viernes, 21 de febrero de 2020

¿Son optimistas o más bien pesimistas?

Se dice que los pesimistas son optimistas bien informados. A mí me gusta informarme y siempre intento hacerlo en fuentes documentadas y fiables, y por eso antes de atreverme a lanzar opiniones en cualquier sentido prefiero leer críticamente lo que publican algunos analistas.
Aunque el mundo globalmente considerado continúa progresando, los grandes medios de comunicación nos inundan diariamente con titulares y noticias negativas que alimentan nuestra propensión a valorar las pérdidas por encima de los logros.
La curiosidad es la propensión a conocer que la biología evolutiva favorece para aumentar nuestras oportunidades de supervivencia. La mayoría somos cotillas porque estamos programados para ello. Nacemos y crecemos con una curiosidad, neofilia, que debe estar balanceada con la prudencia, neofobia. Unos somos más curiosos y otros más prudentes. Los neurotransmisores que nos estimulan mediante el deseo y nos recompensan mediante el placer colaboran a que los más curiosos se atrevan a explorar nuevos lugares. En esos lugares encontrarán oportunidades y también amenazas. En el entorno salvaje los frutos, bayas, setas, raíces y tubérculos no traen etiqueta de composición nutricional. La única manera de saber si son comestibles/venenosos es probándolos. El olor, el sabor y la astringencia nos darán buenas pistas, pero no podremos estar seguros de que lo que comamos no nos resultará tóxico hasta horas después de haberlo comido… Y entonces puede ser ya demasiado tarde. Fatal para el individuo más curioso y atrevido o el descubrimiento de una nueva fuente de alimento para todo el grupo, cobardes incluidos. Una nueva fuente para combinar con otras, buscando aquel equilibrio nutricional que todo buen omnívoro necesita.
Todos hemos aprendido no sólo de lo que percibimos directamente, también de nuestros vecinos mediante el conocimiento codificado, porque somos capaces de desarrollar pensamientos abstractos y transmitirlos, con lo que multiplicamos nuestra capacidad para conocer y nuestro conocimiento para crear transformando nuestro entorno sin cesar.
El ser humano es el único inteligente en sentido pleno; el único realmente consciente; el único que pinta, compone, escribe o cocina con mayúsculas. El único que inventa y diseña máquinas.
A lo largo de la historia, la curiosidad a animado a las personas a explorar y probar, también a experimentar con los materiales y transformarlos para hacer realidad una idea. Una cosa que hacemos todos, varias veces al día, es comer y en la cocina se combinan productos y se transforman para crear alimentos comestibles. 
En esta época de mi vida tengo la suerte de poder comer en casa donde mi mujer cocina una comida sana y sabrosa, preservando las diferentes tradiciones gastronómicas y su biodiversidad con productos de proximidad. De vez en cuando salimos a comer fuera eligiendo un restaurante creativo que aporte ideas valiosas para disfrutar descubriendo nuevas texturas y sabores y tal vez aprender para mejorar nuestra alimentación.
Actualmente algunas máquinas ya son capaces de aprender y algunos predicen que lograran pensar algún día. Hay ordenadores que, a partir de ciertos algoritmos, pintan cuadros, escriben artículos, recetas y canciones y, como vi hace unos días en “Llum BCN” tocan partituras de Mozart al piano. Dicen que un día algunas máquinas serán capaces de diseñar, por si solas, nuevas máquinas, más inteligentes que ellas mismas, hasta que la inteligencia artificial supere infinitamente a la natural.
Y hay quien, neofóbico, teme que el mundo se nos escape de las manos como si esto no estuviera ya pasando sin necesidad de ninguna distopía de robots como los que salen en “Blade Runner 2049”, que nos releven como reyes de la creación y nos releguen a animales inferiores. Y hay quien, neofílico, ya se imagina convertido en un ciborg transhumano, casi un semidiós capaz de acercarse, de fundirse con el nuevo tótem creativo en el que se ha convertido el desarrollo informático y sus posibilidades.
Hay quien asegura que los ordenadores nunca serán realmente creativos. Puede que sean capaces de realizar cálculos gigantescos, imitar canciones de los Beatles, escribir párrafos con sentido aparente recombinando datos de millones de textos o proponer recetas a partir de infinidad de platos tradicionales que previamente se les hayan introducido en su banco de datos; pero otra cosa es que inventen de verdad, que sean disruptivos, que creen paradigmas científicos o artísticos de la brillantez, la genialidad y la belleza de Einstein o Leonardo da Vinci.
Los robots ya nos ayudan a fabricar la comida y probablemente los macrodatos y el aprendizaje automático contribuirán a diseñar nuevos alimentos. Gracias a ellos el panorama futuro de nuestra alimentación, desde la agricultura de precisión a la nutrición personalizada pasando por la gastronomía recreativa, será mucho mas diáfano. Siempre y cuando, eso sí, la ética humana gobierne el uso de todas estas herramientas para el bien común. Por ello deberíamos cuidar de no eludir nuestra particular responsabilidad culpabilizando al silicio o al grafeno de lo que siempre continuará siendo cosa nuestra. Procuremos tener unos productores dignamente considerados, trabajadores que ejerzan su profesión con las mejores condiciones laborales y sociales, una industria responsable y que nos permita disfrutar a todos de un planeta bien alimentado, limpio y feliz.
Sintiéndolo mucho parece que Keynes se equivocó y la generación Z lo tendrá peor que nosotros porque en lugar de llegar al estadio predicho por el genial economista en el que tendríamos nuestras necesidades cubiertas y una sociedad en la que el progreso nos permita liberarnos del trabajo para dedicarnos a tareas más creativas, nos encontramos ante la perspectiva del estancamiento de salarios y una tremenda crisis ecológica y, como intuyó Karl Marx, con una sobre-explotación de los suelos.
Seguramente los próximos años traerán nuevas desgracias, crisis y problemas porque la fatalidad existe y porque la naturaleza humana dista mucho de ser perfecta, pero la mayoría de los problemas son solucionables aplicando la inteligencia y sobre todo la “conciencia”. Cada vez que una máquina sea capaz de desarrollar un nuevo cálculo, un nuevo razonamiento, un nuevo algoritmo, obligará a redefinir los límites de la inteligencia porque ésta nunca podrá ser artificial. Seguramente que en los próximos años veremos como los robots serán capaces de preparar unas pizzas deliciosas, imprimirán sushis personalizados en 3D y hasta nos servirán la sopa calentita soplando automáticamente la cuchara hasta templarla a la temperatura adecuada para que no nos queme en nuestra boca, porque un sensor subcutáneo le informará de nuestra temperatura corporal; pero si cocinar nos hace humanos, ninguna máquina podrá realmente cocinar y menos como lo hace mi mujer. Ya le gustaría a ella poder tener un robot que la sustituyera en algunos momentos pero siempre vaticina que ella no lo verá.
Falta mucha “conciencia”, voluntad real, verdadero compromiso personal que trascienda las palabras y los gestos, y mucha capacidad de trabajo para seguir intentando llenar el vaso medio vacío cada día. En teoría parece fácil conseguirlo, pero no sé si en la práctica lo lograremos.
¿Ustedes que piensan?