La higiene en la Edad Antigua

En la Edad Media no existían cepillos de dientes, perfumes, desodorantes y mucho menos papel higiénico. En aquella época, los abanicos no se usaban por el calor, sino por el mal olor que exhalaba el cuerpo de las personas por debajo de los vestidos. Las ropas se confeccionaban pesadas para contener los olores de las partes íntimas.
Como no había agua corriente en las casas, la gente sólo se bañaba de tarde en tarde. De tarde en tarde se calentaba agua y se vertía en una bañera. En ella se bañaba primero el padre de la familia, luego los otros hombres de la casa por orden de edad, y después las mujeres, también en orden de edad. Al final los niños, y los bebés los últimos.
Como no había agua corriente en las casas, la gente sólo se bañaba de tarde en tarde. De tarde en tarde se calentaba agua y se vertía en una bañera. En ella se bañaba primero el padre de la familia, luego los otros hombres de la casa por orden de edad, y después las mujeres, también en orden de edad. Al final los niños, y los bebés los últimos.
La higiene en la Edad Moderna
Ni siquiera la nobleza avanzó mucho en lo que a la higiene se refiere respecto a la Edad Media.
¿Sabíais que Versalles, quizás el palacio más importante y lujoso de Francia, no tenía baños?.
Hoy en día en Versalles uno se maravilla con sus jardines, enormes y hermosos, pero en la época en que se crearon, eran más usados como retretes que admirados. En las fiestas promovidas por la realeza se reunía una gran cantidad de personas y como no había baños, los cortesanos debían “buscarse la vida” por entre los setos.
¿Sabíais que Versalles, quizás el palacio más importante y lujoso de Francia, no tenía baños?.
Hoy en día en Versalles uno se maravilla con sus jardines, enormes y hermosos, pero en la época en que se crearon, eran más usados como retretes que admirados. En las fiestas promovidas por la realeza se reunía una gran cantidad de personas y como no había baños, los cortesanos debían “buscarse la vida” por entre los setos.

Los médicos del siglo XVI creían que el agua, sobre todo caliente, debilitaba los órganos y dejaba el cuerpo expuesto a los aires malsanos, y que si penetraba a través de los poros podía transmitir todo tipo de males. Incluso empezó a difundirse la idea de que una capa de suciedad protegía contra las enfermedades y que, por lo tanto, el aseo personal debía realizarse “en seco”, sólo con una toalla limpia para frotar las partes visibles del organismo. Un texto difundido en Basilea en el siglo XVII recomendaba que “los niños se limpiaran el rostro y los ojos con un trapo blanco, lo que quita la mugre y deja a la tez y al color toda su naturalidad. Lavarse con agua es perjudicial a la vista, provoca males de dientes y catarros, empalidece el rostro y lo hace más sensible al frío en invierno y a la resecación en verano.
Si viviéramos en el siglo XVIII, nos bañaríamos una sola vez en la vida y nos empolvaríamos los cabellos en lugar de lavarlos con agua y champú.
La higiene en la Edad Contemporánea

Pero para lugares inmundos, pocos como las ciudades europeas de principios d ela Edad Contemporánea antes de que llegara la revolución hidráulica del siglo XIX. Carentes de alcantarillado y canalizaciones, las calles y plazas eran auténticos vertederos por los que con frecuencia corrían riachuelos de aguas servidas. En aumentar la suciedad se encargaban también los numerosos animales existentes: ovejas, cabras, cerdos y, sobre todo, caballos y bueyes que tiraban de los carros. Como si eso no fuera suficiente, los carniceros y matarifes sacrificaban a los animales en plena vía pública, mientras los barrios de los curtidores y tintoreros eran foco de infecciones y malos olores.
Todo se reciclaba. Había gente dedicada a recoger los excrementos de los pozos negros para venderlos como estiércol. Los tintoreros guardaban en grandes tinajas la orina, que después usaban para lavar pieles y blanquear telas. Los huesos se trituraban para hacer abono. Lo que no se reciclaba quedaba en la calle, porque los servicios públicos de higiene no existían o eran insuficientes. En las ciudades, las tareas de limpieza se limitaban a las vías principales, como las que recorrían los peregrinos y las carrozas de grandes personajes que iban a ver al Papa en la Roma del siglo XVII, habitualmente muy sucia. Las autoridades contrataban a criadores de cerdos para que sus animales, como buenos omnívoros, hicieran desaparecer los restos de los mercados y plazas públicas, o bien se encomendaban a la lluvia, que de tanto en tanto se encargaba arrastrar los desperdicios.

En el siglo XIX, el desarrollo del urbanismo permitió la creación de mecanismos para eliminar las aguas residuales en todas las nuevas construcciones. Al tiempo que las tuberías y los retretes ingleses (WC) se extendían por toda Europa, se organizaban las primeras exposiciones y conferencias sobre higiene. A medida que se descubrían nuevas bacterias y su papel clave en las infecciones —peste, cólera, tifus, fiebre amarilla—, se asumía que era posible protegerse de ellas con medidas tan simples como lavarse las manos y practicar el aseo diario con agua y jabón. En 1847, el médico húngaro Ignacio Semmelweis determinó el origen infeccioso de la fiebre puerperal después del parto y comprobó que las medidas de higiene reducían la mortalidad. En 1869, el escocés Joseph Lister, basándose en los trabajos de Pasteur, usó por primera vez la antisepsia en cirugía. Con tantas pruebas en la mano ya ningún médico se atrevió a decir que bañarse era malo para la salud.
Las bodas se celebraban al comienzo del verano. La razón era sencilla: el primer baño del año se tomaba en mayo, entonces en junio el olor de las personas aun era tolerable. Asimismo, como algunos olores ya empezaban a ser molestos, las novias llevaban ramos de flores al lado de su cuerpo en los carruajes para disfrazar el mal olor. Así nació la tradición del ramo de novia.
Los techos de las casas no tenían entretecho. En las vigas de madera se criaban animales: gatos, perros, ratas y otros. Cuando llovía las goteras forzaban a los animales a bajar. De ahí nació la expresión “It’s raining cats and dogs” típica anglosajona.
Los envenenamientos y el velatorio
Los envenenamientos y el velatorio

Los lugares para enterrar a los muertos eran pequeños y no había siempre suficiente sitio para todos. Los ataúdes eran abiertos y retirados los huesos para meter otro cadáver. Los huesos eran retirados a un osario. A veces al abrir los ataúdes, se percibía que el enterrado había arañado la tierra, había sido enterrado vivo.

Si alguien conoce alguna curiosidad similar a estas, me encantaría que las compartiera escribiéndolas en un comentario a esta entrada.