Hace tiempo que las autoridades decidieron que las ciudades ya no eran para sus habitantes, y la cosa va a más y más, a toda velocidad. Las han convertido en negocio, en decorado, en discoteca, en parque temático, en estadio para actividades “lúdicas” de una parte de la población, en terreno que el codicioso sector hostelero y de la restauración usa para su provecho. Las hordas de turistas invaden las calles sin freno y privan de espacio a los ciudadanos. Demasiados caseros, poco previsores, convierten sus pisos en “turísticos” alquilados temporalmente a una barahúnda de cambiantes grupos etílicos y sin sentido de la conservación y echan a los antiguos residentes fijos y cumplidores que cuidaban sus pisos como si fueran propios porque era en ellos donde vivían. Estas hordas “low cost” arrasan y destruyen nuestras ciudades como una plaga de langostas.
Los lugares turísticos de las ciudades están siempre llenos de incontables grupos de turistas en cualquier mes del año; nuestro excelente clima ayuda. Vienen de todas partes del mundo y de todas las edades (no sólo jubilados o estudiantes). ¿Cómo es que tantos disponen de tantos días libres en cualquier estación? ¿No trabajan?¿Cómo pueden permitírselo?. No queda rincón libre de esa invasión. En las principales ciudades españolas llevamos años agonizando de éxito y el turismo se ha convertido en nuestra principal industria. Nos hemos convertido en un país de camareros, pinches y kellys. ¿Cómo es que, si las clases medias están empobrecidas, nos desplazamos sin parar?. Es cierto que los vuelos son cada vez más baratos, pero hay que sumarles las comidas, los aperitivos, cervezas y refrescos en las terrazas (siempre están a reventar), el alojamiento, el transporte y la compra de “recuerdos” que ni siquiera son autóctonos. Muchos no saben más que el nombre del lugar que pisan (Si hoy es lunes, esto será Barcelona), y algunos ni eso.
¿De dónde salen el tiempo y el dinero que se dilapida en estas escapadas? Y, sobre todo, ¿de dónde proviene este enloquecido afán por moverse de aquí para allá? Será que como mucha gente no está a gusto en “su sitio” se quiere escapar a cualquier otro lugar.
Sería estupendo que los que viajan lo hicieran porque desean ver otros lugares, conocer y “adquirir cultura”, por mal que suene esta expresión. Pero no parece que sea el caso. Casi ninguna de estas “termitas” o “langostas” (según la edad y tamaños) se ha informado antes de viajar y cuando pisan el lugar de destino, pocos miran alrededor del “foto-spot”. Pocos se han documentado previamente sobre la historia del lugar, la forma de vida de sus residentes, sus costumbres; y si alguno lee/escucha algo durante la estancia, lo olvida pronto. La gran mayoría se afana en sacarse una selfie que retransmiten al momento y se pasan el resto de la excursión comprobando los likes que reciben. Parece que a pocos les interesa contemplar un paisaje, observar un cuadro o una escultura en un museo. Sólo les interesa hacerse la selfie con el famoso o en el lugar que les ha recomendado el influencer de turno. El objetivo es conseguir una foto posando delante de la Sagrada Familia, las Meninas o la Puerta de la Feria de abril. Una vez enviada la selfie con los “morritos de culo” y “dedos en V”, ya pueden tachar el ítem de la lista y partir hacia otra ciudad. Para alimentarse no hace falta pensar mucho: algo rápido, de pie, mientras se consulta el WhatsApp y mientras se hace la cola para el helado, se aprovecha para fardar de que “yo esto ya lo había hecho hace muchos años, cuando todavía era auténtico” y seguir presumiendo de que se ha estado en Madrid, se ha paseado al lado del Sena en París y por el Puente de Carlos en Praga, se ha bañado en Bali, ha tomado un estupendo café en Danieli de Venecia,… Se repite la manía de presumir ante los conocidos colgando selfies en las redes: “¡Mirad dónde estoy!”, como si nadie mas hubiera estado nunca en ese mismo sitio porqué lo acabamos de descubrir nosotros.
Las ordas de turistas destructores no se dan cuenta de que hoy en día nada de lo que hacen tiene ya ningún mérito, nada puede ya dar envidia a nadie; nada es raro ni insólito, todo está trillado. Si hasta mi abuela, cuando hace muchos años sólo había dos canales en la TV y le mostraba algo que ella no había visto nunca ni siquiera sabía que existía, me decía “ahora hacen de todo”. Que no dirán nuestros receptores ahora que estamos inundados de toda clase de material audiovisual al alcance de nuestra TV, tableta o móviles.
Viajar ha perdido el aura que alguna vez tuvo y a pasado a ser lo más vulgar que hoy se puede hacer. Los diarios, en sus versiones digitales, están plagados de imbecilidades del tipo: “Los diez pueblos de España que no se debe usted perder”. Los diez restaurantes/tascas/libros/iglesias/cervezas/playas/senderos/puentes/cascadas que debe visitar antes de morir, y así hasta el infinito. Lo mejor de todo es que hay multitud de rebaños que apuntan religiosamente todas estas arbitrariedades, piden créditos para poder presumir de haberlas consumado. Tanto mejor cuanto más corta sea la estancia y lejano sea el lugar. La gente se agolpa en lugares “que no se puede usted perder” para hacerse selfies a codazo limpio. ¡Yo también he estado allí!. No importa la experiencia real (agobio de multitudes, horas de caravanas, largas colas de espera, etc.) porque muchas veces no recuerdan donde estuvieron ni que vieron o sintieron; solo saben que estuvieron porqué tacharon el nombre del lugar de la lista que tomaron a partir de las recomendaciones de los correspondientes “advisers” digitales.
Lo último que deseo es la destrucción de las ciudades, los pueblos y los paisajes, de las playas, los monumentos, los parques y las obras de arte. Si por lo menos fuera para contemplarlos, disfrutar de ellos y llevarse un buen recuerdo… Pero no, eso es lo que pocos hacen. La mayoría tan sólo tacha mentalmente: una cosa menos en mi interminable lista de “obligaciones” para estar al día y poder presumir de “cool” y “fancy”. Y otra y otra y otra; y otra más. Y en cuanto puede, más y más (los lugares turísticos son prácticamente infinitos para visitarlos en una vida). Es curioso que con lo que les ha costado hipotecarse durante décadas para conseguir una casa donde vivir, haya tanta gente que haga lo que sea para poder salir de su casa aparentando lo que no son/tienen, dar envidia a los demás y buscar la diversión y felicidad que no saben encontrar en el día a día. Cuesta aprender que aunque cambien de lugar, no cambian de cultura, hábitos ni forma de pensar y eso es lo más importante: si no te gusta tu entorno, cámbiate a ti mismo.
Si no te gusta tu entorno, no viajes a otro lugar; cámbiate a ti mismo y mejóralo.
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