martes, 11 de septiembre de 2018

Masters, degeneración, compadreos y socorros mutuos

Los occidentales presumíamos vivir en una tierra de libertad, donde se respetaban los derechos individuales, donde florecían las economías dinámicas; el desarrollo y la prosperidad. Sin embargo esto está cambiando porque tenemos economías altamente intervenidas, enormes deudas públicas, corrupción, conductas antisociales y las instituciones de la sociedad civil se encuentran en un real y profundo peligro de extinción. En Occidente hemos ido entrando poco a poco en una degeneración de nuestras instituciones y principios liberales.
Los que han estudiado todos los temarios de un master, han hecho los trabajos correspondientes, han superado las pruebas y han obtenido el título correspondiente están indignados ante el aluvión de “¿másteres?” (el significado de las palabras no para de pervertirse continuamente) con que algunos políticos y cargos de confianza adornan sus escuálidos y etéreos (por lo poco consistentes) currículos. Los medios de comunicación nos lo explican como algo habitual, generalizado, en la clase política española de la tercera generación democrática, aquellos que no han conocido otra cosa en la vida que el “¿trabajo?” en un partido político. Todos esos “casos máster” son similares: un montón de asignaturas convalidadas, no hace falta asistir a clase y basta con presentar algunos trabajos irrisorios de copia/pega para obtener notas altas y brillantes diplomas. Las explicaciones que se ofrecen cuando alguien resulta sorprendido en el timo son exculpatorias, de falsa modestia y quien las da no pasa ninguna vergüenza. La vergüenza ajena sólo la pasamos los ciudadanos por tener que votar cada cuatro años (los que mandan en el partido nos los ponen en su lista si o si) a esos seres indignos para ocupar el cargo que obtienen.
Son muchas las universidades que podrían verse afectadas por los tratos de favor a los poderes políticos locales o regionales, pero se llevan la palma la Universidad Rey Juan Carlos y la Universidad Carlos III que emanan un desagradable tufo de politización (PP y PSOE). Ambas encabezan el palmarés español de la corrupción de las conciencias, la falta de ética académica y de decencia política. 
Por desgracia para nuestra sociedad la degeneración académica, la escandalosa politización de muchas universidades y la descarada endogamia de los gobernantes-responsables universitarios han convertido la autonomía universitaria en una autonomía cortijera, en la que abundan los compadreos y socorros mutuos.
La única ventaja que podría traernos la cadena de escándalos por los másteres fantasma sería que, más allá de la polvareda inmediata, la crisis acabara afectando al modelo de gestión de las universidades. Pero, por lo que se ve, no parece que vaya a ser así. Hay demasiados intereses que protegen la existencia de másteres expedidos por universidades que no hacen honor a su nombre, ni les importa.
Cuentan que hace más de cinco años, se convocó un ‘comité de sabios’ para que indagase en los males de la universidad española y elaborase una propuesta de reforma. El informe que elaboró aquella comisión de expertos incidía en la endogamia y en sus consecuencias perversas y, quizá por eso mismo, acabó olvidándose. Los primeros que pidieron que la ‘reforma de los sabios’ se tirase a la papelera fueron los rectores. Tampoco los sindicatos estaban dispuestos a que se modificara el actual estatus universitario y mucho menos a que se constituyese un órgano de gobierno con miembros externos a cada universidad —sin intereses ni personales ni profesionales en esa comunidad académica—, encargado de elegir al rector, de fiscalizar las cuentas y de evaluar la calidad docente.
Lo peor de todo es que demasiados ciudadanos viven en un “sistema cerrado de pensamiento”. Un sistema cerrado es aquel que “no admite que los hechos lo modifiquen y posee las defensas elásticas necesarias para neutralizar su impacto y hacerlos concordar con el esquema requerido. Cuando uno pone los pies dentro de su círculo mágico, le rehúsa toda base donde fundar sus posibilidades de discernimiento y de crítica. Es un “invernáculo emocional” donde el discípulo recibe un adoctrinamiento total en el método de razonamiento del sistema. Ello produce un tipo de inteligencia escolástica y minuciosa, que no ofrece ninguna protección cuando quiere cometer las más toscas imbecilidades. La mentalidad de quienes viven dentro de un sistema cerrado de pensamiento puede resumirse en que pueden probar todo lo que creen y creen todo lo que pueden probar.
El sistema universitario y muchos otros colectivos en nuestro país se comportan como sistemas cerrados impermeables a los hechos y a la duda, blindados frente a los argumentos del exterior y, por supuesto, sordos a las preguntas que se les hacen para aclarar el propósito y cuestionar los efectos nocivos de sus acciones.
Ante este escenario es enormemente difícil un cambio a mejor. Por ello, las empresas privadas, cada vez hacen menos casos de los currículos y de los títulos, masters y demás “virtudes“ que los solicitantes de empleo muestran sobre el papel. Se ha perdido la confianza en los “títulos” porque el papel todo lo aguanta y lo único que vale y se valora es lo que se puede demostrar en el desarrollo diario de la actividad.