miércoles, 18 de octubre de 2017

¡Que fácilmente nos dejamos convencer!

En los últimos días se ven más banderas españolas colgadas en los balcones de toda España que nunca; incluso en Barcelona. Algo insólito a menos que “La Roja” gane una final de fútbol, lo cual ocurre de tarde en tarde. Me consuelo levemente al comprobar que las banderas colgadas son constitucionales o sin escudo, no veo ningún águila ni con toro silueteado.
Me preocupa la proliferación de banderas, no importa cuáles. Es una señal de que tenemos un problema. Si cuelgas una bandera española en el balcón te abuchean, si la cuelgas independentista te califican de extremista. Si no cuelgas ninguna te hacen el vacío mientras te critican por lo bajini y te bautizan “equidistante”. Calificativo que se suele asociar estos días a nada bueno. Hay que tomar partido y “suscribir todo el lote”, no puede ser de otra forma.
Se suele repetir que el PP y su marca blanca “Ciudadanos” son la mayor fábrica de independentistas. Tal vez como acto reflejo, podríamos decir que Puigdemont y Junqueras, Forcadell y Anna Gabriel, Romeva, Turull y Mas, Rufián y Tardà, han despertado un nacionalismo peligroso que llevaba décadas adormecido, aunque latente. 
Lo cierto es que los políticos catalanes, como efecto colateral, llevan años haciéndole inmensos favores al PP. Hasta el momento no se los habían hecho al extremismo totalitario (al español; al catalán de la CUP ya lo creo que sí), que estaba medio oculto e integrado en el PP. Se nota un cierto resurgir de un nacionalismo español —que no patriotismo— que estaba felizmente aletargado; ojalá eso quede en anécdota. 
Siempre se ha usado el “tema catalán” para tapar cualquier asunto por grave que fuera. Usualmente han sido los partidos de derecha los que gracias a este comodín han conseguido que se dejara de hablar de corrupción, de Gürtel, de Púnica, de Bárcenas, de 3% y de Pujol. Han conseguido que en los medios nadie se acuerde de comentar la vigente “ley mordaza” ni los recortes laborales, sanitarios o educativos. Hace no mucho la Ministra de Trabajo se fue de rositas tras ensalzar la “gran recuperación” de la economía tras la crisis, y encima se vanaglorió, con el mayor cinismo, de que “nadie ha sido dejado atrás”. Les bastaría a todos los políticos en el poder estatal y autonómico pisar la Plaza Mayor de Madrid o el centro turístico de Barcelona para ver que sus soportales y aceras están tomados por masas de mendigos que duermen dentro de sus cartones, despidiendo un hedor que nada tiene que envidiar al de Calcuta. Y si Gallardón y Botella no tomaron medida alguna, tampoco lo ha hecho Carmena, a quien el escenario tal vez parezca “aleccionador” para los turistas. Similar pasa en Barcelona con los “Top Manta” que venden productos de mafiosos con marca propia y el beneplácito de la alcaldesa Colau. Esos políticos y sus colegas seguro que se han olvidado de los incontables negocios que han tenido que echar el cierre en los últimos años, a los que de repente los bancos negaban hasta el crédito más modesto; de los infinitos parados del sector de la construcción y de las empresas afines: gente que llevaba una vida trabajando en sus talleres se quedó en la ruina y a menudo en la calle; tampoco van esos políticos a oficinas ni tiendas, porque allí verían cómo se ha reducido el personal brutalmente y cómo quienes conservan el empleo se ven obligados a hacer jornadas interminables, a multiplicar su tarea por dos o tres, para paliar esa falta de compañeros de la que los dueños sacan ganancia. Quienes guardamos interminables colas en los supermercados nos preguntamos por qué hay una sola caja abierta, en vez de tres o seis; nos preguntamos qué sueldo perciben esos trabajadores que mantienen su puesto y suponemos que no deben estar lejos de ser siervos; suponemos que no les queda más remedio que firmar el tipo de contratos que les ofrecen, aunque sean conscientes del abuso del patrono institucionalizado, y protegido por su Gobierno y por los políticos que le dan sustento. ¿A nadie se ha dejado atrás? Son millones los que han perdido el empleo o el negocio y han engrosado las filas de la pobreza. Ya no se habla de nada de esto. Sólo del “mono tema” que siendo importantísimo, no lo suficiente para taparlo todo. 
Si nos damos un paseo por Cataluña veremos algo similar. Nuestros gobernantes autonómicos, aclamados por los independentistas y odiados por los unionistas, llevaron a cabo políticas de austeridad y recortes porque el retorno del dinero recaudado en Catalunya por el Gobierno central no permitía seguir dando los mismos servicios que en las épocas del “peix al cove”. Así nos lo contaron y demostraron reputados economistas, aunque puede que no nos contaran toda la película. También habría que tener en cuenta las comisiones del 3% para financiar partidos, el saqueo del clan Pujol, la corrupción en todos los partidos que tocaron poder, las inversiones innecesarias, mal diseñadas y peor ejecutadas, que también las hubo, etc. 
La mayoría de catalanes pedimos desde hace años a nuestros políticos: “Dadnos un país nuevo y mejor”. Los políticos independentistas tomaron el guante de esta petición, pero ninguno de ellos debería pretender que antes de iniciar la travesía no se pidiera cuentas de lo que han hecho mal algunos políticos. Hay que denunciar las injusticias, corregirlas y poner los medios para intentar reducirlas al mínimo en el futuro y para no repetir el escenario del que se quiere huir. ¿Qué garantías nos dan de que va a ser así? ¿Qué credenciales nos ofrecen los que nos piden que depositemos en ellos nuestra confianza?
Uno se estremece al comprobar lo fácil que resulta esconder debajo de la alfombra la suciedad que más o menos existe en todos los lares. Todas las historias tienen más de una versión y a menudo sólo se explica la más bonita y se ocultan las otras menos favorables. De conocerse la visión global probablemente cambiaría sustancialmente la opinión sobre la misma. 
Cuidado con comprar con la mente cerrada cualquier discurso, puede que cuando descubramos el engaño, las “pérdidas” sean difíciles de asumir.

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