“Quien alguien regala o
bien vende, el que lo recibe lo entiende” Dicho popular.
La fundación de Amancio Ortega,
creador y máximo accionista del grupo Inditex (propietario de cadenas como Zara, Zara
Home, Massimo Dutti, Pull &
Bear, Bershka, Oysho, Uterqüe, Lefties y Stradivarius),
desde su creación en 2001 ha donado más de 500 millones de euros en obras
sociales en España.
Hace unos meses ofreció
donar 320 millones de euros para que hospitales públicos de toda España pudieran
comprar más de 290 equipos de última generación para el diagnóstico y tratamiento
radioterápico del cáncer. Esos 320 millones incluyen los convenios alcanzados
en 2015 y 2016 con los Gobiernos de Galicia y Andalucía, valorados en 17 y 40
millones de euros, respectivamente.
Cada año se diagnostican en España más de 200.000 nuevos casos de cáncer.
El 60% precisa tratamiento por radioterapia en algún momento de su evolución.
Por ello la incorporación de equipamientos de última generación, tales como la
mamografía digital con tomosíntesis o los aceleradores lineales avanzados,
permite realizar diagnósticos más precisos y proporcionar a los pacientes
tratamientos más eficaces, menos agresivos y de menor duración.
Algunos de los hospitales
públicos candidatos a recibir estos equipamientos —desconozco la letra pequeña
del acuerdo de donación— argumentando que no deseaban esa donación porque no
necesitaban limosnas para adquirir unos materiales que el
gobierno tenía obligación de proporcionarles, y que la cooperación del
sector privado no les parecía necesaria ni oportuna para hacer frente a
algo que formaba parte del derecho de los ciudadanos a una atención médica
adecuada, moderna y, por supuesto, pública.
Este tema ha originado
grandes controversias y en realidad todas las partes tienen su porción de razón.
Siempre he pensado que de biennacidos es ser agradecidos y si un empresario decide
donar parte de su dinero a la sanidad o a las becas a estudiantes, sin entrar
en cuanto le desgrava o como sale la cuenta al final, es bueno reconocer su
aportación a la sociedad que muy pocos hacen.
Pero por otro lado, no se
puede dejar que un bien social dependa de donativos privados en un país como el
nuestro, con una economía del primer mundo. Mediante una justicia fiscal
progresiva y redistributiva seríamos capaces de dotar a nuestro sistema
sanitario de recursos suficientes, sin necesidad de recurrir a este tipo de
donaciones, que siguen desgravando al donante. El tema de la fiscalidad
adecuada y progresiva es un tema de ámbito europeo e incluso mundial porque más
del 75% de la facturación de Inditex se hace fuera de España.
El Gobierno debería tomar
la decisión de en qué invertir según las necesidades y la eficiencia de las
acciones, según estudios científicos, no a lo que a un particular le parezca
oportuno en un momento dado, porque a lo mejor no es lo que más se necesita o
lo más conveniente a largo plazo.
Algo similar podría
decirse de los más de 15 mil millones de euros que maneja el “tercer sector” (datos de
2013) procedentes de fondos cedidos por el Gobierno y procedentes de los
impuestos recaudados de los contribuyentes que los pagan. Ayudar a los menos
desfavorecidos es deber del Estado y de su Gobierno y por tanto sobrarían toda
la constelación de ONG’s y demás asociaciones de “voluntarios” que se nutren en
parte (porcentajes variables) de los fondos del Estado. ¿Para que donar tantos millones de euros a estas
ONG si debería ser labor del Estado cuidar de los menos favorecidos?
Está bastante extendida
en nuestra sociedad la idea de que ciertos derechos de los ciudadanos deben ser
atendidos, sí o sí por los fondos públicos, no por la limosna privada, y
atendidos por funcionarios públicos, los cuales cabria preguntarse si
¿pertenecen a otra raza distinta o les adornan cualidades más aptas para el
servicio que si fueran trabajadores privados?. Por cierto, este criterio no se
sigue cuando se trata de ayudar a los “pobres”; en los que parece que los
trabajadores de las ONG’s son los poseedores de las máximas virtudes y los más
dotados para atender eficazmente a los desamparados. En este caso, los
donativos privados son bienvenidos sin importar quien los manda. Ya vemos que
los criterios son distintos en los dos casos.
Aparte de que aceptar donaciones, (cuantas más mejor) no está reñido con exigir a los legisladores que aprueben leyes más justas en el ámbito económico, fiscal y redistributivo y a la AEAT que persiga eficazmente a los defraudadores.
¿A que viene tanto "orgullo" en algunos casos y tan poco en otros?
¿Han pensado que los
fondos públicos para los servicios públicos no provienen de los bolsillos de
todos los españoles, sino sólo de los bolsillos privados que pagan impuestos
(pocos o muchos, en todo caso los legalmente establecidos—, por la vía coactiva?.
Hay gente que no se deja
querer porque piensan que hay amores que matan, de modo que quizás hacen
bien. En el caso de la donación de Amancio Ortega no se si han rechazado
más la donación o a lo que para ellos representa el donante que la hace. En
todo caso, rechazar el don tiene mayores consecuencias, porque lo convierte
en algo indiferente, e incluso molesto, de modo que el que da se siente
menospreciado, el que recibe se cierra y todos perdemos (los que tienen la
piel muy fina y los que la tienen más gruesa y tal vez necesitan un buen
diagnóstico urgente y un buen tratamiento mientras los fondos del Estado llegan
o no). Todos tenemos todo el derecho del mundo a negarnos a recibir los
regalos de otros, pero cuando otras personas, muchas personas, pueden disfrutar
esos regalos, quizás vale la pena que se lo pensaran dos veces.
¿Quién son esos
“decisores” para negar a los demás la posibilidad de recibir el mejor
tratamiento?
¿Está derivando nuestra
sociedad hacia un individualismo desmedido y peligroso?
Hay muchas comportamientos
que parecen indicar que si.
Una vez vi una escena
callejera: Un anciano paseaba por un parque y se encontró a un niño pequeño
con su madre/padre. El anciano y el niño se sonrieron mutuamente y el viejo le
dio un caramelo y lo intentó acariciar. Se llevó un buen chasco. La madre le
reprendió y tal vez pensó que el anciano era un pederasta o que tenía
intenciones perversas. Tal vez la madre pudiera tener razón, pero no puedo
dejar de pensar que esa es una de las muchas manifestaciones de que deseamos vivir
nuestra vida ajenos a los demás, con el mínimo de contacto posible… Nos
estamos volviendo cada vez más ¡Individualistas!
¿Dónde radica
la cohesión de esa sociedad? En el intercambio de bienes y
derechos, en el mercado o fuera de él, pero no en bienes comunes
compartidos. ¡Vaya!
Es un tema muy complicado
con muchos puntos de vista, tantos como personas, en el que como en muchos
otros es muy difícil ser pragmáticos y emplear la misma vara de medir para
todos.
La mayoría de la gente
suspira por recibir regalos y donaciones… Si, tantos como sea posible, pero sin
que “conste que se los han hecho”. Así no hará falta reconocer el buen acto del
donante, ni sentirse en deuda con él, ni por supuesto agradecer, de la forma en
que cada uno pueda, el regalo recibido. Grandes dosis de individualismo y
egoísmo son las que imperan en nuestra sociedad.
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