas como esta y otra cosa cumplirlas. En todo caso los que han vivido directa o indirectamente la última Guerra Civil (y todavía viven) no están por la labor de repetir ese escenario y un gran escalofrío les recorre la espalda cada vez que alguien sugiere que algo similar podría repetirse. ¿Quién piensan que edificaría algo nuevo y bueno en la tierra quemada y árida que quedaría después de tal batalla, y con la sociedad completamente dividida?.
Lo único sensato es escuchar a todos, intentar entender sus razones, dialogar entre todos, no excluir a nadie por sus ideas, encontrar puntos en común para que todos mejoremos y aproximemos posiciones para luchar conjuntamente por nuestros comunes denominadores que son muchos. Las élites trabajan para enfrentarnos a los unos contra los otros, porqué mientras nos tienen distraídos peleándonos “por ni se sabe que”, siguen con sus negocios extractivos.
¿Cuándo dejaremos de pronunciar frases prefabricadas que “algunos”, lobbies a través de sus mensajeros políticos, alojan en nuestros cerebros y pensaremos realmente en lo que queremos y podemos conseguir juntos?
Puede que los “unionistas” aparentemente se salgan con la suya, pero con su proceder no lo lograrán concordia alguna, como predican por sus bocas, sino que contribuirán a mantener el resentimiento en una buena parte de la población catalana que antes sentían ultrajados sus intereses económicos y menospreciada su cultura y sus rasgos diferenciales, y ahora perciben una voluntad malsana de dominación y escarmiento por defender su voluntad política.
Por su parte, muchos de los independentistas parecen no ser conscientes que no han logrado que su pensamiento político y su estrategia arraigue en una mayoría suficiente de la población catalana, para intentar con garantías la formación de Estado propio más democrático y respetuoso con sus ideales culturales.
Los desafectos con la actuación reiterada del Gobierno español que querían un “Estado propio para Catalunya” esperaban que los políticos independistas trabajaran para ampliar la mayoría de los catalanes que deseaban “decidir su futuro” y posibilitaran construir una República Catalana si así lo decidían una gran mayoría de catalanes.
En lugar de ello, nos encontramos con una Comunidad Autónoma de Cataluña similar a la que teníamos hace un año y además intervenida por el Gobierno de España. La sociedad catalana está dividida y repitiendo las mismas frases una y otra vez, en un círculo vicioso que agota sin avanzar ni un milímetro. En la noria mental de la preocupación —y no digamos en la noria patológica de la obsesión— el discurso se hace circular y se estanca. Cada uno de nosotros se erige a la vez en jueces e imputados. Para todos el código que utilizan los jueces es equivocado, para unos por laxo y para otros por excesivamente duro. En todo caso, el fracaso del lenguaje es profundo y doloroso. La voz de la conciencia, que nos avergüenza, culpabiliza, vigila, se ha convertido en un módulo autónomo, incapaz de admitir ningún tipo de argumento o de evidencia, por razonable o cristalino que pueda ser. En una palabra, es prácticamente imposible disfrutar de un diálogo sereno, lo que más abundan son los diálogos recurrentes y destructivos.

Nuestra sociedad y cada uno de nosotros precisa urgentemente recurrir a terapia psicológica. En todo caso y mientras la esperamos, podríamos meditar si sobre el gran error que supone arruinar el presente, idealizando un pasado que ya es historia y no parece que tiene poco futuro. Tal vez sea mejor para todos que nos dediquemos a mejorar el presente, porque sobre ello se edificará nuestro futuro.

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