jueves, 28 de marzo de 2019

El espectáculo mediático enrocado

Hay una excesiva complicidad entre los políticos y el periodismo, hasta el punto de que en muchas ocasiones la línea que separa la actividad política y el periodismo es tan fina que con frecuencia queda borrada. El periodista soldado o atrincherado en una causa política por muy legítima que sea deja de ser un referente.
Un buen periodista/medio de comunicación, si quiere ser digno de confianza por sus lectores, debería “contar las cosas como son o como han sucedido” sin añadir nunca un comentario personal ni una opinión sesgada. El buen periodismo es el más sencillo, el que cuenta, observa, describe, sin fantasías y con rigor. Es el que mejor se entiende y el que permite a la audiencia crearse una idea propia de lo que ocurre.
Lo ideal sería que no fuera necesaria la intervención de intelectuales en la vida política de un pueblo y con muchos menos salvapatrias, estrellas mediáticas, tertulianos y especialistas en temas que desconocen, improvisando y equivocándose al emitir sus opiniones, la vida pública sería más interesante.
Lo que sucede es que, para los medios (TV y Radio) es menos costoso llenar sus tiempos de emisión con una pléyade de tertulianos que si tuvieran que buscar “verdaderos expertos” en el tema para que debatieran públicamente sus argumentos. Lo ideal sería que fueran supervisados por una especie de “juez” que validara o invalidara la pertinencia o corrección de las pruebas presentadas para apoyar los diferentes argumentos. Para los receptores de los “shows” televisivos y radiofónicos también es más sencillo oír la musicalidad y verborrea de las “estrellas mediáticas” que escuchar debates de expertos debatiendo sobre temas/intereses reales y concretos, con argumentos apoyados en datos y pruebas contrastadas, esforzándose por entenderlos para poder elaborar una opinión propia sobre el tema debatido.
Los medios alargan las “representaciones” y dan vuelta a la noria, repetida y cansinamente, a los mismos temas de moda una y otra vez. Ponen el foco en lo propio y se olvidan de la interrelación entre los pueblos, con sus propias culturas y creencias. Ese periodismo atrincherado va en contra del progreso y de la libertad, y sus relatos emocionales, alejados de los hechos, son muy románticos pero efímeros y peligrosos. Suministrándonos productos emocionales basados en el sobresalto, en el escándalo o en la exageración, en vez de promover los análisis de los hechos, lo único que provocan son psicosis colectivas de simplificación.
Los políticos y dirigentes sociales siempre han tenido la opción de dirigirse a la nación para confesar sin tapujos que sus campañas (tanto en Catalunya como en UK) se habían basado en mentiras y exageraciones. Quien desvelara el engaño, masivo y continuado, o al menos confesara los grandes errores, prestaría un alto servicio a su país, pero nadie osará protagonizar tal gesta porqué el precio a pagar será verse despojado del poder y acabar en el purgatorio de los traidores. Por ello nadie asumirá sus errores, ni dimitirá, ni de un lado ni del otro. Tampoco ningún periodista rectificará ni confesará su partidismo. Nadie desde los medios públicos nos recordará que la democracia no es solo votar, sino también suspender un acto reivindicativo en forma de votación popular que tu propia policía te recomienda no celebrar. También es democracia cumplir con las normas discutidas y aprobadas en el Parlamento (siempre que no hayan sido aprobadas a la carrera y por precarias mayorías). En todo caso, hoy en día, en nuestro mundo globalizado, no hay nada más retrógrado que levantar muros o barreras para aislarse de los demás. Entre otras cosas, porque en estos tiempos parece inútil querer regresar a los compartimentos estancos, a las fronteras y a los visados, para excluir sólo lo que no nos guste.

jueves, 21 de marzo de 2019

El pensamiento motivado

Sólo aceptamos como válido lo que nos reafirma en lo que ya creemos o pensamos y por ello el “pensamiento motivado” tiene una fuerza descomunal. 
Si un experto nos dice lo contrario de lo que pensamos/creemos, por excelente que sea su currículum, aunque tenga mucho reconocimiento internacional, lo consideraremos un "vendido", un falso o un mentiroso y refutaremos todo lo que diga, sin necesidad de aportar ninguna evidencia que corrobore nuestro proceder. Lo vetaremos como amigo en las redes sociales y si compartimos algo que lleve su firma será para criticarlo/ridiculizarlo. 
Parece que los científicos han demostrado que nuestro cableado neural responde a las emociones más que a los datos. Este problema ha contribuido a facilitar el auge de los populismos, ayudados por el auge de las redes sociales, que favorecen que la propaganda, las fake news y la desinformación se expanda de manera peligrosa. 
Psicólogos y neurocientíficos saben perfectamente que los datos por muy contrastados que sean convencen menos que los mensajes emocionales. 
Llegados a una situación en la que se cuestionan las pruebas irrefutables de la ciencia, nos podemos imaginar que puede pasar en otros campos y situaciones. Por eso hay que escoger muy bien los medios que utilizamos para informarnos, y leerlos con pensamiento crítico. Muchos medios/influencers/personas regularmente nos pintan a determinados grupos o personas identificándolos con el “eje del mal”, como locos,… Nos dicen que que todo lo que dicen o hacen es malo sólo por el hecho de pertenecer a un determinado grupo, que no es el nuestro, etc., Automáticamente me pongo en guardia ante las informaciones que suministra ese periodista, medio o divulgdor. Nadie hace todo mal ni todo bien. Nadie tiene la razón absoluta y nadie debe ser privado de la libertad de expresar su opinión. Lo que si deberíamos hacer siempre es estudiar las pruebas que nos aportan, pensar y razonar, buscar las “fuentes originales” (si no las muestran o nos dicen como encontrarlas, dejo inmediatamente de leer) y contrastar con otras fuentes para tratar de averiguar si nos quieren tomar el pelo, desinformándonos para provocar una reacción determinada que favorezca sus intereses. 
A lo largo de la historia los sabios y los científicos nos han explicado sus descubrimientos que han hecho progresar nuestras sociedades (unas más que otras), pero, como no los tenemos agregados en nuestros grupos de WhatsApp, para muchas personas seguro que no serán de fiar.

martes, 19 de marzo de 2019

Necesitamos un nuevo “contrato social”

La idea de un contrato social (CS) es antigua. Aunque nunca se firmó ninguno, se considera que está implícito en muchas actuaciones de los ciudadanos y de los políticos. Se supone que en algún momento pasado de la historia de cada comunidad humana, los ciudadanos, hartos de pelearse entre sí y acabar mal, hacía un contrato para crear un Estado que se encargase de la gestión de los asuntos comunes.
El contenido de ese CS implícito puede tener una amplia gama de posibilidades, desde el mínimo para permitir una sociedad en que se pueda vivir (y, luego, que cada uno haga lo que quiera) y un máximo en el que la sociedad es un gran proyecto común, compartido, en el que todos reconocen derechos y deberes, o mejor, derechos que necesitan respetar unos deberes para que puedan cumplirse nuestros derechos; e incluso otro máximo, en que alguien (los que mandan) imponen un modelo de contrato social que todos deben cumplir, les guste o no. La misma idea de qué forma parte de nuestro CS no está definida a priori y esto puede estar en la base de las sucesivas crisis de los CS que hemos conocido
El CS va perdiendo fuerza con el tiempo, porque aparecen nuevos conflictos; porque han cambiado los circunstancias y porque ha cambiado la actitud de los ciudadanos.
En la España de los años sesenta el CS en el ámbito laboral incluía la idea de que el trabajador aportaba su trabajo, la empresa le pagaba su salario, el empleo se mantenía, el sueldo crecía un poco por encima de la inflación, si la productividad mejoraba, y así año tras año, aprovechando un tirón grande del crecimiento económico, la apertura de la economía, el aumento de la población en edad de trabajar, etc.. Cuando llegó la crisis del petróleo (1973), los costes subieron fuertemente para las empresas (precio de la energía), en un momento en el que las ventas cayeron (recesión). Los empresarios consideraron que el contrato social anterior no era viable, porque el empleo no se podía mantener; los trabajadores pensaron que los empresarios habían traicionado el CS, porque no les garantizaban el empleo ni un crecimiento de los salarios por encima de la inflación. El resultado fue malestar social, conflictos y una crisis, que se juntó a la crisis política (cambio de régimen). La solución llegó más tarde, con los Pactos de La Moncloa (1977), que establecieron unas reglas de adaptación de los salarios a la inflación, con la nueva Constitución (1978), con la reforma fiscal (principalmente del IRPF), la ampliación del estado del bienestar, un nuevo Estatuto de los Trabajadores y, finalmente, la entrada en la Unión Europea y un nuevo periodo de prosperidad. El conflicto laboral se enmarcaba en un conflicto social más amplio (recesión, inflación, cambio político, exigencias de nuevos derechos políticos, etc.), y que la solución vino por medidas laborales, pero dentro de un marco más amplio.
Con los años han variado las cosas que me preocupaban antes, y que me llevaban a tener una actitud de colaboración, de solidaridad e incluso de generosidad para con otros, ahora ya no. Ahora he reducido el ámbito de quiénes son los demás o de qué cosas de los demás me preocupan. El individualismo creciente está en el fondo de la crisis del CS vigente. La desigualdad es algo que preocupa: a unos, porque están en el lado de los perjudicados; a otros, porque pueden caer en el lado de los perjudicados, bien ellos o sus hijos. Las inmigraciones cambian el entorno en que nos movemos. El crecimiento no está asegurado, de modo que, si el futuro puede ser peor… necesito prestar más atención a mis asuntos…
La consecuencia de todo lo anterior es que… vivimos en unas sociedades menos cohesionadas, donde los CS de hace unas décadas dejan de ser válidos.
Ahora, lo primero que necesitamos es tener una idea más clara de nuestros problemas actuales, porque el nuevo CS debe ser muy amplio, verdaderamente “social” en dos sentidos: de toda la sociedad y de cada sociedad humana particular.
Ahora me preocupan: 
- La pérdida de la capacidad de crecimiento en algunos países, sobre todo avanzados y la perspectiva de menos recursos globales para hacer frente a los problemas. 
- El alto nivel de endeudamiento en algunos países: a veces, en las empresas (o sea, dificultades para sobrevivir en caso de crisis ), otras, en las familias (¿estamos dejando a nuestros hijos una carga que no podrán asumir?), otras en el Estado (¿podrá asumir las responsabilidades que vamos a delegar en él?). 
- La necesidad y temor de reducción de las prestaciones sociales (pensiones, por ejemplo): claramente, una violación del contrato social. Aunque nos siga doliendo, ya nos hemos acostumbrado a que el Estado NO cumpla la Ley de la Dependencia. 
- La globalización: algunas de nuestras ventajas se marchan a otros países, quizás más pobres, que lo necesitan más, pero… ¿a costa de nuestro bienestar y futuro personal? 
- Las desigualdades: sensación de que no se respeta la justicia social (aunque no tenemos una idea muy clara de en qué consiste). 
La tecnología, que mejora mucho nuestra calidad de vida, pero tiene costes importantes (por ejemplo, en las perspectivas del empleo); además, sus ventajas se reparten de forma desigual… 
- La sensación de pérdida de nuestra capacidad de controlar la situación: ¿podré cobrar la pensión que me prometieron? ¿Encontrará mi hijo el empleo que esperaba? Esto se combina con la abundancia de trabajos precarios, salarios bajos… 
Nuestras sociedades necesitan una reflexión seria sobre todo lo anterior, y sobre muchas más cosas. La tentación de las fake news y de las explicaciones parciales no sirve. La idea de que, si mi partido gana las próximas elecciones, todo estará resuelto, no vale: su duración es muy limitada, las victorias pueden convertirse en derrotas y, sobre todo, la solución no está en nuevas leyes o nuevos controles, porque la gente aprende cómo evitar unas y otros, porque a menudo la ley acaba en algazaras callejeras que desestabilizan a los gobiernos, y porque, aunque ganemos en las elecciones o en el referéndum  mañana tendré que volver a convivir con los perdedores… 
Más allá de un Macro-Contrato-Social-Mundial, hacen falta muchos mini-CS-parciales, en nuestro país, región, ciudad, barrio, empresa… y en lugar de ocuparse de buscar soluciones para todos estos problemas verdaderamente importantes, parece que los políticos se empeñan en perder el tiempo en colgar o quitar la colada de los balcones y las televisiones nos anestesian hsta el hastío con las mismas historias irrelevantes e interminables.
¿De qué deberían hablarnos los políticos y de que temas deberíamos debatir los ciudadanos? Pienso que sería bueno debatir y me interesaría escuchar diferentes propuestas sobre:
- Los impuestos y del gasto público: qué damos a cambio de qué (lo que es justo y lo que no). No tiene sentido decir que tengo derecho a recibir 10 si he dado 10, porque quizás mis ingresos son altos y las necesidades de otros importantes, pero sí de que haya una cierta proporción. Y, sobre todo, que, si se pide más a algunos, se les explique las razones, se les informe de los resultados y, en su caso, que se proporciona una compensación por otro lado (por ejemplo, en forma de paz social más duradera).
- ¿Quién recibe los servicios del Estado?. ¿En qué proporción van a los ricos, a los pobres y a la clase media? ¿Con qué criterios, para qué objetivos… Quién se beneficia realmente de la red de seguridad que, en principio, está pensada para los más necesitados?.
- ¿Cómo se reparten las responsabilidades, entre las personas y familias, el sector social, las empresas y el sector público?. No todo se debe dejar a la filantropía personal o corporativa, ni todo se debe dejar al Estado. Luego, probablemente habrá que bajar más en la escala de responsabilidades: qué nivel de gobierno se hace cargo de qué responsabilidades, por ejemplo.
- ¿Con quién tenemos responsabilidades? ¿Solo con mi familia, con los de mi barrio, o también con los de la otra esquina del país, o con los pobres de otros países? ¿Con qué criterios y que medios decidimos hasta dónde extender nuestras responsabilidades?
- Las generaciones futuras. Hace décadas podíamos decir que, con la mejora esperada del nivel de vida, seguro que ellos vivirían mejor que nosotros. Ahora esto no está tan claro, sobre todo si añadimos la dimensión medioambiental. Y la calidad de nuestras instituciones. Y la deuda que les dejaremos…
- Un aspecto importante en el reparto de responsabilidades es el del “componente de seguro de nuestro estado del bienestar”. Cada uno de nosotros debemos considerarnos el primer responsable de nuestras necesidades y las de nuestra familia, pero debemos estar protegidos de situaciones “atípicas-excepcionales” que no podamos atender por nuestros propios medios (un desempleo de larga duración, o una larga enfermedad degenerativa, la necesidad de un trasplante urgente, etc.). La “seguridad social” está para eso: un seguro obligatorio, cubierto por todos, porque no sabemos quién será el interesado, ni cuando y porque sospechamos que, cuando nos toque, podremos no estar en condiciones de atender nuestra necesidad puntual y extraordinaria con nuestros recursos privados.
- La idea de redistribuir la renta o la riqueza tiene otra base: quizás que alguien no tuvo la oportunidad de algo a lo que tenía derecho, o fue discriminado en el pasado… Pero el fundamento de esto es distinto del estado de bienestar, y los medios para llevarlo a cabo deben ser también distintos.
- Necesitamos revisar las políticas que conceden beneficios “a todos”, porque, en el límite, esto es insostenible, y porque crea dependencia y malas prácticas (recordemos que vivimos en un país que inventó la picaresca o al menos tenemos generaciones de experiencia en su aplicación).
- Justicia intergeneracional: qué hay que dar a los jóvenes, qué a los de en medio que pasan dificultades, y qué a los mayores, que ya no tienen medios para auto-protegerse.
- En el trabajo, la idea de un contrato indefinido con altos costes de despido, que protege el puesto de trabajo más que al trabajador, no se sostiene. Hay que cambiar el énfasis, para dar al trabajador más protección, independientemente de dónde esté trabajando, hay que ofrecerle flexibilidad para adaptarse a las nuevas circunstancias (envejecimiento, cambio tecnológico) y, a la vez, proporcionar capacidad de adaptación a las empresas.
- Etc.
Hay múltiples aspectos que conviene considerar y discutir socialmente si queremos rehacer nuestro CS. Luego vendrán las preferencias políticas (conservadores, socialistas, libertarios, comunistas), los intereses más o menos cortoplacistas y las negociaciones. 
Me gustaría que algún partido político entrase por esta línea, pero me temo que esto es “pedir peras al olmo”. 
Los Estados han ido restringiendo cada vez más el ámbito en el cual podemos ejercer nuestra libertad personal, los impuestos han ido aumentando en desmesura y todo se ha vuelto mucho más complicado por los controles públicos exasperantes. Los servicios públicos se han ido deteriorando y lo siguen haciendo. Supongo que acabaremos en sociedades divididas, enfrentadas y violentas, y cuando ya casi todo esté perdido; entonces no tendremos más remedio que negociar un nuevo CS realista para poder sobrevivir. Mientras, sigamos arrastrándonos por el fango de la mediocridad y la desvergüenza que cultivan con pericia e insistencia nuestros políticos y que cada cual disfrute de su comodidad inútil arrastrando el ascua a su sardina o se queje de su esfuerzo no recompensado. Tanto da porqué la sociedad ha perdido el rumbo, sus valores y su capacidad para pensar en un futuro que descifre simbolismos subjetivos y altruistas…

lunes, 18 de marzo de 2019

Mucho ruido y pocas nueces

En mi casa cada vez vemos menos los “telenoticias” porqué la inmensa mayoría de las proclamas, de los políticos (nuevos, jóvenes y guapos ellos, no sus proclamas) solo sirven para meter el dedo en el ojo al contrincante y aumentar la demagogia y el miedo de las gentes. No explican ningún proyecto de futuro ni proponen ninguna solución para intentar resolver los numerosos problemas del país, y si nadie nos garantiza un proyecto creíble de futuro, el presente se nos vuelve cada vez más inmenso y difícil de transitar. 
Las declaraciones demagógicas de nuestros fogosos y maleducados políticos dan fe de que la enorme magnitud del momento que vivimos es demasiado grande para las mentes pequeñas y cortoplacistas. Viajan mucho por el territorio nacional y vuelan al extranjero pero poco a su interior. Escriben muchos tuits y leen poca filosofía.
Ya se refieran al Brexit o al Catexit los medios van llenos de declaraciones apasionadas que describen la traición, la mentira, la ambición, la cobardía, el miedo, la soberbia, el desdén y el ensueño; una sucesión de confesiones y silencios, de arrogancias y dubitaciones que permiten mantener la tensión. Parece que nadie de los que más gritan tiene el mas mínimo interés en resolver nada y por ello alargan la trama como un chicle. Cuanto más se mantiene la obra (parece una amalgama de tragedias griegas ) en cartel, más beneficiados salen los actores. Las “obras” que nos retransmiten y comentan los medios nos aburren soberanamente y el cinismo de nuestros representantes, que de vez en cuando dan giros inesperados al guión aunque en realidad no sirvan para cambiar el desenlace de la obra, nos exaspera. Cuantos más TN vemos más aterrados de miedo vivimos, al ver tanta ligereza en la gestión de los difíciles problemas que nos atenazan desde hace tiempo y que nadie da muestras de saber ni querer resolver. 
Dicen que tenemos los representantes políticos que nos merecemos. No sé si esto es cierto. Lo que si es real es que los ciudadanos que trabajamos y pagamos nuestros impuestos para alimentar al voraz Estado, sufrimos escenarios de confusión y agobio, por donde se pasea la facundia de los que mandan y la rabia de los que aspiran a hacerlo para hacer más de lo mismo. El menú es el que es; se reproduce (con diferentes nombres y siglas) y se perpetua en sus mezquindades una y otra vez. Nos prohiben cambiarlo porqué es ilegal hacerlo. Nunca se nos detalla (parece que ni se busca) ninguna respuesta coordinada, consensuada y definida, que permita recomponer la fractura del cuerpo social y evitar las consecuencias de la frustración de millones de personas. 
Mientras Trump se enreda en la construcción del muro (parece que a su país no entran “ilegales” más que por tierra (no por mar ni por aire). Sánchez se distrae gastando millones de euros que no tiene ni sabe de donde sacar y nos mantiene entretenidos con el culebrón de la exhumación de Franco. Macron se estrella contra los chalecos amarillos, Italia entra en recesión de la mano del neofascismo, y proliferan la xenofobia y los nacionalismos en una Europa cada vez más atomizada. El consuelo es que parece que la ineptitud política no afecta en gran medida al crecimiento económico, aunque en petit comité, los empresarios, que presumen de tocar de pies en el suelo, se horripilan ante la inestabilidad que este panorama supone.
Nos quejamos de lo imprevisible del porvenir que nos espera, del cambio climático, de las manifestaciones populares sin tregua que cortan nuestras calles día si y otra también provocando problemas y elevando el ruido ambiente. Todos nos quejamos con menor o mayor intensidad por algo que hacen los demás y olvidamos que esto es un factor colateral de la democracia: un régimen de libertades individuales cuyo único límite permisible es la libertad de los demás. Para que ello siga siendo así hay que procurar reglamentar conductas sin castigar pasiones. La estabilidad democrática la garantiza la solidez de las instituciones frente a los efectos cada vez mas extendidos de la demagogia de la mayoría de los políticos actuales.
Por suerte si las instituciones funcionan, aunque no lo hagan tan bien como deberían, no importarán demasiado las veleidades y chorradas que se escuchan en los mítines y retransmitan las TV en sus TN. Servirán solo para demostrar que no sabemos si es que no hemos entendido nada de lo que iba a pasar o en realidad ha sucedido ya lo que creíamos entender que pasaría.
La realidad del poder es la que es y, hoy por hoy, no logro atisbar si esta realidad cambiará. Tal vez algún día se encuentre alguna solución pero no será pronto. Por ello si nos perdemos algunos de los próximos TN nos evitaremos más de un sobresalto y muchos disgustos.

viernes, 15 de marzo de 2019

¡A empoderarse!

¡A “empoderarse” todos!. Que la palabra es muy fea pero conseguir lo que significa es muy importante.
¡A empoderarse todas las mujeres! 
(El término empowerment o empoderamiento de las mujeres, como estrategia para la igualdad y la equidad, fue impulsado en la Conferencia Mundial de las Mujeres de Naciones Unidas en Beijing (1995) para referirse al aumento de la participación de las mujeres en los procesos de toma de decisiones y acceso al poder.)

Nadie debería olvidar que también los hombres necesitamos que nos empoderen, o sea, que nos ayuden a ser mejores personas, mejores profesionales, mejores padres de familia, mejores hijos, mejores yernos, mejores primos, mejores compañeros de trabajo, mejores en TODO. ¡Todos!.

El empowerment no lo regalan, no es el premio de ninguna lotería, ni se reparte por solidaridad, ni se hereda de unos padres/abuelos trabajadores y ahorrativos, sino que exige: 
  1. No creer que lo sabemos todo. 
  2. Determinar qué nos falta. 
  3. Saber dónde lo podemos aprender. 
  4. Y cuánto cuesta. 
  5. Ver de dónde sacamos el dinero y en qué condiciones (vendemos algo que heredamos, nos lo dan, nos lo prestan, en qué plazos y con qué intereses, conseguimos una beca...). 
  6. Nos inscribimos. 
  7. Estudiamos, estudiamos, estudiamos. 
  8. Seguimos estudiando. 
  9. Y quizás aprobamos. Pero si no aprobamos, nadie nos quita el esfuerzo que quizá se nos había olvidado qué hay que hacer en la vida (porque nada es gratis) y, también, algo que nos habrá quedado de lo que hemos estudiado. 
  10. Porque el título es importante, pero lo otro, más. 
Cuando encuentro por la calle a un grupo de personas mirando como uno trabaja, recuerdo este viejo chiste:
“Unos cuantos intentaban subir un mueble pesado en un camión. Como no podían, el capataz los apartó, empujó muy fuerte y en varias embestidas consiguió subir el mueble. Uno de los que no habían podido se quejó: "¡Hombre, haciendo fuerza, cualquiera!”.

Por mucho que se grite y se llenen las calles, como no somos ricos, sino que somos pobres “dopados”, poco conseguiremos. Mas que gritar hacen falta más personas con ideas claras, voluntad y esfuerzo que se empleen a fondo en su trabajo para conseguir “empoderarse”.
Una persona/familia/país que debe todo lo que produce en un año no es rica, y es fundamental que no se engañe a si mismo ni eche toda la culpa a los demás. Un primer paso útil sería hacer examen de conciencia y reconocer que sobrevive gracias al “dopaje” que le inyectan desde el exterior. Cuando una persona/familia/país lucha por la supervivencia no se puede permitir lujos innecesarios. Y si, además, son lujos para pagar los chantajillos, los que han hecho el esfuerzo —pagado— para “empoderarse” más pronto que tarde se empiezan a preguntar si ha valido la pena el esfuerzo personal y pronto buscarán la formula a su alcance para dejar de apoyar el “proyecto”.