Aunque ya nos hemos acostumbrado a convivir con un
desmadre de horarios comerciales y de rebajas-oportunidades más o menos
encubiertas y permanentes, el lobby de comerciantes sigue insistiendo en que
julio es el mes de las rebajas y en agosto, se rebajan las rebajas.
En estas calurosas tardes veraniegas prácticamente nadie
puede escapar de visitar los grandes centros comerciales. En las grandes
ciudades hay muchos donde escoger; por lo menos en ellos se está fresquito; a
veces hasta helado y hasta puede que alguien de la familia encuentre alguna
“ganga”. Se pueden hacer tours especializados en "Centros comerciales y grandes superficies".
Ayer tarde, la más calurosa del año, fuimos a unos grandes almacenes. Al llegar, cada uno se fue a explorar una planta diferente y yo deambulé por la
planta de caballeros. Hacía muchos meses que no lo había hecho. A parte de la distribución habitual, había unas grandes cajas llenas de camisas, otra de ropa interior, toallas, zapatillas, etc. Todas llenas de un revoltillo de prendas más desordenadas y arrugadas que conferían al lugar un aspecto más propio del que se espera encontrar en los "encantes". Varias personas se abalanzaban hurgando en el interior de esas piscinas llenas de "¿andrajos?". La verdad es que el espectáculo me desanimó bastante y la verdad es que no conseguí ilusionarme con nada de lo que allí había. A veces me tiro una
buena temporada sin comprar nada nuevo, por eso de que no lo necesito o por el
simple hecho de que no me gusta lo que veo y que pienso que comprar más de lo mismo o
incluso de peor calidad que lo que cuelga en mis repletos armarios, no merece la pena.
Año tras año, me encuentro con tendencias cada vez más
horribles; me causan mucha desidia y de vez en cuando algún escalofrío cuando
alguna prenda hiere mi sensibilidad: ¡Aunque me la regalaran no me lo pondría!.
Por supuesto no hay peligro de que me la regalen; porque cuanto, a mi parecer, más horroroso es el
modelito, más caro es.
Como decía la incombustible y animosa Ethel, en los primeros capítulos de la serie “Eastenders”: “tarde o temprano, todo vuelve y podemos ir a la moda rescatando una prenda antigua del vestidor”. Además, con lo que cuestan hoy en día las cosas, no estamos para
tirar el dinero en harapos. Nos pretenden vender ropa medio rota, lo cual puede que sea aceptable desde un punto de vista estético, pero no lo es que esté confeccionada a partir de telas que se desgajan durante el primer lavado o que
parecen haber sido sacadas de un agujero o una zanja de barro de la época de
María Castaña. Lo que es peor, suelen ser productos importados de países mucho más
laxos en materia laboral, que en muchos casos explotan a la gente. Sí, al menos les dan trabajo, es lo que pensaría el
que no entiende el verdadero problema subyacente a este paradigma de externalización
de la producción.
Veo predominancia de colores naranjas, verdosos y
amarillos, todos ellos desvaídos, sin chispa. Parece que se los vayan a vender a los nórdicos, porque a los latinos nos gustan los colores más saturados. Las telas sin cuerpo, arrugadas y,
en cuanto a líneas de corte, cada vez encuentro menos diferencias entre las diferentes tiendas;
acaso los más sibaritas en materia textil tendrán preferencias. Yo recuerdo el
cuento de “El nuevo traje del emperador” y siento decirles que ni siquiera las marcas
más “caras” ofrecen una vestimenta de calidad como la de antes: el traje de
colono americano sí que duraba años, sí que era rentable. ¡Qué tiempos
aquellos!
A tenor de lo visto, no descarto que empiecen a vender
ropa hecha de plástico en el futuro, lo que sería ideal porque podrían reciclar
la basura y la gente entraría mucho más tranquila en sus tiendas; “ahora sí que
lo entiendo, ahora todo encaja”, dirían henchidos de gozo los clientes.
Las tendencias clónicas y de bajo coste/calidad se han
impuesto y una marea uniforme de camisas de estampados horrendos copan los
estantes por doquier; vista una tienda, vistas todas; no importa la ciudad por
la que pasees porque todas las “tiendas de moda” se repiten en ellas como
clones. La moda es una de esas criaturas que es mejor no alimentar, ya que te
esclaviza a los intereses de las grandes cadenas de distribución y te endosan
productos diseñados para caducar cada tres meses. O antes. Y ni siquiera es un
producto distinto de los demás, solo uno más. Obsolescencia impuesta por los
fabricantes y aunque percibida por nosotros los consumidores, nos impide
vestir a nuestro gusto —lo que nos parece cómodo y nos gusta— y nos presiona para
que compremos lo que manda el mercado.
En completo acuerdo con la industria farmacéutica y la
alimentaria, los magnates de la moda y la industria textil, no cesan de profundizar en el ensalzamiento enfermizo e hipócrita de
la delgadez extrema, con esos maniquíes cada vez más finos, sin cintura; más bien como cajas de cerillas alargadas y asexuadas, con rostro inexpresivo. No quiero ni pensar dónde acabaremos.
Recuerdo que
de joven, cuando todavía iba a comprar ropa con mi madre, la que más me gustaba siempre era la
que llevaba puesta el maniquí del escaparate. Eran otros tiempos. Ahora los maniquíes
pasan hambre, casi tanto como las pobres mujeres y hombres, jóvenes y viejos,
que pretendan enfundarse los modelitos que llevan puestos y viven en permanente
estado de insatisfacción porqué nada les “sienta bien”, o al menos no tan bien
como le sienta al chico/chica-photoshopeada del catálogo. Me compadezco de los que se atreven a comprar en la teletienda o por Internet. El club de los frustrados cada vez tiene más socios. Compran barato, pero mucha veces la decepción es mayúscula.
¿Es esto lo que queremos ser? ¿Muñecos fabricados en una
cadena industrial, víctimas de la superficialidad y lo vacuo?
Incluso los consumidores alternativos son productos del
sistema; Los dueños del cotarro, crean las modas, las tendencias
textiles o políticas, tanto da, y luego las ofertan. Los “consumidores” las
compramos sin poder escapar, si jugamos según las reglas del juego, al todopoderoso flujo monetario. Una misma empresa es capaz de ofrecerte el
sabor aristocrático y el sabor punk en una sola tienda/Estado y cualquier
artículo a través de las respectivas marcas blancas. Todo fácil y
cómodo porque lo importante es facilitar el consumo irreflexivo. Con las ideas
políticas, si es que queda alguna, sucede algo parecido. La originalidad brilla
por su ausencia, porqué al final todas se parecen y lo único que podemos
intentar cambiar es nuestro propio comportamiento, sin contar el disfraz que llevamos
puesto.
En el fondo, todo es lo mismo, todo cambia
para seguir igual: tendencias de mercado pensadas para ganar dinero, poder
e influencia a cualquier precio, que se relanzan cada X años con el cartel de
“Nuevo”, sin inventar nada mejor por el camino. Aunque una sensación de frescor
incomparable inunde los escaparates y los ojos ansiosos de los peatones -deseosos de reinventarse- cada
pocas semanas, la inmensa mayoría de lo que nos ofrecen ha “cortado y pegado sin elaborar, ni siquiera verificar”. Vagancia y conformismo; siempre más de lo mismo, todo
encaja y el mundo sigue.
¡Que cada uno, en la intimidad, se confiese con si mismo!.
©JuanJAS