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lunes, 10 de septiembre de 2012

LAS ÉLITES “EXTRACTIVAS”

César Molinas, ex directivo de Merrill Lynch, publicará en 2013 un libro titulado “¿Qué hacer con España?”. El artículo que transcribo más abajo, corresponde a uno de sus capítulos. 
Para los que no aguanten la lectura de un artículo de más de 5000 palabras, pese a que vale mucho la pena leerlo, (no es preciso hacerlo de un tirón y sin parpadear), he resaltado algunas frases y he añadido algunos comentarios. 
Aunque es muy difícil arreglar la situación política actual en España, hay muchas soluciones si se tiene voluntad de buscarlas. Dialogando y consensuando posturas. 
Si nos peleamos todos por “matices” y solo apoyamos las ideas que nos son afines al 100%, nunca conseguiremos nada. 
La única forma de cambiar algo, es hacerlo unidos. La técnica del “divide y vencerás” la aplican las élites dirigentes o poderosas desde muy antiguo. Todo el mundo lo sabe y aún sabiéndolo, parece que no sabemos vacunarnos contra ella. 
El artículo de César Molinas pasa revista a la historia reciente de la política española y diagnostica que los políticos (al menos los que han tenido relevancia en el gobierno del estado) son responsables en gran manera de los "males" actuales que padece nuestra sociedad y un cambio en la Ley electoral que nos dotara de un sistema electoral más adecuado, ayudaría a sanear y "prescindir" en cierto modo, de la lamentable cúpula política que tenemos actualmente. Por supuesto a los “nuevos políticos” habría que vacunarlos contra la “corrupción”, pero esto ya será tema de otro artículo. 
Espero disfrutéis con la lectura de este largo y os enriquezcáis con su contenido y meditando lo expuesto.. 
©JAS2012



En este artículo propongo una teoría de la clase política española para argumentar la necesidad imperiosa y urgente de cambiar nuestro sistema electoral para adoptar un sistema mayoritario.
La teoría se refiere al comportamiento de un colectivo y, por tanto, no admite interpretaciones en términos de comportamientos individuales.
En estas teorías siempre son sesgadas porque no se puede considerar de la misma clase al Presidente del Gobierno o “altos cargos de confianza” –con sus posibilidades económicas derivadas del cargo sumadas a las de su actividad privada – y al concejal del pueblo más pequeño de España o al militante de base, que quizá esté en paro y sin sueldo. Siempre hay excepciones, y cuantas más hay, mas se equivoca uno generalizando. Seguro que hay políticos honrados e incorruptos (más cuanto más bajo están en la escala del poder), pero ¿Cómo son y cómo actúan los políticos de la cumbre?
¿Por qué una teoría?
Por dos razones. En primer lugar porque una teoría, si es buena, permite conectar sucesos aparentemente inconexos y explicar sucesos aparentemente inexplicables. Es decir, dar sentido a cosas que antes no lo tenían. Y, en segundo lugar, porque de una buena teoría pueden extraerse predicciones útiles sobre lo que ocurrirá en el futuro. Empezando por lo primero, una buena teoría de la clase política española debería explicar, por lo menos, los siguientes puntos:
1. ¿Cómo es posible que, tras cinco años de iniciada la crisis, ningún partido político tenga un diagnóstico coherente de lo que le está pasando a España?
2. ¿Cómo es posible que ningún partido político tenga una estrategia o un plan a largo plazo creíble para sacar a España de la crisis? ¿Cómo es posible que la clase política española parezca genéticamente incapaz de planificar?
La planificación de la economía que proponen partidos y organizaciones que en estos 35 años no han tenido posibilidad de gobernar España choca contra al libre mercado que promulgan y al que han dado alas PP y PSOE (al igual que, si pudieran, lo harían UPyD y los nuevos inventos que orbitan los grandes partidos), por lo que por supuesto que existe una estrategia creíble a largo plazo: planificación de la economía, banca supervisada, reindustrialización, etc. ”¿Cómo es posible que ninguno de los grandes partidos políticos con la mayoría de la representación parlamentaria tenga una estrategia o un plan a largo plazo creíble para sacar a España de la crisis fuera del neoliberalismo? ¿Cómo es posible que la casta política representada por PP y PSOE  parezca genéticamente incapaz de planificar?”.  Seguramente porque si planificasen mutarían en algo que va en contra de los intereses personales de las castas que viven a sus expensas, que lo mismo promueven la privatización de una empresa que una vez dejado el cargo aceptan un puesto de consejero en ella.
3. ¿Cómo es posible que la clase política española sea incapaz de ser ejemplar? ¿Cómo es posible que nadie haya pedido disculpas?
4. ¿Cómo es posible que la estrategia de futuro más obvia para España -la mejora de la educación, el fomento de la innovación, el desarrollo y el emprendimiento y el apoyo a la investigación- sea no ya ignorada, sino masacrada con recortes por los partidos políticos mayoritarios?
La clase política española forma una élite extractiva porqué ha desarrollado en las últimas décadas un interés particular, sostenido por un sistema de captura de rentas, que se sitúa por encima del interés general de la nación.
Los políticos españoles son los principales responsables de la burbuja inmobiliaria, del colapso de las cajas de ahorro, de la burbuja de las energías renovables y de la burbuja de las infraestructuras innecesarias. Estos procesos han llevado a España a los rescates europeos, resistidos de forma numantina por nuestra clase política porque obligan a hacer reformas que erosionan su interés particular.
Una reforma legal que implantase un sistema electoral mayoritario provocaría que los cargos electos fuesen responsables ante sus votantes en vez de serlo ante la cúpula de su partido, que al estar todos pringados no se auto-exigen ninguna responsabilidad. Esta reforma daría un vuelco muy positivo a la democracia española y facilitaría el proceso de reforma estructural.
Hay diferencias entre los políticos de la transición, llamados “hombres de Estado” y esto, principalmente PP, PSOE y sus sucursales en las autonomías históricas, están desmontando el Estado y montándose sus parcelas de poder y sus chiringuitos personales. Sin embargo, aquella mal llamada “Transición”, se realizó sin que, en esencia, el poder cambiara de manos y además se efectuó con la tutela de EEUU y de su agencia de inteligencia para que lo que quienes más activamente habían luchado contra la dictadura durante 40 años, sindicalistas y militantes (comunistas principalmente) no tuviesen influencia importante en el nuevo régimen. La cuestión no es baladí, puesto que el peso político y el poder real que habían adquirido quienes lucharon contra el franquismo fue apartado de un plumazo por los políticos que comenzaron a constituirse como la “casta” que hoy nos malgobierna..
 La historia

Los políticos de la Transición tenían procedencias muy diversas: unos venían del franquismo, otros del exilio y otros estaban en la oposición ilegal del interior. No tenían ni espíritu de gremio ni un interés particular como colectivo. Muchos de ellos no se veían a sí mismos como políticos profesionales y, de hecho, muchos no lo fueron nunca. Estos políticos tomaron dos decisiones trascendentales que dieron forma a la clase política que les sucedió. La primera fue adoptar un sistema electoral proporcional corregido, con listas electorales cerradas y bloqueadas. El objetivo era consolidar el sistema de partidos políticos fortaleciendo el poder interno de sus dirigentes, algo que entonces, en el marco de una democracia incipiente y dubitativa, parecía razonable. La segunda decisión, cuyo éxito se condicionaba al de la primera, fue descentralizar fuertemente el Estado, adoptando la versión café para todos del Estado de las autonomías. Los peligros de una descentralización excesiva, que eran evidentes, se debían conjurar a partir del papel vertebrador que tendrían los grandes partidos políticos nacionales, cohesionados por el fuerte poder de sus cúpulas. El plan, por aquel entonces, parecía sensato.
Pero lo que creó al monstruo no fue el plan, que no era malo, sino su implementación.
Por una serie de imponderables, a la joven democracia española se le acabó implantando una clase política profesional que rápidamente devino disfuncional y monstruosa. Matt Taibbi, en su célebre artículo de 2009 en Rolling Stone sobre Goldman Sachs “La gran máquina americana de hacer burbujas” comparaba al banco de inversión con un gran calamar vampiro abrazado a la cara de la humanidad que va creando una burbuja tras otra para succionar de ellas todo el dinero posible. Más adelante propondré un símil parecido para la actual clase política española, pero antes conviene analizar cuáles han sido los cuatro imponderables que han acabado generando a nuestro monstruo.
En primer lugar, el sistema electoral proporcional, con listas cerradas y bloqueadas, ha creado una clase política profesional muy distinta de la que protagonizó la Transición. Desde hace ya tiempo, los cachorros de las juventudes de los diversos partidos políticos acceden a las listas electorales y a otras prebendas por el exclusivo mérito de fidelidad a las cúpulas. Este sistema ha terminado por convertir a los partidos en estancias cerradas llenas de gente en las que, a pesar de lo cargado de la atmósfera, nadie se atreve a abrir las ventanas. No pasa el aire, no fluyen las ideas, y casi nadie en la habitación tiene un conocimiento personal directo de la sociedad civil o de la economía real. La política y sus aledaños se han convertido en un modus vivendi que alterna cargos oficiales con enchufes en empresas, fundaciones y organismos públicos y, también en empresas privadas reguladas que dependen del BOE para prosperar.
En segundo lugar, la descentralización del Estado, que comenzó a principios de los 80, fue mucho más allá de lo que era imaginable cuando se aprobó la Constitución. Como señala Enric Juliana en su reciente libro Modesta España, el Estado de las autonomías inicialmente previsto, que presumía una descentralización controlada de “arriba a abajo”, se vio rápidamente desbordado por un movimiento de “abajo a arriba” liderado por élites locales que, al grito de “¡no vamos a ser menos!”, acabó imponiendo la versión de café para todos del Estado autonómico.

¿Quiénes eran y qué querían estas élites locales?

Es fácil imaginar que los beneficiarios de los sistemas clientelares y caciquiles implantados en la España de provincias desde 1833, miraban al nuevo régimen democrático con preocupación e incertidumbre, lo que les pudo llevar, en muchos casos, a apuntarse a “cambiarlo todo para que todo siga igual” y a ponerse en cabeza de la manifestación descentralizadora. Como resultante de estas fuerzas, se produjo un crecimiento vertiginoso de las Administraciones Públicas: 17 administraciones y gobiernos autonómicos, 17 parlamentos y miles -literalmente miles- de nuevas empresas y organismos públicos territoriales cuyo objetivo último en muchos casos, era generar nóminas y dietas. En ausencia de procedimientos establecidos para seleccionar plantillas, los políticos colocaron en las nuevas administraciones y organismos a deudos, familiares y camaradas, lo que llevó a una estructura clientelar y politizada de las administraciones territoriales que era inimaginable cuando se diseñó la Constitución. A partir de una Administración hipertrofiada, la nueva clase política se había asegurado un sistema de captura de rentas -es decir un sistema que no crea riqueza nueva, sino que se apodera de la ya creada por otros- por cuyas alcantarillas circulaba la financiación de los partidos.
En tercer lugar, llegó la gran sorpresa. El poder dentro de los partidos políticos se descentralizó a un ritmo todavía más rápido que las Administraciones Públicas. La idea de que la España autonómica podía ser vertebrada por los dos grandes partidos mayoritarios saltó hecha añicos cuando los llamados barones territoriales adquirieron bases de poder de “abajo a arriba” y se convirtieron, en la mejor tradición del conde de Warwick, en los hacedores de reyes de sus respectivos partidos. En este imprevisto contexto, se aceleró la descentralización del control y la supervisión de las Cajas de Ahorro. Las comunidades autónomas se apresuraron a aprobar sus propias leyes de Cajas y, una vez asegurado su control, poblaron los consejos de administración y cargos directivos con políticos, sindicalistas, amigos y compinches. Por si esto fuera poco, las Cajas tuteladas por los gobiernos autonómicos hicieron proliferar empresas, organismos y fundaciones filiales, en muchas ocasiones sin objetivos claros aparte del de generar más dietas y más nóminas.
Y en cuarto lugar, aunque la lista podría prolongarse, la clase política española se ha dedicado a colonizar ámbitos que no son propios de la política como, por ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivo, el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Banco de España, la CNMV, los reguladores sectoriales de energía y telecomunicaciones, la Comisión de la Competencia… El sistema democrático y el Estado de derecho necesitan que estos organismos, que son los encargados de aplicar la Ley, sean independientes. La politización a la que han sido sometidos ha terminado con su independencia, provocando una profunda deslegitimación de estas instituciones y un severo deterioro de nuestro sistema político.
Al tiempo que invadía ámbitos ajenos, la política española abandonaba el ámbito que le es propio: el Parlamento. El Congreso de los Diputados no es solo el lugar donde se elaboran las leyes; es también la institución que debe exigir la rendición de cuentas. Esta función del Parlamento, esencial en cualquier democracia, ha desaparecido por completo de la vida política española desde hace muchos años. La quiebra de Bankia, escenificada en la pantomima grotesca de las comparecencias parlamentarias del pasado mes de julio, es sólo el último de una larga serie de casos que el Congreso de los Diputados ha decidido tratar como si fuesen catástrofes naturales, como un terremoto, por ejemplo, en el que aunque haya víctimas no hay responsables. No debería sorprender, desde esta perspectiva, que los diputados no frecuenten la Carrera de San Jerónimo: hay allí muy poco que hacer.

Las burbujas

Los cuatro procesos descritos en los párrafos anteriores han conformado un sistema político en el que las instituciones están, en el mal sentido de la palabra, excesivamente politizadas y en el que nadie acaba siendo responsable de sus actos porque nunca se exige en serio rendición de cuentas. Nadie dentro del sistema pone en cuestión los mecanismos de capturas de rentas que constituyen el interés particular de la clase política española. Este es el contexto en el que se desarrollaron no sólo la burbuja inmobiliaria y el saqueo y quiebra de la gran mayoría de las Cajas de Ahorro, sino también otras “catástrofes naturales”, otros “actos de Dios”, a cuya generación tan adictos son nuestros políticos. Porque, como el gran calamar de Taibbi, la clase política española genera burbujas de manera compulsiva. Y lo hace no tanto por ignorancia o por incompetencia como porque en todas ellas captura rentas. Hagamos, sin pretensión alguna de exhaustividad, un brevísimo repaso de las principales tropelías impunes de las últimas dos décadas: la burbuja inmobiliaria, las Cajas de Ahorro, las energías renovables y las nuevas autopistas de peaje.

La burbuja inmobiliaria española

La burbuja inmobiliaria española fue, en términos relativos, la mayor de las tres que estuvieron en el origen de la actual crisis global, siendo las otras dos la estadounidense y la irlandesa. No hay duda de que, como las demás, estuvo alimentada por los bajos tipos de interés y por los desequilibrios macroeconómicos a escala mundial. Pero, dicho esto, al contrario de lo que sucede en EE UU, las decisiones sobre qué se construye y dónde se construye en España se toman en el ámbito político. Aquí no se puede hablar de pecados por omisión, de olvido del principio de que los gestores públicos deben gestionar como diligentes padres de familia. No. En España la clase política ha inflado la burbuja inmobiliaria por acción directa, no por omisión ni por olvido. Los planes urbanísticos se fraguan en complejas y opacas negociaciones de las que, además de nuevas construcciones, surgen la financiación de los partidos políticos y numerosas fortunas personales, tanto entre los recalificados como entre los recalificadores. Por si el poder de los políticos –decidir el qué y el dónde- no fuese suficiente, la transmisión del control de las Cajas de Ahorro a las comunidades autónomas añadió a los dos anteriores el poder de decisión sobre el quién, es decir, el poder de decisión sobre quién tenía financiación de la Caja de turno para ponerse a construir. Esto supuso un salto cualitativo en la capacidad de captura de rentas de la clase política española, acercándola todavía más a la estrategia del calamar vampiro de Taibbi. Primero se infla la burbuja, a continuación se capturan todas las rentas posibles y, por último, a la que la burbuja pincha… ¡ahí queda eso! El panorama, cinco años después del pinchazo de la burbuja, no puede ser más desolador. La economía española no crecerá durante muchos años más y las Cajas de Ahorro han desaparecido, la gran mayoría por insolvencia o quiebra técnica. ¡Ahí queda eso!
Las otras dos burbujas son resultado de la peculiar simbiosis de nuestra clase política con el “capitalismo castizo”, es decir, con el capitalismo español que vive del favor del Boletín Oficial del Estado. 

Burbuja de las energías renovables

La burbuja de las energías renovables en España representa un 2% del PIB mundial y está pagando el 15% del total global de las primas a las energías renovables. Este dislate, presentado en su día como una apuesta por situarse en la vanguardia de la lucha contra el cambio climático, es un sinsentido que España no se puede permitir. Pero estas primas generan muchas rentas y prebendas capturadas por la clase política y, también hay que decirlo, mucho fraude y mucha corrupción a todos los niveles de la política y de la Administración. Para financiar las primas, las empresas y familias españolas pagan la electricidad más cara de Europa, lo que supone una grave merma de competitividad para nuestra economía. A pesar de esos precios exagerados, y de que la generación eléctrica tiene un exceso de capacidad de más del 30%, el sistema eléctrico español ostenta un déficit tarifario de varios miles de millones de euros al año y más de 24.000 millones de deuda acumulada que nadie sabe cómo pagar. La burbuja de las renovables ha pinchado y… ¡ahí queda eso!
También es verdad que es una decisión social el consumir energías limpias y más seguras y en España tenemos mucho sol y viento para aprovecharlo sin necesidad de las corruptas "primas".

La burbuja de las infraestructuras innecesarias

La última burbuja que traeré a colación, aunque la lista es más larga (fútbol, televisiones…), es la formada por las innumerables infraestructuras innecesarias construidas en las últimas dos décadas a costes astronómicos para beneficio de constructores y perjuicio de contribuyentes. Uno de los casos más chirriantes es el de las autopistas radiales de Madrid, pero hay muchísimos más. Las radiales, que pretendían descongestionar los accesos a Madrid, se diseñaron y construyeron haciendo dejación de principios muy importantes de prudencia y buena administración. Para empezar, se hicieron unas previsiones temerarias del tráfico que dichas autopistas iban a tener. En la actualidad el tráfico no supera el 30% de lo previsto. Y no es por la crisis: en los años del boom tampoco había tráfico. A continuación ¿incomprensiblemente? el Gobierno permitió que los constructores y los concesionarios fuesen, esencialmente, los mismos. Esto es un disparate, porque al disfrazarse los constructores de concesionarios mediante unas sociedades con muy poco capital y mucha deuda, se facilitaba que pasara lo que acabó pasando: los constructores cobraron de las concesionarias por construir las autopistas y, al constatarse que no había tráfico, amenazaron con dejarlas quebrar. Los principales acreedores eran ¡oh sorpresa! las Cajas de Ahorro. Los más de 3.000 millones de deuda nadie sabe cómo pagarlos y acabarán recayendo sobre el contribuyente.

La teoría

Termino aquí la parte descriptiva de este artículo en la que he resumido unos pocos “hechos estilizados” que considero representativos del comportamiento colectivo, no necesariamente individual, y esto es importante recordarlo, de los políticos españoles. Paso ahora a formular una teoría de la clase política española como grupo de interés.
El enunciado de la teoría es muy simple. La clase política española no sólo se ha constituido en un grupo de interés particular, como los controladores aéreos, por poner un ejemplo, sino que ha dado un paso más, consolidándose como una élite extractiva caracterizada por:
  •  "Tener un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio".
  • "Tener el poder suficiente para impedir un sistema institucional inclusivo, es decir, un sistema que distribuya el poder político y económico de manera amplia, que respete el Estado de derecho y las reglas del mercado libre. Dicho de otro modo, tener el poder suficiente para condicionar el funcionamiento de una sociedad abierta -en el sentido de Popper- u optimista -en el sentido de Deutsch".
  • "Abominar la 'destrucción creativa', que caracteriza al capitalismo más dinámico. En palabras de Schumpeter "la destrucción creativa es la revolución incesante de la estructura económica desde dentro, continuamente destruyendo lo antiguo y creando lo nuevo".  Este proceso de destrucción creativa es el rasgo esencial del capitalismo.”Una élite extractiva abomina, además, cualquier proceso innovador lo suficientemente amplio como para acabar creando nuevos núcleos de poder económico, social o político".
¿Qué tiene que decir sobre las cuatro preguntas que se le han planteado al principio del artículo? Veamos:
La clase política española, como élite extractiva, no puede tener un diagnóstico razonable de la crisis. Han sido sus mecanismos de captura de rentas los que la han provocado y eso, claro está, no lo pueden decir. Cierto, hay una crisis económica y financiera global, pero eso no explica seis millones de parados, un sistema financiero parcialmente quebrado y un sector público que no puede hacer frente a sus compromisos de pago. La clase política española tiene que defender, como está haciendo de manera unánime, que la crisis es un acto de Dios, algo que viene de fuera, imprevisible por naturaleza y ante lo cual sólo cabe la resignación.
La clase política española, como élite extractiva, no puede tener otra estrategia de salida de la crisis distinta a la de esperar que escampe la tormenta. Cualquier plan a largo plazo, para ser creíble, tiene que incluir el desmantelamiento, por lo menos en parte, de los mecanismos de captura de rentas de los que se beneficia. Y eso, por supuesto, no se plantea.
¿Pidieron perdón los controladores aéreos por sus desmanes? No, porque consideran que defendían su interés particular. ¿Alguien ha oído alguna disculpa de algún político por la situación en la que está España? No, ni la oirá, por la misma razón que los controladores. ¿Cómo es que, como medida ejemplarizante, no se ha planteado en serio la abolición del Senado, de las diputaciones, la reducción del número de ayuntamientos…? Pues porque, caídas las Cajas de Ahorro -y ante las dificultades presentes para generar nuevas burbujas- la defensa de las rentas capturadas restantes se lleva a ultranza. ¡Con todo el descaro y sin ápice de vergüenza!
Tal y como establece la teoría de las élites extractivas, los partidos políticos españoles comparten un gran desprecio por la educación, una fuerte animadversión por la innovación y el emprendimiento y una hostilidad total hacia la ciencia y la investigación. De la educación sólo parece interesarles el adoctrinamiento: las estridentes peleas sobre la Educación para la Ciudadanía contrastan con el silencio espeso que envuelve las cuestiones verdaderamente relevantes como, por ejemplo, el elevadísimo fracaso escolar o los lamentables resultados en los informes PISA. La innovación y el emprendimiento languidecen en el marco de regulaciones disuasorias y fiscalidades punitivas sin que ningún partido se tome en serio la necesidad de cambiarlas. Y el gasto en investigación científica, concebido como suntuario de manera casi unánime, se ha recortado con especial saña sin que ni un solo político relevante haya protestado por un disparate que compromete más que ningún otro el futuro de los españoles.
La teoría de las élites extractivas, por lo visto hasta aquí, parece dar sentido a bastantes rasgos llamativos del comportamiento de la clase política española. Veamos qué nos dice sobre el futuro.

La predicción

La crisis ha acentuado el conflicto entre el interés particular de la clase política española y el interés general de España. Las reformas necesarias para permanecer en el euro chocan frontalmente con los mecanismos de captura de rentas que sostienen dicho interés particular. Por una parte, la estabilidad presupuestaria va a requerir una reducción estructural del gasto de las Administraciones públicas superior a los 50 millardos de euros, un 5% del PIB. Esto no puede conseguirse con más recortes coyunturales: hacen falta reformas en profundidad que, de momento, están inéditas. Se tiene que reducir drásticamente el sector público empresarial, esa zona gris entre la Administración y el sector privado, que, con sus muchos miles de empresas, organismos y fundaciones, constituye una de las principales fuentes de rentas capturadas por la clase política.
La salida del euro puede ser buscada por nuestras castas para seguir manteniendo su status
Por otra parte, para volver a crecer, la economía española tiene que ganar competitividad. Para eso hacen falta muchas más reformas para abrir más sectores a la competencia, especialmente en el mencionado sector público empresarial y en sectores regulados. Esto debería hacer más difícil seguir creando burbujas en la economía española.
La infinita desgana con la que nuestra clase política está abordando el proceso reformista ilustra bien que, colectivamente al menos, barrunta las consecuencias que las reformas pueden tener sobre su interés particular. La única reforma llevada a término por iniciativa propia, la del mercado de trabajo, no afecta directamente a los mecanismos de captura de rentas. Las que sí lo hacen, exigidas por la UE como, por ejemplo, la consolidación fiscal, no se han aplicado. Deliberadamente, el Gobierno confunde reformas con recortes y subidas de impuestos y ofrece los segundos en vez de las primeras, con la esperanza de que la tempestad amaine por sí misma y, al final, no haya que cambiar nada esencial. Como eso no va a ocurrir, en algún momento la clase política española se tendrá que plantear el dilema de aplicar las reformas en serio o abandonar el euro. Y esto, creo yo, ocurrirá más pronto que tarde.
La teoría de las élites extractivas predice que el interés particular tenderá a prevalecer sobre el interés general. Yo veo probable que en los dos partidos mayoritarios españoles crezca muy deprisa el sentimiento “pro peseta”. De hecho, ya hay en ambos partidos cabezas de fila visibles de esta corriente. La confusión inducida entre recortes y reformas tiene la consecuencia perversa de que la población no percibe las ventajas a largo plazo de las reformas y sí experimenta el dolor a corto plazo de los recortes que, invariablemente, se presentan como una imposición extranjera. De este modo se crea el caldo de cultivo necesario para, cuando las circunstancias sean propicias, presentar una salida del euro como una defensa de la soberanía nacional ante la agresión exterior que impone recortes insufribles al Estado de bienestar.

El presidente del Gobierno ha dicho que no le gustaría y no podría aceptar que le impusieran desde la UE las políticas concretas en las que tiene que reducir el gasto, en referencia a las posibles condiciones que podrían poner las instituciones europeas a una petición de ayuda. Lo que no sabemos son las condiciones reales que le imponen desde Europa. Tal vez sean reducir la "grasa del estado" = prebendas personales de la casta política y sus amigos, que consume muchos recursos y aporta poco o nada, en lugar de seguir machacar con impuestos y recortes de prestaciones sociales a los ciudadanos de las clases media y baja. Lo primero no le gusta en absoluto y puede que por eso se resistan como gato panza arriba a pedir el "rescate" en cualquiera de sus variantes, mientras no sea para rescatar a los "poderosas cajas y bancos" y seguir enriqueciendo a su camarilla. El bien general de la ciudadanía no les importa en absoluto, porque aunque se quejen, siguen sin morder.

También, por poner un ejemplo, los controladores aéreos presentaban la defensa de su interés particular como una defensa de la seguridad del tráfico aéreo. La situación actual recuerda mucho a lo ocurrido hace casi dos siglos cuando, en 1814, Fernando VII – El Deseado- aplastó la posibilidad de modernización de España surgida de la Constitución de 1812 mientras el pueblo español le jaleaba al grito de ¡vivan las “caenas”! Por supuesto que al Deseado actual –llámese Mariano, Alfredo u otra cosa- habría que jalearle incorporando la vigente sensibilidad autonómica, utilizando gritos del tipo ¡viva Gürtel! ¡Vivan los ERE de Andalucía! ¡Visca el Palau de la Música Catalana! Pero, en cualquier caso, las diferencias serían más de forma que de fondo.
Una salida del euro, tanto si es por iniciativa propia como si es porque los países del norte se hartan de convivir con los del sur, sería desastrosa para España. Implicaría no sólo una vuelta a la España de los 50 en lo económico, sino un retorno al caciquismo y a la corrupción en lo político y en lo social que llevaría a fechas muy anteriores y que superaría con mucho a la situación actual, que ya es muy mala. El calamar vampiro, reducido a chipirón, sería cabeza de ratón en vez de cola de león, pero eso nuestra clase política lo ve como un mal menor frente a la alternativa del harakiri que suponen las reformas. Los liberales, como en 1814, serían masacrados –de hecho, en los dos partidos mayoritarios, ya se observan movimientos en esa dirección.
El peligro de que todo esto acabe ocurriendo en un plazo relativamente corto es, en mi opinión, muy significativo.
¿Se puede hacer algo por evitarlo?
Lamentablemente, no mucho, aparte de seguir publicando artículos como éste. Como muestran todos los sondeos, el desprestigio de la clase política española es inmenso, pero no tiene alternativa a corto plazo.
A más largo plazo, como explico a continuación, sí la tiene.

Cambiar el sistema electoral

La clase política española, como hemos visto en este artículo, es producto de varios factores entre los que destaca el sistema electoral proporcional, con listas cerradas y bloqueadas confeccionadas por las cúpulas de los partidos políticos.
Este sistema da un poder inmenso a los dirigentes de los partidos y ha acabado produciendo una clase política disfuncional. No existe un sistema electoral perfecto -todos tienen ventajas e inconvenientes- pero, por todo lo expuesto hasta aquí, en España se tendría que cambiar de sistema con el objetivo de conseguir una clase política más funcional. Los sistemas mayoritarios producen cargos electos que responden ante sus electores, en vez de hacerlo de manera exclusiva ante sus dirigentes partidarios. Como consecuencia, las cúpulas de los partidos tienen menos poder que las que surgen de un sistema proporcional y la representatividad que dan de las urnas está menos mediatizada. Hasta aquí todo son ventajas.
También hay inconvenientes. Un sistema proporcional acaba dando escaños a partidos minoritarios que podrían no obtener ninguno con un sistema mayoritario. Esto perjudicaría a partidos minoritarios de base estatal, pero beneficiaría a partidos minoritarios de base regional. En cualquier caso, el rasgo relevante de un sistema mayoritario es que el electorado tiene poder de decisión no solo sobre los partidos sino también sobre las personas que salen elegidas y eso, en España, es ahora una necesidad perentoria que compensa con creces los inconvenientes que el sistema pueda tener.
En España los diputados presentes en el Congreso no corresponden a la proporción de votos que han obtenido. Si fuera así, el PP no tendría mayoría absoluta y probablemente no estaría en el poder. Al PP, PSOE, así como a los partidos nacionalistas, les cuesta hasta 10 veces menos obtener un diputado que a otras fuerzas políticas.

El sistema proporcional debería corregirse para garantizar que la “casta política del bipartidismo” (que se ha demostrado, duelen defender porqué quieren o porque no pueden hacer otra cosa¿?) similares intereses económicos y casi ideológicos, tenga una contrapartida representativa del resto de sensibilidades del espectro político estatal.
Un sistema mayoritario de circunscripción donde cada parlamentario defienda los intereses de sus votantes y responda ante ellos debería ser necesariamente mejor. Si esos parlamentarios tuvieran mayor libertad podrían no votar las propuestas del gobierno en función de su autonomía. Comprendo las implicaciones en un estado caciquil como el nuestro donde seguramente se crearían alianzas de intereses personales pero, aún así, sería mejor sistema que el actual. También debería garantizarse la consulta ciudadana y y su participación en los temas importantes.
Un sistema mayoritario no es bálsamo que cure al instante cualquier herida. Pero es muy probable que generase una clase política diferente, más adecuada a las necesidades de España. En Italia es inminente una propuesta de ley para cambiar el actual sistema proporcional por uno mayoritario corregido: dos tercios de los escaños se votarían en colegios uninominales y el tercio restante en listas cerradas en las que los escaños se distribuirían proporcionalmente a los votos obtenidos. Parece ser que el Gobierno “técnico” de Monti ha llegado a conclusiones similares a las que defiendo yo aquí: sin cambiar a una clase política disfuncional no puede abordarse un programa reformista ambicioso. Y es que, como le oí decir una vez a Carlos Solchaga, un “técnico” es un político que, además, sabe de algo.
¿Para cuándo una reforma electoral en España?
¿Habrá que esperar a que lleguen los “técnicos”?

miércoles, 2 de noviembre de 2011

No queremos senadores, ni políticos inútiles

Últimamente están circulando por Internet muchos e-mails invitando a votar en blanco para eliminar el Senado. Otros piden reducir el número de políticos en el parlamento y dada la escasa productividad del trabajo de algunos de ellos, reducir el gasto que producen a las arcas del estado. Se aboga en estos mails para que se vote en blanco en las urnas del Senado y así provocar la eliminación de esta cámara y todos los políticos que la llenan sin ningún beneficio, según el pensar de mucha gente.

Siempre me gusta ir un poco más allá de las noticias y ver que consecuencias tiene reaccionar emocionalmente y atender estos “consejos” tan masivos e insistentes que solemos recibir por Internet.
Para ello, antes que nada hay que informarse cómo funcionan las leyes que, nos gusten o no, tenemos vigentes en España, para deducir las consecuencias de nuestras decisiones.

VOTO EN BLANCO
Se considera votar en blanco cuando se acude al colegio electoral (o se vota por correo) y se deposita en la urna un sobre que no contiene ninguna papeleta.
El voto en blanco es fruto de una reflexión sobre la clase política, normalmente de un ciudadano concienciado que se esfuerza en trasladar su poco interés por la oferta electoral. Es decir, acepta el sistema, pero no le convence ninguna de las formaciones que concurren. De hecho, en España se ha constituido un movimiento -Ciudadanos en Blanco- que defiende el cómputo de estos sufragios en el reparto de escaños con el objetivo de dejarlos vacíos.
Pero, mientras la Ley Electoral no se modifique -y no tiene visos de que así vaya a ser- los votos en blanco sí afectan al resultado final, en perjuicio de los partidos minoritarios. Suman en el total de sufragios sobre el que se calcula la distribución de escaños y, en consecuencia, elevan el listón electoral mínimo para entrar.
En las elecciones generales, un partido necesita el 3% del total de votos para obtener representación. En los comicios locales, este 'listón' sube hasta el 5%. Por ejemplo, para que un partido esté en las Cortes, si han acudido a las urnas dos millones de personas, necesita 100.000 votos. Pero si además hay 150.000 sufragios en blanco, precisa 7.500 más. Por eso se suele decir que el voto en blanco favorece a los partidos mayoritarios.
¿Qué sucedería si en unas elecciones ganara el voto en blanco? En principio, nada.
La legislación se ha endurecido en este aspecto y ahora se considera nulo el voto que no tenga sobre o el que teniéndolo contenga más de una papeleta de distintas candidaturas.También se consideran nulos aquellos en los que se modifique, añada o tache el nombre de los candidatos, o en los que aparezca cualquier alteración intencionada, como una raya o una expresión. Todas estas prohibiciones afectan tanto a la papeleta como al sobre.
Los votos nulos no tienen ninguna consecuencia electoral. No suman. Al final del escrutinio se da fe de cuántos se han producido y ya está. Entonces, ¿a quién beneficia?
La abstención es la alternativa de los más descontentos, de aquellos a los que no sólo no convence ninguna opción política, sino que no comulgan con un sistema que consideran poco representativo. También es la opción de los desapegados, de aquellos que sienten que, voten o no, las cosas van a seguir igual, y por lo tanto, no 'pierden su tiempo' en acudir al colegio.
La abstención y la no participación es lo mismo. Es decir, supone no introducir ninguna papeleta en la urna o no ir al colegio electoral.
No obstante, aunque las cifras de abstención suponen a veces la mitad del electorado, la ley considera los resultados legítimos, incluso si están avalados sólo por un 30% de los votantes.
No está claro a quién beneficia o perjudica la abstención, si bien los estudios detectan que suele afectar más al votante de izquierda, que además de movilizarse menos, tiende a votar al partido de la república independiente de su casa consiguiendo que al final ninguno salga representado. En cambio los votantes de derecha son más obedientes, disciplinados y fieles a las doctrinas del partido y conocen muy bien lo de “Fuenteovejuna, todos a una”
INICIATIVAS CIVILES
La iniciativa civil aboga por que "no se vote a los partidos que considere que responden a intereses distintos a los de la ciudadanía”. Si este es su caso es recomendable examinar otras opciones y votarlas. http://www.ati.es/spip.php?rubrique139
Muchos consideran que ni la abstención ni el voto en blanco son opciones que sirvan para nada, porque la ley electoral vigente "ha sido blindada a la medida de los grandes partidos al penalizar desmesuradamente la representación de las minorías".
¿CÓMO SE ATRIBUYEN LOS ESCAÑOS?
La ley D'hont, cuyo nombre se debe al matemático belga que la inventó, es el sistema por el cual se atribuyen los escaños después del escrutinio. Esta ley comenzó a usarse en distintos sistemas proporcionales europeos a mediados del s.XX, aunque en España está corregida con sesgo mayoritario para favorecer la gobernabilidad.
Se basa en un sistema de asignación proporcional que busca garantizar la representación de las minorías territoriales, para lo que 'premia' la concentración de votos. Así, termina favoreciendo a los grandes partidos nacionales y a los nacionalistas, en detrimento de las formaciones pequeñas. Especialmente elocuente resulta el caso de Izquierda Unida, formación que con casi un millón de votos (repartidos por todo el territorio nacional) sólo cuenta con dos escaños, frente a los 11 de CiU (774.317 votos) o los cinco del PNV (303.246).
Excluye en su cómputo a las candidaturas que no hayan obtenido, al menos, el 3% de los votos válidos emitidos en cada circunscripción (votos válidos son los votos a candidatura más los votos en blanco) y la mejor forma para entender su funcionamiento es usando este simulador…
http://www.elmundo.es/especiales/2004/03/espana/14m/diccionario/dhont.html
RESUMEN
Votar en blanco no sirve en absoluto para conseguir lo que proponen los e-mails que es “reducir el gasto público en sueldos y pensiones excesivas a personas que no hacen bien su trabajo en beneficio de la sociedad”. En cambio aseguran que se sobre ponderen los resultados para los partidos mayoritarios y todo quede como siempre.

En lugar de pedir que se vote en blanco, se debe “exigir a los políticos” que nos pedirán en breve su voto, con los medios que cada uno tenga…
que expliquen sus programas claramente y sin ambigüedades,
que atiendan los temas importantes y las demandas reales de la ciudadanía, 
que no hagan falsas promesas y cumplan lo que prometen,
que se dejen de luchas partidistas y unan esfuerzos para resolver los problemas importantes,
que cambien de una vez por todas la ley electoral,

para que los ciudadanos puedan votar a las “personas capaces” que les merezcan mejor confianza y asegurarse que pueda salir elegidas, sin ser perjudicadas por una ley electoral antigua e ineficiente; que sólo sirve para perpetuar a “los mismos de siempre” en el poder e impedir que entre sangre nueva y capaz de liderar la salida de la crisis que nos ahoga a todos.
©JAS 2011
Para aprender más sobre el tema electoral se puede ver: http://www.elmundo.es/especiales/2004/03/espana/14m/diccionario/1.html

Los votos en el sistema electoral

Esta página www.socvot.com pretende ser una guía informativa y describir las características, legislación y efecto de los diferentes tipos de votos en las elecciones.

Voto a partido

Es el voto para un partido que se considera válido. Actualmente hay 3.927 partidos registrados en el Ministerio de Interior, pero en las últimas elecciones de 2008 se presentaron 98.
En las próximas este número se verá ampliamante reducido, debido a una reforma de Ley Electoral efectuada el 28 de Enero de este año. En su texto, que modifica el punto 3 del artículo 169 de la LOREG, destaca:
3. Para presentar candidaturas, las agrupaciones de electores necesitarán, al menos, la firma del 1% de los inscritos en el censo electoral de la circunscripción. Los partidos, federaciones o coaliciones que no hubieran obtenido representación en ninguna de las Cámaras en la anterior convocatoria de elecciones necesitarán la firma, al menos, del 0,1% de los electores inscritos en el censo electoral de la circunscripción por la que pretendan su elección. Ningún elector podrá prestar su firma a más de una candidatura.
Esto implica que todos los partidos sin representación deban recoger cientos y miles de avales en todas las provincias donde quieran presentarse.
A fecha de 9 de Agosto, el procedimiento para obtener los avales es desconocido, cuando el 27 de septiembre se convocarán oficialmente los comicios. A partir de ese momento, los partidos tendrán poco más dos semanas para conseguir las firmas y ningún ciudadano podrá avalar más de un partido.

Voto nulo

Según la LOREG, en el artículo 96, puntos 1 y 2:
1. Es nulo el voto emitido en sobre o papeleta diferente del modelo oficial, así como el emitido en papeleta sin sobre o en sobre que contenga más de una papeleta de distinta candidatura. En el supuesto de contener más de una papeleta de la misma candidatura, se computará como un solo voto válido.

2. Serán también nulos en todos los procesos electorales los votos emitidos en papeletas en las que se hubieren modificado, añadido o tachado nombres de candidatos comprendidos en ellas o alterado su orden de colocación, así como aquéllas en las que se hubiera introducido cualquier leyenda o expresión, o producido cualquier otra alteración de carácter voluntario o intencionado.
Este voto se contabiliza y se conserva junto al resto, pero no afecta al reparto de escaños, al no considerarse válido, a diferencia del voto normal o el voto en blanco.

Voto en blanco

Según la LOREG, en el artículo 96, punto 5:
5. Se considera voto en blanco, pero válido, el sobre que no contenga papeleta y, además, en las elecciones para el Senado, las papeletas que no contengan indicación a favor de ninguno de los candidatos.
Este voto se contabiliza y se suma al total de votos válidos, usado para el reparto de escaños. Su único efecto es elevar el número de votos necesarios para superar el porcentaje de corte, del 3%, (LOREG, art. 163) por circunscripción.

Abstención

Simplemente es no acudir a las urnas a depositar el voto. Es otra forma legítima de participar en las elecciones, ateniéndose al resultado del voto de los demás electores.
Dentro de la abstención no es posible distinguir a los abstencionistas activos. Esto se debe a que el censo se cierra dos meses antes del día de las elecciones, convirtiendo en abstencionistas a todas las personas que no puedan votar por fuerza mayor: fallecimientos, inhabilitamientos, accidentes durante el mismo día, hospitalizados pasado el período de voto por correo, quien no esté en el país o esté en tránsito, etc. Esto puede contrastarse en la LOREG, artículo 39, punto 1:
1. Para cada elección el Censo Electoral vigente será el cerrado el día primero del segundo mes anterior a la convocatoria.
Al contrario de lo que cabe esperar, en la LOREG no se estipula ningún mínimo de participación. En todo el texto de la ley, en la parte referente a las elecciones generales, sólo aparece una vez la palabra abstención, en el artículo 146, punto 1.a:
1. Serán castigados con la pena de prisión de seis meses a tres años o multa de doce a veinticuatro meses:
a. Quienes por medio de recompensa, dádivas, remuneraciones o promesas de las mismas, soliciten directa o indirectamente el voto de algún elector, o le induzcan a la abstención.