viernes, 10 de enero de 2020

¡Habemus Presidente! ¿Tendremos Gobierno?

¡Habemus Presidente! ¿Tendremos Gobierno?
¡No hay prisa!. Seguro que sí, muchos ministros, secretarios, subsecretarios, ayudantes y numerosos cargos de confianza. Grandes sueldos y dietas, algunos vitalicios.
Del programa, del presupuesto que lo avala, de como se conseguirán los medios económicos y humanos que trabajen de verdad, nada de nada. Nadie cuenta nada y no se si alguien pregunta algo al respecto. Sólo mucho espectáculo televisivo. Los comentaristas están haciendo su agosto, hablando sin parar de lo que saben y de lo que no y por supuesto llenando sus bolsillos.
En el congreso, los enemigos de fuera han empezado a plantear un frente sin tregua ni mesura desde la oposición que no muestra ni un ápice de respeto, ni un gramo de elegancia, ni un destello de inteligencia civilizada; banalizando los más graves insultos hasta la extenuación. Han empezado por convertir el debate de investidura en un espectáculo de zafiedad que será difícil olvidar (abandonos del hemiciclo incluidos, al estilo de los que protagonizaba Ciudadanos en el Parlament de Catalunya).
Pero no hay que olvidar los “enemigos internos”. El fuego amigo hace mucho daño, sobre todo cuando es intencionado.
En una coalición, los que votan o se abstienen pretenden marcar espacios propios y piden la recompensa por haber hecho posible el gobierno. El escorpión pronto muestra su naturaleza y, sin llegar a traicionar, ha quedado claro que los ministros de Unidas Podemos los nombra directamente su jefe y no el Presidente del Gobierno investido a la tercera.
En los gobiernos de coalición cohabitan distintas maneras de ver las cosas y de solucionar los problemas. Tanto por cuestiones ideológicas como prácticas, aunque de puertas afuera se hayan firmado amplios protocolos para que exista sólo una voz, un discurso y un máximo responsable. En lo único que están todos de acuerdo es en olvidar las promesas electorales. Ni siquiera la hemeroteca que pone de manifiesto sus contradicciones y falta de ética consigue sacarles los colores: Gritan más, vociferan ¡“tu peor”!, mienten, simplifican y, se envuelven en sus respectivas banderas mientras se reparten puestos, carteras y buscan afanosamente “recursos” para repartir a sus amigos pesebristas.
No quieren entender que el endurecimiento cambiante de los discursos políticos ahuyenta a los sectores templados, huérfanos en medio del frentismo entre “extremos”.
El centro es tolerancia, mano tendida, apuesta por el diálogo, busca de consenso, y cualquier líder que quiera ser de centro no debería dejarse arrastrar por la crítica descarnada y nega­tiva, sin dejar un hueco a la oferta de entendimiento. Un líder democrático y de centro no insulta, no utiliza conceptos agresivos como traición, terrorista o verdugo contra sus compañeros elegidos democraticamente. Quién así actúa no puede pedir que no lo incluyan dentro de las “extremas”, ambas igual de malas independientemente del sentido en el que escore.
Una cosa es ejercer un marcaje estricto y exigente sobre las políticas de gobierno, y otra abroncar al que piensa distinto con discursos apocalípticos. Parece que los que así actúan no quieren entender que lo único que consiguen es fortalecer y unir a los que quieren combatir. Actuando así, no se resuelve nada a gusto de nadie y la gente se desencanta y pierde la confianza y hasta el respeto hacia quienes dirigen los estamentos públicos del país.
Cada vez es más difícil ser tolerante y tener la templanza necesaria para votar en positivo, porqué el “menú” es muy deficiente y lo peor de todo es que los “ingredientes” cada vez son más volubles y no tienen ninguna gana de mejorar ni de procurar el bienestar de los ciudadanos en general. Les basta con mejorar el suyo propio y el de sus protegidos. 
La opinión de la gente solo les interesa si es un parámetro que se puede manejar en las encuestas electorales. El problema de la democracia es que los tres poderes del Estado actúen correctamente, porque de lo contrario se deslegitiman. Los gobernantes no deberían poder engañar a los gobernados ni manipular sus deseos creándoles falsas ilusiones. Cuando los gobiernos controlan los grandes medios de comunicación, el problema de la fidelidad y de la verdad pasa a ser un problema político fundamental porque esas son piezas fundamentales de cualquier sistema político. Si perdemos su referencia la política deja de existir y pasa a ser sustituida por otros medios.
Que lejos quedan los tiempos en que Felipe II, siendo todavía príncipe, juró ante el Altar Mayor de la Catedral de la Seo de Zaragoza los Fueros de Aragón y los aragoneses utilizaron la siguiente fórmula para manifestar su aceptación de la autoridad del príncipe: «Nos, que valemos tanto como vos, os hacemos nuestro Rey y Señor con tal de que guardéis nuestros fueros y libertades, y si no, no». Cualquiera puede darse cuenta de que en ese juramento de fidelidad se reconocía la dignidad y la plenitud de los derechos de los súbditos, que nunca podían ser anuladas por el poder político.
Para el común de los mortales la democracia no debería ser solo votar, debería ser la conquista del derecho de todos los ciudadanos y el correcto cumplimiento de sus deberes.