¿Recuerdan que en los libros del colegio se trataba a los países europeos como si fueran el centro del universo y a los europeos como si fuéramos los más civilizados, cultos y ricos?.
Se nos decía que Cristóbal Colón descubrió América en 1492. Lo aprendíamos de carretilla y lo encontrábamos de lo más normal, sin reparar que América había estado ahí desde hacía miles de años y que miles de personas (los españoles los llamamos erróneamente indios) habían poblado aquellos territorios y desarrollado sus propias culturas, diferentes a las nuestras, pero no inferiores. Sin entrar en detalles podríamos decir que este acontecimiento constituyó uno de los momentos fundamentales de la historia universal y representó el encuentro de dos mundos que habían evolucionado independientemente desde el origen de la humanidad, lo cual cambió el rumbo de la historia.
En los libros del colegio, algo similar pasaba con Asia. El mundo conocido por los europeos no iba mucho más allá del actual Oriente Medio. Las pocas noticias que se tenían de lo que estaba más allá eran generalmente confusas y muy mitificadas. Nos explicaban como Marco Polo, a mediados del siglo XIII, fue uno de los primeros europeos en recorrer toda la Ruta de la Seda, hasta la actual China y hasta Zipango. Encontró milenarias culturas tanto o más evolucionadas que la europea, comerció con ellas y aprendimos de ellos. Los libros seguían localizando a esos países como “el Lejano Oriente”.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces pero a los escolares se les siguen enseñando “visiones parecidas de la realidad”. Nosotros los europeos, el centro y los otros, los lejanos y pobres, tanto en américa (del sur) como en África y Asia.
Hemos llegado a un punto de la historia que por mucho que nos queramos engañar ya no somos el “centro del universo terráqueo”. Ni siquiera lo será Estados Unidos.
El “Centro” pronto lo dejará de dibujar el Meridiano de Greenwich. Más bien lo dibujará “el estrecho de Malaca”, al sudeste de Asia explica Josep Piqué en “El mundo que nos viene”.
Localizado entre la costa occidental de la península malaya y la isla indonesia de Sumatra, este importante corredor marítimo une, al norte, el mar de Andamán, (océano Índico), y el mar de la China Meridional, el Estrecho de Malaca, desde una perspectiva económica y estratégica, es una de las rutas de navegación más importantes del mundo. En esta zona habitan las dos terceras partes de la población mundial y más de la mitad de la producción y el comercio internacional.
La manufactura barata se ha desplazado a India y al sureste asiático, incluso a algunos países africanos y China a hecho una apuesta espectacular por la educación, la formación y la tecnología. Tanto que en China ya se gradúan más ingenieros de altísimo nivel que en USA. Mientras Trump regula la economía, en China se anima al enriquecimiento con políticas liberales. China ya no es un país comunista, sino uno regido por un partido que se proclama comunista, con un régimen totalitario, pero que ha establecido el capitalismo de Estado. Recordemos que Den Xiaoping dijo: “Enriquecerse es glorioso”.
China se ha tomado en serio su camino hacia el Olimpo de las potencias globales, mientras que Rusia juega eficazmente las pocas cartas de que dispone para recuperar su antigua influencia e influyendo para crear reinos de taifas en Europa, Estados Unidos ha elegido a un presidente aislacionista, la Unión Europea se muestra dividida tras una discutible gestión de la crisis del euro y el mundo árabe-musulmán se desgarra en guerras sectarias que han provocado que las grandes potencias regionales se dividan en bandos irreconciliables.
En este escenario frágil y cambiante, ¿Un Oriente pujante, productivo y eficiente sucederá a un Occidente marcado por las dudas políticas, las riñas internas y la debilidad económica?
¿La pujanza económica y demográfica oriental podrán coexistir con los “valores” occidentales?
Tal vez sería bueno dejarse de mirar tanto el ombligo y pensar más en el lugar que ocuparemos en el próximo orden mundial que tenemos a la vuelta de la esquina.
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