Los demás cruzan nuestro camino, nos
hacen cosas en forma directa o indirecta y nosotros nos pasamos la vida
reaccionando a lo que nos ocasionan. A las cosas buenas les siguen malas.
Hacemos todo lo posible por adquirir cierto control, porque no poder hacer nada
frente a lo que sucede nos vuelve infelices. Y a veces lo adquirimos, pero
nuestro margen de control sobre los demás y nuestras circunstancias es
lastimosamente limitado.
Sin embargo, hay algo que sí podemos controlar: la mentalidad con que reaccionamos a
lo que ocurre a nuestro alrededor. Y si somos capaces de vencer nuestra
ansiedad y forjar una actitud valiente ante la vida, puede pasar algo extraño y
notable: que ese margen de control de las circunstancias se amplíe. En un caso
extremo, podríamos crear, incluso, las circunstancias mismas, fuente del
inmenso poder de los valientes a lo largo de la historia.
Un
acto audaz requiere un alto grado de seguridad en uno mismo. Quienes constituyen el blanco de un acto así o lo presencian, no
pueden sino creer que esa seguridad es real y justificada. Su reacción
instintiva es respaldar, quitarse de en medio o seguir a la persona segura de
sí. Un acto audaz puede mantener a raya a la gente y eliminar obstáculos. Es de
esta forma como produce circunstancias favorables.
Somos
seres sociales, así que es natural que queramos ajustarnos a quienes nos rodean
y a las normas grupales. Pero esto esconde un profundo temor a destacar, a
seguir nuestro camino sin que nos importe lo que la gente piense de nosotros.
Los valientes son capaces de vencer este miedo. Lo lejos que pueden llegar con
su originalidad nos fascina. Y nos hace admirarlos y respetarlos en secreto;
nos gustaría poder actuar así.
Hoy en día nos cuesta trabajo
concentrarnos; nuestro interés pasa de un espectáculo a otro. Pero quienes
expresan valientemente su diferencia llaman nuestra atención en un nivel más
hondo y por más tiempo, lo que se traduce en poder y control.
Muchos respondemos a las inestables
circunstancias de la vida tratando de microcontrolarlo todo en nuestro entorno
inmediato. Cuando sucede algo imprevisto, nos ponemos tensos y reaccionamos con
una táctica que ya nos ha dado resultado previamente. Si los hechos se
desarrollan muy aprisa, es fácil que nos sintamos abrumados y perdamos el
control.
Debemos esforzarnos en no temer el cambio
ni al caos; mejor aceptarlo y relajarnos tanto como podamos. Mejor dejarse
llevar por el flujo de los acontecimientos, y luego encauzar sutilmente en la
dirección que hayamos elegido, explotando el momento. Si aplicamos esta
mentalidad tendremos más posibilidades de convertir algo negativo (un suceso
inesperado) en positivo (una oportunidad).”
Texto inspirado en el libro “La Ley 50”
de Robert Greene & 50 Cent.