viernes, 11 de octubre de 2019

¡No mas excusas!

A pesar de las facilidades que desde hace años tenemos todos los españoles para ir a la escuela y recibir formación y a pesar de que prácticamente todos mantenemos a nuestro lado un teléfono móvil inteligente (el teléfono que te permite acceder a grandes bases de datos e información susceptibles de convertir en conocimiento), cada vez hay más ignorantes o despreocupados por conocer la “verdad”. Cada vez hay más personas que gritan mucho pero ni oyen y menos escuchan; y faltos de todo rigor se sienten capaces de reinterpretar la historia para justificar sus bravatas.
En el siglo pasado muchos niños no pudieron ir a la escuela porqué sus padres los mandaban a trabajar para ayudar al mantenimiento de la familia. También es cierto que pasados los años, de mayores les faltaron ganas para esforzarse en aprender, remediando en parte lo que se les negó de niños. Lo imperdonable hoy en día es que, con millones de niños bien alimentados, a los que se les han dado todas las oportunidades (¿las han sabido aprovechar?), siga habiendo tanta gente que infravalora y hasta desprecia el conocimiento y el sentido común. Si no fuera así, se dificultaría mucho la nefasta labor a todos los que atentan contra la salud de la democracia y, con sus espectáculos mediáticos, pretenden que sigamos comulgando eternamente con ruedas de molino.
En las empresas pagan a los CEO’s para que elijan un buen equipo directivo y para debatir y tomar con ellos la mejor decisión. Así intentan conseguir que la empresa progrese y dé beneficios. De esas decisiones bien tomadas se benefician sus accionistas, sus clientes y sus trabajadores. No les pagan sueldos astronómicos para convocar a los trabajadores en asamblea y transferirles su responsabilidad cuando deba tomarse una decisión importante.
Eso tan lógico parecen no entenderlo algunos políticos que usan el recurso fácil (para ellos) de transferir a la calle la responsabilidad de tomar decisiones desde las instituciones, aunque sean sobre cuestiones de una complejidad técnica o política indiscutible. A veces puede entenderse porque, aún cobrando sueldos que nunca habrían conseguido en una empresa privada, ellos mismos han demostrado no tener la más mínima competencia para tomar esas decisiones con las mínimas garantías de éxito y progreso. 
Aun así está claro que los referéndums suelen simplificar problemas complejos. Organizar un referéndum no significa necesariamente respetar al pueblo. Al contrario, la intención que a menudo lo motiva no es otra que manipular a la ciudadanía. Se quiere dar la impresión de que con él se pretende fortalecer la democracia, cuando en realidad puede debilitarla. Sobre todo si las bases no están claras y si se actúa diferente a lo decidido en el referéndum.
Puede que la democracia di­recta y los referéndums sean las herramientas óptimas para asegurar que se oiga la “voz del pueblo” y los deseos de los ciudadanos se hagan realidad, pero la historia nos demuestra que en la mayoría de los casos el referéndum ha sido la expresión del ejercicio cínico de hacer ver que mandan unos para seguir mandando los otros. 
Los debates previos a los referéndums deberían estar exentos de populismos y demagogias, y los ciudadanos deberíamos tener la formación suficiente y hacer el esfuerzo necesario para detectar a los charlatanes y vendedores de humo. Además se precisaría que los ciudadanos utilizáramos las herramientas que nos permite la democracia con conocimiento y responsabilidad; y eso, sin educación, conocimiento, experiencia y voluntad es imposible que llegue a buen término. Así nos ha ido en el pasado.
Siempre olvidamos que el debate de un referéndum acostumbra a venir condicionado por el autor de la propuesta y las consecuencias políticas que para él y su grupo de presión pueda tener. Sin tener nada que ver con la propuesta que se plantea, no se da respuesta al contenido de la pregunta formulada (cuanto más compleja, más ignorada), sino que se responde en función del efecto político que su respuesta producirá. 
Es imprescindible un buen conocimiento de los asuntos debatidos por parte de los ciudadanos, necesidad mucho mayor que en el caso de la democracia representativa (donde son los representantes quienes deciden). Los referéndums simplifican, comprimen y reducen la verdad, lo que acaba deformándola y falseándola. 
Cuando lo sometido a consulta es profundo y complicado se crean falsas esperanzas de solución y se acaba por provocar decepción. Para darse cuenta de esto, basta con que les pregunten a sus conocidos que significa para ellos “república”, autonomía”, “estado independiente”, “independencia” y que “concreten” su respuesta. Que especifiquen las ventajas e inconvenientes que a ellos personalmente les reportarán si responden si o no a la pregunta. ¿Que representará para ellos si votan si o no una opción política concreta, si se suman a una protesta, manifestación, o acto reivindicativo concreto y qué si no lo hacen?. Comprobarán que hay tantas respuestas diferentes como personas interpeladas y que algunos de ellos ni siquiera saben contestar y sólo hacen lo que hace el vecino o su tertuliano favorito.
Sucede lo mismo con determinadas propuestas electorales: los políticos prometen porque prometer no empobrece. Prometen con todo descaro y sin vergüenza alguna. Eso sí, lo que venga después ya seremos los ciudadanos los que paguemos las consecuencias.
¡No mas excusas! 
¡Mediten! 
¡Ejerzan su libertad!: Mediten, tomen su decisión y actúen responsablemente.

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