jueves, 6 de diciembre de 2018

El invierno del descontento llegó a la política

Hace tiempo que los políticos tienen miedo de que las multinacionales anónimas u otras culturas hegemónicas les arrebten el poder. La ciudadanía está descontenta porque, a pesar de que la creación de riqueza no había sido nunca tan grande, cada vez hay más desigualdad. Todos estamos descontentos: los que reciben ayudas porqué nunca han sido suficientes y además las ven menguar cada día y las clases medias porqué la fiscalidad abusiva les asfixia y encima no les garantiza un estado del bienestar al que habían y están contribuyendo con su esfuerzo impositivo. Buena parte de la ciudadanía ve a los políticos como el mayor problema de todo lo malo que les pasa y piensa que no cumplen con su palabra, son deshonestos, no predican con el ejemplo y actúan irresponsablemente.
En este invierno del descontento, crecen los movimientos populistas que no han demostrado nada y prometen todo. Cada uno de estos movimientos tiene su propia raíz cultural y comparte un nacionalismo que consideran incompatible con la cesión de competencias a las institu­ciones europeas. ¿Qué es el Brexit sino un rechazo y un miedo a perder la singularidad británica? La gente tiene miedo a perder identidad, patrimonio y bienestar.
El “América primero” de Donald Trump es un nacionalismo de Estado hasta las últimas consecuencias, un supremacismo que levanta fronteras físicas, culturales y políticas contra quienes vienen de fuera, dándose la paradoja de que si algo ha distinguido la historia de Estados Unidos ha sido su mezcla de razas, creencias y culturas que la han convertido en una gran nación. La gran diferencia es que en su momento estos inmigrantes, tanto en América como en Catalunya no venían para aprovecharse de ningún “bienestar social” (no existía ni siquiera el concepto) a cambio de nada. Las personas emigraban de su país de origen  para alcanzar, en el país de destino, un mejor nivel de vida con su esfuerzo y sacrificio. Sólo recibían empleo y con su trabajo mejoraban su calidad de vida y ayudaban a mejorar el bienestar y la riqueza de los autóctonos. Los dos ganaban: los inmigrantes y también los ciudadanos que los acogían en su tierra. Piensen en la diferencia con la situación actualen que lejos de crear más riqueza se aspira a repartir la pobreza.
Lo que es más relevante, con el desembarco de partidos extremistas o de facciones igualmente extremistas aunque semiocultas al estar diluidas en el seno de algunos partidos, es la introducción de un discurso que contamina el debate público y que se puede concretar en un rechazo al inmigrante, un antieuropeísmo sin complejos, la defensa de deportes o diversiones cruentas, la eliminación de las autonomías y sus televisiones y la revocación de medidas sociales que han beneficiado a la mayoría de ciudadanos durante las ultimas décadas.
El “éxito” de la extrema derecha, y también de la extrema izquierda y de grupos antisistema, nos tendría que preocupar a todos porqué plantean una batalla que intenta destruir el alma europea.
Cualquier partido democrático que, para obtener el poder político, se avenga a pactar con cualquiera de estos partidos extremistas o antisistema (en Catalunya se sabe de esto) tendrá que incorporar, de alguna manera, el mensaje político de estas formaciones.
Por otra parte, incitar a que la ciudadanía salga a la calle para protestar porque los partidos extremistas o antisistema hayan obtenido representación parlamentaria, debido a que han obtenido suficientes votos en unas elecciones democráticas, me parece una gran irresponsabilidad. A estos partidos extremistas y antisistema no se les debería combatir con manifestaciones ni con griterío en las tertulias sino con “propuestas serias, justas y factibles” para evitar la radicalización que se está produciendo en todos los países europeos. 
Si no se trabaja bien, si no se cumplen las promesas electorales, si no se facilita la creación de riqueza antes de repartirla, si no se es valiente y se explican las decisiones y se aplican con valentía, aunque puedan ser difíciles de asumir, para evitar males mayores, si no se trata a la población como adultos responsables… tarde o temprano surgen populistas “salvadores de la patria” que en realidad destruyen bienestar. Tras  demasiados años con mentiras, incompetencias, abusos de poder para beneficiarse con corrupción institucional, despilfarro a mansalva con fondos públicos hasta llevarnos a una deuda insostenible, etc. ¿les extraña lo que pasa en los poderes del Estado?
 Los partidos que en cada votación pierden miles de votos y al­gunos escaños, desde las izquierdas hasta la derecha, deberían reflexionar por qué han retrocedido ante el avance espectacular de otros partidos populistas, xenófogos o antisistema. Están en juego la convivencia, las libertades y nuestro sistema democrático.

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