En menos de 30 días tenemos elecciones. Ya hace días que unos siguen mareando la perdiz perdidos en el limbo, otros siguen sacando pecho por habernos rescatado de la ruina y todos sin excepción nos prometen lo que sus asesores les dicen que queremos oír. Compiten por lanzar la promesa más atractiva sin ruborizarse, porque no importa que la cumplan, nadie les reclama su cumplimiento. Pasa lo mismo al menos cada cuatro años y siempre nos pillan desprevenidos. No aprendemos. Nos dejamos encandilar por la mejor música bonita que nos llegue sin siquiera pensar en si es un cuento chino o directamente un engaño. Tenemos una virginidad a prueba de políticos.
Nos negamos a reconocer como locura los mensajes de ciertos economistas pidiendo “imprimir dinero para inversión pública”. Algunos políticos los citan eufóricos y se apuntan a la movida. Volvemos a los incentivos perversos. ¡Hay que repartir!, sacar dinero del bolsillo del eficiente y del ahorrador y entregarlo al siguiente “Museo del Circo” o aeropuerto sin aviones, puente sin rio, o cualquier súper infraestructura; sólo válida para financiar partidos y de paso se forre algún político junto con su amiguete empresario. Grandes corruptos por acción los dos y el Partido por omisión. ¡Corruptos!
Mientras, una vez más, volvemos a pagar el desaguisado todos los que no tenemos forma de evadir, ni siquiera de “eludir”, el esfuerzo de nuestro trabajo y de nuestros ahorros.
La monetización de deuda no es gratis ni evita los recortes ni las subidas de impuestos. El riesgo de pedir dinero barato al BCE es que los Estados se relajen y aprovechen esos menores costes de endeudamiento para parar las reformas estructurales, entregarse a gastar más y aumentar los déficits. Lo hemos visto en el pasado cuando lo hacían las corporaciones públicas, las privadas y también muchos particulares que tomaban dinero prestado para financiar “viviendas dignas”, coches y viajes.
La línea entre un sistema que genera confianza y Argentina o Zimbabwe es delgada. La política monetaria no es una panacea si lleva a una competencia desleal de los sectores que generan gasto improductivo, que se convierten en los que reciben financiación más barata y mayor dinero.
Una cosa es reducir el riesgo sistémico y poner en marcha la herramienta que permite que el mecanismo de transmisión a la economía real mejore, y otra cosa es una máquina de privilegio estatal que incentiva la zombificación de las economías y la financiación de sobrecapacidad inútil.
Los políticos del PP pregonan con orgullo que su Gobierno ha conseguido que le presten dinero y encima le paguen dinero por recibirlo. Dignos sucesores de aquel que se codeaba con los mejores degustando bourbon y fumando puros, sentado con las botas de cow boy encima de la mesa de ébano en aquel rancho del Far West. Ya vimos lo que pasó.
Pensemos que la coyuntura cambiará y el Estado tendrá que emitir deuda a tipos positivos. Aunque ahora los niños les encante vivir en el mundo de Frozen, usar la estrategia de la cigarra de aprovechar el verano para vaguear y acostumbrarnos a la bonanza siempre ha sido un error. Porque el invierno llega. Vaya si llega. Que se lo pregunten a Brasil. Y la estanflación con exceso de deuda es un invierno muy frio… Y muy largo.
©JuanJAS
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