Ya pasó otra “Diada” del 11 de Septiembre. Otra multitudinaria manifestación, ya no tan festiva ni numerosa como las anteriores pero con muchos cientos de miles de personas, de las más grandes que se han visto en toda España, ¿Y ahora qué?
Sigue habiendo un problema serio y de fondo, en la sociedad catalana y en las relaciones entre Catalunya y España.
Si fuese por todas las manifestaciones multitudinarias que han realizado los independentistas en Catalunya en los diez últimos años, o por las dos últimas elecciones en las que las fuerzas independentistas consiguieron mayoría absoluta de escaños en el Parlament, el objetivo de la "independencia" parecería mucho más factible.
Sin embargo, una cosa es la concentración masiva en las calles y otra es conocer el verdadero apoyo de la sociedad catalana (no se sabrá nunca sin un Referéndum) y por último, la imprescindible unidad de las instituciones para conseguir algo de tanta envergadura como la secesión unilateral de una parte de un Estado español al que hace bastantes cientos de años que pertenece Catalunya.
La unidad que se reclama ya no es la deseable entre una gran mayoría (imprescindible) de los ciudadanos de Catalunya sino al menos entre los independentistas que están en el Govern y los que les apoyan en el mismo objetivo desde la sociedad civil y sus instituciones.
La unidad es también muy recomendable para gobernar una sociedad con mas desigualdades que nunca.
El mes próximo parece que se conocerá el veredicto del juicio a los líderes independentistas catalanes. De cómo se reciba y se gestione la sentencia del Tribunal Supremo dependerá en buena parte si se prosigue por la vía de la confrontación o si se decide trabajar por un gran pacto, que no va a resolver el problema pero sí que puede ayudar a buscar fórmulas de convivencia cívica y política. Si nos deslizamos por las derivas del enfrentamiento saldremos todos perdiendo. Perderemos todavía más, unos más que otros y durante mucho más tiempo. Los de Ciudadanos (y otros aunque no sean tan explícitos) se están relamiendo los bigotes y piden a gritos que se ponga la venda antes de que se produzca la herida.
Cuanto facilitaría las cosas que la democracia pudiese funcionar como un "mercado político" donde los votantes intercambiáramos nuestro voto por políticas favorables a nuestros intereses particulares o generales. Un mercado político virtuoso donde hubiera propuestas que los votantes racionales pudiéramos leer, entender, valorar y escoger las que mas nos gustaran (o nos disgustaran menos). Cada cuatro años, con nuestro voto ejerceríamos esa cosa maravillosa que es castigar al que ha incumplido o defraudado y otorgar el premio al que haya gobernado con acierto. De paso señalizaríamos el camino adecuado al que querríamos que nos gobernase los próximos años. Si hubiera "centros" amplios que “raccionaran” menos a impulsos del corazón y usaran más el cerebro para razonar, evaluar, decidir y actuar se facilitaría este escenario. Se precisa más “gente moderada” que sea capaz de cambiar su voto de un partido a otro para penalizar a los que hayan dirigido o destinado más, aunque sean de "los suyos". Eso nos permitía construir sociedades de clases medias, plurales aunque capaces de dialogar y alcanzar pactos.
¿Qué es lo que pasa ahora?
Que cuando entramos en una dimensión de fuerte identidad, de polarización o de populismo, rompemos ese espacio intermedio y los votantes que estamos en el centro, somos expulsados hacia los extremos. Se busca que nos identifiquemos emocionalmente, identitáriamente, moralmente con determinadas políticas, lo cual hace muy difícil que cambiemos nuestro voto porque la política se convierte en algo moral, de suma cero. Entre cero y cien podemos pactar un montón de caminos. Entre “los buenos” y “los malos” se puede pactar muy poco.
Solo se airean y publicitan, una y otra vez, los temas políticos de la independencia y se mantiene un absoluto silencio sobre la viabilidad económica de la misma: cada vez más somos una nación endeudada con el Estado español a pesar de que pagamos más impuestos que los residentes en cualquier otra comunidad –incluidas las receptoras– y balanzas fiscales siguen muy desequilibradas.
Se actuó irresponsablemente: No se tuvieron previstas ni en el pasado ni tampoco se tienen ahora “estructuras de Estado” ni ningún plan alternativo para que Catalunya, en lugar de seguir deteriorándose, se mantenga y vuelva a progresar social y económicamente.
Teniendo en cuenta la situación actual, lo más inteligente sería encontrar puntos de encuentro mínimos para tejer complicidades mayores en beneficio del bienestar y los intereses de todos.
El problema es… ¿cómo se puede lograr este diálogo y pacto con dirigentes que solo atienden posturas absolutistas, con unos medios de comunicación partidistas que no paran de engañar e intoxicar y con un Estado sin Gobierno?
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