Parece que durante la temporada navideña, en las calles peatonales de Madrid-centro establecerán el “sentido único” de paseo. Eso ya hace años que lo practican en las "fiestas del barrio de Gracia" en Barcelona para que los visitantes puedan andar mirando al cielo y viendo los montajes en lugar de estar pendientes de no chocar contra el que viene en contra. Es como si las masas avanzaran lentamente por una cinta transportadora.
Aún habiendo este precedente y seguramente otros muchos más, la idea suena rara para muchos, a la vez que, como metáfora, funciona para definir estos tiempos en los que la crítica está mal vista y la equidistancia cotiza a la baja, sobre todo desde el puente de mando de los fervientes de lo que sea, que cada vez parecen ser más.
¿Porqué tanto empeño en poner anteojeras para impedir cualquier visión diferente a la frontal? ¿Cómo pueden establecerse normas de tan difícil cumplimiento? y ¿qué hacer con los que deciden no acatarlas?
En el ejemplo madrileño, una calle de dirección única para los peatones parece impedir la libertad de arrepentimiento, la necesidad de reflexión y hasta negar la humana contradicción.
¿Qué deberemos hacer si después de haber visto algo tentador en un escaparate, hemos conseguido reprimir las ansias de comprar, aunque como la tentación sigue viva, decidimos volver para mirar mejor? ¿Habrá que dar la vuelta a toda la manzana? ¿Nos multarán si damos marcha atrás? ¿Cómo lo harán? ¿Pondrán reconocimientos corporales a la entrada y a la salida a modo de semáforos de tramo? ¿Se indignarán los demás transeúntes si nos atrevemos a desobedecer y volvemos sobre nuestros pasos?
Todo esto no es más que una escenificación de lo que viene pasando últimamente en el mundo de las ideas políticas. Como la mayoría de los políticos repiten una y otra vez, casi todo resulta más o menos predecible. Las posturas de unos y de otros se radicalizan, no tanto por convicción como por intereses cortoplacistas que tapan la herida sin curarla, para perjuicio de los ciudadanos. Lo mismo pasa en los medios de comunicación y en la sociedad. Se mira mal a quien intenta mantener una posición no radical. Eso que siempre se ha llamado “sentido común”, últimamente tan desprestigiado, no es otra cosa que saber descolgarse de los extremos y dar marcha atrás cuando una idea ajena parece más razonable que la propia; o la propia se ha deformado tanto que se parece poco a la inicial, no es factible tal como se plantea y en un periodo concreto de tiempo o no se muestra claramente la estrategia adecuada para conseguir materializarla.
Los extremistas no quieren escuchar al que se expresa sin radicalidad, priorizando lo posibilista como punto de partida para adecuar la sociedad, paso a paso y con el tiempo, hacia el objetivo “complejo y difícil” que se persigue. El que intenta usar el seny se gana la adulación parcial de los unos y la condena radical de los otros; porque siempre sucede que una parte de lo que dice no gusta a uno u otro extremo; enemigos, todos ellos de los juncos y amantes de las convicciones marmóreas.
Los amantes de las cañas de bambú saben que la flexibilidad nada tiene que ver con la tibieza ni con el chaqueterismo, sino que se basa en practicar el pensamiento crítico capaz de reconocer un error y rectificar una idea.
Puede que a algunos “el cuerpo les pida guerra” pero cuanto más encontradas y viscerales estén las posiciones, la flexibilidad se hace más necesaria. Faltan líderes asertivos y negociadores, persistentes e incansables en la reivindicación democrática de las ideas de sus representados. Líderes que resistan las presiones y que no estén dispuestos a entrar en el “espectáculo” que unos y otros organizan; muchas veces con falta de seriedad y sin aclarar que pretenden exactamente, perpetrados detrás de ilusionantes palabras que cada cual entiende a su manera. No se puede consentir que para "mantener fieles" a la masa de sus seguidores se anuncien verdaderas barbaridades. Barbaridades que contrarían los postulados iniciales que llevaron a muchos a tomar una postura contraria al continuismo extractivo de las élites del Estado, con la ilusión de formar otro Estado libre de esas cargas y hábitos defectuosos.
También son demasiados los ciudadanos que solo pretenden reafirmarse, más que mantenerse permanentemente informados, y construir sobre seguro, al tiempo que intentan desacreditar a los que reclaman claridad y negociación transparente.
En un post anterior ya pregunté… ¿Qué líder de algún otro partido político, a nivel catalán o estatal, había pedido explicaciones al Gobierno sobre los 23 puntos que planteó el President Mas al Presidente Rajoy en verano de 2014 y sobre las 46 reivindicaciones del Govern Català que el President Puigdemont entregó al Presidente Rajoy en abril de 2016.?
¿Han han aprendido algo, unos y otros, de lo que ha pasado? ¿Van ha hacer, unos y otros, verdadera autocrítica? ¿Se van a poner a negociar sin dilación estos 23 + 46 puntos y sin excusarse en el “dret a decicir” o “Referéndum” para no hacerlo?.
Me gustan las calles de doble sentido y cruces cada cien metros, calles con bancos para reflexionar y dialogar, en las que no se tema reconocer los errores y todos puedan deshacer el posible camino erróneo que han tomado. Me gustan las calles en las que no se desprecie a nadie, en las que nadie llame al boicot, al odio o a la venganza. Calles flanqueadas por edificios con azoteas y balcones adornados con flores en lugar de agentes vigilantes o cámaras orwellianas controlando a los ciudadanos e intentando adivinar de que pie calzan.
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