jueves, 27 de abril de 2017

¡Viva la hipocresía!

El desfile de corrompidos —los corruptores quedan más en la sombra— es espectacular y todos pensamos que lo que nos cuentan en los medios, es sólo la punta del iceberg. Nos regodeamos pensando en la maldad interminable e inabarcable de unos pocos, que muchos piensan que son muchos más. 
Nos quejamos de que nadie nos cuenta a que cifra asciende lo “recuperado del espolio” o a que porcentaje asciende lo recuperado de entre todo lo defraudado. ¡Queremos de vuelta todo el dinero robado! Claman algunos, pero nada de nada, al contrario.
La mayoría de los medios se esfuerzan en criticar toda la maldad de algunos de nuestros dirigentes. Muchos piensan que la maldad es endémica en los partidos políticos que han “tocado poder” y que cuando los que aún no lo han tocado, cuando lo toquen… Ya se han visto algunas muestras de lo que pasa cuando los “nuevos y puro” presienten que hay posibilidades de alcanzar una cuota relevante de poder decisorio o de gestión de las arcas públicas. Todos se pelean encarnizadamente para tener acceso a la “tarta pública”, porqué hasta el momento, en nuestro país delinquir y estafar ha salido prácticamente gratis. Cierto que la justicia con los pocos medios que les dan los políticos se esfuerzan en impartir justicia, pero poco y tarde lo consiguen, cuando lo consiguen.
Todo lo dicho parece que tiene poca réplica porque los hechos se empeñan en demostrarlo día a día, pero no nos olvidemos de la ciudadanía.
Los partidos corruptos (por el elevado número de imputados en sus filas) siguen ganando elecciones o al menos siguen obteniendo representación parlamentaria gracias a cientos de miles de votos que les han otorgado ciudadanos. Unos tienen miedo de las “alternativas” y prefieren seguir votando al malo conocido. Otros, sin pudor alguno, quieren que la fiesta continúe porque les fue muy bien mientras “tocaba la banda”. No olvidemos que esos “malvados dirigentes” que hicieron muchas “cosas feas” fueron las que posibilitaron el “gran crecimiento español” en la última década del siglo XX y primera del XXI. Aquel maravilloso crecimiento fue posible porque se hizo todo aquello que ahora se intenta castigar, porqué sin todas aquellas cosas feas no sólo no hubiese habido crecimiento sino que el PIB español hubiese retrocedido porque el modelo económico español ya estaba agotado.
Pocos quieren admitirlo, pero lo cierto es que desde 1991 todo fue una creciente orgía de crédito, de especulación, de apalancamiento y de deuda. Se empezó regalando tarjetas de crédito a todo el mundo, se siguió con las puntocom, se continuó con las subprime y se acabó con Lehman Brothers. El PIB español aumentó como nunca y todo eran sonrisas y para bienes; CEOs y empresarios satisfechos, banqueros horondos y no olvidemos a las ciudadanías que estaban pletóricas gastando a mansalva y viviendo como nunca habrían podido imaginarse, debido a los créditos descabellados que les concedían sin aval y sin pensar que alguna vez tendrían que devolver lo prestado, que no regalado aunque lo pareciera. Recuerdo a la gente pletórica porque en su pueblecito les construían un polideportivo más grande que el de la capital, aunque no lo usara nadie. Dan dinero para eso y no para construir una residencia de ancianos, decían y hay que aprovecharlo porque “dan mucho dinero a fondo perdido”, sin pensar en la deuda pendiente que quedaba ni en la utilidad de la dependencia construida. Eso si, el municipio quedaba endeudado para los siglos venideros. En España se vivió en un estado de “locura colectiva”; Estados y entes locales eufóricos por las crecientes recaudaciones impositivas. En todas partes euforia, fiesta, sin-sentido.
Cuando se despertó del sueño y la crisis financiera empezó a enseñar sus garras, muchos negaron la mayor y solo muchos años después cuando el paro y las deudas apretaban, la mayoría empezó a buscar culpables en los otros, sin reparar que aunque unos lo fueron mucho más que ellos, nadie se libró del desvarío. Ahora se intenta castigar a quienes hicieron aquellas cosas feas, muy feas, terribles; pero nadie reniega de aquel crecimiento diciendo que nunca debía haberse producido porque era insano. Falta seriedad, porque no todos los delincuentes ni todos los delitos tienen el mismo efecto perverso, ni requieren la misma reprobación ni castigo, pero habiendo llegado aquí es muy difícil mantener la cabeza fría y actuar con equidad. La tónica general es reclamar por todo y a todos, exigir “supuestos derechos personales o colectivos” a la vez que no se asume ninguna culpa personal ni se enmienda ningún comportamiento personal incorrecto.
¡Viva la hipocresía!
©JuanJAS

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