miércoles, 23 de agosto de 2017

Reflexiones sobre el terrorismo y el buenismo

El terrorismo golpeó el corazón de la ciudad de Barcelona, cosmopolita, abierta, acogedora y libre. El terrorista golpeó a cientos de personas inocentes que paseaban por el siempre transitado paseo barcelonés. Barcelona ha sido estos días portada en todos los medios del mundo. Muchos jefes de gobierno, alcaldes y personajes públicos de todos los continentes han mandado notas y hecho declaraciones en apoyo al pueblo catalán y español sobre lo que ha ocurrido en el lugar más emblemático de la capital catalana. Muchos políticos españoles y algunos representantes de otros países cercanos han volado a Barcelona rápidamente, se han hecho la foto y han lanzado sus discursos dirigidos principalmente a “los suyos”.
Conscientes de la existencia del peligro terrorista en nuestro país, los Mossos han detenido a muchos sospechosos y su acción ha sido intensa en los últimos años. Barcelona siempre ha sido una ciudad acogedora en la que se hablan cientos de lenguas y conviven etnias de diferente procedencia. El respeto mutuo siempre ha sido correcto y por ello es previsible que el espíritu cívico de Barcelona sobreviva. Ojalá que entre todos no tensemos demasiado la cuerda.
En un informe de 2007 filtrado por Wikileaks, el embajador de EEUU en España, Eduardo Aguirre, dijo: “las autoridades españolas y norteamericanas han identificado Cataluña como el mayor centro mediterráneo de actividad de radicales islamista”. Hace años que estamos en “Nivel 4 de alerta antiterrorista”.
La mayoría no somos conscientes de lo que esto significa para nuestra sociedad, para nuestro sistema de vida y para nuestra propia vida. Vivimos totalmente ajenos al riesgo que tenemos encima. Esconder la cabeza debajo del ala puede ser bueno para los avestruces, pero no para los humanos. En este contexto muchos se empiezan a preguntar abiertamente si existen vías buenistas contra el terror.
El Estado Islámico (EI), no solo adoptó el terrorismo en la casa del enemigo como otro frente de guerra, sino que le dio un giro propagandístico. Idearon eslóganes emocionales y bélicos tan efectivos como descriptivos: “Si no puedes encontrar explosivos o munición, arrincona al infiel estadounidense, francés o de cualquiera de sus aliados. Aplasta su cabeza con una roca, mátalo con un cuchillo, arróllalo con tu automóvil, arrójalo desde un lugar elevado, estrangúlalo o envenénalo”. Estos mensajes no eran solo para los suyos, sino para que fueran conocidos por los occidentales y nos infundieran terror. Los horrores de la guerra en Oriente Medio llegan a Occidente en píldoras televisivas, y nosotros (espectadores) los solemos asumir como parte de la programación. No sabemos exactamente las causas, ni los porqués, ni los beneficiados de los atentados. Lo que si sabemos es quienes son los perjudicados: las personas buenas de allí y de aquí. Todo toma un cariz muy distinto cuando somos conscientes de que los muertos podemos ser nosotros mismos, porque sólo el azar impidió que estuviéramos en el sitio donde se vivió el terror aquella tarde. Sólo la suerte o la incompetencia, de esos aprendices de terrorista que cometieron el atentado, hizo que no hubiera muchos más muertos y heridos.
Los medios de comunicación nos tienen anestesiados y con el tiempo han conseguido que un solo atentado y una cuchillada en nuestra ciudad haya tenido, para nosotros, muchísima más repercusión que miles de atentados, bombas y cuchilladas en los desiertos sirios. Nosotros todavía no somos conscientes de que estamos en guerra, porqué entendemos la guerra como se entendía a principios del siglo XX; pero ya no es así. Ya no vamos personalmente a la guerra, vemos trailers de la misma por televisión y nos afectan en proporción inversa a la distancia que separa el suceso de nuestro domicilio, como si viéramos un espectáculo de ficción. Todo cambia cuando los terroristas vienen hasta nuestras calles a darnos la guerra. Como no han podido cambiar la mentalidad de las potencias occidentales ganándoles en Oriente Medio, decidieron venir hasta nuestras casas para cambiar nuestro sistema de vida. La del pueblo llano, porque las grandes potencias y sus mandamases siguen bien protegidos en sus mansiones protegidos especialmente por sus equipos de seguridad. El asesinato masivo o indiscriminado de ciudadanos de a pie lo consideran “lucha armada”. ¿Les suenan esta dos palabras? 
Al mismo tiempo que maquinan cruentos asesinatos y convencen a quienes pueden para que los ejecuten, utilizan estrategias para conquistar a la opinión pública a través de la propaganda, empezando por las “líneas débiles” —aquellas donde los occidentales desarrollamos nuestra vida social, laboral y de ocio— donde nos divertimos y relacionamos aparentemente protegidos por las aparentes murallas de nuestra sociedad del bienestar, consumista y hedonista. Los estrategas terroristas tratan de convertir nuestros sitios de confort en lugares de terror y que las libertades que nosotros hemos conseguido, como la de circulación libre de las personas, se conviertan en actividades cotidianas de riesgo.
Los terroristas que perpetran los atentados no tienen que ser necesariamente musulmanes llegados de Oriente Medio para cometer un asesinato, no tienen porque ser excombatientes, sino que puede ser cualquier islamista instalado en Occidente desde hace décadas, o nacido aquí. Alguien que ha ido a nuestras escuelas, que ha sido atendido por nuestros servicios de salud, que ha disfrutado de todos los derechos que solidariamente les hemos concedido, puede convertirse en nuestro potencial asesino. Sabiendo esto, es normal que cada vez más personas sientan miedo cuando ven ciertos comportamientos de “reafirmación de la cultura musulmana” en nuestro país y en occidente. Cada vez hay más la sensación de que este colectivo no quiere integrarse en nuestra sociedad sino que quiere mantener totalmente su cultura en nuestro territorio y cambiar nuestra forma de vida. Aumenta nuestra desconfianza e intranquilidad con solo ver cerca a una persona vestida con atuendos musulmanes. ¿Porqué no nos sucede lo mismo con otras comunidades de inmigrantes: ni con los sudamericanos, ni con los chinos, ni con los subsaharianos, etc.? ¿Porqué será?. Tienen mucho que ver el comportamiento que muestra cada uno de estos colectivos para con el resto de ciudadanos.
Una parte de los occidentales dirán que esas personas asesinaron o planearon atentados porque eran unos inadaptados, porque no recibieron un trabajo ni una educación suficientes. O algo peor: porque estaban locos. La pedagoga que trabajó con los jóvenes terroristas que atentaron en Barcelona y planificaban algo muchísimo más cruento de lo que realmente sucedió, no entiende nada. Es muy complicado y supongo que por ello todos los que están relacionados con colectivos de riesgo tienen que estar muy atentos y redoblar esfuerzos. Los profesores deberían tener un referente musulmán a quien hacer preguntas, a quien le puedan consultar qué hacer con un niño cuando tiene una actitud preocupante de odio o alejamiento de lo occidental, cuando se aísla y deja de participar en actividades y deja de sentirse parte de la sociedad catalana y occidental, cuando habla de los catalanes como “los otros”, siendo el mismo catalán y por tanto debería sentirse como tal. Saber donde has nacido es fácil. Otra cosa es saber responder sin dudas ¿de donde eres? ¿De donde te sientes?. La respuesta debería coincidir con donde vives, trabajas, formas tu familia, etc., porque un día decidiste voluntariamente hacer todo esto aquí y no en el lugar donde naciste. Máxime cuando tienes total libertad para regresar en cuanto quieras y no tendrás ninguna coacción de nadie para que puedas hacerlo cuando no te sientas bien donde has intentado mejorar tu vida. La buena integración debe ser de convivencia, de sentir la cultura como propia, de sentirse parte de la sociedad, y si uno no siente así en el lugar donde vive, no debería seguir viviendo en ese lugar. Hay musulmanes de segunda generación que han nacido aquí y por tanto son catalanes y no inmigrantes puntuales (que han venido a trabajar momentáneamente gastando lo mínimo y enviando la mayor parte del dinero a sus familias que siguen en su país, con la idea de para volver en cuanto puedan). Esos catalanes de religión musulmana no toleran la islamofobia porqué no dan ningún motivo para ello: Han nacido, crecido, estudiado aquí, trabajan o montan sus negocios aquí y se siente integrantes de esta sociedad como cualquier otro catalán. La única diferencia que hay es la creencia, la religión, pero no hay ninguna diferencia de identidad o diferencias culturales que impidan la convivencia pacífica. Otra cosa son los que no se sienten de aquí ni pretenden integrarse lo más mínimo, pero si se benefician de todos lo servicios y ayudas que les brinda nuestra sociedad, al tiempo que pretenden cambiar el modo de vida que democráticamente nos hemos dado porqué no les gusta… Lo que no les podemos disculpar es que se radicalicen porque "otro musulmán perverso" les radicalice. Porque el causante no solo es el radicalizador, también tienen mucho que ver el radicalizado y su entorno que permite estas actitudes.
Es muy fácil decir que el asesino actúa como lo hace por carencias de nuestro sistema educativo o de colocación laboral. Los terroristas conocen esta dialéctica de algunos occidentales, tan falsa y que tanto daño nos hace. ¿Alguna vez ha pasado lo mismo con todos los inmigrantes que han venido a Catalunya en los últimos 100 años?. Inmigrantes, por ejemplo después de la Guerra Civil, que tuvieron que pasar penalidades, que vinieron sin trabajo, sin vivienda, sin servicios ni ayudas sociales, sin escuelas, sin pagas del gobierno, sin nada de nada. Vinieron en unas condiciones muchísimo peores que los inmigrantes actuales. Sólo con sus manos se construyeron una chabola en guetos de los suburbios de la ciudad, y trabajaron muy duro para empezar una nueva vida y progresar poco a poco. ¿Nadie se acuerda de eso?. Aún así, con todas las penalidades que hubieron de pasar, no hubo ni un solo atentado. Ni un solo terrorista entre toda esa gente.
Los estrategas terroristas intentan crear en nosotros (nos consideran sus enemigos) un miedo a vivir de tal magnitud que nos empuje a ceder, a bajar los brazos, y si no, que al menos introduzca el debate y la división sobre la unidad de acción sobre como protegernos de sus ataques. Y lo consiguen, muchos occidentales disculpan a los terroristas y a los que les dan apoyo, directa o indirectamente, y aseguran que lo hacen por culpa de Occidente.
Por ejemplo, nadie habla por TV ni en las redes sociales del “Fondo de los Mártires” a cargo de la Autoridad Nacional Palestina, que ha existido desde la OLP de Arafat, y que ahora se llama Ley de Prisioneros (2010). En septiembre de 2015, Mahmud Abás dijo: “Damos la bienvenida a cada gota de sangre derramada en Jerusalén”. En su fe, cada mártir va al paraíso, pero también recibe su recompensa económica. Según los datos oficiales hay unos 5.500 terroristas que reciben un salario de entre 600 a 3.000 €, que supone unos 140 millones de € al año. Ese gasto podría usarlo la ANP para crear riqueza o empleo en Palestina, pero lo dedica a apoyar terroristas.
En la conquista de esa nueva hegemonía emocional, al estilo de Gramsci, utilizan todos los mecanismos que nuestra sociedad abierta les ofrece. El multiculturalismo es clave en esta cuestión: el “buenismo” permite el paso, organización y acción de los terroristas y de los inductores. Es más; al tiempo que se acoge a inmigrantes y refugiados islámicos (que no islamistas), el occidental multiculturalista induce a la disolución de nuestras costumbres para ser acogedor. De eso se aprovecha el islamista (que no islámico), constituyendo una auténtica Quinta Columna.
Los terroristas consideran que están en guerra (lucha armada). Sin embargo, aquí que estamos en Alerta nivel 4, parece que nadie es consciente de ello. Si no, ¿cómo es posible que en un lugar paradigmático del turismo multicultural, como las Ramblas de Barcelona, no hubiera ni un solo policía ni medida de seguridad en más de medio kilómetro, velando por la seguridad de los ciudadanos?. Esto se agrava en que, por motivos políticos, no hay verdadera colaboración entre cuerpos policiales que tienen competencias en los diferentes territorios del Estado español. Si no hay unidad a la hora de atajar el problema terrorista, los resultados no son lo eficientes que podrían ser.
La “vía buenista” supone implementar programas de integración de los musulmanes rebajando las costumbres occidentales para fomentar el multiculturalismo, pedir perdón por la actuación de las potencias en Oriente Medio desde las Cruzadas, y retirarse de las zonas en conflicto. El “buenista” considera que el terrorismo es la respuesta al neoliberalismo y la globalización capitalista que explota a pueblos tercermundistas. Hay algunos que incluso piden que Israel desaparezca para apaciguar el conflicto, sin considerar que para ellos no es una cuestión de territorio, sino de dominación religiosa dentro y también fuera de su territorio.
Hay quien piensa en actuaciones más realistas, sin paternalismos ni complejos. Pensamos que es preciso cortar las fuentes de financiación que permiten la organización y el desarrollo de los terroristas, y que es imprescindible que las policías mundiales de todos los países democráticos se coordinen, al menos en casos de terrorismo, drogas, etc. Es una pena que el Gobierno español no haya incluido a los Mossos en la Europol. Es una pena que los cuerpos de seguridad dependientes del Gobierno español no hubieran compartido información con los Mossos sobre el Imam de Ripoll, sus antecedentes penales y su vinculación terrorista. Es una pena que el juez no hubiera ejecutado su orden de extradición. Es una pena que la Policía Nacional advirtiera hace un tiempo a una célula terrorista que estaban siendo vigilados por los Mossos. Es una pena tanta mezquindad y falta de colaboración en tantos temas que afectan al bienestar e incluso a la vida de los ciudadanos.
Algunos aconsejan no ser ingenuos y ejercer el control del paso-estancia de inmigrantes y refugiados, tender alianzas con los gobiernos de Oriente Medio, y contar con la colaboración real de las comunidades islámicas que viven pacíficamente entre nosotros. Muy importante este último punto, cuya sola mención pone nervioso a más de uno, y no entiendo porque, ya que la lealtad, confianza y ayuda para perseguir a los malhechores tendría que ser normal entre conciudadanos de buena fe.
No me atrevo a opinar sobre política internacional porqué me faltan conocimientos. No me atrevo a opinar sobre lo que sucede en los países de Oriente Medio ni en los de religión musulmana porque me faltan datos reales sobre el tema. Pienso que los receptores del terror que nos causan estos terroristas, sus organizaciones y los que las financian, somos los que menor responsabilidad tenemos en que actúen así sobre nosotros. Tampoco tienen culpa los musulmanes de buena fe ni la mayoría de los inmigrantes que han conseguido huir del terror de esta gente en sus tierras. Pero a ellos los hemos acogido en la nuestra tierra y les hemos facilitado medios para que se adapten y consigan un nivel de vida muchísimo mejor que el que tenían en sus territorios. Y eso se lo hemos posibilitado solidariamente nosotros, nuestros padres, abuelos y bisabuelos, que junto con sus vecinos ayudaron a formar la sociedad en la que los hemos acogido. No encontraron nada hecho, lo lograron con su trabajo, su sacrificio, con sus decisiones e inversiones, eligieron este sistema de vida para ellos y se lo legaron a sus descendientes. Nosotros lo podemos disfrutar gracias a su esfuerzo. Lo consiguieron ellos y los inmigrantes deberían respetarlo, valorarlo y reconocer que por nuestra solidaridad han conseguido mejorar su vida respecto a la que hubieran tenido en sus países. Y nadie tiene que avergonzarse ni siquiera ruborizarse por recordar esta verdad a quienes piensan que las cosas que tenemos, las tenemos por “suerte”. Aquí, también hemos sufrido guerras, destrucción y represalias, epidemias, dictadores, etc. pero hemos conseguido superarlo y llegar a tener una sociedad con un cierto bienestar. Aquellos de nosotros que emigraron a otros países, en los tiempos difíciles, trabajamos, ahorramos y unos se integraron en la sociedad que los acogió y agrandaron allí sus familias, y otros volvieron a nuestro país y lo mejoraron. Mientras estuvieron en los países que los acogieron, no mataron a nadie ni intentaron causar terror, ni robaron, ni acusaron a nadie de no poder integrarse. ¿Alguien no ve la diferencia, o no quiere verla?. 
Cuando se habla de bondad, de solidaridad, de todos iguales ante la ley, debe huirse de la doble moral que, mientras alimenta poses, pancartas, declaraciones, portadas de periódicos y tertulias televisivas, sólo pide “derechos” para los “pobres desprotegidos que se ven forzados a huir de sus países por culpa de los malvados gobiernos occidentales” y sólo “deberes” para los ciudadanos occidentales que deben redimir las culpas de sus malvados gobiernos, ofreciendo toda clase de ayudas —que se niegan a muchos autóctonos— a los “bienvenidos” para que se sientan cómodos, protegidos y a gusto entre nosotros. Basta con que miren a su alrededor y no harán falta más explicaciones para entender lo que les digo. Las redes van llenas de mensajes que piden “igualdad para todos” y no hace falta indagar mucho para comprobar que no se cumple y que hay discriminación por todas partes. Hay discriminación tanto negativa como positiva y ninguna de ellas fomenta la igualdad.
La solidaridad para ayudar a personas que atraviesan por guerras, hambrunas, toques de queda, desastres naturales y otras condiciones extremas es uno de los valores humanos mas importantes. No es obligatorio practicarla, pero todos deberíamos aceptar este compromiso moral para ser capaces de ayudar a alguien en situación de riesgo o necesidad extrema. La solidaridad es tan importante que representa la base de muchos valores humanos como la amistad, el compañerismo, la lealtad, el honor y nos permite sentirnos unidos sentimentalmente a esas personas a las que les brindamos apoyo y por supuesto es lógico que ese sentimiento sea recíproco, porque de biennacidos es ser agradecidos. Este reconocimiento y agradecimiento no se debe pedir a los inmigrantes, pero debería salir de los corazones de las personas que reciben la solidaridad por un tiempo concreto y en una cantidad concreta, para ayudar a salir de un trance, nunca a perpetuidad. Para no fomentar malos vicios ni picarescas, es fundamental que las ayudas sean temporales y dentro de las posibilidades de cada país o sociedad, cuidando de que nunca suceda que, fruto de esta solidaridad, los que la reciben tengan opción a recibir y disfrutar de más productos o servicios que los que la entregan. Ofrecer productos y servicios gratis a “quien no puede pagarlos” no es bueno, porqué fomenta la vagancia, la picaresca y destruye el amor propio de los que la reciben y termina por agraviar a los que la dan. Cualquier pobre podrá no tener dinero para comprar comida, ropa o vivienda (salud, medicinas y educación ya se les da gratis a todos) pero lo que si tienen es tiempo y dos manos para trabajar y ayudar a la sociedad que les ayuda solidariamente. El honor y el orgullo personal se salvaguarda colaborando con lo poco o lo mucho que uno tiene, no pensando que uno es merecedor de toda la ayuda por ser quien es.
Mantener el equilibrio es imprescindible si no queremos caer en el abismo de la discordia. La convivencia en muy difícil y más aún cuando los que tienen que convivir proceden de culturas y religiones diferentes. Hay que ser exquisitos en intentar conseguirlo, porque si no se hace, no es de extrañar que se fomenten escenarios de incomprensión, desconfianza y hasta rechazo hacia los inmigrantes; y en el extremo, mentes insidiosas intenten que algunos conciudadanos confundan musulmanes con terroristas. Como recordaba en un post pasado, “la mujer del César, no sólo tiene que ser honrada, sino parecerlo” Por ello todos debemos intentar no confundir las cosas, tener cuidado con acusar a los “otros” de todos los males, cuidar de no pasarnos con las discriminaciones positivas y esforzarnos en no resaltar las cosas buenas de unos y todas las malas de otros.

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