Parece que el choque de trenes nos ha dejado embarrados no sólo por la irreprimible tendencia del Estado a reaccionar contra el independentismo con maniática severidad humilladora, sino por la espectacular y dolorosa contradicción que exhiben los líderes del independentismo.
Algunos “creyentes” del Procés confiesan en la intimidad que los políticos que nos han llevado a este barrizal puede que tengan perdón de Dios, pero no el de tantas familias que han discutido hasta la extenuación por algo que ha resultado ser un bluf. Algo que los “conductores del tren” sabían que no podría completarse.
Un mandamiento del catalanismo siempre había sido la “unidad civil” de todos los residentes en Catalunya, independientemente de su lugar de nacimiento, aunque sin renunciar al uso y disfrute de la lengua y la cultura catalanas, identidad heredada secularmente.
Parece que demasiadas personas han olvidado o no han tenido nunca conciencia de la dificultad que conlleva construir una sociedad viva y transversal, fundamentada en dos mandatos contradictorios: preservar el legado de la cultura catalana, que no tiene otro lugar en el que pervivir y refugiarse que en los Paisos Catalans, y a la vez compartir las culturas que han ido llegando, especialmente una de dimensión planetaria, la castellana.
Algunos políticos con ideales “nacionalistas españoles” parece que quieren acabar con esta sociedad catalana, que habíamos llegado a construir entre todos los catalanes, de nacimiento y de adopción, en los últimos decenios. Atacan permanentemente a la lengua y la cultura catalanas, e intentan desprestigiar a la escuela inclusiva que tantos éxitos ha cosechado. A los catalanes de nacimiento no les gusta oír que la única solución es uniformizar culturalmente la nación, empezando por españolizar a los niños en los colegios, como quería un ministro del pasado gobierno español, porqué según ellos, así desaparecería el problema. A los catalanes de nacimiento se les revuelven los entresijos cuando los nacionalistas españoles les dicen que Catalunya también es suya, cuando lo dicen en el sentido de que Catalunya es una “propiedad” suya donde pueden imponer su voluntad de cambiar la lengua y las costumbres propias de Catalunya imponiendo las de su lugar de procedencia. También hay que denunciar que algunos extremistas independentistas, con sus comentarios en las redes, contribuyen a que algunos catalanes castellano-parlantes piensen que no son bien queridos en el país que ellos han contribuido a formar, al menos desde mediados del siglo pasado.
El Gobierno de España lo limita todo a una cuestión de poder-legalidades y revientao desatiende cualquier posibilidad de concordia vía reconocimiento y respeto de la singularidad del otro. Mientras las altas instancias judiciales apuntan a cierta descompresión (la decisión del Supremo sobre la Mesa del Parlament), otros órganos del Estado continúan actuando diariamente como si participaran en una partida de caza vengativa contra los discrepantes del poder establecido.
El ambiente en Catalunya está muy enrarecido. A este enrarecimiento contribuye el uso de demasiadas palabras muy gruesas en vano. Cuando habla el corazón excitado en lugar de la razón pasan estas cosas. El que no se haya arrepentido nunca de lo que ha salido de su boca que alce la mano.
Se llama demasiado fácilmente fascista o “dictador” a quien no abraza el independentismo, sin saber como se vivió en Catalunya y en España después de la Guerra Civil para entender que es lo que significa vivir con las libertades privadas y en una dictadura real.
Se usa la palabra “exilio” en vano. Los que la usan, ¿han vivido en sus carnes o en las de algún familiar o amigo ceercano lo que representa tener que exiliarse de su país?
Decimos que en nuestra España hay una democracia de baja calidad con “presos políticos”. ¿Alguno de los que usa este calificativo, ha vivido en sus carnes o en las de algún familiar o amigo lo que se siente cuando se está en la cárcel durante años por sus ideas políticas?
El historiador catalán Manel Risques asegura que después de la Guerra Civil… "La Modelo era un espacio de visualización del dominio implantado tras la victoria franquista con el objetivo de mostrar qué había que hacer con la población disidente: hacerla miserable para arrancarle su condición humana y someterla a la arbitrariedad de la jerarquía para doblegar su voluntad. La Modelo, pues, era la materialización del castigo por tener unas ideas y una concepción del mundo diferente a la que impusieron los vencedores de la guerra". Se ejecutaron 1.618 reclusos y se mantuvieron encarcelados hasta 18000 presos, la mayoría por razones políticas. ¿En que se parece nuestro escenario actual al descrito?
Seamos cuidadosos con las palabras que usamos y procuremos, todos, calmar los ánimos; porque si no lo hacemos será imposible salir del lodazal y cada vez costará más frenar la problemática social.
La cultura española ha sido tradicionalmente reticente a aceptar la diversidad y es normal que cuando sentimos que nos tocan “la fibra sensible” se nos dispare algo en nuestro interior. Esto no puede evitarse, pero hay que intentar por todos los medios, serenarse pronto. ¡Todos! y reconducir los debates hacia temas menos viscerales y más pragmáticos.
Los catalanes, que ya teníamos experiencia en estas lides, por desgracia hemos dado muchos pasos atrás a causa de la enorme tensión emocional que ha suscitado la única solución que se empecinan en plantearnos nuestros políticos: “Estás con los nuestros o estás con los contrarios”.
Vivimos en un país en el que millones de personas de diferentes procedencias han transformado lo que algunos añoran como “pureza nacionalista catalana” (si es que alguna vez la hubo) y no hay vuelta atrás. Cuanto antes lo aceptemos, mejor para todos; para los que quisieran vivir en otro tipo de país también. Hoy en día es prácticamente imposible escoger binariamente porque la inmensa mayoría llevamos más de un color en el corazón; máxime cuando no está nada claro, porque nadie nos lo ha concretado, lo que significan cada una de las dos opciones binarias.
En lo único que podríamos lograr mayorías absolutísimas entre los catalanes es en buscar acuerdos para recibir un trato más ecuánime para los catalanes dentro de España. Hemos comprobado que cuando se le ocurre a alguien incluir algo relacionado con la cultura catalana en la cesta, se hace imposible cualquier acuerdo por razonable o justo que sea. Los nacionalistas extremistas de uno y otro bando se encargan de excitar los mitos y recelos, para volver inmediatamente al desencuentro, la pelea y la irracionalidad. Está súper-comprobado. Creo que lo tenemos grabado en el ADN de unos y otros, y sabiéndolo tropezamos una y otra vez en la misma piedra, jugando a ver quien es más testarudo y persistente. El problema es que mantener esta actitud visceral incontrolada nos desgasta cada vez más como sociedad y nos hace gastar energías inútilmente.
¿Tendremos que destruirlo todo para poder volver a empezar de nuevo? Espero que vuelva el seny (cordura) antes de llegar tan lejos.
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