En el siglo XIII,
durante la Reconquista Española, cuando las tropas del rey Fernando III el
Santo estaban a punto de atacar la ciudad de Úbeda (Jaén – España), uno de los
capitanes del ejército desapareció antes del combate. Cuando la batalla
finalizó, el capitán reapareció. Al preguntarle dónde había estado, el capitán
dijo que se había perdido por los cerros.
Al principio esta
expresión se asociaba con la cobardía de las personas, pero más adelante su
significado cambió y hoy en día se usa esta expresión para definir una
situación en la que alguien dice algo que es incongruente o que está fuera del
propósito de la conversación (habla sobre otra cosa no relacionada con la
conversación). O también que alguien divaga (empezar hablando de una cosa y
terminar hablando de otras muy distintas) o que se pierde en el racionamiento
de algo.
La expresión
“perderse por los cerros de Úbeda” viene como anillo al dedo, porque es
exactamente lo que han hecho los aspirantes a eurodiputados españoles.
¿Saben ustedes en qué consiste el proyecto
TTIP?
El “Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones” es
un acuerdo “llamado a cambiar el curso
de la historia europea, marcando el fin de un ciclo”. Algunos opinan que
si este acuerdo se adopta, “Europa,
como proyecto social, económico, político y cultural está acabada”.
Parece un
tema principal, ¿Verdad?
¿Sobre qué se ha debatido esta semana en la
quinta ronda de negociaciones sobre el Tratado Comercial entre EEUU y
la UE? ¿Quiénes forman parte del grupo de expertos que las dirigen?
En la campaña para las elecciones europeas que
hoy termina, sólo he oído nombrar este acuerdo y la necesidad de que fuera
defendido adecuadamente en Europa a Ramón Tremosa. A nadie más, ni en la
derecha ni en la izquierda ni en las periferias.
El debate es prácticamente inexistente y este asunto tan importante queda totalmente desapercibido para la
opinión pública. Si los ciudadanos no son conscientes de su existencia y menos
de su importancia no exigirán que se convoque un referéndum para que puedan
decidir por si mismos.
Las negociaciones se están llevando a cabo con
mucho secretismo. Los acuerdos no se están haciendo públicos y los nombres del
grupo de expertos europeos que están tratando el tema permanecen en el
anonimato. La opacidad es tremenda y verdaderamente excepcional, lo cual es muy
grave porque este acuerdo será decisivo en la geopolítica mundial.
Sus defensores argumentan que el acuerdo sería
beneficioso para el crecimiento económico, aumentaría la libertad
económica y fomentaría la creación de empleo. En cambio, para
los críticos, el tratado aumentaría el poder de las grandes
empresas y desregularizaría los mercados de una forma sin precedentes, al tiempo
que los gobiernos tendrían muchos
problemas para legislar en beneficio de sus ciudadanos y se limitaría el
poder de los sindicatos en favor de los empresarios.
No se conocen detalles concretos de las
negociaciones y sólo algunos documentos filtrados desde las propias instancias
europeas han permitido ir desgranando los pilares del futuro acuerdo. En un documento
divulgativo Alberto Garzón critica que “el negociador principal de
la parte europea [el español Ignacio García Bercero] reconoció en una
carta pública que todos los documentos relacionados con las negociaciones
estarían cerrados al público durante al menos treinta años”.
Concretamente, añade el diputado, “aseguró que
esta negociación sería una excepción a la Regla 1049/2001 que establece que
todos los documentos de las instituciones europeas han de ser públicos.
Asimismo, el comisario De Gucht
aseguró en el Parlamento Europeo que la negociación del TLC debía tener grado
de confidencialidad y negó la función de negociación al Parlamento, lo
que supone un ataque más a la ya escasa democracia en el seno de la Unión Europea”.
La principal razón del supuesto secretismo en
torno al tratado son varias, pero principalmente el miedo al rechazo de la ciudadanía
cuando sea consciente del impacto
que tendrá en el modelo social europeo. La única contraofensiva mediática
que proponen es la de seguir una estrategia de información consistente en
recurrir a un leguaje técnico para evitar la polémica y de este modo desalentar
la encuesta pública. Se trata de una estrategia consciente de desinformación,
consistente en contar lo menos posible y cuanto menos claro mejor.
En la memoria de los “lobbies y tecnócratas”
que promueven el acuerdo resuenan los ecos del rechazo ciudadano en los países donde se realizaron referéndums
vinculantes sobre la Constitución Europea, como Francia, Holanda o Irlanda (en
primera instancia). Un fracaso que tuvo que corregirse mediante la sustitución
del proyecto de la carta magna europea por el Tratado de Lisboa, ratificado
directamente por los representantes de los Estados miembros de la UE.
El TTIP no es más que un intento de restituir
el viejo Acuerdo Trasatlántico, que data de 1995. Un proyecto que
tuvo que ser descartado por el fuerte rechazo social a ambas partes del
Atlántico, y que fue el germen del denominado movimiento antiglobalización. No
quieren que se vuelvan a repetir protestas como la famosa Batalla de Seattle
(con motivo de la cumbre de la OMC que tuvo lugar en esta ciudad norteamericana
en diciembre de 1999). Un riesgo que ahora es mayor porque se trata del
mismo proyecto de 1995 pero ampliado, pues concierne a todo el paquete
de relaciones comerciales entre EEUU y la UE.
La industria del automóvil, la farmacéutica,
el sector financiero o el agrario serán los que se vean más directamente
afectados. El TTIP busca la eliminación
y armonización a la baja de normas sociales, laborales y ambientales
que aún por el momento son garantes de la protección y de los derechos de las
poblaciones y del medioambiente. Si se
permite que este tratado comercial se firme será la mayor transferencia de
poder al capital que hemos visto en generaciones.
Puede que un grupo considerable de
europarlamentarios planten cara cuando se trate de aprobar el acuerdo aunque no
pueden hacer nada más que denunciarlo porque no tienen poder para más. El Parlamento europeo tiene las manos atadas.
La desaparición del mercado único europeo o la
modificación de sus estructuras para adaptarlas a las normas comerciales
norteamericanas se producirá de
forma progresiva, extendiéndose, posiblemente, a lo largo de toda una
década. Ningún Gobierno europeo va a renunciar de un día para otro, por
ejemplo, a las subvenciones de la Política Agraria Común (PAC), pero sí si esto
se hace mediante un plan regresivo de varios años…
Estoy seguro de que van a alargar lo máximo
posible las negociaciones para enfriar el debate público, al igual que se están
esperando que pasen las elecciones europeas para adoptar nuevas medidas de
ajuste estructural que significarán otra vuelta de tuerca en la regresión
social. Unas decisiones, tanto o más drásticas como las tomadas hasta ahora
bajo el paraguas de las políticas de austeridad, pues “el objetivo es privatizar todos los servicios
públicos y acabar con el concepto de interés general para americanizar Europa”.
Las incógnitas respecto al futuro inmediato de
la UE, ya no sólo debido al acuerdo trasatlántico, sino a la crisis del euro y
a las “recetas de desmantelamiento del estado de bienestar”, son cada
vez menos esperanzadoras. La única forma de salvar la construcción europea pasa
por una renegociación conjunta tanto del sistema institucional como del
económico.
Este gran desafío europeo
pasa por la construcción de políticas comunes de
protección de los servicios públicos, de construcción de un interés general
europeo, de protección de las identidades nacionales, de respeto a la soberanía
popular, de democracia y de creación, a largo plazo, de una verdadera República
europea. Estas medidas no forman parte del camino elegido por las
instituciones y los gobiernos actuales de Europa.
La
única esperanza está en “los pueblos, quienes por cultura y tradición de lucha,
quieren el bienestar social y la paz. Si no perdiéramos la mitad del tiempo
discutiendo entre nosotros sobre el sexo de los ángeles y la otra mitad chismorreando
sobre las declaraciones trasnochadas del ministro de turno, tal vez podríamos pedir
que nuestros eurodiputados defendieran el estado de bienestar europeo que
tantos esfuerzos costó conseguir.
Estas cosas
parecen lejanas, pero de ellas depende nuestro porvenir y el de nuestros
descendientes y aunque muchos de ellos parezcan no estar preocupados, por el bien de todos, más vale prevenir que curar.
©JuanJAS
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