La última hazaña de Montoro y del Gobierno de España imponiendo un férreo control del gasto público en Catalunya me ha hecho recordar las historias que me contaban de joven sobre aquellas familias de hace 70 años, con mucha prole de diferentes edades. Sucedía que los hijos solteros, aunque tuvieran 35 años y llevaran más de 20 años trabajando, entregaban todo el dinero que ganaban al padre y este lo guardaba en la bolsa familiar. Cada semana, el cabeza de familia entregaba a la mujer una parte de lo recogido para que mantuviera a la familia y una pequeñísima parte a los hijos que habían aportado todo su jornal, sin quedarse siquiera las propinas. Esta pequeña dádiva, no se la daba para que se lo gastaran en lo que ellos quisieran, sino para que lo emplearan en comprarse ropa o para arreglarse la bicicleta que empleaban para ir al trabajo. Si descubría que lo habían usado para otra cosa, les retiraba la asignación.
No importaba la edad que tuviera cada hijo, ni si eran trabajadores y ahorradores, ni si sus aportaciones eran fundamentales para la subsistencia de la familia, ni si tenían proyectos para forjarse un porvenir si algún día decidían emprender el vuelo lejos del núcleo familiar. No importaba su criterio a la hora de decidir en que se empleaba el dinero, parte del cual ellos mismos habían ayudado a ganar. Se consideraba a los hijos como factores productivos y como tales se invertía en ellos lo mínimo necesario para que cumplieran su función. No tenían ni voz ni voto y sí toda la obligación de trabajo duro y obediencia ciega, por el bien del “clan”. Sólo importaba el criterio del cabeza de familia y todos debían atender sus decisiones sin rechistar. Como es natural, todos hacían lo posible y lo imposible para casarse y emanciparse lo antes posible, aunque fuera con el sólo fin de poder gobernar su propia “bolsa”. Recuerdos de tiempos pretéritos, tiempos de subsistencia en los que tal vez pudiera justificarse una dirección férrea rayana en la dictadura. Tiempos que parecían superados, pero la historia siempre se repite.
Hace ya muchos años que esta forma de actuar pasó en nuestra sociedad. A los jóvenes les sonará a chino y la mayoría de adultos de mediana edad, tal vez se la hayan escuchado a algún abuelo. A tenor de los hechos, parece que en el pensamiento más íntimo de algunos también sigue viva. ¡Muy viva!
La pregunta es: ¿estamos dispuestos a volver atrás en el tiempo y permitir que se restauren aquellas viejas prácticas?
Aquello que no queramos y no estemos dispuestos a practicar nosotros mismos en el seno de nuestras familias, no deberíamos aplaudirlo ni permitirlo en los demás ni en la sociedad avanzada en la que aspiramos vivir.
©JuanJAS