sábado, 16 de enero de 2021

El IPC, la inflación real y la percibida... nunca coinciden

Todos hemos visto en las películas frases similares a esta: 

"Los sucesos y personajes retratados en esta película son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia". 

Una descripción similar debería acompañar a cualquier información, índice o informe que nos suministren los organismos públicos o generalistas y que no podamos contrastar fácilmente. 
Concretaré en el dato del IPC inter-anual que cada principio de año nos informan todos los medios de comunicación. Desde hace muchos años se mantiene casi a ras de suelo y por ello les da grandes alegrías a todos los que tienen deudas referenciadas directa o indirectamente a ese índice. No están tan contentos sino todo lo contrario los ahorradores que tienen cuentas bancarias y los bancos no les pagan nada por usar su dinero. La triste realidad es que pronto les empezarán a cobrar. Grrrr! 


El echo es que la «Inflación oficial» publicada se mantiene bajísima y en cambio notamos que cada vez compramos más caro y nos cuesta más llegar a fin de mes con el mismo dinero. 
¿Porqué? 
Para entenderlo hay que saber cómo se calcula la inflación oficial y que la cesta evaluada para hacerlo no corresponde con la cesta de consumo individual cuyo coste percibe cada familia. 
La «Inflación oficial» se calcula a partir de un determinado panel de productos con su correspondiente ponderación. En cambio, la «Inflación percibida» por cada ciudadano depende de la percepción subjetiva, con mayor o menor base real, en base a nuestra relación con los productos que compramos normalmente en nuestra familia.  
El problema se revela cuando la información que aporta el IPC se aleja de forma considerable de la inflación que percibimos los ciudadanos. 
Todo el que compra regularmente productos para comer en casa ha podido comprobar que han subido exageradamente. Según la OCU, el 64 % de los productos de la cesta de la compra han subido de precio en plena pandemia. Por ejemplo, los productos frescos han subido un 4 % de media, destacando el encarecimiento de las naranjas (46 %), limones (38 %), peras (34%), kiwis (30 %), coliflor (40 %), berenjena (18 %), judías verdes planas (14 %), lechuga iceberg (12 %), etc. Del recibo de la luz, del agua y del gas ya no hablemos. 

Dejando de lado teorías conspiratorias varias, debemos conocer lo siguiente: 
Para recopilar la información del IPC se utiliza la Encuesta Continua de Presupuestos Familiares (ECPF). Su deficiencia es la misma que tienen todas las encuestas, que la gente no acaba de decir la verdad cuando se le pregunta. Algunas preguntas pueden invadir la intimidad o desvelar secretos y más en un país donde el 23% de la economía está sumergida y quienes están en ella no tienen interés alguno en divulgar estas rentas no declaradas. También existe la dificultad de medir los cambios en los precios cuando hay variaciones en la calidad de los productos. Además cuando desaparece un producto del mercado ha de ser sustituido por otro en el índice. El problema es cómo saber qué producto es un bien sustitutivo exacto e igual de representativo que el que ha desaparecido en la última medición. 

En teoría, el IPC REPRESENTA A LA MEDIA DE LOS CONSUMIDORES, pero NO es representativo de algunos grupos sociales menos desfavorecidos ni de los más ricos. Y teniendo en cuenta que cada vez hay menos clase media y hay más ricos y muchiiiisimos más pobres, el IPC cada vez se adecua a menos hogares. 

Sólo a modo de ejemplo, el grupo de los ALIMENTOS y bebidas no alcohólicas pesa aproximadamente un 23% en el índice y en cambio (más durante la pandemia) para muchos ciudadanos de baja renta representa bastante más. Por otra parte, el IPC excluye de su cómputo algunos impuestos, tasas pagadas a la administración pública, multas o recargos. Aunque estos impuestos que pagamos al Estado cada vez sean más altos, el IPC NO lo nota y esto contribuye más a la divergencia entre lo que nos dicen oficialmente y lo que nosotros percibimos. Comprueben lo que representan los impuestos camuflados en los recibos de compra, de pago de servicios, de comunidad, en nómina, seguros, etc. 
El índice IPC tampoco contempla otros gastos de consumo como los de la «economía sumergida», el «comercio electrónico» que ya representa casi el 10% del PIB, la «venta ambulante» como la que se hace en los mercadillos y algunas APP’s digitales y los nuevos bienes introducidos en la economía hasta que no se consideran «representativos». 
Asimismo, tampoco computa la mayor preocupación de casi todos los españoles: la vivienda en propiedad, ya que ésta se considera una inversión y no un gasto. Algo que los ciudadanos perciben ya que el precio medio de la vivienda se disparó desde la entrada del euro más de un 150%. Los españoles destinamos más de un 40% de nuestras rentas al pago de una vivienda. 

Fíjense que desde la entrada del euro, según el Gobierno los precios han subido solo un 38.7% (hasta el 2012). 
¡Desde aquí oigo sus carcajadas!. 
Ya ven que una cosa son los índices y datos estadísticos que las autoridades publican y otra su realidad personal. 
Algo que debemos tener muy en cuenta a la hora de hacer valoraciones y tomar decisiones particulares.