miércoles, 25 de octubre de 2017

¡CONFIANZA!

Todos salimos ganando, si creamos confianza entre nosotros, algo muy necesario en nuestra sociedad individualista.
A nivel personal confío en otra persona, por ejemplo el empleado del taller al que llevo a revisar mi coche, cuando lo considero “capaz” de repararlo porque tiene los conocimientos y las capacidades adecuadas, porque “puede” hacerlo (no tiene impedimentos que le impidan realizar su tarea), porque “quiere” hacerlo y está dispuesto a no poner sus intereses por delante de los míos. 
El confiar en alguien, en algo o en nosotros mismos, implica depositar una serie de expectativas. Cuando éstas no se cumplen, se rompe la confianza, llega la desilusión, la frustración, y con estas emociones, van de la mano la rabia, la ira, la bronca.
Robin Dreeke, experto en contrainteligencia, que pasó décadas como agente de alto nivel del FBI, sabe cómo hacer que los extranjeros confíen en él lo suficiente como para ser reclutados como espías. Y no se trata de engañar o de ser un hombre que siempre asiente. En el libro, “El Código de confianza” expone las Cinco reglas de oro para tener éxito al generar confianza en todo tipo de personas con las que nos podamos relacionar. 
Se lo recomiendo a nuestros políticos porque acostumbran a perder la de sus votantes. Las recomendaciones de Dreeke y el co-autor del libro, Cameron Stauth, son:
1.- Entender las prioridades del otro, sus necesidades, deseos, sueños y aspiraciones, humanas y profesionales, a corto y a largo plazo. O sea, trata los demás como te gustaría que te trataran a ti. Suspende tu ego. Piensa primero en la otra persona.
2.- No juzgues. Si juzgas al otro, en lugar de tender un puente harás que levante una barrera.
3.- Honra la razón. Sé objetivo y no te dejes dominar por las emociones. Cada uno tiene la suya y no lograrás nunca convencer a los demás de que las tuyas son más importantes que las suyas.
4.- Valora al otro. Trata de entenderlo, sin juzgarle, y dale tu confianza: empodérale.
5.- Sé generoso. Dedícale tu tiempo, tu atención, sin esperar reciprocidad.
También es bueno saber que cuesta más “conservar la confianza” que conquistarla, ganándose la confianza de los demás. La confianza ganada se suele perder por un uso injusto de la misma, no usarla cuando debe usarse y haciendo un uso inútil de esa confianza. 
Piensen como ganarse la confianza de sus conocidos y saludados y hagan lo correcto para conservarla. Se harán un bien a si mismos y a los que les rodean.


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Para controlar la infelicidad deberemos aprender a ser felices

Vivimos en una sociedad donde cada vez la gente se siente más sola. Estamos hechos para disfrutar de relaciones muy fuertes, y la sociedad de hoy, con este crecimiento espectacular de la incertidumbre, lo está complicando. Estamos más comunicados que nunca, pero a la vez más des-comunicados con una multitud de medios que pretenden engañarnos con sus informaciones cambiantes a gran velocidad, muchas veces contradictorias, y dirigirnos sin que nos den tiempo a meditar nuestras decisiones. Comunicar quiere decir pasar información y hacer relación. Y esto último lo hemos descuidado.
Los expertos dicen que la infelicidad se puede controlar y la felicidad se puede aprender, pero ¿quien nos enseña como ser felices?. ¿Están preparando emocionalmente a los niños, en las escuelas, para poder vivir más felizmente en el futuro?. ¿Se les enseña a controlar la infelicidad y aprender a ser felices?. 
Se vislumbra que viviremos en un mundo con una gran incertidumbre donde será muy fácil “no ser feliz”. Todos podemos comprobar que el exceso de información genera mucho ruido que desestabiliza y eso supone un problema, porque la mayoría no sabe manejar ese exagerado volumen de información con muchas ”fake news” escondidas en ese gran caudal.
Zygmunt Bauman hablaba de una sociedad líquida y desde entonces la sociedad ha evolucionado y todo sucede mucho más rápido. Las relaciones humanas son cada vez más débiles y nosotros tenemos una mente que pide relaciones muy fuertes y una historia en la que se han añadido fenómenos muy importantes, como el amor y el lenguaje.
Nuestra sociedad actual ha dejado de cuidar las relaciones personales. Hoy no está de moda que la gente tenga siempre la misma pareja de la misma forma que no está de moda trabajar 40 años en la misma empresa. Valoramos mucho el cambio porque nos parece que la estabilidad es símbolo de poca ambición. Tenemos multitud de contactos y así se multiplican las posibilidades de conocer superficialmente a otras personas. Puede que algunas de ellas nos deslumbren y nos dejemos cegar por el enamoramiento y, cuando esta fase pasa, nos damos cuenta de que nos hemos equivocado. 
En nuestra sociedad damos demasiado peso en la primera fase del amor y nos olvidamos del resto. Valoramos mucho el momento de la explosión del amor romántico, del sexo que según la propaganda debe ser abundante y muy placentero, y no se valora ni se reconoce que con el tiempo el enamoramiento se transforma en otro tipo de amor. Todo el mundo sabe que primero hay una subida emocional excepcional, pero esto sólo dura un tiempo y luego cambia, se convierte en otra cosa. Un amor largo es algo muy bueno y tiene grandes ventajas, pero las películas y la publicidad han llevado a mitificar esta primera fase del amor y a descuidar enormemente la segunda.
La nación y la identidad colectiva están heredados de emociones primarias. El sentido de identidad, el de formar parte de un grupo, nos satisface mucho. Al cerebro, formado a través de muchos siglos, le gustan las relaciones fuertes, pertenecer a una comunidad, a un grupo. Por eso nos satisface ser catalanes o españoles, del Barça o del Madrid, católicos o ateos. Es una emoción primaria contra la soledad. Tener un grupo siempre se ha percibido como muy bueno y el sentimiento de pertenencia a un colectivo es fundamental y da sentido a nuestra vida. Quien no pertenece a un grupo de Whatsapp, no tenga muchos likes en Facebook o no tenga muchos seguidores en Twitter es un paria social o directamente no es tenido en cuenta por la comunidad.
Por eso cuando nos atacan la "identidad" (la mayoría lo relacionan con el lugar de nacimiento mas que en el lugar de residencia, donde se han desarrollado y han formado su propia familia) reaccionamos de una manera extremadamente visceral.
La identidad por una parte une, y por otro separa. En estos momentos, en Catalunya el grupo que quiere formar una República Catalana tienen el elemento de unidad muy desarrollado y hace que la posibilidad de formar ese nuevo Estado en la península ibérica sea una alternativa que muchos ven posible. El territorio es algo muy importante desde el punto de vista cerebral, y esto está vinculado a una unidad lingüística, a unas creencias, a una manera de comer... Y eso da mucha certeza en un momento de grandes incertidumbres. El grupo que quiere seguir dentro de España está mucho menos compactado, porque si bien hay un grupo que simplemente está en contra del grupo que quiere formar una República Catalana y punto, hoy otros que no les gusta como el Gobierno español ha tratado a los catalanes y a Catalunya y por ello no es un grupo tan compacto como el otro.
Se detecta un grupo verdaderamente mayoritario, que se nutre de catalanes independentistas (principalmente los que no están dispuestos a pagar los costes de transición) y también de no independentistas, que si quieren que se mejore el trato económico y social que recibe del Gobierno de España y un reconocimiento de que España sea un estado formado por varias “naciones” con culturas diferentes que desean vivir juntas, en igualdad y en armonía. El problema es que este grupo verdaderamente mayoritario no encuentra un líder o líderes dispuestos a formar coalición y luchar de verdad para conseguir este objetivo común a la mayoría de la población y que sería el que tendría más posibilidad de conseguir el éxito.