Hay un cuadro de
Pieter Brueghel el Viejo, conocido como « La parábola de los ciegos ». El cuadro es una gran ilustración de la cita bíblica, de Mateo 15:14: "Déjenlos; son ciegos guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo."
La escena del pintor flamenco es un óleo en el cual seis ciegos caminan en procesión, dirigiéndose todos hacia un río o canal donde ya ha caído el ciego que, valga la paradoja, hacía de lazarillo. Tras él, el segundo ciego tambalea, mientras el tercero aparece también tropezando y espantado. Los otros tres, que van camino del mismo final, aunque están relativamente fuera de peligro. El cuarto, la figura quizás más expresiva del cuadro, intuye, con la boca abierta y los ojos vacíos, que pasa una cosa mala. El quinto sólo levanta la nariz, como si oliera el peligro. Y el sexto y último ciego, al final, es el único aún ignorante y de aspecto entre bendito y feliz, que anda confiado. Les dejo a cada uno de ustedes que pongan nombre y cara más actual a cada uno d los representados.
De alguna forma esta cita y este óleo enlaza con las diferente formulaciones del cuento «Los seis sabios ciegos y el elefante». Se lo adjunto para que el que no lo conozca pueda leerlo:
Érase una vez seis hombres sabios que vivían en una
pequeña aldea.
Los seis sabios eran ciegos. Un día alguien llevó un
elefante a la aldea. Los seis sabios buscaban la manera de saber cómo era un
elefante, ya que no lo podían ver.
"Ya lo sé", dijo uno de ellos.
"¡Palpémoslo!". "Buena idea", dijeron los demás.
"Ahora sabremos como es un elefante". Así, los seis sabios fueron a
"ver" al elefante. El primero palpó una de las grandes orejas del
elefante. La tocaba lentamente hacia adelante y hacia atrás. "El elefante
es como un gran abanico", gritó el primer hombre. El segundo tanteó las
patas del elefante. "Es como un árbol", exclamó. "Ambos estáis
equivocados", dijo el tercer hombre. "El elefante es como una
soga". Éste le había examinado la cola.
Justamente entonces el cuarto hombre que examinaba los
finos colmillos, habló: "El elefante es como una lanza".
"No, no", gritó el quinto hombre. "Él
es como un alto muro", había estado palpando el costado del elefante. El
sexto hombre tenía cogida la trompa del elefante. "Estáis todos equivocados",
dijo. "El elefante es como una serpiente".
"No, no, como una soga".
"Serpiente".
"Un muro".
"Estáis equivocados".
"Estoy en lo cierto".
Los seis hombres se ensalzaron en una interminable
discusión durante horas sin ponerse de acuerdo sobre cómo era el elefante. El griterío era enorme y el Rey, golpeando el suelo con el cetro gritó:
¿Alguien de mis sabios asesores puede decirme, cómo es el elefante?
Nadie oyó la pregunta del Rey y el ruido continuó. El Rey abandonó la sala, el trono y el reino en busca de otro más gobernable...
La lección es obvia, seis sabios ciegos no son capaces de captar la realidad y caerán pronto en una disputa en la cual cada ciego querrá tener razón reafirmando su percepción de la realidad, explicando su sesgada y breve experiencia sin acercarse, ni de lejos a comprender como es la bestia observada y analizada. Según la percepción que cada cual tiene de la realidad, la controversia va a más y los ciegos se pican con saña en un combate patético a oscuras. El conflicto se mantiene y la comprensión del problema sigue estando lejana.
Tengo la sensación de que en España tenemos a unos aspirantes a líderes ciegos intentando guiar a un ejército de ciegos; ciegos que no tienen guía ni referente. Les falta, según quiere nuestra tradición, al menos un tuerto que con su media mirada vea el camino. Recuerden que "En tierra de ciegos, el tuerto es el rey».
Hoy se celebra el discurso de investidura y me pregunto si Pedro Sánchez y Albert Rivera son los únicos tuertos entre la ceguera general de nuestra así llamada clase política. Una cosa es querer algo y otra cosa es analizar la factibilidad de la querencia y tocar de pies en el suelo avanzando por el camino posible en lugar de perder tiempo retrocediendo mientras se espera lo tal vez posible o directamente imposible en las condiciones actuales.
Cada uno de los otros «líderes» expondrá sus razones políticamente correctas para justificar su voto, pero no es el momento de ponernos estupendos. No vamos tan sobrados, ni de tiempo, ni de dinero, ni de medios. Parece que de inteligencia tampoco. Mientras los socios europeos nos presionan y los inversores se ponen cada vez más nerviosos.
Lo más probable es que nos llamen otra vez a nuevas elecciones generales el domingo 26 de junio, pero por el momento, Sánchez y Rivera claramente ambiciosos, están dispuestos a intentarlo. Puede que ambos tropiecen y caigan al canal e incluso puede ocurrir que Sánchez se ahogue y pierda en su aventura. Rivera me parece que mantiene una mano agarrándose a las hierbas, por si acaso. De todas formas, puede que mucha gente premie a los que han intentado ponerse de acuerdo y buscar puntos en común.
Con todo, estos días de idas y venidas, negociaciones y disputas entre ciegos «interesados» me han dejado mal sabor de boca. Me gustaría que una reforma constitucional pactada y profunda fuera posible en España, porqué ello facilitaría poner las bases de una larga y fructífera convivencia en España. Pero, claro, necesitaríamos no estar ciegos y menos que nadie los que pretenden dirigir el proceso. Deberían decidirse a hablar con claridad, a cooperar, a razonar ideas, programas y medidas para un mejor gobierno para todos. Deberían estar dispuestos a cumplir los compromisos, los acuerdos, sin excluir a nadie y tratando "de verdad" a todos por igual con sus derechos y también con sus deberes. Una cosa es decirlo y otra hacerlo y aquí, todos han perdido la práctica de hacerlo y algunos no se han molestado ni siquiera en decirlo aunque luego no piensen cumplirlo.
Si en un avión, seis dirigentes cegados por el ego debaten sobre su «visión» del estado de la nación y en el ardor de la discusión, el proyectil de un tirachinas alcanza el ojo del tuerto que resulta ser el piloto…
Lo más probable es que el aparato se estrelle con los seis ciegos sabios dentro y el país se vaya a la deriva, en espera de que « alguien » venga a poner «su orden».
©JuanJAS
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