Escuchando las razones del independentismo con voluntad de entenderlas (aunque no se compartan), parece que la indignación es irreversible. Los agravios y chapuzas judiciales han colaborado a esa indignación y a generar estados de ánimo que instauran la desconfianza, el descrédito de la verdad y anulan la presunción de inocencia, tanto de los acusados como de los acusadores. Es difícil preservar el derecho a unas garantías democráticas que no estén bajo sospecha. El clima político lleva años envenenándose y, a medida que se acerca la “Sentencia del Procés”, todos se distancian de cualquier racionalidad.
Amparados por grandes palabras, se apela a consignas preventivas que exigen absoluciones o culpabilidades por decreto. El malestar viene de tan lejos que ya forma parte de la vida cotidiana, y la amenaza del colapso civil sigue siendo una hipótesis tristemente factible, que se agravará cuando se acumulen las malas noticias económicas, que por mucho que se tapen, llegarán.
Hace tiempo que la indignación se transformó en una ilusión pacífica teniendo en cuenta las tensiones del contexto, basada en la evidencia de una capacidad de movilización histórica, que, en vez de ser asumida como síntoma de un malestar nada banal, fue tratada con ceguera a través del abuso de poder de una prisión preventiva que traiciona la interpretación más progresista de la Constitución. El problema viene cuando exaltamos las emociones y dejamos de lado los argumentos y los datos reales. Técnica que ha llevado a una frustración, tanto de quienes se sienten estafados por el incumplimiento de promesas incumplidas como de los que aspiran a una españolidad diversa, transigente y más democrática. Incluso en los círculos más “acostumbrados al diálogo y al raciocinio, y alejados de los extremismos”, la distancia que separa las posiciones de unos y otros en cuanto a la relación de Catalunya con el resto de España se refiere, no ha disminuido ni un milímetro.
Entiendo que los indepentistas piensan que lo sucedido en los últimos años demuestra que España no es susceptible de reforma, y nunca dará a Catalunya el trato que esta merece. Piensan que sólo la independencia permitirá a Catalunya alcanzar su plenitud y alcanzar la independencia será posible si el independentismo no comete errores de bulto y deja constantemente en ridículo al Estado español. La técnica es ensalzar la ejemplaridad de las instituciones de la Generalitat y denigrar las del Estado. Aún si esto se consigue (con estos gobiernos negligentes y mediocres que no dejan de meter goles en propia portería), ello necesitará tiempo y requerirá paciencia, trabajo y perseverancia, (pero) si el independentismo juega bien sus cartas, pasará del 48 al 58 por ciento de votos a su favor y entonces será posible a independencia. Esta es la teoría, pero no la avala ninguna práctica puesta en marcha hasta el momento.
Los no independentistas rebaten los argumentos anteriores y ponen en duda sus pronósticos; y al hacerlo quedamos todos instaurados en un diálogo de sordos, incluso entre personas educadas y deseosas de llevarse bien, pero sordos al fin.
La conclusión es que sirve de poco argumentar para tratar de imaginar lo que puede ser el futuro inmediato de los habitantes de Catalunya. Saber si una acción favorece o no a la “causa” será un filtro por el que pasará toda iniciativa del Govern. Que ese filtro conduzca a una gestión política ágil, eficaz para progresar y justa es una utopía. Por otra parte, los españoles de Catalunya confían en que, los actos del Gobierno Central no les hagan sonrojar como ha ocurrido en ocasiones no muy lejanas; y soportarán mal la insistencia continuada tanto del Govern como de los medios afines en describir la acción del Estado del modo más negativo posible, sin reparos en faltar a la verdad cuando la “causa" lo requiera.
¿El resultado? Ahondar los fosos en lugar de ensanchar las bases; quizá lograr que el odio hacia España que anima a una parte del independentismo acabe por ser su único motor, y que se vea correspondido en los mismos términos por los que no comparten sus ideas. No olvidemos la “ley del péndulo”.
Para mi, la única forma de desmentir la debilidad de las consignas de unos u otros es con la fuerza de los hechos, que libres de incompetencias muestren una prospera gestión de las finanzas públicas y del pais, y eliminen del discurso las medias verdades, la propaganda partidista y el victimismo sectario.
Sea como fuere, una sociedad enfrentada consigo misma no va a ninguna parte, sólo puede generar proyectos para unos pocos. No puede abordar problemas que afectan a todos y requieren la participación de todos. Es una sociedad en la que cada vez es menos cómodo vivir, y que de seguir así, verá como se vacía de sus “más valiosos elementos”, que se irán, en silencio, a un lugar donde el aire sea más respirable. Nadie nos condena a vivir con estas tensiones. Aunque la tengan en parte, no es suficiente con echarle la culpa de todo a Madrid, de cuya contribución a la coyuntura actual ya hemos tomado sobrada nota.
Todos los que nos gustaría que Catalunya fuera independiente hace tiempo que nos deberíamos haber formulado una pregunta incómoda y haber meditado la respuesta argumentaba, serena y sensata:
Una vez “valoradas con rigor” que libertades y cuantos recursos adicionales se conseguirían en cuanto se lograra la independencia y se estabilizara el pais, ¿Vale la pena luchar sin apoyos externos (porque nadie los ha ofrecido) por conseguir estas ventajas que conseguirían los habitantes de Catalunya con un Estado independiente; por el momento fuera de Europa, porque el Gobierno español así lo exige y la Unión Europea lo ha aceptado?
Ese ese empeño ¿justifica años de malvivir, de estancamiento y desánimo, que son el resultado ya comprobado de seguir por donde sugieren los lideres políticos y sociales independentistas?
¿Desean infligir ese destino a cuantos viven permanentemente o temporalmente en Catalunya?
Los líderes independentistas no nos han contestado nunca a estas preguntas, por lo que el paso a la madurez política hemos de darla cada uno de nosotros personalmente, teniendo en cuenta nuestra situación personal, edad, estado de salud, el grado de independencia económica personal, etc.
La decisión a tomar es lo suficientemente importante como para moderar los sentimientos y aplicar todo el “seny” de que seamos capaces y más. ¿Cómo vamos a vivir en Catalunya en el futuro más próximo?.
Dado que ni desde la represión ni desde la confrontación, nadie quiere renunciar a volver a hacer lo que ya se ha visto que no funciona, esta situación de “emociones a flor de piel” invita a algunos a que sigan cometiendo los mismos errores y a algunos (aunque sean pocos) a cometer errores que aún no se han cometido y que pueden dar al traste con la inestable paz social que tenemos y que puede ir a peor.
No es tiempo de insensateces o bravuconas que siempre incumplen os que las lanzan y si es tiempo de practicar el “seny” y el trabajo emprendedor; valores que siempre distinguieron a las personas de nuestra tierra catalana y que hoy parece que brillan por su ausencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario