martes, 21 de enero de 2020

Ni pasividad, ni agresividad. Mejor asertividad.

Las malas noticias son omnipresentes en las televisiones, los periódicos y las conversaciones. Esta semana, bajo el influjo de las previsiones meteorológicas que nos vaticinaba grandes ventoleras, fríos polares lluvias torrenciales y nevadas polares, la gente no se atrevía a salir de casa y los que lo hacían iban tapados como esquimales (visto esta semana en Barcelona, donde solemos disfrutar de temperaturas muy apacibles durante todo el año).
Sea por razones económicas, políticas o debido a catástrofes naturales, parece que nuestro mundo va cada vez peor. Sin embargo, eso no es cierto. El progreso que la humanidad ha experimentado en las últimas décadas ha sido asombroso y no tiene precedentes según las cifras oficiales de organizaciones internacionales como Naciones Unidas, el Banco Mundial o la Organización Mundial de la Salud.
Nuestra percepción puede decirnos que todo va mal. Las televisiones se encargan de suministrarnos dosis diarias de fatalidades (será por aquello que dicen que las buenas noticias no son noticias). Repiten la mala noticia varias veces y la acompañan de otras similares para dar la sensación de que todo está podrido y va mal, pero los datos indican que el mundo mejora y que lo hace, en muchas ocasiones, para aquellos que se encuentran en un peor punto de partida: en casi todos los rincones del mundo la gente vive más años, con mayor prosperidad, más seguridad y mejor salud.
Preguntemos a nuestros abuelos como vivían en sus casas en su infancia. Comprenderemos rápidamente que no es desacertado decir que vivimos en la mejor época de la humanidad conocida hasta el momento.
Por supuesto, ni todos los problemas han sido resueltos ni todas las partes del mundo pueden compartir este optimismo, ni todas las familias han conseguido la misma prosperidad y bienestar. Pero en la mayoría de los casos sabemos, al menos, qué herramientas pueden ayudarnos; muchas veces, una tecnología tan simple como la que permite el acceso al agua potable y sistemas de fontanería domésticos puede marcar una enorme diferencia. La educación y la nutrición son también claves y constituyen indicadores que mejoran. Nada debería hacernos pensar, en consecuencia, que el mundo del futuro va a ser peor que el actual. 
En nuestro paso por la vida debemos enfrentarnos a diferentes tipos de engaños, tanto en lo personal como en lo profesional. Una trampa puede ser pública o privada, darse a conocer o quedar en secreto, afectar a sólo una persona o a muchas. Nietzsche dijo que “La mentira más común es aquella con la que una persona se engaña a sí misma. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano”
Hay ocasiones en que somos conscientes de que nos intentan engañar (léase el que te pide algo de dinero mientras le asoma un móvil de más de 600€ por el bolsillo trasero del pantalón). Lo comprendemos y lo aceptamos con benevolencia o resignación.
Con los políticos damos también por descontado que nos tocará sufrir buenas dosis de engaño, porque en eso consiste su profesión. Unos más que otros, lo hacen regularmente:
Prometen e incumplen, anuncian y postergan, ocultan sus intenciones y juran en falso. Pero, claro, todo tiene su límite, del mismo modo que a la quinta vez que el pedigüeño nos suelta la misma trola con la botella de vino a su vera, es probable que le neguemos la ayuda y le pidamos que se invente otra historia que ya estamos artos de pasar por tontos. El límite también depende de la magnitud del engaño, de la reiteración, de cuán innecesario sea y de que se ofrezcan o no explicaciones, aunque éstas no sean del todo convincentes.
En política todo puede cambiar, pero el cambio ha de verse y explicarse, a ser posible sin que sea demasiado obvio que te están engañando descaradamente.
El problema es que las hemerotecas andan perdidas a la hora de pedir explicaciones a los que alegre o descaradamente cambian tan radicalmente de parecer. 
Resumiendo:
Procuremos que no nos influyan demasiado las visiones negativistas de los medios que practican aquello de que “las buenas noticias no son noticias” y asegurémonos de mirar, escuchar y entender. Procuremos no detenernos cuando una de las puertas metafóricas de la vida se cierre de golpe y seguir avanzando. Como parece que dijo Gandhi: “Si pudiéramos cambiar nosotros mismos, las tendencias en el mundo también cambiarían. A medida que un hombre cambia su propia naturaleza, también cambia la actitud del mundo hacia él”. Menos quejarse, mantener las expectativas a niveles prudentes y más actuar personalmente para conseguir lo que pretendemos.