Sigue vigente la pretensión aznariana de convertir España en Francia, lo que implica la construcción de una gran capital central (Madrid) que, además de vaciar la España interior, consiguiera provincianizar cualquier capital que pretenda hacerle sombra (incluida Barcelona).
Desde el punto de vista económico, la forma en que las élites españolas han enfocado el problema territorial no puede ser más irracional y grosera. Han conseguido perjudicar el tejido industrial catalán, pero no han logrado trasladado a la macro-urbe. Por mucho que se empeñen no tienen mar y por tanto tampoco un gran puerto, ni tampoco el clima ni la situación geográfica de Catalunya.
Durante décadas, las burlas, requisitorias y críticas fueron sólo en una dirección: el nacionalismo catalán era el diablo personificado. Ahora que el diablo comienza a supurar azufre es fácil señalarlo y lo hacen sin tregua magnificando cualquier trapo sucio (que no faltan). Pero, en el análisis de las responsabilidades, no es honesto silenciar que los poderes políticos, económicos y mediáticos españoles ha bloqueado y bloquean desde hace muchos años cualquier salida al conflicto catalán, hasta la más moderada.
La escalada independentista que nos ha conducido al callejón sin salida es, sin lugar a dudas, un error capital del nacionalismo catalán, incapaz de entender que en estos momentos la “pluralidad interna catalana” es el verdadero límite del sueño con que ilusionaron a la mayoría de catalanes. No contaron con la reacción pendular que animó con éxito el nacionalismo español que permanecía aletargado en muchos de los “catalanes que viven y trabajan en Catalunya”. Las emociones y falsedades fabricadas durante el procés merecían un castigo político, pero la prisión y el juicio por rebelión siguen bloqueando la política y frenando la autocrítica. Una sentencia dura del “Juicio” lo dejará todo hecho trizas y los nacionalistas españoles no admitirán otra cosa.
La “derrota colectiva” es un hecho. Sólo una sentencia inteligente podría salvarnos a todos. Pero la disputa es entre dos fanatismos. Dos sueños: España a la francesa, Catalunya a la danesa. Con gran entusiasmo, unos y otros nos han empujado al precipicio. Insensatos, creen que su sueño fructificará después de un gran desastre, inconscientes de que después del desastre no queda nada.
Mientras, estamos atrapados en el lío y no se muestra ninguna inteligencia emocional ni artificial: el talento, la innovación, el emprendimiento, el liderazgo, la competitividad y la autodependencia brillan por su ausencia. Tampoco se encuentra ninguna muestra de creatividad, cuidado, solidaridad, compasión, empatía, resiliencia. Nada de motivación, asertividad, autoestima ni colaboración para no perder lo poco (o mucho según se mire) que teníamos y volver a progresar; para ser más y poder seguir ayudando más a que el resto de España también progrese.

¿Estamos preparados para las consecuencias de esta transformación?. A los que mandan les encanta centrarse en los brillos pero ¿no creen que ya va siendo hora de que nos ocupemos de resolver los problemas que se ocultan en las sombras?.
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