Lidiar con las diferencias —en los negocios, la política, la economía y en cualquier otro ámbito— es muy peligroso. Las emociones, los malos entendidos, las inseguridades y el ego, pueden interponerse en nuestro camino hacia la consecución de acuerdos beneficiosos o hacia la posibilidad de cambiar el modo en que las personas perciben un problema o una oportunidad.
Tenemos grandes retos pendientes de resolver, como el terrorismo, la pobreza, la destrucción gradual del medio ambiente, etc. A nuestro alrededor tenemos desempleo, carencias educativas, la sanidad se ha deteriorado mucho, faltan de infraestructuras adecuadas y sobran otras, tenemos una deuda enorme, un mal gobierno, una corrupción descontrolada,…
Cada vez nos sentimos más presionados, por lo que discutimos más y tenemos menos paciencia y aguante con las acciones de los demás. El termómetro de la ira cada vez sube más. Las familias se pelean, los compañeros de trabajo discuten, los ciber-acosadores nos aterrorizan, los juzgados se colapsan, y los fanáticos nos molestan y nos hacen el día a día más difícil. Los medios de comunicación lanzan mensajes de «comentaristas» despreciativos conscientes de que cuanto más descabellados sean sus ataques, más dinero ganarán. Esta fiebre de discordia ascendente puede hacer que acabemos enfermos.
¿Qué podemos hacer para resolver los conflictos que más nos dividen y los problemas más complicados?
¿Nos lanzamos a la batalla, decididos a no dejar pasar ni una más, pasando eso sí por encima de nuestros «enemigos»?
¿Adoptamos el papel de víctimas y esperamos, indefensos, a que alguien venga a rescatarnos?
¿Llevamos el pensamiento positivo al extremo y nos sumergimos en una agradable negación de la realidad?
¿Esperamos con estoicismo y sin esperanzas de que nada vaya a cambiar?
¿Seguimos esforzándonos, como la mayoría de las personas de buena voluntad, para hacer lo que siempre hemos hecho con la vaga esperanza de que, de algún modo, las cosas mejorarán?
Se dice que Albert Einstein afirmó una vez: «No podemos resolver los problemas importantes a los que nos enfrentamos desde el mismo nivel de pensamiento que los ha creado». Si estamos de acuerdo en ello, para resolver los problemas más difíciles que nos presenta la vida, tendremos que cambiar radicalmente nuestra manera de pensar pasada y presente.
Nos han acostumbrado a pensar en términos de «mi equipo» contra «tu equipo». Mi equipo es bueno; el tuyo es malo o, como mínimo, «menos bueno». Mi equipo está en lo cierto y es justo; el tuyo está equivocado y, se compota de forma injusta. Mis motivos son puros; los tuyos, en el mejor de los casos, son dudosos. Es mi partido, mi equipo, mi país, mi empresa, mi opinión, mis ideas, contra los tuyos. Sea como sea, hay sólo “dos alternativas” la tuya o la mía y son incompatibles. Los medios nos lo recuerdan cada día.
Casi todo el mundo se identifica nos identificamos con una alternativa u otra. Por eso hay liberales y conservadores; republicanos y demócratas; independentistas y unionistas, currantes y patronal; abogados y fiscales; niños y padres; trabajadores privados y públicos, trabajadores y vagos, campo y ciudad; ecologistas y constructores; blancos y negros; religión y ciencia; comprador y vendedor; demandante y demandado; países en vías de desarrollo y países desarrollados; marido y mujer; socialistas y capitalistas; creyentes y no creyentes… Por eso hay racismo, prejuicios y guerras. Cada alternativa está muy enraizada en una mentalidad muy concreta. En general, cada parte se considera virtuosa y racional, al tiempo que cree que la otra carece de virtud o de sentido común.
Las profundas raíces de la mentalidad se entretejen con la identidad personal. Si digo que soy ecologista, liberal o ingeniero, describo mucho más que mis creencias y mis valores: describo quién soy. Por lo tanto, los ataques a «mi equipo» son ataques hacia mí y hacia la imagen que tengo de mí mismo. Llevados al extremo, los conflictos de identidad pueden desembocar en peleas y hasta en guerras.
Si esta mentalidad bipolar está tan inculcada en tantos de nosotros, ¿cómo podemos llegar a ver más allá? No solemos hacerlo. O bien seguimos luchando eternamente o bien alcanzamos un consenso precario para sobrevivir, descansar y seguir luchando por lo nuestro. Por eso llegamos a tantos puntos muertos y a la frustración que conllevan. Sin embargo, el problema no reside, por lo general, en los méritos del «equipo» al que pertenecemos, sino en nuestra manera de pensar. El verdadero problema reside en nuestros paradigmas mentales. Y como no conseguimos entendernos, acabamos diciendo: “No podemos vivir juntos. O tu te vas o yo me voy”.
En el mejor de los casos, se logra alcanzar un “consenso” con el que todos pierden algo, pero sobreviven evitando alargar indefinidamente la trifulca y evitando perder “bous i esquelles”, como decimos en catalán.
Quienes solo ven dos alternativas se enfrentan siempre a falsos dilemas: «O conmigo o contra mí». Es como si fueran daltónicos: solo ven el azul o el amarillo. No pueden ver el verde.
El pensamiento bipolar puede dar lugar a una respuesta debilitante: la pérdida de esperanza.
En todo Gran Debate, hay siempre un «Gran Centro» de personas que no se identifican ni con un extremo ni con el otro. Se sienten desmotivados por el carácter extremo del pensamiento bipolar. Creen en la colaboración, en el trabajo en equipo y en ponerse en el lugar del otro, pero no ven la posibilidad de salir del partido de ping-pong o de dejar de mirar como se mueve el péndulo con su “acción-reacción” de efectos tan dañinos. Sólo alcanzan a decir «No nos llevamos bien. No somos compatibles. No hay solución».
Es comprensible el desánimo cuando se comprueba que el Consejo del Poder Judicial (CPJ) se entera de lo que piensan y comentan públicamente, en un foro a disposición de 5000 jueces españoles, un grupo de jueces que se suponen administran justicia, faltándoles la prudencia y ecuanimidad necesaria. A veces parece que los fiscales, los jueces y hasta el CPJ se enteran de lo que les interesa y actúan de acuerdo con los intereses partidistas que los animan. ¿Se reprueban y castigan adecuadamente la falta de respeto a ciudadanos, a instituciones y a sus titulares elegidos democráticamente?. ¿Quién querría, en cualquier tipo de pleito, tener a esos jueces en su causa?
En su Twitter, el profesor Xavier Sala-i-Martin escribe: "Imaginad por un instante que este chat hubiera sido escrito por jueces norteamericanos y en lugar de "catalanes" se hablara de "negros". O que fuera de jueces alemanes y en lugar de catalanes se hablara de "judíos". ¿Qué creéis que pasaría?".
Por estas y otras causas es comprensible el desánimo y la desafección de muchos ciudadanos, pero si todos nos empecinamos en mantener nuestras propias líneas rojas, en disculpar a “los nuestros” y en odiar a “los otros” nunca saldremos del callejón tenebroso. No conozco a nadie (salvo personajes de ficción en las películas) capaz de conseguir que “el otro” renuncie a “sus ideas” ni siquiera a valorarlas desde la perspectiva del otro.
A la gran mayoría nos falta la pasión, la energía, el ingenio y la emoción de crear una nueva realidad mucho mejor que la anterior. Muy pocos entienden el concepto de SINERGIA, el potente resultado que se obtiene cuando dos o más seres humanos respetuosos deciden, juntos, ir más allá de cualquier idea preconcebida para alcanzar un gran reto. En el ámbito organizativo se usan los conceptos:mantenibilidad, mutualización, escalabilidad y resiliencia como variantes de la Sinergia.. Mucho hay investigado y escrito al respecto, pero es necesario “ponerlo en marcha” en el seno de las organizaciones y de los países, y para activarlo, lo primero que deberíamos preguntarnos todos (los unos a los otros) es: «¿Estás dispuesto a que busquemos juntos una solución mejor que las que hemos encontrado cada uno por separado?
Esta misma pregunta es la que deberíamos pedirles a todos los líderes políticos y a sus equipos, que nos respondieran. Si la respuesta fuera “NO”; no nos sirven para nada y habría que sustituirlos por otros que estuvieran dispuestos realmente a “servir y proteger” a los ciudadanos. Si la respuesta fuera “SI”; habría que exigirles que se reunieran en un “parador”, aislados de los medios de comunicación y de los lobbies, y que no salieran hasta que consiguieran la “sinergia” necesaria para encontrar la solución.
Lo primero que debemos tener todos claro es «¿Qué sería mejor?». Las grandes palabras o conceptos vacíos no sirven. Hay que concretar para llegar a tener una visión clara de lo que hay que hacer, una lista de criterios que definan el éxito de tal modo que nos entusiasme a la gran mayoría de los dos bandos; unos criterios que vayan más allá de nuestras exigencias de partida.
Una vez se han plasmado todos los criterios, hay que empezar a experimentar con posibles soluciones que nos entusiasmen a la gran mayoría. Creamos prototipos, hacemos lluvias de ideas, le damos la vuelta a nuestra manera de pensar. Suspendemos (al menos temporalmente) los juicios de valor. La sinergia depende de que nos demos permiso para experimentar con posibilidades radicales.
Habremos alcanzado la sinergia cuando sintamos emoción y a mayoría de las dudas y el conflicto hayan desaparecido. Los negociadores deberían seguir trabajando hasta que experimenten el estallido de dinamismo creativo que representa conseguir una SOLUCIÓN exitosa.
Procesos similares a este ya se han llevado a cabo en numerosas organizaciones en el mundo entero. Requieren prudencia, ecuanimidad, capacidad de trabajo y TIEMPO, mucho tiempo. Sólo los que no tienen ni idea de las dificultades del proceso pueden decir. “Tenemos prisa”. “¡Lo queremos ya!”. Deberíamos recordarles que “la ignorancia es muy atrevida”.
Procesos similares a este ya se han llevado a cabo en numerosas organizaciones en el mundo entero. Requieren prudencia, ecuanimidad, capacidad de trabajo y TIEMPO, mucho tiempo. Sólo los que no tienen ni idea de las dificultades del proceso pueden decir. “Tenemos prisa”. “¡Lo queremos ya!”. Deberíamos recordarles que “la ignorancia es muy atrevida”.
Tal vez arrancar, recorrer y culminar un proceso de esta envergadura sea pedirles demasiado a los políticos que dirigen nuestros países. Tal vez si, porqué parece que no tenemos líderes y menos estadistas en nuestras instituciones públicas. Solo personajillos que saben posar y mentir. Mentir hasta en los estudios que han cursado. Así de nefastos son los resultados que consiguen.
Hay mucha gente preparada en nuestro país. Algunos reconocidos internacionalmente. Tal vez sería bueno cambiar de “representantes” por otros más capaces o sobre todo más dispuestos.
Los ciudadanos que sólo ven escenarios bipolares seguirán diciendo que sólo hay un camino, que nadie ha visto, y se negarán a salir de su posición extrema. Sin embargo hay una gran masa de población que quiere buscar una solución mejor. El problema es que pese a ser muchos, no se conocen entre si y no se oyen ni sus pensamientos ni sus voces. Tal vez la tecnología venga pronto en su ayuda.
Para los que no estén muy habituados en esto de conocer gente virtualmente, les diré que un “Tinder” es una aplicación geosocial que permite a los usuarios comunicarse con otras personas con base en sus preferencias para charlar y concretar citas o encuentros.
La herramienta (y sus variantes centradas más allá de la imagen) no es buena ni mala en si; depende de quien, como, de que manera y para que la utilice. Un bisturí en manos de un cirujano puede salvar una vida; en manos de un criminal puede matar. De modo similar, una “App Tinder” puede servir para conocer amigos/amigas con fines amorosos, pero también para juntar a personas de hobbies, tendencias, valores o… “perfiles políticos”, similares.
Imaginen a la “gran mayoría silenciosa”,desencantada del proceder de los políticos y de los grupos de presión mediáticos, que centrifugan a los extremos cualquier opinión diferente a la suya; que no son capaces de establecer lazos por su atomización social y la corrección política, que pudieran conocerse y unirse a través de una “App tipo Tinder”.
¿Imaginan que pudieran organizarse políticamente para defender participativamente lo que de verdad les interesa?
¿Imaginan que estuviera fácilmente disponible una herramienta así, capaz de visualizar, organizar y unir a toda esta mayoría silenciosa, que se siente desamparada políticamente, y les permitiera una fuga masiva de la cárcel del miedo y el aislamiento que padecen apabullados por los “extremos”?
¿Saldría algún líder capaz de aprovechar ese gran capital político?
¿Les da vértigo que pueda suceder a corto plazo?
El ser humano siempre se ha comportado de forma similar a lo largo de los siglos. Cambian las formas, las tecnologías, pero la historia siempre se repite. Sobre todo si las personas olvidamos esa historia (algunos se la imaginan o reinventan a su conveniencia) o no aprendemos nada del pasado. En esos casos, estamos irremediablemente condenados a repetir los graves errores que costaron mucho sufrimiento a la humanidad.
Si tienen curiosidad, investiguen, y piensen en los variados usos que se le pueden dar a aplicaciones como estas… Y también en los grandes peligros que conlleva, dependiendo de quien y como la use.
Pueden empezar por este ejemplo…
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