Los medios de comunicación, al menos en cada noticiario, nos ahogan con ingentes capas de noticias terroríficas que nos producen ansiedad, estrés y miedo. ¡Mucho miedo!. Tanto, que mucha gente prefiere quedarse como está (mal) que arriesgarse a las consecuencias que puede acarrearles un cambio incierto.
Por suerte, de vez en cuando nos enteramos de alguna historia que no va del típico chaval con 3 masters que limpia retretes en Londres o sirve salchichas en algún bar de Berlín. Alguna vez conocemos a alguien que nos cuenta alguna más esperanzadora. Nos enteramos de algún chico que siempre ha aprovechado los estudios, el que más se esforzaba, el que más ambiciones tenía, que cursó una ingeniería difícil, que se tiró un año trabajando gratis sólo para ganar experiencia, estudió idiomas y otras muchas cosas…
Con todo este curriculum puede decir que, hoy en día, su vida es el tope al que puede aspirar un joven en términos realistas en España. Esta es su historia:
“(…) soy un joven que tengo
trabajo “de lo mío” y como becario me han pagado el último mes unos 900 euros
¿Qué becario gana eso en España? Muy pocos. De esos pocos, ¿Cuántos pueden decir
que salen de trabajar antes de las cinco de la tarde? Además, todo en una
multinacional de vanguardia, gigantesca, en un sector en auge, de altísimo
valor añadido ¿Qué más se puede pedir?
Todos mis conocidos me felicitan,
se alegran por mí, y dicen que llegaré lejos. Ciertamente, mirando a los de mi
quinta no hay absolutamente nadie que se encuentre en una situación meramente
comparable, con 23 años y estoy independizado de mis padres. ¡El orgullo de la
familia!”
Después de conocer esta historia pienso que este chico
inteligente, trabajador y perseverante no puede más que sentirse estafado. Lo
más triste, es que todos lo felicitan y algunos hasta sienten envidia sana. Al menos porqué se ha visto forzado a emigrar y a podido quedarse en su país, cerca de su familia y amigos, disfrutando de nuestro excelente clima y gastronomía.
En nuestra sociedad española se está tejiendo una brecha
social muy grande, y no hablo de ricos y pobres, sino entre jóvenes y mayores;
una brecha social de hombres que se quejan en la barra del bar, protestando porque
les han bajado el sueldo de 2000 a 1600 euros, y de jóvenes sin el más mínimo
futuro.
A chicos como este ingeniero, seguro que no les faltará
comida sobre la mesa, porqué además de listo es ambicioso y no parará nunca de
superarse ni de buscar posibilidades de aprender más, superarse y buscar
mejores empleos o negocios. Pero el resto… no tengo ni idea que será de ellos,
hemos llegado a un punto de alienación tal que muchos consideran que ganar 1000
euros es un “pasión”.
Nos empeñamos en creer que en nuestra sociedad sigue mandando
el consumidor —si no te gusta algo no lo compres— pero esto se acaba. La
relación dentro de los clústeres empresariales, se convierte en algo similar a
un matrimonio de conveniencia. Ninguno deja al otro porque sería muy doloroso,
pero la relación no necesariamente es armoniosa. A veces hay broncas, a veces
uno gana más terreno, otras hay que ceder y tragarse su producto para no
quedarte sin existencias… etc. Las penalizaciones van por el estilo “duermes en
el sofá” (retrasos de pagos, impacto en futuro contrato…) y prácticamente nunca
un “¡Hasta aquí hemos llegado. Lo dejamos!”. También existen proveedores con
los que hay un “buen matrimonio” y hay que esforzarse en mimarse mutuamente y
conservarse el uno al otro.
Cuando los chicos inteligentes y bien formados, como nuestro
ingeniero, empiezan a trabajar en las empresas se dan cuenta de la gran falta de
formación del personal a todos los niveles, sin contar las agendas ocultas
usuales en la picaresca española. El cenit de la incultura brilla, aún hoy, en
lo que respecta al dominio de idiomas extranjero y a las nuevas tecnologías. Es
increíble ver la cantidad de gente que pierde el tiempo preparando la misma
presentación mes tras mes, para reportar la misma información, sólo que
actualizada, en reuniones presenciales en las que muchas personas, de elevado
rango y más elevado sueldo, pierden el tiempo escuchando datos que podrían
recibir y estudiar por correo y comentar después por videoconferencia. La
mayoría de los trabajadores no saben programar, ni conocen las posibilidades que
podrían lograrse si se automatizaran ciertas tareas. Claro que si supieran, el
paro estructural sería gigantesco e infinitamente más dramático de lo que es actualmente.
Aunque en ese caso, las personas prescindibles tal vez podrían dedicar su
tiempo a leer para aprender cosas nuevas, pensar, tal vez emprender, incluso
inventar algún producto o servicio que necesite la sociedad y pueda comercializarse.
Respecto al trabajo, nuestra sociedad se ha dividido en
cuatro grupos:
1.-Adultos con algún empleo fijo y más o menos remunerado.
2.-Jóvenes con empleos oscilantes y remuneraciones
ridículas.
3.-Adultos no empleables (sin formación necesaria)
expulsados del sistema.
4.-Jóvenes “Ni Ni ni ni”. Ni estudian, ni trabajan, ni
tienen ganas de hacerlo, ni les gusta que se lo recuerden.
Que ¿cómo continuará?...
La estandarización de los procedimientos a nivel empresa continúa
y se acelerará en el futuro. Eso abre la puerta a cada vez más automatizaciones
y ayudará a que se incremente la
cantidad de personas que vayan a parar a los grupos 3 y 4. En cualquier caso, aunque
una familia tenga al menos un componente del grupo uno, una reducción de
salario desde 2.000 a 1.600 euros puede implicar pasar de un estatus suficiente
para poder llegar a fin de mes a no poder pagar la hipoteca. Es cierto que
nadie obligó a esas familias a tener hijos, a comprarles ropa de marca o un
Smartphone cada tres años y que nadie les forzó a adquirir una vivienda por
encima de sus posibilidades futuras. También hay que tener en cuenta que la
fuerza de convencimiento, para “gastar” que tiene el “sistema”, es elevada y no
caer en las múltiples tentaciones que ofrece es dificilísimo.
¿Cómo se soluciona eso?.
Si por solucionar se quiere
entender “volver a lo de antes”, los expertos en temas económicos no encuentran
una solución realista, efectiva y duradera. ¡Otra cosa es los políticos!. Todos
los principales partidos de la oposición se han sacado de la chistera durante
esta pre-campaña electoral algún tipo de política redistributiva dirigida a
“rescatar” a los ciudadanos más perjudicados por la crisis y por los recortes
del Gobierno: rentas mínima de inserción (PSOE y Podemos), complementos
salariales (Ciudadanos) o programas de trabajo garantizado (Izquierda Unida).
Empecemos a analizarlos por el final.
El “programa de trabajo garantizado” convierte al Estado en un empleador; representa obligar a más de diez millones de contribuyentes a comprar obligatoriamente aquellos bienes o servicios que nuestros políticos decidan caprichosamente producir en cada momento. Una versión parcial y modernizada de la economía comunista. El problema es que la administración suele desconocer cómo ocupar a casi tres millones de personas de un modo tal que generen mayor riqueza para la sociedad. Eso resiente la productividad general y proporciona algo de pan para hoy y mucho más hambre para mañana porque se ha gastado el dinero en cosas que no generan más riqueza sino sólo consumo momentáneo.
El “complemento salarial” permite inflar el salario que pueden abonar los empresarios para que los empleados estén dispuestos a trabajar durante más horas. Las empresas improductivas —aquellas incapaces de generar suficiente valor para el consumidor— se convierten en compañías falsamente productivas con la ayuda de subvenciones estatales, lo cual desincentiva su necesario reajuste, al tiempo que contribuye a deprimir los salarios de los empleados en los sectores realmente productivos. Fantástico para los empresarios y fatal para sus empleados en las empresas de esos sectores que producen riqueza.
A pesar de la gran cantidad de nuestros impuestos que se han utilizado para rescatar a los bancos, estos todavía arrastran muchos problemas y tardarán muchos años en volver a “prestar a quien no tiene probabilidades de devolverlo”. Por tanto, aunque mucha gente lo espera, tiene pocas probabilidades de ver cumplido su sueño.
La oferta de puestos de trabajo necesariamente va a ir a menos, por lo que el escenario a corto más probable será, para los que puedan conseguir un trabajo, el de unos adultos con peores condiciones de empleo y una mayoría de jóvenes subempleados; salvando excepciones de algunos privilegiados con “suerte” que jóvenes, como el ingeniero de nuestra historia, contribuyan activamente a buscársela. No esperemos que el tiempo de trabajo se reparta porque sólo haría que cayera la productividad y no es viable. Como las familias tendrán cada vez menos ingresos y no podrán vivir eternamente con la ayuda de las pensiones de los abuelos, que no sabemos cuanto durarán ni su cuantía, cada vez se hará más necesaria poner a punto la solución menos mala: instaurar una “renta básica”. Aunque se parezca el nombre, no propongo lo mismo que la “Renta de inserción” que proponen PSOE y Podemos.
El propósito de esta
“renta básica” sería contribuir a que
los ciudadanos, que se encuentren en una situación de extrema necesidad, puedan
subsistir mientras se esfuerzan por superarla; manteniendo la paz social y el
orden público. Para ello, el
Estado debería evitar, en primer lugar, condenar a los ciudadanos a estancarse
en esa situación de extrema necesidad y permitir que la inmensa mayoría pueda
vivir por encima del nivel de la pobreza, por sus propios medios. Los políticos
que proponen la “renta de inserción” deberían empezar por comprometerse a suprimir
primero los numerosos obstáculos artificiales que impiden, a centenares de miles
de personas, salir de la pobreza y, sólo entonces, otorgar una renta mínima
para aquellas pocas personas que quedaran descolgadas. Parece que no es el caso
de PSOE ni de Podemos que pretenden multiplicar los impuestos y aumentar las
numerosísimas e incumplibles regulaciones estatales ya existentes, para seguir
manteniendo y aumentando si cabe el ejército de dependientes de las
transferencias estatales y por tanto cautivos de voto a sus partidos.
¡Seamos sinceros!. ¿Quién justifica, aparte de los directamente
interesados, “regalar dinero” a aquellos que sean más jetas, vagos o
“listillos” permitiéndoles malvivir precariamente, pero sin trabajar, a costa
del erario público?. Aunque esté muy extendida la práctica, no se puede
permitir que alguien trabaje y “cobre en negro” mientras se percibe una ayuda
social o paro. Esto es otro tipo de delincuencia insolidaria que algunos
justifican “por necesidad de subsistencia”, al estilo de las “propinas” —opacas
al fisco—en los establecimientos de servicios que complementan el bajo sueldo
que esos empresarios pagan al empleado. La bolsa del trabajo sumergido es tan
importante como incívico como la corrupción.
Para intentar paliar en parte esta picaresca, no estaría mal
que la “renta básica” viniera ligada a la condición de que todos los perceptores
de la misma devuelvan a la sociedad parte de lo percibido, aportando lo que
puedan; tiempo tendrán y conocimientos o capacidades, cada uno los suyos,
también. Como de biennacidos es ser agradecido, todos los perceptores de esa renta
básica deberían sentirse motivados ofreciendo algunas horas de trabajo social
al día. Necesidades hay y todos podrán sentirse útiles e integrados ayudando a
colmarlas, al tiempo que jóvenes y mayores dejan la ociosidad callejera, se alejan
de los vicios y contribuyen a posibilitar una sociedad mejor y más justa. Vayan
pensando…
¿Cómo ayudaría usted a la sociedad si algún día se encuentra
en el grupo tres o cuatro?
Todos los partidos que dicen tener una
preocupación social plantean unas “propuestas
redistributivas” que tienen en común una profunda desconfianza injustificada en
la capacidad de las personas para prosperar dentro de un marco institucional en
el que se respetan sus derechos y libertades.
Las políticas que
necesitamos para fomentar la generación de riqueza, entre la mayor parte de la
población, no consisten ni en colocar a los parados en una ocupación cualquiera,
ni en un subvencionar a los empresarios improductivos, ni en entregar un
aguinaldo a aquellos que previamente se maniata. La verdadera receta para ayudar a
los azotados por la crisis pasa por “liberalizar de verdad” la economía y
rebajar los impuestos: es decir, por “permitir crear riqueza” y por “no rapiñar
esa riqueza”.
A tenor de las
propuestas que publican en sus programas electorales y de lo que hacen cuando
llegan al poder, ni PP, ni PSOE, ni Ciudadanos, ni Podemos, ni Izquierda Unida
se han planteado seguir por ese camino: todos ellos desconfían de las mismas
personas a las que les reclaman el voto, y un acuerdo basado en la mentira,
está condenado al fracaso. ¡Piénsenlo!
©JuanJAS