domingo, 25 de agosto de 2019

Los Migrantes: deseos y realidad

Hace muchos años que los medios de comunicación se llenan noticias relacionados con los “migrantes”. Algunas noticias las repiten muchas veces al día, la misma noticia. Otras cosas que suceden, tanto o más importantes, no encuentran hueco en las columnas o las pantallas. 
Los artículos de opinión se multiplican. Casi todos condenan el proceder de los responsables políticos, loan las acciones de las ONG’s y los califican de ángeles. Nadie pregunta de una forma seria lo que piensan los ciudadanos y por muchas voces discordantes con el proceder de autoridades u ONG’s que se oigan a nivel particular, ninguno de estos cientos de opinadores propone la más mínima solución a medio y largo plazo. Como viene siendo habitual, se limitan descalificar a los que opinan en su contra, llamándolos nazis, racistas o cualquier otro calificativo similar, y dan patadas hacia adelante sin preguntarse si avanzan hacia la portería contraria, o acrecientan el peligro de meter gol en la propia.
He leído a un reputado periodista que opina que “La Unión Europea nació inspirándose en la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa, a partir de la cual se han desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona, así como la libertad, la democracia, la igualdad y el estado de derecho“. ¡Ya está dicho!, pero… ¿es esa la verdad?. 
¡¿Toda la verdad?! ¿Evitar a corto o a medio plazo una “tercera guerra mundial” no tuvo nada que ver en el invento?
Simplificar es muy fácil y narrar la realidad tamizada con el color del cristal de las “gafas” del opinador es siempre demasiado tentador.
Sigue escribiendo ese reputado columnista: “La magnitud del fenómeno de tanta gente que huye de su casa porque no tiene más alternativa para sobrevivir, requiere una gestión regulada pero solidaria”. 
Estas pocas palabras dan mucho que pensar:
Cuando se habla en general siempre somos inexactos. ¿Todos huyen de sus casas?. Alguno emigrará para intentar una vida mejor, otro para ayudar económicamente a sus familias, otros serán delincuentes perseguidos o terroristas, otros serán mafiosos, otros serán menores a los que sus familias pagan el “pasaje” para ver si les devuelven la ayuda desde la tierra prometida y otros ni siquiera serán menores aunque digan que si lo son. ¿Alguien hace alguna prueba física, ósea, radiológica dental o morfológica a esos indocumentados?. Cada persona tendrá su propia motivación personal-familiar y no se puede generalizar.
Hemos llegado a un punto que hace casi imposible distinguir entre los que huyen de la guerra, de la persecución, de la miseria o de la ley. Algunos piensan que tanto si son refugiados o simples inmigrantes todos buscan refugio y los estados que se llaman democráticos deberían responder de acuerdo con los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de las personas. Parecen no entender que una cosa es querer y otra poder. Por ejemplo a quien no le gustaría tener una casa bonita en el centro, pero no puedo comprársela y tiene que conformarse con un piso normalito a las afueras. 
Aunque no nos lo enseñen por la TV, los migrantes llegan de todas partes: por mar (pateras y barcos de rescate), por aire (aeropuertos) y por tierra (pasando aduanas, aunque no sea legalmente). Aunque las TV ocupen durante días la parrilla de salida de los telediarios, los que están en el mar a punto de ahogarse no son los únicos migrantes. Está claro que salvar la vida de los náufragos en el mar es una obligación legal, el incumplimiento de la cual constituye un delito grave pero la realidad es que cada vez viene más gente a España y emigran menos, por lo que el saldo migratorio va creciendo de una manera bastante fuerte. Además los que emigran suelen tener buena calificación laboral y lo hacen con contrato de trabajo. En cambio la mayor parte de los que entran en España (a diferencia de los que acogió Alemania) lo hacen sin contrato de trabajo y con baja cualificación laboral para encontrarlo.

Para la gente normal la decencia es consustancial con su condición humana. Puede que para abarcar un lugar en la clase dirigente institucional sea necesario desprenderse de la decencia y tal vez por eso los políticos del primer mundo dan pruebas continuas de inhumanidad, crueldad, miserabilidad, impiedad, indecencia y falta de vergüenza en muchos temas y también en este de los migrantes ... ¿Nos gobierna mala gente o simplemente son unos irresponsables?
Cuando estados democráticos de Europa se niegan a ejercer el deber de socorro o ante la tragedia humanitaria y miran hacia otro lado, cuando los que intentan salvar vidas se llaman significativamente "organizaciones no gubernamentales" y deben enfrentarse a los gobiernos para ejercer el deber de socorro, podemos llegar a la conclusión de que ahora, para los gobernantes, los valores han convertido un estorbo.
Si a cualquier autoridad de la costa norte del Mediterráneo les llega la noticia de que un “crucero” cargado con tres mil personas, o un Ferry con algunos cientos, tuviera un accidente que pusiera en peligro la vida de los pasajeros, inmediatamente pondrían en marcha una operación de salvamento y el resto de países ofrecerían su ayuda. Lógico, puesto que el deber de socorro es inherente a la solidaridad humana, la solidaridad humana es un valor universal y por tanto no puede distinguir entre unas personas y otras.
Cuando los gobernantes y líderes políticos se oponen a las tareas de rescate de algún barco de alguna ONG, están diciendo que es mejor que los náufragos de las pateras se ahoguen y que su muerte disuada sus compatriotas de intentarlo después.
¿Porque esta diferencia de criterio en el caso de los cruceros y de las pateras?
¿Porqué la mayoría de personas del primer mundo cruzaría el Mediterráneo en un “crucero” y no lo harían en una “patera”?
Piensen en sus motivaciones. En general se supone que los pasajeros de crucero se embarcan libremente, buscan placer, experiencias nuevas, tienen seguridad y confianza en la calidad de la embarcación y sus servicios, han trabajado y ahorrado (o pedido un crédito que tienen que devolver) para pagar el flete, han contratado seguros médicos, cumplen la legalidad internacional, van perfectamente identificados y asumen cualquier responsabilidad legal y económica por los incidentes que puedan causar en el Pais donde desembarquen, tienen confianza de poder volver al punto de origen, etc.
Los migrantes que se aventuran en el mediterráneo en pateras o cayucos… No aventuraré sus motivaciones porque no quiero escribir una tanda de “buenismos” o suposiciones y no dispongo de los conocimientos reales necesarios para hacerlo con un mínimo de honradez.
No sirve decir que algunos políticos o algunas personas digan: “¡queremos acoger!”. Eso sólo es una voluntad. Todos podemos querer muchas cosas materiales o inmateriales, pero además de decirlo en voz alta tenemos que pensar si podemos hacerlo/tenerlo y en que condiciones, que necesitamos para hacerlo/tenerlo, que implicaciones tendrá para nosotros, para nuestra familia, para nuestros conciudadanos, etc.
En el caso de los migrantes los que gritan “queremos acoger” deberían pensar y resolver que harán con los migrantes una vez que llegan a alguno de nuestros “puertos seguros”, a alguna playa, a algún aeropuerto o saltan la valla de la frontera en grandes manadas, incluso agrediendo a los guardias fronterizos.
¿Se les internará en "campos de acogida” (hace llorar el nombre)? ¿Durante cuánto tiempo y en que condiciones? ¿Se les redistribuirá a diferentes zonas del territorio? ¿Con que criterio?
Parece que nadie tiene claro qué hacer con los que vienen "de fuera”. Traerlos y que se busquen la vida. Y, ¿cómo se buscan la vida?
¿Hay que acoger a todo el que quiera vivir en nuestro país? ¿Que límite de población podemos absorber con los medios que generan los que pagan impuestos? Si ese número no es infinito, ¿qué requisitos deben establecerse para garantizar la convivencia y el progreso de todos?
Los recién llegados provocan costes sociales y económicos extras en nuestra sociedad. ¿Cómo se atienden esos costes?. Me viene a la memoria la Ley de Dependencia que hace ya muchos años aprobó nuestro gobierno y todavía sigue incumpliendo porque en su día no se planificaron los medios necesarios y todavía no los han encontrado.
La mayoría de los migrantes son gente con unas culturas en conflicto con la nuestra. Esos migrantes no quieren, o no pueden, o no se les facilita suficientemente su inserción en nuestra sociedad. Muchos son migrantes por razones económicas y al no encontrar en España la facilidad de mejorar su vida, tal como se imaginaban, se la buscan como pueden. Tal vez lo que vieron por la televisión, internet o les explicaron los que les vendieron el billete a precio de oro era mentira. El resultado es que aumentan los hurtos, los disturbios, los problemas de convivencia, las ocupaciones ilegales de propiedades privadas, la ocupación de los espacios públicos con problemas de seguridad y salubridad etc. Todas estas cosas causan malestar entre los habitante que acogen, aunque nadie les haya preguntado si querían hacerlo o porque penaban que todo iría de otra forma menos problemática. Y todo eso a pesar de que los medios silencian o disimulan muchos de estos temas.
También hay costes económicos. La acogida cuesta dinero: transporte, avituallamiento, residencias, mantenimiento, sanidad, medicinas, subsidios, ayudas a las personas, a las familias y a los niños. Muchos residentes ven como algunos de estos migrados reciben tantas ayudas publicas que llegan vivir mejor que ellos. Sin ofrecer nada a cambio, ni voluntaria ni obligadamente, y encima hacen huelgas y protestas quejándose de las carencias en las ayudas que reciben, que dicho sea de paso son infinitamente superiores a las que recibían en su anterior lugar de residencia e iguales a las que recibe cualquier ciudadano español que durante toda su vida ha pagado sus impuestos. Esta realidad, exagerada por algunos grupos de ultraderecha, hace crecer las actitudes racistas y xenófobas entre la “ciudadanía silenciosa”.
El tema es muy complejo y no se resolverá posicionándose a favor o en contra de las ONG’s, de los migrados o exhibiendo posicionamientos parciales en favor de unos y criminalizando a los otros.
Se podrá intentar resolverlo respondiéndose, lo más racionalmente posible, a algunas preguntas como estas:
1. ¿Quién protege/ayuda a las "mafias" que proveen el "inicio" del transporte, dentro y fuera de África?
2. ¿Qué hacen o no los gobiernos africanos al respecto, y por qué? 
3. ¿De que fondos se alimentan las ONG’s (y su personal-medios) que acuden en ayuda de las deficientes barcazas cerca de las costas de embarque para trasladarlos hasta el puerto europeo que les autorice a desembarcar? 
3. ¿Qué sucede con los “trasladados” que llegan a España?: Después del desembarque, ¿a que territorios/ciudades se redistribuyen, con que criterios y medios para posibilitar su inserción?. ¿Cuales son los datos estadísticos y los presupuestos necesarios para atenderlos?
4. ¿Que pasa con los lugareños, esa mayoría de gente, de quienes nunca se habla, a los que se les impone una “solidaridad obligada” en virtud de la cual debe "acogerlos" por decreto, les guste o no, y cargar con cualquier conflictividad derivada. 
5. ¿Cuál es el límite o techo para todo esto?
6. ¿A quién beneficia toda esta “violencia demográfica”, que para algunos es un golpe de estado camuflado de otra cultura/incultura y una insensatez (disfrazada de buenismo) que lejos de resolver nada, sólo perjudica?
7. ¿Se puede hacer algo más para ayudar a los que sufren, aplicar la ley a los delincuentes y perjudicar lo menos posible a los autóctonos?
Seguro que las respuestas son complejas y como la inmensa mayoría no conocemos todas las premisas es muy improbable que seamos capaces, descartando populismos y generalidades, de señalar alguna respuesta sensata. 
Reconocer esto nos ayudará a no posicionarnos alegremente a favor de “unos u otros” en estos complicados temas y abogar, como en muchos otras cosas, para que los políticos trabajen más buscando soluciones permanentes, en lugar de dar bandazos para intentar ganar popularidad en las encuestas sin resolver (o agravar) los problemas de todos.
Sobra mucha “emocionalidad” y hace falta mucha “objetividad” y no dejarse llevar por prejuicios o ideas preconcebidas. Es preciso adoptar una actitud crítica y abierta a las propuestas innovadoras. Todos los paises implicados deben aportar sus ideas y sus medios para resolver la situación. Hace falta organización en todos los ámbitos y mucha “responsabilidad” para no querer que resuelvan los demás lo que nos corresponde resolver a nosotros. Hay muchos Organismos nacionales e internacionales con presupuestos. Lo que hace falta es que sean eficientes en su labor y todos los ciudadanos nos impliquemos responsablemente y asumamos cada uno nuestra responsabilidad personal. 
¡Ya está dicho!. Falta hacerlo.

viernes, 9 de agosto de 2019

Soñando una España-Estado de naciones libres

El horizonte político de los partidos radicales (tanto a la izquierda como a la derecha) viene definido por una enmienda a la totalidad del sistema. Uno de sus objetivos es la desestabi­lización del Estado mediante su progresiva erosión.
Los defensores de la “continuidad”, del “mejor lo malo conocido que lo posible bueno por conocer”, temen que si representantes de estos partidos entraran en algún “Gobierno” de coalición, cuando se presentara cualquier crisis, serían inevitables las confrontaciones ideológicas sobre la estructura del sis­tema.
Los amantes de permitir pequeños cambios para que todo siga como está y sin sobresaltos, en teoría reconocen que en democracia, es perfectamente lícito el cuestionamiento frontal del sistema siempre que se produzca dentro del marco normativo y que debe aceptarse incluso la crítica total y radical como buena prueba del normal funcionamiento de las instituciones. Sueñan con que antes de convocar nuevas elecciones se pueda formar un “Gobierno monocolor” con apoyos parlamentarios para llevar adelante el programa de gobierno. El problema es que algo así solo se podrá conseguir ­tras una negociación exhaustiva de un programa de gobierno innovador, ambicioso y de­­tallado, que satisfaga las expectativas de progreso, y los políticos que se llenan la boca de decir que se preocupan por el bien de los españoles, por el momento no han sido capaces de alcanzar un pacto de legislatura.
Por el otro lado, la derecha española es integrista. Su concepción de la “nación una y unívoca” está enrocada hasta el tuétano de ciertas élites miopes que aborrecen a cualquiera que ose discutir su doctrina, la cual anhela conseguir una única nación grande y libre de separatistas y rojos. Ya nada queda de esa rica visión confederal de las derechas autónomas y aborígenes que campaba a gusto en la dificultosa etapa postfranquista. Estas intentaban consolidar una España plural y diversa, crisol de identidades propias y particulares que optaban por caminar de la mano en aras de compartir un Estado sólido y moderno.
La política de bloques que se ha impuesto a lo largo de los últimos años hace que la derecha bascule hacia el integrismo uniformista con discursivas panfletarias y segadoras del autogobierno. La veleta pseudoliberal que todo lo fía al tracking electoral del momento y la derechona decimonónica revitalizada y con ganas de armarla.
La derecha de este país se ha caído del caballo y sólo ve la luz de la solución centralizadora. Ni lenguas cooficiales, ni respecto por las identidades, ni promoción de las diferentes culturas, ni concepción de un estado completo, global y circular dónde el diseño estratégico de las inversiones beneficie a la totalidad del territorio. Desde Madrid cometen el sacro error de confundir España con Castilla y lo/el español con lo/el castellano. Esta lectura tan pobre y maniquea hace que todo aquel que no comulgue con esta entelequia remozada sea tildado de peligroso secesionista, insolidario y antiespañol. No hay otra opción en la derecha, o españolismo (castellanismo) o caos. O tildar al estado autonómico, a la consolidación del autogobierno, a la concepción de un país plural y diverso, al respeto y conocimiento de las distintas identidades que conforman la personalidad española, como delito de alta traición y lesa patria. Esa patria que el derechismo castizo e inmisericorde ha convertido en conflicto y enfrentamiento, también como reacción pendular al independentismo y a la desafección de las periferias. ¿Quién fue primero, el huevo o la gallina?
Todos pertenecemos a una comunidad y el anhelo de pertenencia/trascendencia es algo muy profundo. En las sociedades antiguas uno era miembro de su familia, luego del clan y de la polis que le conferían su identidad y le asignaban una función que desempeñar. Luego venían la raza y la nación. El sentimiento nacional forma una parte importante de la identidad de muchos y por ello antiguamente la sanción más grave que podía serle impuesta a uno era el exilio y actualmente sentirse (o que le hagan sentir) huérfano de la que el considera su propia nación. Eso sucede cuando desde el gobierno central niegan que el Estado español (un ente político) esté formado por varias naciones (ente social).
Intentar que cambie de opinión un nacionalista obstinado poniendo en evidencia las incoherencias de su argumentación, sus inexactitudes de hecho, su interpretación de la historia es perder el tiempo. Nada importa que ambos sean personas de una inteligencia, cultura y ho­nestidad intelectual perfectamente respetables; las discusiones con un independentista o con un nacionalista del bando opuesto (amenudo se le confunde con un unionista) nos revelan que sus convicciones son invulnerables. Unos y otros parten de premisas distintas y tratan, no de aprender, sino de resistir en sus trincheras mentales. Reflexión y experiencia, prudencia y sabiduría modifican esas premisas, pero esos cambios suelen ser el resultado de una crisis o de una repentina intuición. Poco puede por sí solo un ataque frontal con la artillería de la lógica o la infantería de los hechos. En la práctica, lo que hay que hacer con todo nacionalismo es canalizarlo, recuperando su esencia, que es el deseo de pertenecer a una comunidad que da sentido a la existencia individual, y despojarlo de adherencias como el afán de poder. Aquí es cuando comprendemos que “con la Iglesia hemos tomado amigo Sancho”.
El motor del conflicto actual puede ser el miedo a ­vernos obligados a cambiar lo que, quizá sólo por inercia, tomamos por nuestra identidad; a revisar esas premisas que consideramos inmutables. El fruto inevitable de ese miedo es la agresividad, que agria nuestros debates por mucho que prediquemos el diálogo. La solución pide que nos atre­vamos a mirar de frente nuestros fantasmas para ver cómo se desvanecen, comprobar que nuestro anhelo es, en realidad, el mismo, y dejar que nos una en lugar de enfrentarnos.
Lo ideal sería formar una sociedad fruto de la libre asociación de individuos autónomos, dictada por motivos de conveniencia, pero parece que conseguirlo es utópico.
Aquellos que no participamos de las concepciones ideológicas extremistas, y optamos por la moderación y el consenso, esperamos con impaciencia que aflore algún actor político viable. Un partido vertebrador de la sociedad, defensor a ultranza del autogobierno, los derechos sociales y las libertades personales conseguidas. Mimbres existen, ganas deberían. Que buen favor a la democracia española haría la conformación de una nueva liga de demócratas y autonomistas, defensores de profundizar el actual Estado Autonómico o federalizar los diferentes territorios dentro del Estado español.
Un estado representando a varias naciones donde la subsidiariedad, la cooperación justa y leal y el elogio a todas las identidades fueran los cimientos de ese país ilusionante y viable, donde todos nos viéramos identificados y representados. Un Estado con varias naciones confederadas que se autogobernaran en libertad y colaboraran equitativamente para engrandecer al Estado… 
¡Soñar es gratis!

martes, 6 de agosto de 2019

La "otra cara"

Todas las cosas tienen su “otra cara”. La más fea o problemática; la que cuesta de asumir, la mochila que pesa… 

¡Todo sería mejor si no llevara adosada la “parte oculta”! es un pensamiento vano, que irreflexivamente se nos viene a la cabeza una y otra vez.
Para la mayoría, las vacaciones son sinónimo de “¡viajes!”. En esta época estival, los muros de las redes sociales se llenan de imágenes “embellecidas” (y a menudo falsas) que procuran transmitir a los amigos, conocidos y a la multitud de amantes del fisgoneo lo bien que se lo están pasando “fuera”. Allí donde estén, siempre muy lejos de su residencia habitual.
Hasta hace dos décadas me gustaba ver fotos en papel o vídeos de los lugares visitados por mis amigos/conocidos para intentar hacerme una idea de si me gustaría visitar personalmente ese "fantástico lugar" que me contaban habían visitado. Desde hace unos años ni eso. Las nuevas "app" permiten trucar muy fácilmente cualquier foto mediocre que cualquiera ha tomado o ha copiado en algún Stock de fotos en línea.
En las redes sociales, nunca encontraremos ninguna referencia a las interminables colas, a las incómodas y ruidosas salas de espera, a los paneles informativos con letras minúsculas que se refrescan continuamente pero que parece que nunca cambian. Ninguna referencia a los vía-crucis para conseguir una ventanilla informativa, al cargamento de maletas que te desloman, a las carreras en pasillos llenos de gente, a los bochornosos desnudamientos antes de los controles, a los vuelos retrasados, a las cancelaciones. Ninguna referencia al calor, al sudor, a las picaduras de mosquitos, …

Nadie hablará de las interminables colas en las “atracciones”, monumentos, restaurantes o lavabos. Todo el que ha viajado en grupo sabe que la mitad del tiempo se desperdicia buscando un lugar para beber y miccionar. Antes lo uno y después lo otro. Es orden depende de la edad.
Si no soportas los grupos y prefieres viajar solo, para no desperdiciar tiempo en las salas de espera de las estaciones o esperando al retrasado de turno, deberás planificar el viaje: itinerario de los lugares de visita y selfie obligada, compra de entradas por internet, búsqueda de restaurantes, cálculo de horarios para evitar aglomeraciones, etcétera. Una tarea incluso más ardua que organizar un día de trabajo, a no ser que te baste con sacarte una selfie en el lugar más emblemático de cada lugar para dar envidia a los que se han quedado en casa, después de haberla trucado convenientemente, ¡claro!.
Si vas a la montaña puedes hacer competiciones para ver quién ha subido más alto, ido más lejos o recorrido el camino más difícil en menos tiempo. Si prefieres la playa prepárate a convivir con masas de carne aceitosa exhibiendo los más horrorosos colgajos y las barrigas más voluminosas (hoy en día ya no está d moda el top less entre las jóvenes), tragando la arena que amablemente te ofrecen unos jóvenes que juegan al fútbol o los grupos de niños enloquecidos que juegan a tu alrededor. Si te quedas sobre la arena te arrullarán las voces de los “aguadores modernos” que te ofrecen refrescos de cloaca preparados al momento o de los masajistas portátiles, y si te aventuras al agua, reza para que no te rocen las medusas, te arrolle alguna moto de agua o te golpee algún patín.
Después de estar agotados de solventar los retos laborales, las vacaciones también suelen ser estresantes. Tenemos tantas posibilidades de diversión, tanta información, tantos estímulos, tantos ­incentivos, tanto por ver que todavía no hemos visto, tanto que sentir o degustar;… Disponemos de tantas ofertas vitales, que nos lanzamos a abrazarlas compulsivamente y más cuando sentimos que se nos acaba el tiempo de estar en este mundo y vemos la infinita lista de posibilidades que tenemos pendiente de completar.
No es la certeza o la vocación lo que nos empuja a actuar, sino una competitividad consumista inducida, fabricada socialmente, que aceptamos como si respondiera al deseo más íntimo. ¿Cuántas veces os han preguntado: “¿No sales fuera de vacaciones este año?”?
Está prohibido no tener nada en concreto que hacer, porque eso sería aburrirse; y aburrirse está socialmente muy mal visto; sobre todo por los niños que practican el “movimiento continuo”, aunque no sepan ni adónde van ni porqué lo hacen. Los mayores también lo hacemos cada vez más.
Recuerdo, antes del boom de Google y las redes sociales, un conocido que me decía (y lo practicaba): “Yo como verdaderamente disfruto es viendo fotos o vídeos de viajes completamente relajado en la terraza de mi piso, sin haber tenido que sufrir lo más mínimo para conseguirlas”. También me viene a la mente una amiga que me confesaba que lo que más deseaba era que la dejaran tranquila para hacer lo que quisiera, aunque simplemente fuera perder la mirada en el cielo viendo pasar las nubes.
Todo un elogio a la relajación como contrapeso a tanto estímulo y distracción que nos proporcionan los medios que nos estresan. Ah! Y que conste que relajarse no es lo mismo que “aburrirse”.