Desde que estalló la crisis en el año 2007 vivimos en un escenario económico difícil y políticamente crispado. Con los años se ha ido caldeando el ambiente y se ha llegado a un punto de confrontación abierta en España con mascarón de proa en Catalunya. Los diferentes partidos políticos han utilizado las cifras como armas arrojadizas. El común de los mortales las maneja temerariamente y sin saber, en la mayoría de los casos, como interpretarlas. Los diferentes grupos de poder encargan estadísticas y las difunden, a través de los medios de comunicación en los que influyen, debidamente cocinadas, maquilladas e interpretadas de forma partidista. La perpetua competición electoral ha eclipsado el debate de ideas y el ruido mediático, amplificado por las redes sociales, ha impedido que nos escuchemos entre nosotros. La vida pública española y catalana se ha convertido en un diálogo de sordos y besugos y en el último año, ni siquiera hay diálogo sobre este tema, sólo intervención e imposición.
Puede que haya raras avis que creen que el objeto de toda discusión no debe ser el triunfo, sino el progreso; pero los extremistas de todos los bandos las eclipsan, con sus voces amplificadas por las clacas respectivas, aportando “pruebas” puntuales y no representativas, para desacreditar cualquier tesis de los contrarios. Gritando ¡Y tu peor!, pretenden desviar la atención de las deficiencias propias a la vez que procuran desacreditar a los otros. Lo hacen en vano, porque ya casi nadie escucha a los demás más que a si mismo.
Nadie parece entender que sin tratar los temas importantes (los que permiten satisfacer las necesidades básicas de la población) no se pueden abordar el resto de temas identitarios y culturales, que por supuesto son también muy importantes. Pero, lo primero es lo primero y lo segundo no se puede empezar a tratar sin haber resuelto antes lo primero y básico.
Antes de nada se precisa exponer “datos reales” a la vista de todos los ciudadanos; los buenos sin evitar los malos. Se precisa hacer un diagnóstico económico y se requiere una indudable voluntad de llegar a acuerdos desde opiniones de partida diferentes, para poder diseñar un buen y realista plan de futuro. Parece que esto lo han intentado diferentes Governs de Catalunya con diferentes Gobiernos de España y no lo han conseguido. Pero es que tampoco se ha conseguido dentro del mismo Parlament de Catalunya, ni siquiera en el seno de la coalición independentista donde algunos parecen estar más preocupados por el enardecimiento de la “pureza” propia que por ampliar la base de “convencidos” en la búsqueda de la mejor solución para los catalanes. Ya hace demasiado tiempo que tanto los catalanes independentistas como los unionistas recibimos más consignas que excitan nuestros sentimientos identitarios de una y otra parte, que “razones” pragmáticas que nos hagan entender, a la gran mayoría, la necesidad de actuar de una u otra forma.
Todas las convivencias son difíciles porqué cada uno tenemos nuestros condicionantes familiares, modificados más o menos a lo largo de la vida, dependiendo de la educación adquirida y de las vivencias experimentadas. Por ello nos sentimos más próximos a unas tendencias políticas y económicas que a otras. Es natural que así sea y por ello es imprescindible afrontar las diferencias con respeto mutuo, con predisposición al encuentro y hasta con cordialidad. Solo así podremos llegar a construir el país que muchos queremos. De otra forma es imposible. Seguro que todos queremos estar en un país más democrático y con mejores leyes que nos permitan vivir con más libertad, pero una cosa es desear mejorar y otra cosa es “negar todo”. Una cosa es pedir más calidad democrática y otra cosa es decir que estamos en una dictadura. Me alucina oír a algunos defensores de un país sin “ejército” y en contra de las armas cuando gritan: ¡Lucharemos hasta la última gota de sangre!. ¿Seguro que saben lo que esto significa, más allá de escribir siete palaras en el Facebook? O son inconscientes o son temerarios. En cualquier caso, esta exaltación, sin dominar el mecanismo de la guillotina, no es lo más recomendable.
Ya sabemos que no hay recetas mágicas que resuelvan de un plumazo todos los problemas. Los que piensan que con pronunciar la palabra “Independència” o “República Catalana” nos lloverá el maná del cielo, poco saben de temas económicos. Al otro lado, los que piensan que seguir estrujando la economía catalana y desestimando las demandas del Parlament de Catalunya, sin contribuir a crear el clima social de libertad de pensamiento y respeto por su identidad como nación, nunca conseguirán que broten las soluciones que el país necesita.
Los únicos requisitos indispensables para afrontar con éxito las grandes dificultades del encaje de Catalunya en España son voluntad de diálogo real y deseo de comprensión. Hemos comprobado que esto es muy fácil de decir y muy difícil de implementar en la práctica; pero hay que intentarlo y hay que aglutinar a la inmensa mayoría de la población para que apoye a nuestros políticos para poder conseguirlo. ¡Empecemos por el tratamiento fiscal justo! Sin mezclarlo con “otras cosas”, porque quien mucho quiere abarcar poco consigue apretar. A los hechos me remito.
El punto común que deberían tener todos los partidos que se presenten a las elecciones del 21D, debería ser: “Creemos que hablando se entiende la gente y por ello decimos basta a los falsos debates de etiquetas / siglas y reconoceremos lo esencial de las ideas”. Desterraremos de una vez por todas, el ¡Y tu más! o ¡Y tu peor!. Desterraremos el pensar que es el otro el que está equivocado y dejaremos de abordar con simplezas las cuestiones complejas. Buscaremos las similitudes por encima de las diferencias, con el objetivo de resaltar que hay una serie de cuestiones fundamentales en las que, más allá de las posturas ideológicas, hay consenso entre las partes.
¿Qué medidas económicas concretas necesitamos tomar para que Catalunya se sienta cómoda en España?
¿Qué propuestas concretas tiene cada partido para facilitar la máxima comodidad de todas las naciones que forman el Estado español?
Hay que buscar una gran mayoría (no un “50% + 1” sino más de un 80%) que apoye este objetivo primero y fundamental para que cualquier minoría, aunque “gobierne” España no pueda oponerse a oír esta reivindicación multitudinaria y justificada.
Si todas las naciones que formamos el Estado español afrontásemos nuestras diferencias con cordialidad, con respeto y con disposición al encuentro, seguro que conseguiríamos que todos, también los catalanes, estuviéramos orgullosos de formar parte del Estado español. En cambio, mientras los partidos políticos antepongan sus “sillas” y su poder en los Parlamentos al bien de los ciudadanos, y nos pidan confianza ciega, sin explicarnos claramente cuales son sus “verdaderas propuestas”, no solucionaremos nada; cada vez estaremos peor, y en lugar de mejorar conseguiremos un país maltrecho, en el que cada vez nos sentiremos todos menos cómodos.
Cuando se quiere cambiar algo se supone que es para mejorarlo. Hay que asegurarse mientras se recorre el camino de que se avanza aproximándose cada vez más al objetivo. Si se detecta que el sentido es el contrario, lo prudente es rectificar la estrategia cuanto antes. No sea que al fin tengamos sólo un rótulo en un papel sin contenido.