El caos político actual está relacionado con la decadencia del lenguaje. Las palabras banales, sin sentido, y su uso extendido pueden destruir la convivencia.
Abraham Lincoln advirtió: “puedes engañar a la gente durante un tiempo, puedes engañar a parte de la gente durante todo el tiempo, pero no puedes engañar a toda la gente durante todo el tiempo”. El problema es que el daño que produce el que lanza primero la mentira tarda mucho tiempo en reparar sus efectos.
En España, los políticos unionistas se pasan el día invocando la Constitución y por ella todo está permitido, incluso algunas acciones que algunos califican de poco democráticas. El Reino Unido no tiene Constitución. Pero que duda cabe que en el Reino Unido hay democracia. Una democracia liberal que llegó no tanto por el fervor revolucionario de sus pueblos si no por el acuerdo de entre los más poderosos después de siglos de guerras dinásticas y de religión. Llegaron a la conclusión que el Parlamento debía elegir al Jefe del Estado y este debía estar sometido a esta institución. De estas peleas nos habla el filósofo John Locke en “Carta para la Tolerancia”, y propone soluciones en su “Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil”. Esto sucede muchos años antes de la Revolución americana y de la Revolución francesa, que en gran medida contemplan el proceso inglés, en lo que se ha venido a conocer como ciclo revolucionario atlántico. Muchos cuando hablan del Reino Unido y lo quieren criticar rápidamente señalan que ese país es una monarquía y por lo tanto no una verdadera democracia, pero desconocen que tipo de gobierno tiene, de donde procede, y que consecuencias tuvo su expansión para el resto del mundo.
Tal vez tampoco se repare en que la democracia del sistema liberal inglés solo estaba compuesta por aquellos que tenían una buena posición económica. Estos y no otros, son los que podían presentarse a las elecciones y votar para elegir a sus gobernantes. Y este sistema, que era mejor que el de la monarquía absoluta, fue el que se exportó al resto del mundo. Esta vergüenza que se conoce como el voto censitario fue desapareciendo gradualmente cada vez que se incorporaban al sistema democrático, después de la presión ejercida por el movimiento obrero, las diferentes capas de la población. El derecho al voto para los hombres se convierte en universal durante la Primera Guerra Mundial, y para la mujer habría que esperar al periodo de entreguerras. El sistema liberal, ciertamente aporta la posibilidad de elegir a los gobernantes, un estado de derecho, una separación de poderes, y el mantenimiento de la propiedad privada, pero en su origen no fue para todos, y si lo terminó siendo es porque se prefirió integrar a toda la sociedad en el sistema antes que arriesgar el poder de unos cuantos.
Montesquieu en “El espíritu de las leyes” dice que aunque sólo algunos privilegiados tienen el genio necesario para penetrar en la constitución de un Estado, ello no es impedimento para que los ciudadanos nos ilustremos. Cuanto más ignorantes son los votantes menos vacilan, aunque las resoluciones adoptadas produzcan grandes males. Cuanto más ilustrados sean los votantes y más reflexivamente analicen la propaganda política y las propuestas de los políticos (algunas son realmente tan mágicas como faltas de contenido); en mejores condiciones estarán de ver los abusos antiguos, de comprender la manera de corregirlos y de presentir los abusos de las correcciones actualizadas que nos proponen. Estos electores sensatos no dudarán en dejar lo malo si temen lo peor o en dejar lo bueno si no están razonablemente confiados de que pueden mejorárselo. Tampoco se arriesgarán a mirar las partes si no es para juzgar el todo e intentarán examinar todas las causas para ver todos los resultados posibles.
Rousseau en “El contrato social”, estableció que el poder en la sociedad es la voluntad que busca el bien común de todos, y Voltaire, en muchas obras enfatizó la divisa de la tolerancia y la libertad. El pensamiento ilustrado fue fundamental para que las capas más desfavorecidas de la sociedad se hicieran visibles al poder y accedieran al poder político. De ahí que es imposible comprender nuestra democracia sin el concurso de los anarquistas y los socialistas, y en el lado más negativo incluso del fascismo y el nazismo.
A lo largo de la historia hemos visto que suele suceder que al erradicar unas creencias otras rápidamente vienen a ocupar su lugar y las buenas ideas siempre dejan paso al lenguaje de la fuerza.
No falta quien piensa que en el siglo XVIII, lejos de ser una etapa revolucionaria y de ilustración de las sociedades humanas —un peldaño a favor de la igualdad, la libertad y la fraternidad—, se forjó un sistema económico que se convirtió en el primer paso para crear un modelo de sociedad que condenó definitivamente a las clases populares a la explotación, la incultura y la desigualdad. La burguesía creó un sistema económico a medida, el capitalismo, para acabar con el Antiguo Régimen e instaurar su propia visión del mundo, medrando para apear a la Iglesia y a la Monarquía de un poder que le correspondía como agente del cambio económico.
Volviendo a España. Durante el periodo más prolongado de progreso, libertades y paz social de la historia de España los partidos nacionalistas catalán y vasco hacían de bisagra a los dos partidos nacionalistas españoles. Con las mayorías absolutas del partido gobernante, todo se fue al traste.
¿Cómo es posible que gobernantes del siglo XXI de una nación europea hayan cometido tantos errores?
El primer error se produjo el año 2006, cuando el PP presentó el recurso de inconstitucionalidad sobre 114 de los 223 artículos del Estatuto de Autonomía de Catalunya, previamente aprobado por el Parlament de Catalunya, por el Congreso de los Diputados y en el referéndum por el pueblo catalán.
El segundo error se produjo en la replica independentista de Otoño de 2017 en el Parlament.
El tercer error se produjo cuando el Gobierno apoyado por PP, Ciudadanos y PSOE aplicó el art. 155 de la Constitución.
El cuarto error se produjo cuando algunos gritaron “A por ellos” y los partidos unionistas (unos más que otros) alentaron a los nacionalistas españoles para que hicieran suyo el espíritu que tras ese grito se intuye. Se envió a miembros del gobierno de la Generalitat de Cataluña, a prisión preventiva esposados con las manos a la espalda y los grilletes bien apretados, sin dialogo previo, ni tiempo para defenderse ó justificarse. Sin escuchar al interlocutor…
Ante este rosario de errores se ha establecido un ambiente en el que pese al “fracaso” en la implementación de la Independencia de Catalunya, los nacionalistas catalanes nunca se considerarán engañados por los líderes independentistas que no contaron toda la verdad, que no tuvieron preparadas todas las estructuras del nuevo Estado y que no fueron capaces de poner en marcha la Independencia declarada en el Parlament. Se retroalimentan entre ellos sin dar cabida al sentido común y sin aceptar lo evidente. Tal vez para no dar la razón a los que avisaron de que la Independencia de Catalunya nunca se consumaría.
En el otro lado, los nacionalistas españoles, que a raíz del conflicto catalán se han sobreexcitado y han vuelto a enseñar su cara oculta, no quieren aceptar que España es un Estado multinacional y multicultural. Siguen negando esta realidad que requiere una reforma de la Constitución, del Senado, del fracasado café para todos y un cambio en las formas de hacer política.
El conflicto se ha consolidado con dos bloques que —no sé si llegan a odiarse o solo se desprecian e insultan— pero que no se escuchan ni se hablan. Ambos han perdido la confianza en la capacidad de que los “otros” lleguen a entender sus posturas. En este ambiente es muy difícil buscar un acuerdo que satisfaga mínimamente a las partes enfrentadas. Aunque nadie quiera admitirlo, las dos perderán, pero una de ellas quedará más damnificada, al menos moralmente, y la amargura de la pérdida durará muchos años. El ambiente está tan enrarecido que no se escucha al que opina diferente y se descalifica a los que proponen argumentos pragmáticos que eviten la pérdida de generación de riqueza y el descalabro de una de las regiones más prósperas de España y de Europa. Se duda de que sus propuestas sean reales y aunque lo fueran, de que puedan llevarlas a la práctica. Sigue siendo así aunque todos hayamos comprobado —hemos pasado de una pre-independencia a una pre-autonomía— que el camino unilateral consigue peores resultados que un pacto por incompleto e insuficiente que pueda ser. Sin un apoyo muy ampliamente mayoritario de todos los catalanes, lo más prudente es mantener la paz social y un cierto grado de concordia que permita a los ciudadanos tener esperanza en el futuro. No queda otra si no queremos que los catalanes nos quedemos ciegos aunque el resto de españoles se queden tuertos, porqué actuar unilateralmente, en la Europa de los “Estados” y las potencias económicas, solo nos llevará a la desaparición como nación.
No podemos continuar como individuos y como sociedad con sobresaltos constantes provocados a golpe de mentiras por una panda de frívolos e irresponsables de uno y otro bando. La regeneración de la política al servicio de los ciudadanos y de su progreso, sólo se logrará combatiendo la mentira y derrotando electoralmente a los embusteros, que los hay en los dos bandos. Siempre queremos vernos reflejados en Austria o en Dinamarca, y allí la sociedad y los políticos se comportan de forma diferente. Allí al político embustero se les hace dimitir y purgar severamente su engaño. Nos queda mucho camino por recorrer para llegar a eso.
Ojalá que los pactos postelectorales se hagan en base a “propuestas concretas” para regenerar el país, en lugar de sobre palabras vacías de contenidos, que cada cual interpreta a su manera, y que a menudo sólo sirven para asegurar ciertas “sillas” y prebendas para los amigos.
La esperanza es lo último que se pierde.
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