viernes, 1 de mayo de 2020

Los nuevos inmigrantes


Nos informan los periódicos que ha aumentado el paro en nuestro país y que al mismo tiempo hay muchos puestos de trabajo para recolección de alimentos en el campo sin cubrir. También hacen falta para limpiar los bosques, las calles o el mobiliario público. Así mismo, muchos servicios públicos faltan administrativos, por ejemplo en salud donde muchos médicos parece que hagan más de mecanógrafos que de médicos, en justicia, etc. Nunca oigo ninguna propuesta política para resolver estos problemas y a la vez reducir parte del paro estructural que tenemos en nuestro país y mejorar el PIB y la recaudación fiscal. No se como van a cumplir su promesa de que los inmigrantes jóvenes, sanos y robustos que iban a sostener nuestro estado del bienestar futuro, porque parece que lo único que hacen es ampliar la base de la curva de longevidad pero más que aportar al erario público, extraen mucho del mismo, en sanidad, educación, subvenciones y ayudas varias. 

A menudo se habla de los inmigrantes, de las penalidades que tienen que pasar y no se para de pedir mucha solidaridad “para los necesitados”. En España somos campeones en el arte de “pedir que otros den o hagan”.
Por supuesto nadie se acuerda de los emigrantes de otras regiones de España que vinieron a Catalunya durante la primera mitad del siglo pasado, de los emigrantes de pueblos de Catalunya que vinieron a Barcelona, de los emigrantes que tuvieron que salir de España e ir a otros países del centro de Europa o a América. Nadie piensa en las penalidades que tuvieron que pasar y que fueron muchísimo peores que las que pasan los actuales inmigrantes que recibimos en la última década en nuestro país. Sí, mucho peores, porque esos inmigrantes no tenían una pléyade de ONG’s que les esperaran con mantas y anoraks, ni que les hicieran revisiones médicas, ni que los llevaran a centros de acogida (por muy indignos que algunos los califican). No tenían un Gobierno que les diera una paga ni les proporcionara acceso a la sanidad completa y gratuita. No tenían viviendas sociales. Paro no vivir a la intemperie tenían que realquilar alguna habitación y si no tenían medios, construirse una chabola cerca de la playa o en las laderas de Montjuic. Sólo cuando, después de unos años de trabajo, podían ahorrar para dar una entrada, podían aspirar a vivir bajo techo en un pisito. Un piso que ahora no se consideraría digno porque no tenía ni ascensor, ni agua caliente, ni TV, ni calefacción, ni internet, ni nevera, ni lavadora, ni…. 

Esos inmigrantes no tenían “bancos de alimentos ni de medicinas” que les alimentaran y cuidaran de su salud. No tenían enseñanza gratuita para sus hijos, ni becas comedor, ni ayudas para libros, ni móviles, ni tablets, ni bonos gratis para conectarse a Internet, ni ordenadores para teleformación; los educaban como podían en familia: con refranes y fábulas que contaba la abuela, y aprendían las cuatro reglas contando con piedrecitas y haciendo montoncitos, y aún con tan pocos medios, pocos jóvenes se quedaban analfabetos. Y mientras los padres asistían a la escuela de adultos, para sacarse el graduado escolar o mejorar sus conocimientos, esos jóvenes ayudaban a que sus abuelos aprendiera a leer y escribir mejor.

Esos inmigrantes no tenían NADA en comparación con los actuales. Lo que sí tenían eran muchas ganas de superarse, muchas ganas de trabajar, tantas, que se llagaban los pies de tanto andar buscando trabajo, para ganar algo que llevarse a la boca y alimentar a su prole. Tenían mucha voluntad de progresar y mucho amor propio para no tener que “pedir” salvo en caso de extrema necesidad (necesidad de la de verdad) y procurar devolver lo pedido lo antes posible. También tenían mucha voluntad de integrarse en la sociedad de acogida, haciéndola progresar al ritmo que ellos también progresaban.

Por favor, que nadie hable ahora de pobrecitos inmigrantes y dejen de pedir que los demás sean solidarios mientras ellos se las arreglan para dar muy poco… (algunos hasta dejan que se pierda algo de lo recaudado). 

Dejen de argumentar que tenemos que conseguir entre todos (siempre los demás) que los inmigrantes puedan llevar una “vida digna”. Porque DIGNOS fueron los inmigrantes de mediados del siglo pasado. Fueron dignos por no mendigar continuamente. Fueron dignos para trabajar en lo que podían y si no sabían cómo hacerlo, se esforzaban poniendo horas y lo aprendían. Lo de si el trabajo que les salía les gustaba o no, ni se lo planteaban. Lo cogían trabajaban y seguían buscando algo mejor. Fueron dignos por colaborar con la sociedad de acogida sin actitudes incívicas y por favorecer su crecimiento; no para solo extraer todo el beneficio personal que podían de la misma o para robar a los que tenían algo que les gustaba. 

De esos inmigrantes que llegaron en la primera mitad del siglo pasado a Catalunya y cuyos descendientes forman una gran parte de mi país, sí podemos estar orgullosos. No así los inmigrantes que algunos reclaman acoger y que luego permiten que mendiguen por nuestras calles y en las puertas de los supermercados (incluso en pleno confinamiento), que vendan productos ilegales por los paseos o que desprecien las ofertas de trabajo (digno y honrado) que les ofrecen en nuestros campos. De solidaridad para con las gentes de su sociedad de acogida ya ni hablemos, porque de reclamar “derechos” saben mucho, pero de “deberes” y de solidaridad directa saben poquísimo. 

Dejen de hablar de “pobrecitos desfavorecidos” y pónganse/pónganlos a trabajar, porque cuando una persona no tiene que esforzarse para ganarse la subsistencia, nunca aprenderá a entender el valor de los productos ni de los servicios que recibe gratuitamente y que alguien ha tenido que producir y pagar para que ellos puedan disfrutarlo. Cuando alguien no tiene que esforzarse por lo que quiere y recibe perderá la dignidad, la honestidad, la integridad y hasta el respeto por si mismo y por los demás. Y esto es de las peores cosas que le puede pasar a una persona y a la sociedad en la que vive.

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