Los medios de
comunicación se centran en los riesgos y el impacto de una ruptura de
relaciones comerciales entre EEUU y México y no nos explican nada sobre el riesgo y el impacto que tendrá para
nosotros la superalianza fiscal y comercial anglosajona (USA + UK + British
Commonwealth of Nations) ni sobre las oportunidades que puede representar para
nosotros. Las cifras en juego son relevantes, pero hay que tener en cuenta que EEUU exportó en 2015 a
México 267.000 millones de dólares, e importó 316.400 millones de dólares. Por
lo tanto, el déficit comercial con México fue 49.200 millones de dólares. Según
Trump, casi 60.000 en 2016. Sobre estas cifras deberíamos tener en cuenta que:
1.- 12.500 millones de
dólares vienen por importaciones de crudo. Esa cifra se ha reducido a la mitad
por la caída del precio del crudo Maya y el aumento de producción local de
EEUU.
2.- Casi un 40% de ese
déficit comercial viene de empresas norteamericanas que producen en México y
venden en EEUU.
Según esto, se puede
decir que los riesgos para las dos economías son muy relevantes, nadie
ganaría claramente. Otra cosa es que se renegocien los acuerdos y se llegue a una solución
que sea beneficiosa para todos, que es lo lógico.
La oportunidad para Méjico
¿Saben que México es uno
de los países con mayores redes comerciales con el mundo?. Cuenta con doce
Tratados de Libre Comercio con 46 países y ello es una importante diferencia
con otros países que tienen menos apertura comercial.
Pero la mayor oportunidad
para México podría ser desempolvar la reforma energética y recuperar la
producción de petróleo atrayendo inversión extranjera, concediendo licencias a
operadores eficientes internacionales, fortaleciendo y abriendo Pemex a la
inversión extranjera, reduciendo costes para que sea un operador de alto valor
añadido y mayor productividad.
No hay mal que por bien
no venga, y un susto como este episodio debe ser una oportunidad para reactivar
procesos de mejora de la economía, aprovechando la gran ventaja de los tratados
comerciales ya firmados, para orientar la economía mexicana a ser un país
petrolero que huya del rentismo y la ineficiencia, que evite que Pemex se
convierta en otra PdVSA (la petrolera venezolana, arruinada por el chavismo) y
que se abra la economía con contratos y concesiones más atractivas para la
inversión… Porque cualquier geólogo sabe que el potencial del petróleo es
espectacular –reactivar Catarell, potenciar exploración, recuperación más
eficaz–. Pero en gas pizarra, el potencial de México es enorme, ya que en la
franja norte se extiende el tesoro que ha desencadenado la revolución
energética de EEUU.
La oportunidad de Europa
Theresa May fue
ovacionada en Philadelphia cuando recordó que la relación entre EEUU y Reino
Unido es especial y que seguirán liderando el mundo.
Theresa May promete
convertir a Reino Unido en el Singapur de Occidente. Las palabras de Moscovici
y Schaeuble regañando al Reino Unido diciendo que "¡No pueden bajar
impuestos!"… ni "¡Cerrar tratados bilaterales!" han sentado como
un jarro de agua fría a los defensores de mantenerse en la Unión Europea. Parece
que en la UE se han unido a la campaña por el brexit.
La fortaleza de EEUU y Reino Unido, si se pone en
marcha la revolución fiscal anunciada, reside en la atracción de más de 95.000
millones de dólares fuera de la Unión Europea –según Nomura– y convertirse en
centros globales de inversión. No se le escapa a casi ningún analista del
mundo que no es difícil aprovechar las debilidades de la Unión Europea en
burocracia, altos impuestos y riesgo político para captar oportunidades de
inversión globales.
Con un reto como ese, la
Unión Europea no puede usar su tradicional “política del avestruz” —que tan
bien conocemos en España— y enrocarse en un modelo que va en sentido contrario
a los países líderes. Se deben poner en
valor las indudables ventajas del mercado único y la Unión pensando en la
competitividad, la creación de empleo y la atracción de inversión, demostrando
que somos mejores.
La oportunidad de México,
hacer de un riesgo una oportunidad, es exactamente la misma que tiene una Unión
Europea, donde ya es más que evidente que replicar el dirigismo francés y ser
un infierno fiscal no es precisamente el camino para el crecimiento. La Unión
europea se torpedeó a sí misma haciendo los costes de la energía casi el doble
de caros que los de EEUU, pero eso puede cambiar. Lo mismo con las trabas
burocráticas y fiscales.
El “enemigo exterior” es
muy goloso para el burócrata. Si no funciona, se le echa la culpa a los
malvados extranjeros de que no funcione el plan. Pero los retos globales se
pueden convertir en grandes ventajas cuando pensamos en las familias y las
empresas.
La Unión Europea, como
México, cuenta con un enorme superávit comercial, excelentes empresas y grandes
profesionales. Es hora de cambiar el chip. Contra el proteccionismo, más
comercio. Y decir “viva la competencia”, que hay mucho margen en la UE para
bajar impuestos y dejar de ahogar a empresas y familias.
Olviden el muro. Ya existe, aunque sea de hojalata-tele
metálica y haya algún agujero por donde se cuelan cuatro descamisados. Es un
subterfugio. Lo importante es la alianza fiscal y comercial que se está
tejiendo entre las potencias líderes. Para afrontar ese reto, más Unión Europea
de verdad, más trabajo, menos burocracia y más competitividad.
Este es el reto más
importante para todos y para afrontarlo: más Unión Europea de verdad, más
trabajo, menos burocracia y más competitividad.
¿Estarán a la altura los
líderes europeos? ¿Lo estaremos todos?
ANEXOS:
Guerra comercial
El Banco Mundial estima
que las bajadas de impuestos de Trump podrían ser el revulsivo que necesita la economía
global para recuperar el crecimiento, mientras el equipo de economistas de
Deutsche Bank considera que dichas medidas son las que deberían llevar a cabo
en la Unión Europea, y estima que podrían duplicar el crecimiento real del PIB
en Estados Unidos. Michael
Spence, premio Nobel, también apuntaba un impacto similar esta semana.
La evidencia de las
bajadas de impuestos para aumentar el crecimiento es demoledora. El ejemplo de
más de 200 casos en 21 países demuestra que son mucho más efectivas las bajadas de impuestos y reducciones de
gasto, a la hora de incentivar el crecimiento y la prosperidad, que los
aumentos de gasto. Estudios de Mertens y Ravn (The dynamic effects of
personal and corporate income tax changes, 2012), Alesina y Ardagna (Large
changes in fiscal policy, taxes versus spending, 2010), Logan (2011), o el
FMI concluyen que en más de 170 casos el impacto de bajadas de impuestos ha sido
mucho más positivo para el crecimiento. Pero hay que gastar menos.
¿Conocen este dato?: En
el caso de Trump, esas bajadas en el Impuesto de la Renta implican que los
ciudadanos que ganen menos de 25.000 dólares anuales no paguen IRPF, los de
menos de 75.000 dólares, lo hagan sólo al 10%, entre 75.000 y 225.000 dólares,
al 20% y para el resto, al 25%. La mayor bajada de impuestos de la historia
supondría en las rentas más bajas casi duplicar su renta disponible actual. No
lo conocían ¿verdad? Es que los periódicos no hablan de estas cosas. Sólo
repiten que Trump es muy malo y se le ha ido la olla.
El Impuesto de
Sociedades, al 15%, se añadiría a un incentivo de repatriación de capitales en
el extranjero con una tasa del 10%. Goldman Sachs estima que EEUU repatriaría
más de 1 billón de dólares (casi equivalente al PIB de España) con esa
política.
¿Cómo se financiaría? Con
aumentos de eficiencia en el gasto por Sanidad, eliminando y sustituyendo el
desastroso coste del Affordable Care Act (Obamacare) aunque aumenta en 600.000
millones de dólares las ayudas sociales. ¿Cómo? Reduciendo la administración
eliminando regulación y partidas innecesarias. El plan de infraestructuras, del
que tanto se ha hablado, no aumentaría el gasto público porque sería financiado
por el sector privado vía deducciones fiscales e ingresos por tarifas y peajes.
Parece que el efecto en
déficit fiscal sería cero con un aumento adicional del crecimiento de la
economía de 1% anual.
Pero algunos cuestionan,
y eso es bueno, el impacto. El Instituto Peterson estima menores ingresos de
2,85 billones de dólares por la reforma fiscal y mayores gastos en defensa de
casi 1 billón de dólares en 10 años. Un 25% de aumento de deuda.
Otros estudios estiman
que recortar un 1% planes de gasto anual que se habían disparado, generaría
750.000 millones de dólares adicionales en 10 años. Los ingresos por Impuesto
de Sociedades se mantendrían por aumento de la actividad económica y la
repatriación de inversiones. Un aumento de los salarios reales reduciría el coste
en el impuesto sobre la renta en un 35%. Ello generaría un aumento cero en
términos nominales de deuda.
Pero, ¿cómo se reduciría
la deuda sobre el PIB? Con el efecto de una inflación superior a la actualmente
esperada, un crecimiento real mayor, alcanzar la independencia energética en
2019 –eliminando trabas a la exploración y producción además dispara la
inversión- y, muy importante, el efecto aspirador de salida de capitales de
mercados emergentes hacia Estados Unidos ante la fortaleza del dólar. El
“secreto” de Trump es que la economía de mercados como China será tan frágil
que los billones de dólares de capital que se fueron a países emergentes desde
2009, volverán al país.
Muchas incógnitas y
muchas incertidumbres, que la realidad deberá poner en contexto. Pero lo que ha
demostrado el pasado es que gastando más y subiendo impuestos no se reduce la
deuda. EEUU aumentó un 121% la deuda en ocho años con Obama (lean “El legado de Obama”) y caídas de la inversión
real.
El gran escollo de todo
este plan es el aumento del proteccionismo que puede suponer un importante
recorte en estimaciones de crecimiento y empleo. Los mensajes que llegan desde
Estados Unidos han moderado enormemente los riesgos, y entre otras cosas, se ha
probado que la capacidad real del Presidente de tomar medidas ejecutivas
anti-comercio es muy limitada. En el país, el congreso y el senado están
dominados por republicanos, pero no por defensores del proteccionismo. No podemos
olvidar, porque está probado que un aumento de tasas y aranceles al comercio
genera el doble en pérdidas por ingresos de exportaciones para el país, al
tiempo que deberíamos ser conscientes de que la administración Obama fue la que
más medidas proteccionistas impuso en los últimos ocho años. Y así les fue. El
crecimiento más pobre de cualquier recuperación económica en las últimas
décadas.
¿Y si entramos en una guerra comercial?
Rex Tillerson —director
ejecutivo de Exxon Mobil Corporation, la quinta mayor empresa atendiendo a su
capitalización de mercado—, criticó a
China por las islas del Pacífico y avisando que no se le debería dar acceso al
gigante asiático a dichas islas. Tillerson siempre desconfió del “crecimiento
burbuja” de China y en Exxon se negó repetidamente a invertir de manera
relevante y entrar en grandes alianzas con empresas chinas.
¿Es la antesala de una
guerra comercial con China? No lo creo, pero lo que sí sabemos es el impacto de
una guerra comercial total a nivel global. Desplome del consumo de hasta el 3%
anual, media de caída de la inversión del 10%, entrada en recesión y desempleo
casi duplicado.
La realidad es que para
algunos miembros del equipo de Trump no es una cuestión de guerra comercial. Es
el desproporcionado superávit comercial que tiene China con Estados Unidos. El
más alto del mundo.
China exporta a Estados
Unidos unos 483.000 millones de dólares (2015) y Estados Unidos solo $116.000
al gigante asiático y se atribuyen muchas de las imposibilidad de exportar a
que las autoridades regulatorias, empresas estatales y gobierno chino es en
realidad un solo ente.
Sin embargo, una parte
relevante de esas importaciones son productos electrónicos, maquinaria y ropa
que las propias empresas americanas fabrican en China y luego envían a Estados
Unidos. De ahí vienen muchos mensajes proteccionistas de la administración
Trump.
Pensar que todo irá bien
porque impidas que se fabrique e importe desde otros países, no ocurre. Muchas
de esas empresas simplemente no podrían siquiera mantener su negocio. Los
grandes desequilibrios entre China y Estados Unidos no se solucionan
equiparando el proteccionismo americano al chino, como se ha intentado desde
2008, sino rompiendo barreras para que China se equipare al resto de la OCDE.
Precisamente ahora que sus monumentales desequilibrios monetarios y de deuda
empiezan a pesar de manera agresiva, es la oportunidad de atraer a China al
mundo, no el mundo a China.
El proteccionismo solo protege al gobierno
El resurgimiento del
proteccionismo no es una novedad y no ha llegado con Trump ni May.
Desde 2008, el país que
más medidas proteccionistas ha impuesto, de lejos, es EEUU gobernada por Obama,
según Geopolitical Intelligence Service.
Entre 2010 y 2015, se
implementaban entre 50 y 100 nuevas medidas proteccionistas en los primeros
cuatro meses de cada año. En 2016, más de 150.
Esta semana se ha hecho
realidad la defunción del tratado Transpacífico (TPP) que comentábamos aquí, y me enternece ver a
comunistas, socialdemócratas e intervencionistas varios criticar la decisión de
Trump que ellos promovían con el TTIP y todo lo que huela a mercado. Porque el
tratado estaba muerto ganase Trump o Clinton, que afirmaba, ya en 2016, que se oponía al tratado y lo iba a eliminar.
Es, como mínimo,
divertido que los medios ensalcen las palabras del primer ministro chino sobre
globalización y apertura en Davos cuando una de las naciones más
proteccionistas del mundo es la suya. Una manera de alentar el proteccionismo
es a través de las empresas estatales ineficientes. Según Wilbur Ross, más de
un tercio llevan años en pérdidas y aumentando sobrecapacidad mientras se las
mantiene zombis con bancos y dinero público. Esa sobrecapacidad, que alcanza el
40%, les lleva a vender el exceso de producción a precios muy inferiores al
coste.
Lo triste de toda esta
ola proteccionista es que llega por todos lados, desde Japón a India. Cincuenta
y cinco países han aumentado medidas proteccionistas en los últimos ocho años,
según Global Trade Alert.
¿El resultado? El
desplome del comercio internacional, el peor crecimiento global desde 2008 y más
deuda. No le echemos la culpa a Trump, por lo tanto.
Wilbur Ross y el propio
Rex Tillerson explican que en los últimos ocho años la manera de lidiar con las
prácticas anti competencia y anti comercio de China, que tiene el mayor
superávit comercial del mundo con EEUU, ha sido poner una sonrisa y –en
silencio- intentar limitar la entrada de bienes y servicios vendidos a precio
por debajo de coste. Un caso bastante popular fue el de los paneles solares.
Pero esa política de “sonrisa global y proteccionismo real” claramente no ha
funcionado. Ahora llega la política de amenaza y acuerdo.
Pero el desencuentro
China-EEUU no justifica la posición con respecto al TPP, Nafta y otros ni la
tentación del mercantilismo. La terrible sombra de esas medidas intervencionistas,
que espero que no se implementen, nos recuerdan a los errores de Carter, por
ejemplo, o de Japón.
El proteccionismo se
nutre del chivo expiatorio del enemigo exterior y la falsa varita mágica del
Estado redentor para prometer mentiras.
La primera mentira es
decir que industrias de baja productividad, que hoy no son competitivas, van a
empezar a serlo por limitar el comercio con países que tienen menores costes.
La evidencia nos muestra que es
empíricamente falso. Ni el porcentaje de importaciones de países “baratos” se
disparó antes, ni se aumenta la producción local por eliminar el comercio.
La segunda mentira es que
se crean más puestos de trabajo y con mejores salarios.
El único efecto real es
que se disparan los precios por el aumento de aranceles y las industrias
obsoletas caen igual. No se mejora el empleo ni suben los salarios porque la
sobrecapacidad se perpetúa. De hecho, en un mundo con el nivel de endeudamiento
actual, del 225% del PIB, un efecto colateral añadido es que el aumento de la
inflación y, con ella, los tipos de interés reales, se llevan por delante a los
sectores de baja productividad por el aumento de sus costes financieros, ya que
–no es sorpresa- también son sectores que actualmente tienen un apalancamiento
superior al histórico.
La tercera mentira es que
las empresas se irán a mi pueblo porque lo diga un comité.
Por supuesto, la idea de
unos y otros defensores del proteccionismo, de la izquierda a la derecha, se
alimenta de la idea ridícula de que las empresas que hoy contratan y fabrican
en India o México se irían todas a Virginia o a Albacete. No ocurre.
Si pensamos que una
industria que no es competitiva hoy, lo va a ser por un arancel del 35% a sus
competidores, podemos olvidarlo. Simplemente se cierran negocios, y los más
desfavorecidos son los países pobres, que sufren el doble efecto de la
inflación, menor comercio y el cierre de empresas.
Es una entelequia pensar
que las fábricas de automóviles, por ejemplo, van a producir y vender más
porque LePen les obligue a instalarse en Francia. Todo su crecimiento viene de
las exportaciones, y los países que sufren las medidas proteccionistas, también
las imponen a los países exportadores. Pierden todos. En una industria que ya
tiene hasta un 30% de sobrecapacidad (The road to 2020 and beyond: What’s
driving the global automotive industry? McKinsey), será un dominó de
cierres de capacidad productiva y menos empleo.
La última es pensar que
la autarquía es posible en economías y empresas abiertas. Ni Renault es una
empresa francesa, sino global, ni lo es la inmensa mayoría de los grandes
sectores. La llegada del intervencionismo mercantilista solo alegra a los
sectores rentistas, que ni crean empleo ni mejoran la productividad. Y siguen
en proceso inexorable de desaparición por obsolescencia.
¿Saben esto los populistas de puño cerrado y los
de mano abierta? Claro. El historial de fracaso del proteccionismo es tan
apabullante que sólo un político podría ignorarlo pensando que “esta vez va a
ser diferente” porque lo aplique él o ella. Pero esos populismos son también
los que llaman “estratégico” a los rentismos clientelares. Estratégico para
administrar las migajas de lo que queda.
Y es que lo que esconde la falacia del
proteccionismo es nada más que promover el intervencionismo más rancio. No
se trata de proteger a uno u otro país de los chinos, sino de copiarles.
Dar más poder a los
políticos y control sobre la actividad económica, con el beneplácito de los
ciudadanos que se tragan la mentira de que la tecnología destruye empleo y
que la inflación creada se les va a compensar en mayores salarios reales.
Mientras tanto, el
gobierno que le promete que usted estará mejor empobreciendo al vecino, se
beneficia, convirtiéndose en el que impone las decisiones de inversión o
contratación. Aunque luego le sale el tiro por la culata, siempre, se
presentará ante nosotros como el “protector”, el que lo intentó. Lo hizo por
nosotros.
Y, por supuesto, la inflación –el impuesto de los pobres- de
la que se beneficia el Estado endeudado “desvalorizando” sus enormes deudas a
costa de la renta disponible de los ciudadanos, que no ven su poder adquisitivo
mejorar, porque los salarios reales no aumentan. Pero el político le echará
la culpa a las empresas, a los comercios y al nuevo álbum de U2 si hace falta.
El único protegido por el
proteccionismo es el gobierno que lo impone. Los demás pagamos la ocurrencia.
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