jueves, 12 de octubre de 2017

Pensando en positivo

Tal vez es más un deseo o una esperanza mía, pero parece que algo se mueve en el panorama político español. La pena es que en Catalunya llevamos cinco años de movilizaciones multitudinarias intentando que algo cambiara en España. El nacionalismo españolista nunca a apreciado al catalanismo político porque este siempre ha defendido una idea alternativa de España, un país en el que “siendo todos muy diferentes” nos pudiéramos sentir cómodos. 
España es un país inacabado porque nunca se ha encontrado (algunos no han querido ni quieren encontrar) la fórmula para que podamos vivir en la diferencia, ya sea cultural, lingüística o histórica. A diferencia de los políticos, la mayoría de ciudadanos catalanes lo hemos hecho, porque todos somos únicos y diferentes y no podemos ni queremos comportarnos como choros consumiendo la "soma" que nos suministre el poder de turno a su conveniencia.   Quedan pocos catalanes de cinco generaciones sin que su sangre se haya mezclado con otros españoles procedentes de otras regiones, y salvo excepciones todos convivíamos con cierta armonía.
El catalanismo político siempre ha actuado como la palanca que ha hecho cambiar la estructura política de España a lo largo del último siglo. Ojalá que los políticos abran rápidamente la vía para una reforma de la Constitución, que intente resolver el descontento tan extendido en la sociedad catalana y también en amplios sectores de la población de otras comunidades.
La aproximación al llamado problema catalán no puede venir sólo a golpe de leyes y mucho menos por la fuerza represiva de las armas. Rajoy no es el conde duque de Olivares, que dejó dicho que el “primer negocio y el mayor es allanar Catalunya”, pero no se puede olvidar el trato que ha dado a la lengua catalana, a la cultura, a las inversiones en infraestructuras en Catalunya, o con las "mesas petitorias" y con los boicots a productos catalanes que su partido ha alentado por toda España.
Restablecer la confianza mutua entre los catalanes es un elemento primordial. Desde la pluralidad y desde el respeto. Así como también reconstruir los puentes maltrechos, emocionales y afectivos, entre catalanes y españoles. La convivencia no se impone por decreto ni por la fuerza, sino con mucha pedagogía exenta de visiones partidistas sesgadas, actos de comprensión y generosidad mutuos, “valorando la singularidad” en lugar de intentar aplastarla o eliminarla. 
La inmensa mayoría de los catalanes no queremos romper nada, siempre hemos aportado a España y siempre hemos querido “vivir de otra manera” dentro del Estado español. El trato que creemos injusto y no igualitario, recibido desde las élites extractivas que nos han gobernado, es lo que ha causado una profunda desafección con el Gobierno de España en muchos catalanes. Mientras no se entienda esta realidad tan arraigada en ciertas estructuras de poder que extiende su propaganda perniciosa para ponernos en contra los unos y los otros, para su beneficio extractivo, de poco servirán la coerción o las proclamas eufóricas sobre la unidad de España.
Si los problemas no se resuelven justamente, con el consenso de todos y sin querer humillar ni imponer un criterio único a los demás, se cerrarán en falso y el problema persistirá por generaciones, porque la confianza no se restablecerá. Y sin confianza, nada es posible.
El que tiene la mayor fuerza coercitiva debería cuidarse mucho de no aplicarla –aunque sea poco a poco y sin que parezca que la aplica–, porqué lo único que hará es dominar si, al tiempo que enmascara los problemas sin resolverlos ni eliminarlos.
¿Es eso lo que queremos que hagan con todos nosotros? 
Dialoguen y trabajen juntos lealmente para resolver los problemas de los ciudadanos, que para eso les elegimos y para eso les pagamos. Recuerden que son nuestros servidores, no nuestros amos.

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