sábado, 9 de junio de 2018

Menos postureos y más dialogo

Hoy cumplo años, empiezan a ser demasiados, y ya me va cansando ver a mi alrededor tanto postureo y tan poco diálogo. Ojalá que el nuevo Gobierno sea ágil y que, teniendo en cuenta que la corrupción le ha costado finalmente el puesto a Don Tancredo, hagan también limpieza de corruptos en su partido, que pocos o muchos, también los hay, se dejen de postureos y empiecen a trabajar pronto. 
Aunque en el nuevo ejecutivo, el Presidente del Gobierno se ha rodeado de una mayoría de mujeres —ha roto la igualdad , pero al revés de como venía sucediendo en el pasado—, por desgracia, la imprescindible estabilidad gubernamental sigue cotizando a la baja. Los medios de comunicación siguen encargándose de excitarnos con las dos grandes cuestiones que agitan nuestros días: la disputa territorial y los recurrentes fenómenos de corrupción. Parece que nadie quiere ser consciente de que cuanto más se enroquen los políticos en sus particulares posiciones, menos capaces seremos de superar este perverso escenario. O tal vez, ¿es eso lo que algunos quieren?: atender ciertos intereses partidistas al tiempo que, sumidos progresivamente en una dinámica de desconcierto e inoperancia, descuidan el interés general de la mayoría de ciudadanos. No tienen ningún escrúpulo en condenarnos a un debate meramente ideológico sobre escenarios nacionales. Si solo hablan de eso y dejan de lado cualquier otro debate, están cometiendo un grave atentado contra la solución de los problemas que los catalanes (y los españoles) padecemos día a día. 
No quieren ser conscientes de que necesitamos más políticas concretas que nunca. La trayectoria política de los últimos años está llena de promesas incumplidas, escenificaciones ridículas y presenta un saldo pobrísimo de realizaciones. Los catalanes necesitamos respuestas políticas de alcance consensuadas con el Gobierno de España. Es imprescindible volver a hablar de todo aquello que nos permitirá crecer con prosperidad: Talento, innovación, liderazgo, empresa, comercio y compromiso para poder lograr que nuestros puntos fuertes como nación funcionen como instrumentos de modernidad al servicio de todos los catalanes. Celebrar un diálogo sincero y leal con el Gobierno de España es una tarea impostergable que hay que empezar cuanto antes. Barcelona podría ayudar a este cometido si contáramos con un Gobierno municipal que, al margen de las pretensiones ideologizadas de todos, pusiera en el centro de su actividad hacer, de la capital de Catalunya, una apuesta por la modernidad, prosperidad, crecimiento sensato y civismo.
Parece que Pedro Sánchez llevaba los deberes bien hechos y ha empezado con buen pie. Ahora falta que continúe así, dejando de gobernar “en contra de alguien”, y velando porque las reuniones no se alarguen innecesariamente. Así, las decisiones que no se tomaron en el pasado, se deben tomar urgentemente o al menos con el mínimo retraso posible. Todos, el Gobierno, los simpatizantes que le apoyan y la ciudadanía en general deberíamos recordar que a la perfección no siempre le salen muy bien las cosas. Pruebas tenemos todos, y recientes.
Esperaré impaciente que unos y otros empiecen a hablar. Ya vemos que los “antiguos extremistas” buscan cualquier excusa peregrina para seguir sin hacerlo, pero, a los “nuevos”, hay que darles un voto de confianza, al menos hasta el verano y facilitarles el apoyo necesario para que lo hagan. Cuando digo que “espero a que hablen” me refiero a que hablen y escuchen: Tú dices algo; yo, callo y te escucho intentando comprender tu punto de vista; yo digo algo; tú, callado, me escuchas intentando también comprenderme. Y así, poco a poco, hablas, te escucho; hablo, me escuchas... y llegamos a un acuerdo beneficioso para los dos o no llegamos; pero explicando claramente, por qué no han encontrado ninguna solución progresista, a todos los ciudadanos. Personalmente quiero entender a todos los expertos y a todos los políticos, porque cuando no entendemos a los que negocian en nuestro nombre, a menudo tendemos a pensar que hablan raro (pocos hechos y demasiados sentimientos excitados) para que los ciudadanos nos quedemos 'in albis'. Y ya empezamos a estar muy artos de que esta película nunca termine y cada vez nos lleve por caminos más peligrosos.