jueves, 25 de julio de 2019

Ante el desconcierto general… un buen “informateur” ayudaría

Vivimos en una época en que unos políticos que no saben ni quieren pactar. Al intentar ­alcanzar un gobierno sin repartir el poder, niegan la política y se limitan a recubrir con palabras ásperas una inconcreta voluntad de sumar con los mismos a los que se desprecian.
Se habla mucho de corrupción política y pensamos únicamente en lo que ocurre cuando los intereses privados y los cargos públicos fabrican una forma u otra de delito, pero corrupción política es también la quiebra premeditada y consciente de las expectativas generadas, a partir de justificaciones que prescinden de la inteligencia del público y aterrizan en esa zona gris donde la falacia y el capricho levantan muros verbales de tipo recursivo.
La política ininteligible se consume a sí misma como un juego exclusivo para iniciados a los que –con pesar y con irritación– asignamos la gestión de unas esperanzas modestas que se diluyen en astucias de medio pelo.
Comparecen en el hemiciclo, en los pasillos o allí donde ven un micrófono conscientes de que necesitan ser lo bastante ambiguos para dejar abiertas todas las puertas. Los discursos se centran en nuevos repertorios de posibles reformas susceptibles de ser impunemente incumplidas. Igual que el salario mínimo de 900 euros o la ley de Dependencia. La tentación de oficializar por decreto promesas imposibles es perenne y, algo fructificar nunca las llamadas a la responsabilidad y al sentido de Estado, cada vez más gente siente la tentación de no asistir a las próximas votaciones o si lo hace, dar un voto de castigo a estos inútiles que parece que van al Parlamento a hacer lo mismo que aquellos malos estudiantes que iban al colegio a calentar la silla mientras se aseguraban la paga de fin de mes.
Tal vez deberíamos aprender algo del sistema holandés: ningún partido ha conseguido nunca la mitad de los votos, pero siempre han logrado ponerse de acuerdo y gobernar en coalición. La figura del “informateur” ha ayudado.
Lluis Amiguet en La Vanguardia explica como lo consiguió el "Informateur holandés":
“Empecé por los principios: pregunté a los dirigentes por qué estaban en política, y respondieron uno tras otro que para servir a los ciudadanos; después redacté propuestas concretas extraídas de los programas de los tres partidos. Los políticos señalaban sus diferencias, y yo proponía modos de conciliarlas”. Pero no se habló de nombres y cargos hasta que se dio por redactado el programa de gobierno, y fueron elegidos según su idoneidad para ejecutarlo”. 
Que a España le iría bien una institución parecida lo dice Wijffels y lo repiten en Bruselas. 
Tal vez se podría pedir a algún “padre de la Constitución” que tomara la responsabilidad de actuar como “informateur”. Algo así como un “relator-notario-mediador”.
Ya se que estas figuras no están bien vistas por los soberbios, altivos y testosterónicos políticos españoles, pero…

miércoles, 24 de julio de 2019

Economía al servicio de la sociedad

Siempre que leo algún escrito de alguno de estos expertos que pontifican sobre lo que “debe hacerse para vivir en una sociedad más justa e igualitaria” me siguen quedando las mismas dudas por resolver. Me pregunto si es que estos expertos no se plantean estas preguntas o si no tienen respuestas para ellas; y por eso ni las mencionan.
¿Cuáles deberían ser las prioridades de los nuevos gobiernos para que nuestra sociedad no se limite a repartir la pobreza (igualdad) sino que progrese de verdad?
¿Que hacer para acabar con el resentimiento y la ira entre ciudadanos o al menos mitigarlo?
¿Que hacer para desarrollar una economía amable con el clima a nivel global? (Soluciones locales o parciales que penalicen a unos manteniendo el beneficio de otros, que no respetan las normas, solo sirven para causar injusticia y conflictos).
Cita a Margaret Thatcher (“No existe la sociedad, sólo existen los individuos”) como inicio del experimento ­neoliberal que parece considerar causante de muchos males que acechan a nuestra sociedad. Es su opinión, pero… ¿Que propone para conseguir la “igualdad” si todos los integrantes de la sociedad somos diferentes y queremos preservar la individualidad y la libertad personal? Es sabido que no todos somos igual de inteligentes ni todos tenemos la misma capacidad/voluntad para aprender, trabajar, generar riqueza, invertirla o ahorrar… Aunque partamos con las mismas oportunidades, pronto seremos diferentes unos de otros.
Este catedráticos considera que la autoridad es malísima, pero no dice que piensa del “despilfarro de recursos” incluida la corrupción de las clases dirigentes.
Denuncia que estamos ante una emergencia social porque:
- Las clases medias se han jibarizado. ¿Que propuesta hace para que se revierta la situación?, ¿Subir impuestos a esas mismas clases medias jibarizadas.; las únicas que pagarán esos nuevos impuestos?.
- La pobreza juvenil im­pide a los jóvenes emanciparse. ¿Cómo creará puestos de trabajo o hará que sientan el anhelo de emprender, en lugar de soñar con ganar dinero en concursos televisivos o medrando en partidos políticos? 
- La obesidad infantil, una de las patologías sociales de la pobreza, aumenta. Esto quiere decir comer inadecuadamente y hacer poco ejercicio. ¿Que planes propone para enseñar a las familias a alimentar correctamente y con pocos recursos a esos niños obesos además de fomentar el ejercicio físico? 
Lo único que propone es “¡más recursos para el estado!”. Ni una propuesta sobre como los “gestores” deberían utilizar los recursos existentes para que los individuos progresen, ni de como aumentar la productividad para que mejore el bienestar de todos los ciudadanos. Ninguna propuesta sobre como aumentar la “confianza” de los individuos para que actúen cívicamente, cumplan con sus obligaciones (deberes) solidariamente y se evite la desafección y los resentimientos.
Para enumerar lo que está mal y lo que debe mejorarse no necesitamos “expertos”; ya vamos servidos con las abundantes terrazas de los bares y las tertulias televisivas. Lo que necesitamos son formación, reflexión, propuestas factibles que permitan volver a confiar en los dirigentes y conseguir el compromiso de todos en su quehacer diario.

jueves, 18 de julio de 2019

Festina lente

Siempre ha sido bueno ser resolutivo. Siempre ha sido bueno ser mentalmente ágil, tener buenos reflejos y fluidez de movimientos. El problema es que en los últimos años demasiadas personas confunden ser eficiente con ser hiperactivo y llevar un ritmo frenético.
Como ahora ya no se transmite el conocimiento con dichos, refranes ni frases hechas, los jóvenes carecen de este conocimiento que tan útil ha sido a los humanos durante los últimos siglos. Los que peinan canas recordarán aquello que seguro les recomendaron, cuando eran jóvenes y aprendices, más de una vez: “Vísteme despacio que tengo prisa”. 
Los latinos decían “Festina lente”: "Apresúrate despacio"; un oxímoron que viene a significar lo mismo. 
Cuando se elogiaba el trabajo lento y bien hecho con mucha paciencia, esta frase tenía todo su significado. Ahora, todo el mundo tiene prisa, aunque no tengan demasiado claro a dónde quieren llegar ni cual es el fin que persiguen con tanta impaciencia.
Montaigne advertía que “quien quiere estar en todas partes no está en ninguna”. Tal vez la multitarea, el picar titulares o bocaditos de comida cuando las tripas rugen, todo ello sin profundizar en contenidos, nos ayuda a evadirnos de la realidad; a intentar estar en otro sitio diferente al que me hace sentir incómodo. No importa cual, con tal de que no sea donde estoy ahora, porque no me gusta lo que hago, donde trabajo, donde ni como vivo… 
Al acercarse el verano muchos preguntan: ¿Cuando te vas? Como si “irse” fuera imperioso en estos días. ¿Dónde va la gente?. ¡Dónde va Vicente! 
Lo importante es “cambiar de lugar”. No importa a donde ir, ni porqué ir a ese lugar y no a otro, en este momento u en otro, … Muchos están impacientes por “irse” sin pensar que allá donde vayan siempre continuarán estando “ellos y sus problemas no resueltos”.
Demasiada gente llevan tanto tiempo corriendo estresados que no tienen tiempo para pensar que quieren y como conseguirlo; y menos para ponerse a hacer lo que deben, si algún día quieren llegar a conseguir lo que una vez creyeron que querían. Ni siquiera aciertan a buscar un mentor ni ha investigar como otros han conseguido lo que ellos piensan que quieren tener o llegar a ser. Claro que ningún viento es favorable ni no se sabe a donde se quiere ir. Solo aciertan a mantenerse activos y así tener una disculpa para no enfrentarse a su realidad.
La vana impaciencia reina en estos tiempos: “¡Tengo prisa!”. 
¿Para hacer que? ¿Para conseguir que? ¿Para llegar a dónde? 
¡Vísteme despacio que tengo prisa!

martes, 16 de julio de 2019

La filosofía enseña a desarrollar el pensamiento crítico

Ortega dijo: Lo que hoy se dice en las cátedras, mañana se dice en las plazuelas, pero mal. El problema es que hoy en día los medios digitales nos cuentan si un participante de Supervivientes a espantado una mariposa en Cayos Cochinos (Honduras) y poco o nada  nos dicen de lo que pasa en las cátedras; ni cercanas ni lejanas.
La educación que se proporciona a los jóvenes está dejando de servir como una herramienta creativa de ciudadanos críticos y cívicos; y… si no tenemos instrumentos para defendernos es muy difícil que podamos pensar y cambiar las cosas.
En los medios de comunicación y en las redes sociales se fomenta un descrédito de la verdad y se glorifica la opinión. No hay historia; sólo hay relatos y realidades alternativas. Y esto le viene estupendamente a algunos políticos.
Estamos rodeados de políticos, influencers y comunicadores que piensan y pregonan: “Si los hechos no están de acuerdo con lo que yo digo, que cambien los hechos”. 
El personaje que más se sirve de las redes sociales para ejemplarizar lo dicho es Donald Trump. Un personaje que usa hábilmente Twitter como una herramienta para formar opinión. El primer Presidente de un gran país que manda, a sus simpatizantes, muchos mensajes cortos que excitan sus sentimientos. En esos mensajes cortos no tienen cabida los argumentos y por tanto las personas reciben mensajes sin razonamientos coherentes que demuestren las afirmaciones que propaga desde su tribuna no ayudan a razonar, sino a reaccionar emotiva e impulsivamente.
El filosofo Popper decía: Conviene que combatan nuestros argumentos para que no tengan que combatir las personas.
Con esta técnica, que emplea magistralmente Trump y muchas otras personas, dirigidas a las cada vez más personas que no tienen tiempo para leer y menos para razonar, ganan las posturas poco matizadas. 
Puede que Trump no sea muy inteligente. No conozco su historial académico ni los tests de inteligencia o psicológicos que pueda haber pasado, pero si pienso que es muy listo. Ha demostrado ser sagaz y muy hábil para sacar beneficio o ventaja de su situación política. Una de ls primeras cosas que hizo Trump al lugar al poder fue empezar una campaña feroz en contra del periodismo serio. No ha parado de intentar devaluar las fuentes rigurosas y críticas de la información e incluso ha negado lo que afirman prestigiosos científicos. Todo ello le permite dirigir a la gente mensajes sesgados hacia su interés. Es lógico que cuando un ciudadano con relativa poca instrucción y sin tiempo ni ganas para analizar críticamente recibe un mensaje del Presidente de USA en su móvil, tienda a actuar impulsivamente sin hacer el esfuerzo de informarse e investigar antes de reaccionar. Actúa con lo que le dice su Presidente casi como los creyentes de la Edad Media seguían a quien repartía la “palabra de Dios”.
Cada vez hay más gente que tiene convicciones muy firmes y resulta, que las suyas se oponen a las convicciones de otros, que también las tienen muy firmes. Así es imposible dialogar y por tanto no se llega a ningún acuerdo que permita que la sociedad, y todos nosotros, “progresemos” de verdad. 
Hace tiempo en que reina el imperio de la “posverdad”. Ello permite que haya mucha gente que cuando, después de algún tiempo, han comprobado que les engañaron con datos falsos, o al menos no totalmente ciertos, parece que les da igual. Pongamos por ejemplo el caso del Referéndum del Brexit. Aún habiendo comprobado que les mintieron durante la campaña antes del referéndum con datos falsos y escenarios ilusionares que se han demostrado irrealizables, siguen defendiendo obsesivamente el resultado del Referéndum, que tal vez hubiera sido distinto si se hubieran dicho menos mentiras antes de votar.   
Antes de tomar decisiones, necesitamos comprender las cosas que vemos, leemos y oímos y asegurarnos de que no son falacias o falsas ilusiones. También sería bueno que aprendiéramos a no descalificar a alguien sin primero “escuchar con intención de comprender lo que dice”, porque lo hace y que consecuencias me reportarán si le hago caso. 
Todos esos hábiles manipuladores de la era de la posverdad no se cansan de repetirnos:  Todas las opiniones son respetables”. Y esa es otra gran mentira. Lo que son respetables son “todas las personas que opinan”, pero “las opiniones que transmiten a los demás”, independientemente del cargo que ostentan o estamento social al que pertenezcan, pueden ser entupidas, disparatadas, ofensivas, tontas, etc. Por tanto, “NO todas las opiniones son respetables”. Hay que reivindicar la verdad y restar crédito a las opiniones que unos pocos nos vierten machaconamente a través de los medios de comunicación de masas.
Es un hecho que muchas personas no tienen deseos reales de informarse o les da pereza hacerlo. Por que informarse, estudiar los argumentos (si es que recibimos alguno) y razonar cuesta tiempo y esfuerzo. Por ello la mayoría de personas solo se leen o escuchan a los que les dan la razón; a los que les reafirman en sus opiniones, muchas veces viscerales y faltas de argumentos y de razón. 
No es verdad que “El que no está de acuerdo con nosotros es tonto o loco”. Los políticos y mucha gente dan por sentado que los receptores de sus mensajes somos imbéciles. Si queremos dejar de parecer a sus ojos, tontos o faltos de inteligencia, cuando nos suelten su discurso o nos den su opinión escueta sobre algún tema, debemos aprender a preguntarles: y tú, ¿Cómo lo sabes? Si no quiere o no puede darnos una respuesta razonada y rigurosa y, se limita a repetir una y otra fez su manido argumentario, debemos negarnos a comulgar con ruedas de molino y debemos decirle directamente: “No te voy a volver a votar porque… Nuestros argumentos para no hacerlo pueden ser: sus incumplimientos, sus falacias, su mala praxis, su inoperancia, etc.
Recordemos que podemos votar en las elecciones y también de otras formas:
1- Voto en elecciones.
Nuestro voto de las elecciones generales, autonómicas y locales es para delegar nuestra autoridad en los políticos, para que ellos tomen en nuestro nombre decisiones que afectan al país, comunidad y municipio. Por mucho que a algunos les gustaría, recordemos que en nuestro país, el voto a los políticos no es mandatario. La democracia no es directa y por tanto los políticos electos no tienen ninguna obligación de hacer lo que nosotros los votantes les digamos que hagan. Los votantes sólo los elegimos para que ellos con sus “supuestos” conocimientos, los consejos de sus muchos asesores y de la supuesta “información” de la que disponen, tomen decisiones en nuestro nombre para que la sociedad progrese o al menos empeore lo mínimo.
Un caso en el que se olvidó que el voto era delegado, y no directo, fue cuando en Grecia se consultó al pueblo y votó no aceptar el rescate europeo, dejar de pagar la deuda y salir del Euro. Los políticos electos, Tsipras a la cabeza, hicieron otra cosa… No quisieron seguir el mandato que recibieron de la mayoría que votó en referéndum, no pudieron hacer otra cosa, fueron unos ilusos al pensar que podrían, engañaron al pueblo… No tengo información para saber la causa, sólo se lo que pasó, que el pueblo no lo entendió y que votó a otra formación política en la siguiente oportunidad que se le presentó. 
2- Voto del prestigio.
Hace años que damos voz, amplificada y difundida con los correspondientes altavoces mediáticos que pagamos públicamente, a gente que no merecen tener el ascendente que se les otorga. Ni por el valor de sus ideas ni por los resultados que consiguen con su gestión. Han demostrado que son incapaces de dialogar, de negociar y sólo se dedican a insultar y descalificar a sus adversarios. No paran de soltar simplezas por su boca y sus acciones van encaminadas a mantener su modus vivendi presente y futuro: puertas giratorias, créditos personales/hipotecas a 30 años cuya concesión es difícil de justificar, etc. 
3- Voto económico: 
De la misma forma que particularmente no compramos todo lo que nos recomienda la publicidad, deberíamos pedir responsabilidades a los políticos por las compras públicas que se hacen y por las gestiones económicas improductivas y despilfarradoras que sólo benefician a los amiguetes o a quienes subvencionan el poder político. Ojalá tuviéramos en España un IBEX 100 de grandes empresas en lugar de un IBEX 35 de medianas y pequeñas empresas acostumbradas a practicar el “capitalismo castizo de amiguetes”. El problema no son las grandes empresas. El problema es el grado (adecuado o no) de “regulación política” que impide la competitividad y la falta de transparencia que dificulta saber a ciencia cierta ¿porqué son "grandes" esas empresas? ¿Lo son por su buen hacer y su know-how, o por influencias y corruptelas políticas? ¿En que condiciones de competencia, impuestos razonables y competitivos con el resto de países de la UE, etc. operan? 
Hace poco oí al filósofo, ensayista y pedagogo José Antonio Marina decir en un programa de radio: “Cada vez más personas sufren el SIC (Síndrome de inmunodeficiencia social)”. 
Se refería a esas personas que no responden a las agresiones sociales, a las mentiras y los incumplimientos. Esas personas, cada vez más numerosas, al no ejercitar el pensamiento crítico, paulatinamente se vuelven más vulnerables. En esta situación, mas pronto que tarde, alguien listo, avispado y algo psicópata se aprovechará fácilmente de ellas. 
Recordemos que la historia de la humanidad está plagada de potentísimas emociones humanas y que las ideologías ciegas pueden separar a las personas y a las comunidades hasta extremos insospechados. Si no aprendemos a enfrentarnos a los conflictos dialogando educadamente hasta encontrar una solución aceptable o la menos mala, solo nos quedará resolverlos al estilo del lejano oeste: con pistolas, a cuchilladas, con escarches, pintadas o bombas. Retornar a ese pasado no sería bueno para nadie, y menos para los que tienen menos munición o apoyos de quien la tiene.

Ojalá aprendamos que debemos gritar, despreciar e insultar menos y, en cambio, escuchar más para saber y meditar para entender.