lunes, 25 de febrero de 2019

¿Por qué no conseguimos ponernos de acuerdo?

Podríamos resumir que hay tres maneras de concebir las relaciones político-sociales: la socialdemócrata, la conservadora y la libertaria. 
La versión socialdemócrata presenta esas relaciones en términos de “opresores” vs. “oprimidos”. En su versión tradicional, sería trabajadores vs capitalistas; más modernamente, ricos vs pobres; en términos de ideología de género, varones vs mujeres… 
La versión conservadora: “civilización” vs “barbarie”, “orden” vs “desorden”, “reglas” vs “improvisación”. 
La versión libertaria (liberal clásica): “libertad” vs “coacción” o “poder”. 
¿Qué pasa con los inmigrantes? 
Los primeros dicen: están oprimidos por sus gobiernos, por los plutócratas, por el capitalismo globalizado, por la policía de fronteras, por los campos de refugiados… Hay que encontrar una lugar donde puedan ir. 
Los segundos dicen: no se puede permitir que vayan donde quieran, que no cumplan la ley, que perturben las comunidades tradicionales de nuestros países. 
Los terceros: que vayan a donde quieran, pero, eso sí, que se hagan cargo de sus asuntos, que no quieran que les financiemos su decisión.
Me parece que esta manera de ver los problemas es útil para entender las distintas posiciones. Lo difícil es dialogar, una vez hemos llegado a la conclusión de que tú piensas como piensas mientras que yo pienso de otra manera. Lo “fácil” es plantear concesiones, pero esto continúa la dialéctica del enfrentamiento. Me parece que lo que hay que hacer es, principalmente, tratar de entender al otro, y que el otro me entienda a mí. ¿Qué entiendes por opresión, por barbarie, por coacción? 
Pienso que la única solución es abandonar las categorías colectivas: tú eres comunista, socialdemócrata, conservador, libertario, antisistema, catalán, xarnego, rico, pelagatos, listo, inculto,… Porque, probablemente, cada uno de nosotros es muchas cosas al mismo tiempo: una cosa cuando hablamos de tráfico, otra cuando lo hacemos de pensiones, otra con la educación y otra con el derecho a la muerte digna… Cuando “etiquetamos” dentro de una categoría a los demás basados en estereotipos y faltos de una comprensión de la historia y principios de esa persona ponemos una seria traba al diálogo desde el principio.
En muchos lugares la gente no se entiende, sencillamente porque ni siquiera se escucha. Conocemos a mucha gente, y no dedicamos tiempo, ni medios, ni ganas a conocerlos con un cierto detalle. Les etiquetamos de acuerdo a un estereotipo que nos formamos sobre ellos: españolista, separatista, conservador, de izquierdas, cristiano, antisistema, trabajador, vago,… y nos ahorramos todo lo demás. Solo nos esforzamos algo en “conocer” a dos tipos de personas: aquellas con las que tenemos que convivir, y aquellas con las que estamos de acuerdo. Con las primeras profundizamos en aquellas cosas que nos interesan de ellas y dejamos las demás. Con las segundas nos encontramos cómodos y refuerzan nuestras “creencias”, hablamos con ellos, les seguimos en redes sociales…
¿Por qué nos encontramos cómodos con estos últimos? Probablemente, porque las fricciones son mínimas: podemos hablar de muchas cosas, compartir gustos y aficiones, socializarnos (criticamos a “los otros”)… sin que la máquina chirríe. Como dicen algunos sociólogos, somos de la misma tribu. A menudo, la tribu se limita a unas cuantas cosas: somos hinchas del mismo club, compartimos un ideario político, nos gustan las mismas películas… Mientras hablemos solo de esas cosas, la relación funcionará bien. El peligro de las tribus es que pronto aparece el “ellos” contra “nosotros”: ser de la misma tribu implica mirar a los demás como extraños, y quizás como enemigos. La tribu lleva a agrupar la gente por lealtades: a una idea, un interés, un líder…
Es curioso que esto ocurra en una época en la que hemos prescindido de la verdad: no existe, no puede ser conocida, tú tienes tu verdad y yo tengo la mía… El relativismo no nos ha traído el acuerdo, sino la confrontación, quizás porque, si no existe la verdad, no tiene objeto hablar sobre eso, porque, a lo más, llegaremos a una situación de choque frontal o, lo que puede ser peor, quizás tú me convenzas de tu verdad… y entonces me complicas la vida porqué, si soy coherente conmigo mismo, deberé cambiar lo que he hecho hasta ahora. Problema añadido si tengo una buena autoestima y pienso que he llegado hasta donde estoy por méritos propios y no tengo nada que reconocerle a nadie.
Tal vez una solución a este problema de falta de entendimiento que nos perjudica es apartar la vista de nuestro ombligo y mirar más allá de nuestra tribu y tomarse en serio a las personas que puede que estén en otras tribus o militen más o menos por libre. Ese que piensa distinto, que es “de los otros”, es una persona, tiene una historia, tiene sus ilusiones y sus temores, es “otro yo”. ¿Qué tengo en común con él? Quizás vale la pena que le conozca… aunque a lo mejor me complica la vida, si resulta que acabo entendiendo por qué piensa de otra manera y deduzco que lo que yo pensaba no es la verdad absoluta… Esto no resulta fácil de aplicar en grandes cantidades, pero sí de uno en uno, o de unos pocos en unos pocos. Abrámonos. Dejemos de odiar por el solo hecho de que no es de nuestra tribu. Saludemos a otros y ampliemos nuestra lista de conocidos. Preguntémonos por qué piensan distinto y porqué hacen lo que hacen…
Parece que el interés particular de cada uno ha pasado a ser lo más importarte y por ello es difícil establecer acuerdos y entenderse con otros que tienen otros intereses. Ahí está el error, pensar que nuestra tribu satisfará sus intereses sola que empleando la inteligencia emocional para llegar a acuerdos, no ideales pero sí mutuamente beneficiosos, con las otras tribus. Mientras no nos liberemos de la trampa mental y de la falta de empatía que nos impide escuchar y evaluar las ideas y creencias de otros y, con nuestra actitud, consigamos que los “otros” se liberen de la suya, no saldremos del conflicto permanente que nos impide avanzar como individuos y como sociedad.

Pensiones actualizadas con el IPC: ¿Logro o engaño?

Intenten visualizar esta escena:
Un joven precario que empieza a considerar una quimera el cobro de una pensión el día que sea viejo mientras paga religiosamente una parte de su nómina que sirve para ayudar al Estado a pagar la pensión de sus abuelos, el empleado que no sabe cuál será su futuro dentro de diez años, el trabajador de cincuenta años que ve como se eclipsan las buenas prejubilaciones de las que disfrutaron los trabajadores de bancos y grandes empresas, el trabajador de sesenta que teme un cambio de normas a última hora que le alargue la jubilación algunos años más, y, al final de la fila, el jubilado que no acaba de estar seguro que le paguen la actual pensión durante muchos años (si no fallan las “pastillas” debería seguir cobrando su pensión durante muchos años).
¿La escena da miedo verdad? 
¿No les parece que la escena describe con bastante realidad nuestro entorno?.
Se acercan elecciones. Los políticos de derechas esperan ganar votos prometiendo subsidios, mano dura con los inmigrantes y menos impuestos (al menos para las sociedades, los más ricos y los trabajadores cualificados en lo alto de los escalafones).
Los políticos de izquierda dicen que si no acogemos cada vez más inmigrantes, no se suben los impuestos (a todo el que no pueda eludirlos) y no se gasta más en medidas sociales NO se podrán pagar las pensiones futuras, que quieren que sean de al menos 1000€ para los más desfavorecidos.
La realidad es que la actual mejora de la economía está frenando el crecimiento del déficit de la Seguridad Social, sin rebajarlo, de momento. Se está ganando tiempo mientras rezamos para que no venga otra recesión que podría causar verdaderos estragos en la endeudada España.
Parece cierto que el número de personas que viven en la pobreza ha disminuido a menos del 10% de la población. Nunca en la historia ha habido tan pocas personas realmente pobres, pero se da la paradoja de que, al mismo tiempo, en todos los países la desigualdad ha crecido. Hay dos tendencias opuestas en marcha. El problema es que no solo se está produciendo un aumento de la desigualdad de renta, sino que también crece la desigualdad inflacionaria.
Los pensionistas hace más de un año que se manifiestan por las calles (más en Bilbao que en ninguna otra ciudad. Los pensionistas, cada vez más numerosos en España quieren su parte del pastel, y parece que todo lo que han conseguido hasta ahora es que las pensiones se vuelvan a revalorizar al mismo ritmo que lo hace el IPC. ¡Contentos y engañados!.
¿Porque digo eso? Porque se nos vende que este cambio de política (que las pensiones se vuelvan a revalorizar con el IPC) es un gran logro para los pensionistas cuando en realidad NO lo es tanto.
¿Se han preguntado qué significa realmente ese “logro” en su economía doméstica particular?
Por ejemplo si la pensión mínima de 600€ en 2007 se hubiera revalorizado todos los años con el IPC se hubiera convertido en 676€ en 2019 en lugar de los 642€ en que realmente cobra ese pensionista. El chocolate del loro.
¿Saben que la inflación es una estadística plutocrática?. El IPC (índice de precios al consumo) está formado por una “cesta de bienes de consumo”, y ¿saben que “quién gasta más dinero” tiene más influencia en decidir qué es lo que llena la cesta y por tanto sirve para calcular el IPC?
La metodología del cálculo pueden leerla aquí, pero prueben a buscar en la web del INE la composición/ponderación de la “cesta de productos-servicios” que supuestamente usan para calcular el IPC. En lugar de ser un dato (Clasificación ECOICOP y Enlaces con la COPICOP-IPC) fácilmente accesible, como debería ser, tendrán que sudar mucho, si es que llegan a encontrarlo. Pasa algo similar a lo que ocurre con los “datos brutos” para calcular las “balanzas fiscales territoriales”… el Gobierno NO las publica desde hace muchos años y así nadie puede valorar como correctas o incorrectas las valoraciones que en cada momento decide hacer. Una cosa es lo que “se nos dice que es” pero la falta de transparencia da pie a que puedan mantenernos “engañados”.
Eso significa que en la mayoría de los países el índice IPC refleja los usos de consumo de la “clase media alta”, NO los de la mayoría de la población. 
Si usted pertenece a una familia de renta baja o mediana, ¡Calcule en qué cosas realmente gasta su familia su dinero! Los bancos ayudan a que lo sepamos porque nos ofrecen tablas y gráficos para que nos sea fácil conocer en que nos gastamos nuestro dinero.
Comprobará que las categorías mas importantes en las que se engloban sus gastos suelen ser alimentos, energía y vivienda. Si son mayores, también en asistencia médica. Los impuestos indirectos y los directos (locales, autonómicos, nacionales, etc) también representan un buen porcentaje.
¿Saben que esos son los componentes de la inflación que mas han subido en los últimos 25 años?. 
El hecho es que para el 75% de la población nuestros gastos anuales han subido bastante más que la inflación oficial medida por el IPC. La diferencia es bastante mayor para los jubilados que se supone que además tienen algunos ahorros (si no los tienen lo pasarán todavía peor) que les rentan menos que la inflación y colaboran a que pierdan poder adquisitivo.
Durante mucho tiempo, la diferencia entre la “inflación familiar” y el IPC, no fue un problema social o político, porque hasta 2008 teníamos “crédito fácil”. Eso creó una sensación falsa de igualdad en el consumo puesto que mucha gente que no tenía dinero podía comprarse a crédito el mismo coche/casa/paquete vacacional, etc. que quienes podían pagarlo en efectivo. El crédito nos permitió ilusoriamente usar nuestro nivel de vida de mañana para mejorar nuestro nivel de vida hoy y nos olvidamos de como se comportaba la gente antes de esos tiempos gloriosos (primero ahorcan y cuando tenían el capital necesario, daban la entrada para un pisito, se compraban un electrodoméstico o se iban de vacaciones a donde sus ahorros les permitían. Deudas las mínimas)
El problema vino cuando el hechizo se deshizo y se interrumpió el crédito. ¡Estalló la crisis!. Los bancos y principalmente las “Cajas” dejaron de dar créditos sin comprobar la capacidad de retorno. Quienes, hace unos años, compraron a crédito bienes de consumo y llevaron un tren de vida por encima de sus posibilidades, ahora siguen teniendo el mismo coche/casa/equipamiento, etc, ya viejo o muy viejo y rezan para que no se rompa nada. Quienes primero ahorraron y compraron en efectivo o con el mínimo crédito, hoy se pueden comprar un bien de consumo nuevo más barato y con mejores prestaciones o simplemente tienen un mejor grado de libertad económica.
Par acabar de apuntillar al herido, el Gobierno sigue ayudando a hundir más en la miseria a esas personas si obliga a cambiar por ley el vehículo (eliminación de diesel y posteriormente gasolina), a realizar “embellecimientos innecesarios en las fachadas de todos los edificios”, si sigue poniendo “impuestos al sol” para que tengamos que consumir obligatoriamente a las compañías su cara energía, si sigue impidiendo usar redes WiFi públicas o semi-privadas en los edificios, etc.
En términos medioambientales, estamos haciendo lo mismo: pedir prestados recursos futuros para mejorar nuestro nivel de vida hoy. Si solo utilizáramos recursos renovables, nuestro nivel de vida se reduciría en una tercera parte. Si quemo un barril de petróleo hoy, no voy a poder quemarlo mañana. Para 2030, la mitad de nuestro nivel de vida será un crédito medioambiental prestado del futuro. Por otra parte si decidimos utilizar solo recursos renovables, nuestro nivel de vida en 2030 será un 50% inferior a menos que las cosas cambien. Hay que decidir ¿qué es lo que realmente queremos?, ¿qué estamos dispuestos a hacer?, ¿cuánto estamos dispuestos a sacrificarnos y a ¿que estamos dispuestos a renunciar para conseguirlo?
Nuestros políticos tienen grandes desafíos que resolver. El crecimiento nominal del PIB [PIB más inflación] no ha sido tan bueno como se vanaglorian los políticos que han gobernado España durante los años postcrisis. El problema es que la deuda española también es nominal, por lo que la ratio PIB-deuda se reduce muy despacio. 
Tampoco nadie nos cuenta que en los últimos años el desempleo ha caído porque mucha gente joven (la mejor formada y capaz de generar valor añadido) se ha marchado del país a otras regiones donde les han dado la oportunidad de desarrollar sus carreras o al menos les han ofrecido un puesto de trabajo mejor del que podían conseguir en España. 
Los cambios futuros en la economía mundial van a exigir un capital humano bien formado y flexible. El hecho de que mucha gente joven, con talento y bien formada, se haya marchado de España sin que puedan “retornar” parte de los recursos que el país ha invertido en ellos, no es una señal positiva.
Podríamos seguir hablando de temas importantes para los que los políticos deberían trabajar en busca de soluciones y mejoras, en lugar de hacer viajes de postureo, discursos y promesas incumplibles, pero claro, parece que nos esperan 30 años de populismo. Ellos se gritan, insultan, nos mienten descaradamente, malversan recursos públicos, mientras nosotros discutimos los unos con los otros atrincherándonos en bandos que no nos llevan a nada bueno.

viernes, 1 de febrero de 2019

¿Cuándo dejaremos de obviar lo relevante?

Hace tiempo que he perdido la cuenta de las veces que se habla de la tendencia sexual sospechada de quien no está presente, como si el tema fuera de interés general. 
También he perdido la cuenta de las veces en que los medios de comunicación criminalizan globalmente ciertos colectivos poniendo repetidamente ejemplos de actuaciones incorrectas de algunos de sus miembros y no mencionando ninguna de las actuaciones incorrectas cometidos por miembros de otros colectivos. Lo primero es noticia permanente y lo segundo no es nunca noticia, ni se llevan estadísticas.
No me importa en absoluto si mis amigos/conocidos son LGTBIetc., si son ateos o religiosos, ni de que partido político son, ni si son zurdos o diestros, ni que deporte les gusta ni decenas de otros chismorreos.
No abandero la causa de los diferentes colectivos de moda en los medios de comunicación, ni creo que deba estar nadie orgulloso de ser gay, ni de ser hetero, ni de ser mujer, ni hombre. Cada uno somos lo que somos y hacemos lo que queremos en la intimidad. En cambio, sí valoro y aprecio las cualidades de mis amigos y algunos conocidos porque son majos, divertidos, nobles, dialogantes, fiables, exigentes consigo mismos y con los demás, etc… Como sabemos lo que pensamos, somos responsables de nuestros actos, educados con los demás y nos respetamos, no hemos tenido nunca problemas en nuestra relación.
Para mí, más que el colectivo al que pertenece cada persona, el color de su piel o sus simpatías políticas o religiosas, lo importante son sus valores, la eficacia con la que realiza su trabajo, la corrección con la que se comporta en sociedad, etc. Si alguien es un chapuzas, un incompetente, un corrupto, un irresponsable, etc., lo que menos importa es si es hombre o mujer, si es gay o hetero o si es religioso o ateo. 

Hace tiempo que nos hemos instalado en el reino de la mediocridad. Cada vez los objetivos de los ciudadanos y de los políticos son menos ambiciosos y más cortoplacistas. Nuestros políticos no son capaces de ilusionar, porque nos causan la sensación de que solo trabajan para conseguir nuestro voto y mantenerse en el poder. ¡Eso es terrible!. Terrible por ser tan cierto y tan graves las repercusiones que sus procederes tienen en nuestras vidas. Una persona sin ilusiones se convierte en un paria social y no hará ningún esfuerzo. ¿Para qué? Se dejará llevar por la inercia cotidiana y su aportación a sus intereses, su familia y la sociedad en la que vive será una birria.
A nivel personal, el mayor peligro no radica en que nos establezcamos unos objetivos demasiado altos y fracasemos, sino en establecer unos objetivos demasiado bajos, y los logremos fácilmente.
Los medios de comunicación nos suelen contar que en otros países hay menos corrupción, más solidaridad, mejores empresas y empresarios que pagan salarios más altos que los nuestros, etc. Tal vez sean exageraciones publicitarias, pero no estaría mal que nos las pusiéramos como objetivos a conseguir. Que pensáramos que todos, nuestros dirigentes y empresarios a la cabeza, pero también cada uno de nosotros, deberíamos hacer un esfuerzo muy serio para alcanzar ese nivel que admiramos, deseamos o envidiamos en otros países, comunidades o personas. Si alguien monta una empresa, asociación o partido político y lo publicita como un "grupo de amiguetes que hacen lo que pueden para pillar lo que puedan", nuestra única aspiración sería formar parte del “grupo de amiguetes” para que nos toque algo, aunque sean las migajas del pastel. La responsabilidad siempre será nuestra, pero si el entorno es exigente, influirá para mejor en nuestro comportamiento personal que si el ambiente es laxo, sucio, irresponsable, irrespetuoso con la propiedad privada o el cumplimiento de la ley.
Creo que educar a los hijos es más difícil hoy en día que en el siglo pasado porque el ambiente está lleno de exigencias y de derechos. Todos queremos tener derecho a “todo” solo por el hecho de vivir en este país, aunque no hayamos hecho nada para merecerlo, ni estemos dispuestos a asumir ningún deber o responsabilidad social para posibilitar el mantenimiento del estado de bienestar. Estamos rodeados de demasiadas “demandas” y demasiada “discriminación inversa”. Leonardo da Vinci escribía como reflejando su letra en un espejo. Así es, con frecuencia, la discriminación inversa. 
Hace pocos días una chica mató a su marido a cuchilladas. La noticia apareció pequeñita y no se repitió más veces, como suele suceder con todos los asesinatos calificados “de género”. Queda una sensación como si ese asesinato no contara y no interesara divulgarlo. Si hubiera sido al revés, hubiera abierto telediarios y se hubiera repetido varios días en las noticias. Los medios, en vez de decir que “un bestia ha matado a su mujer o que una bestia ha matado a su marido", lo “cocinan” y lo difunden de diferente forma dependiendo del cual sea el agresor. Eso no muestra equilibrio ni igualdad en el tratamiento de la información.
Hace años que diferentes colectivos “exigen la paridad de género”. Se ha legislado al respecto. Aún así no he encontrado a nadie que explique algo tan simple como ¿por qué es mejor un “Consejo” (de Ministros, de dirección, etc.) formado con un 50% de mujeres que otro con un 90% de mujeres u otro con un 90% de hombres? Si la contestación es: "Porque esas señoras son lo mejor que había en el mercado laboral y ya tenían antes fama de muy buenas profesionales", me parecería fantástico. Si es solo porque tienen sexo femenino y hay que cumplir una ley impuesta por un grupo de poder, me parecería una estupidez. Y, peor aún, un insulto a las mujeres, porque muchos, cuando las ven en esos cargos de responsabilidad, lo primero que se preguntan es si las han elegido por lo de la “paridad” o porqué son las mejores entre las “personas” disponibles.
A modo de ejemplo, supongamos que a un trabajo se presentan ocho hombres brillantes y ocho mujeres mediocres (no porqué los hombres tengan más inteligencia innata, que todos sabemos que no es cierto; sino tal vez, porqué han tenido más oportunidades de formarse, más oportunidades de acumular experiencia, etc), para cubrir cuatro puestos, y eligen a cuatro de los ocho hombres brillantes, los medios dirán que no ha habido igualdad de oportunidades porque no han escogido al menos a dos mujeres.
Tan malo es taponar, por prejuicios, a quien merece más, como ensalzar, también por prejuicios, a quien no lo merece. Pero vivimos en el tiempo de la tontería, de los ofendiditos cargados de derechos, de hablar generalizando sin analizar concretamente cada tema concreto teniendo en cuenta lo verdaderamente relevante. Vivimos en el tiempo en el que hay que subvencionar el fútbol femenino porque es injusto que no tenga los mismos medios que el masculino. Los demás deportes, tanto femeninos como masculinos no cuentan. Imaginan que en el futuro se decidiera que si en un examen un alumno saca un diez y otro un cuatro, se le ponga a los dos un siete porque hay que fomentar la igualdad, aunque sea de forma malentendida y produzca, en ocasiones, efectos nefastos.
Todos podemos emocionarnos, divertirnos o incluso emocionarnos viendo 'Campeones'. Aún así, nunca recomendaría a los protagonistas para que jugaran en la NBA, lo mismo que yo no tengo derecho a participar en los Juegos Olímpicos ni siquiera en un campeonato profesional de baile. Y si saliera una ley diciendo que los señores de más de 60 años nacidos en Catalunya si pueden hacerlo y que se hará una auditoría de las “Federaciones” correspondientes para comprobar que estamos inscritos yo y otros como yo y, si no lo estamos, que la Federación diga qué medidas va a tomar para reparar en el menor tiempo posible ese fallo, consideraré que, una vez más, algún tonto ha hecho una solemne tontería. 
En nuestro entorno reina la vulgaridad, la ordinariez y el analfabetismo, porque aunque cualquier niño (nacidos digitales) sea capaz de aporrear la pantalla de un movil, tablet o las teclas de un ordenador y consigan sonidos e imágenes, demasiado veces no saben que hacer con lo conseguido, más que “consumir” sensaciones y seguir consumiendo.
Personalmente pienso que lo importante es conseguir una verdadera igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades para todos; y no confundirla con “igualdad de resultados” que dependerá de las aspiraciones, inteligencia y desempeño de cada uno en particular.
Algunos nos quieren convertir la vida en una competición para que nos matemos entre nosotros. Lo importante es que cada cual viva su vida sin intromisiones ajenas y sin mirar con envidia cómo le va al de al lado. Nadie está obligado a superar a nadie y tampoco el triunfo del prójimo debería provocarle sufrimiento. Lo que si deberíamos intentar todos es superarnos continuamente a nosotros mismos en las tareas que emprendamos.
Sé que los tiempos cambian, como lo han hecho siempre, y que los que ahora mandan y “diseñan el sistema” no les importa lo más mínimo mi opinión. Eso no quita que pueda expresarla, sobre todo en mi casa y en los foros en los que participo, para que, por lo menos, la epidemia de imbecilidad no contamine a mi entorno más próximo.