jueves, 27 de septiembre de 2018

Un otoño después

No son pocos los catalanes que en los últimos meses nos preguntamos cómo y cuándo se podrá salir de esta espiral de autodestrucción en la que la sociedad catalana, fracturada hoy política y sentimentalmente, se fue adentrando a medida que el proceso independentista rompía amarras con la legalidad.
Nos hacemos esta pregunta con preocupación, desde la exigencia de la empatía con “la otra parte”, inquietos por el desolador paisaje de tierra quemada que está dejando atrás el embate al Estado que en 2012 Artur Mas y un sector influyente de la burguesía catalana, hoy en buena parte arrepentido, impulsaron. Otros muchos se plantean esa misma cuestión por pura y simple fatiga ante una “guerra civil de baja intensidad” que está saltando de las instituciones, del debate parlamentario y las redes sociales, a la calle: con las disputas por los lazos amarillos y la sucesión de manifestaciones de uno y otro signo. Este otoño, en el que se avecinan manifestaciones y protestas, el péndulo ampliará
El choque catalán no es una cuestión de etnias ni de religiones, tal vez si de nacionalidades y de lenguas (castellano-catalán); no hay una división clara en territorios, ciudades o barrios…Es un desencuentro general, entre familias, amigos, vecinos que empiezan a detestarse y a no querer saber nada el uno del otro; es una pugna en el rellano de casa, en los balcones. Poco se habla de lo que significa ser catalán, de lo que debe ser Cataluña, ni del modelo de sociedad que se pretende formar, porque el actual no gusta a la mayoría, por uno u otro motivo.
Desde la muerte del dictador y la redacción de la constitución, prevalecía un pacto social frágil, por el que se asumía la “conllevancia”, entre los catalanes que amaban Catalunya con la cabeza y el corazón y los que tenían el corazón dividido o en otra parte, como mal menor. Un pacto que dio a Cataluña sus cuotas más altas de prosperidad y estabilidad económica, y que saltó por los aires el pasado otoño, cuando el independentismo dio el golpe unilateral con apenas el 47% de apoyo popular.
En Cataluña se vive en un equilibrio muy inestable. Solo desde la aceptación de esta realidad, y la predisposición a ceder, se puede empezar a poner las bases de un nuevo marco de convivencia. 
El constitucionalismo debería asumir que cualquier solución pasará por cesiones políticas del Estado al movimiento independentista porque no conviene permanecer eternamente en la trinchera. Por muchas ganas que tengan algunos de vencer y humillar a los independentistas que han osado intentar una separación y que piensen que la ley y el estado de derecho les amparen.
Los separatistas, por su parte, deberían aceptar la realidad social y política catalana en la que vivimos. Deberían reconocer que la mitad de la población que se opone a cortar sus lazos con el conjunto de España poseen los mismos derechos, deberes, y legitimidad que el independentista más fetén para decidir qué tipo de Cataluña desean, y por ello no pueden imponer la independencia de forma unilateral a la mitad de los que quieren vivir en Catalunya.
Como ninguno de los dos grupos quieren empatizar con el otro, el “modo perverso” se extiende como una mancha viscosa y repugnante entre la sociedad catalana. Los grupos políticos engañan a sus simpatizantes y se engañan a si mismos. A CIU, o lo que queda de sus múltiples divisiones y nombres, ya no lo conoce nadie y muchos de sus antiguos simpatizantes han quedado huérfanos políticos. El republicanismo de ERC es incuestionable, pero su "izquierdismo" es un tanto dudoso. Una gran parte de la burguesía "acaudalada" catalana pertenece a ese partido. Se mimetizan en sus vestiduras de progresismo, pero dejan entrever su auténtica naturaleza cuando la "pela" entra en juego. En la CUP hay de todo, gente progresista de verdad y mucho "niñato" universitario "pseudo izquierdoso" bien protegido por las opulentas cuentas bancarias de papá y mamá. ¿Qué tipo de país se puede formar con estos mimbres? ¿Estos pretenden ser los líderes de la nueva República Catalana? ¿Con que apoyos cuentan, si ni siquiera se entienden entre ellos para ir juntos a por su sueño? ¿Cómo son los “catalanes de hoy en día? ¿En qué sociedad queremos vivir?
Una sociedad funciona bien no sólo porque existan unas leyes sabias y unas instituciones prudentes que las apliquen con equidad, sino porque la mayoría de la gente cumple con su obligación sin tener que recurrir continuamente a los tribunales: trabaja lo mejor que puede, paga sus deudas, atiende a sus hijos y a sus padres y abuelos, y procura no enredar demasiado. Las leyes están para resolver los grandes conflictos, que siempre son una excepción y no una generalidad. Cuando se colapsa los tribunales con riñas de patio se hace un flaco favor a la justicia, no se resuelve nada y se empeora todo. Es como el que quiere medicalizar todos sus problemas personales. Sólo consigue perjudicar su organismo y los problemas siguen amargando la vida, la suya y las de los vecinos.
Si no nos dejamos influir por la propaganda mediática y miramos a nuestro alrededor, vemos que la gran mayoría trabajamos, tenemos las necesidades básicas cubiertas y que el país funciona con relativa normalidad. En cambio la vida política —la que nos muestran los medios— ha caído en una sima de degeneración, degradación, conflicto y confusión que indigna primero, aburre luego y provoca al fin una difusa sensación de asco y desdén por el caos político que padecemos. 
Algunos medios dicen que la gente está muy mal y crece la pobreza a pesar de que los tipos recaudatorios aumentan, pero el PIB creció un 3,2% el año pasado. Los últimos escándalos de los “Masters de los políticos” han arrojado sombras de duda sobre los estudiantes, pero hay estudiantes brillantes que cursan carreras técnicas y científicas, económicas y empresariales, y también ciencias sociales, arte y comunicación. Sus currículums son espectaculares, no sólo por sus expedientes académicos (nada que ver con los de los masters falsos de los políticos), sino también por los idiomas que dominan y, en muchos casos, por las actividades que compaginan con sus estudios. Sus padres están orgullosos del resultado de los esfuerzos compartidos con sus hijos y los demás ciudadanos también deberíamos estarlo por el hecho de que, en estos casos el gasto en educación que sufragan parte de los impuestos que pagamos, esté bien empleado en una buena educación y en el aprovechamiento de los recursos educativos que, más que nunca, se han puesto a disposición de la juventud.
Es una pena la mala imagen exterior de España fruto de la mala gestión del “problema político catalán” por parte del Gobierno central. La acción deliberada y eficiente de los independentistas ha conseguido que se supieran fuera de España las sombras del conflicto provocadas por la mala gestión política española y la correlativa judicialización del problema catalán debidas al presidente Rajoy y su Gobierno corrupto. Nunca se tomaron las medidas de corrección precisas para cortar la sangría (dimisiones incluidas). Su pasividad, visión cortoplacista, escapismo, voluntad de elusión y el cálculo al servicio exclusivo de un interés personal y de partido ha acelerado la autodestrucción por corrupción que afecta al PP. Su postura oficial, negándose a afrontar la gangrena que padece y negando la mayor con un descaro descomunal ha perjudicado a todos los ciudadanos.
En una época de cambios tan acelerados como la presente, ningún país puede ganar el futuro sin una acción política imaginativa y con coraje que lo planifique. España y Catalunya pagarán un alto precio futuro por el desgobierno actual. Lo pagaremos los ciudadanos. ¿Cual debe ser la catadura moral de estos políticos, que tienen poder y responsabilidad? ¿Cómo pueden dormir tranquilos?. La proyección internacional de imágenes que denuncian situaciones problemáticas tienen como efecto la pérdida de confianza en el país y en la capacidad de sus dirigentes para resolverlas. Esto, a corto y medio plazo, perjudica a todos.
Una de las constantes de la política y del periodismo de todos los tiempos es la facilidad con que los personajes con proyección pública cambian de ideas, de partido y a veces de país alterando bruscamente su trayectoria vital. La fidelidad es un bien escaso. Hay personajes que cambian de piel porque saben oler dónde está el poder, la influencia o la tabla de salvación. Es cuestión de instinto. La evolución de pensamiento y de posicionamiento político es consecuencia de la libertad de cada uno. Lo único que cabe reivindicar es la lectura global de las biografías de cuantos ayer decían y militaban en un partido o en una corriente de pensamiento y hoy se sitúan en el extremo opuesto. Las nuevas tecnologías y las malas artes que abundan en la política y en el periodismo nos permiten trazar radiografías completas de cuantos han pasado a nuestro alrededor diciéndonos lo que había que hacer mientras ellos iban marcando la hora en cada momento sobre lo políticamente correcto. Qué gran error cometió Mariano Rajoy y su equipo al no haber derivado el problema catalán hacia cauces de racionalidad y entendimiento políticos. La poca coherencia de conductas y convicciones en la esfera política nos provoca una gran incertidumbre. También tristeza, porque sólo vemos tactismos partidistas sin que se nos hable nunca de “que hacen para resolver los temas que nos preocupan a los ciudadanos”. 
Sólo hay que observar los candidatos que se perfilan como futuros alcaldes de Barcelona. Hay socialistas, socialistas fracasados, socialistas disidentes, socialistas nacionalistas e independentistas y socialistas que han olvidado que lo fueron. La condición humana admite todas las variantes imaginables... Ernest Maragall, Manuel Valls, Jaume Collboni, Ferran Mascarell, Ada Colau.
Éramos pocos y pario la abuela. En este maremágnum de emociones que nos ahoga y que no nos deja pensar con claridad, sólo falta que vengan de fuera para crearnos más confusión. Aquí en España siempre hemos valorado lo extranjero por encima de lo local, basta pensar en las estrellas del futbol y los cantantes.
El poder económico ha esponsorizado a una “¿estrella?”. Como los futbolistas famosos que acaban sus días en un club de menor categoría al final de sus carreras, Valls pondrá a prueba el relato del independentismo. Si gana, aunque se presente como independiente, significará que Ciudadanos (y la derecha) preside la capital de Catalunya. También pondrá a prueba, con el discurso que ya tenía en Francia, “ley y orden”, todo lo contrario del progresismo tolerante, multicultural y relativista que la alcaldesa Colau pretende representar, sin acabar de conseguirlo. 
Valls concentrará todos los ataques —el gran capital le apoya aunque los partidos que le representan parezcan competir entre ellos— y su resultado permitirá saber si el independentismo, tan hegemónico en las calles, y si el progresismo, culturalmente predominante, son tan fuertes como parecen. 
Valls y su potente equipo de márquetin apelará al optimismo y ofrecerá construir una alternativa al independentismo basada en los “valores culturales” de apertura, convivencia y europeísmo que, para muchos, representó durante décadas el catalanismo. 
Habrá una batalla a tres bandas prometiendo todos que Barcelona volverá a ser una gran capital europea, capital de Catalunya y paradigma de progreso, modernidad y tolerancia, pero con orden. Supongo que, como siempre, nadie explicará como resolverá los problemas que tenemos planteados los ciudadanos. Llegarán las elecciones y pocos tendrán claro a quien votar porqué la confianza en los políticos cada vez es más inexistente y nos consta que no cumplen sus promesas electorales. No puede ser de otra forma cuando predican, a golpe de sondeo, lo que la ciudadanía quiere oír y luego faltan constantemente a sus promesas sin ruborizarse al ser pillados en la mentira.
La tecnología está haciendo caer los muros artificiales que limitaban nuestra mente. Sin embargo, las paredes más elevadas siguen aún de pie: las que separan a las personas. Son prácticamente invisibles, pero impiden el flujo de la confianza, de la comunicación y de la creatividad. Y no nos podemos permitir este tipo de barreras.
Imaginen el coste incalculable que supone tanto para las personas como para las organizaciones que las personas sientan que no nos mostremos abiertos y sinceros, que perdamos grandes cantidades de tiempo y esfuerzo en politiqueros de barra de bar, con puñaladas por la espalda, y con suspicacias y malentendidos excesivos. La clave para derribar estos muros contando con la fortaleza interna para poder pensar en "nosotros" en lugar de solo en mí mismo. 
Cuando escuchemos para entender al otro y creamos firmemente que podemos encontrar otras alternativas mejores para todos que la permanente confrontación que solo nos hace perder a todos. Defender las barreras que nos protegen es algo natural, por ello aparecen los conflictos. El problema reside en que la mentalidad bipolar nos pone a la defensiva. Todas las personas creativas, responsables, excepcionales y con talento tienen opiniones distintas sobre cómo hay que llevarlo acabo. Las habrá contradictorias, sorprendentes, estrafalarias o incoherentes; pero también puede haber opiniones útiles y brillantes.
Hay que aprender cuanto antes a gestionar el conflicto a nivel familiar, de vecindario, ciudadano… Ya no es posible evitarlo y nuestra obligación es resolverlo lo antes posible para que vuelva a reinar la armonía; y la solución no es luchar o huir. Debemos exigir a los políticos que busquen una solución que beneficie a la gran mayoría.
Por nuestra parte, a ni del individual, ojalá encontremos serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar, valor para cambiar las que si podemos y sabiduría para diferenciarlas.

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