martes, 19 de marzo de 2019

Necesitamos un nuevo “contrato social”

La idea de un contrato social (CS) es antigua. Aunque nunca se firmó ninguno, se considera que está implícito en muchas actuaciones de los ciudadanos y de los políticos. Se supone que en algún momento pasado de la historia de cada comunidad humana, los ciudadanos, hartos de pelearse entre sí y acabar mal, hacía un contrato para crear un Estado que se encargase de la gestión de los asuntos comunes.
El contenido de ese CS implícito puede tener una amplia gama de posibilidades, desde el mínimo para permitir una sociedad en que se pueda vivir (y, luego, que cada uno haga lo que quiera) y un máximo en el que la sociedad es un gran proyecto común, compartido, en el que todos reconocen derechos y deberes, o mejor, derechos que necesitan respetar unos deberes para que puedan cumplirse nuestros derechos; e incluso otro máximo, en que alguien (los que mandan) imponen un modelo de contrato social que todos deben cumplir, les guste o no. La misma idea de qué forma parte de nuestro CS no está definida a priori y esto puede estar en la base de las sucesivas crisis de los CS que hemos conocido
El CS va perdiendo fuerza con el tiempo, porque aparecen nuevos conflictos; porque han cambiado los circunstancias y porque ha cambiado la actitud de los ciudadanos.
En la España de los años sesenta el CS en el ámbito laboral incluía la idea de que el trabajador aportaba su trabajo, la empresa le pagaba su salario, el empleo se mantenía, el sueldo crecía un poco por encima de la inflación, si la productividad mejoraba, y así año tras año, aprovechando un tirón grande del crecimiento económico, la apertura de la economía, el aumento de la población en edad de trabajar, etc.. Cuando llegó la crisis del petróleo (1973), los costes subieron fuertemente para las empresas (precio de la energía), en un momento en el que las ventas cayeron (recesión). Los empresarios consideraron que el contrato social anterior no era viable, porque el empleo no se podía mantener; los trabajadores pensaron que los empresarios habían traicionado el CS, porque no les garantizaban el empleo ni un crecimiento de los salarios por encima de la inflación. El resultado fue malestar social, conflictos y una crisis, que se juntó a la crisis política (cambio de régimen). La solución llegó más tarde, con los Pactos de La Moncloa (1977), que establecieron unas reglas de adaptación de los salarios a la inflación, con la nueva Constitución (1978), con la reforma fiscal (principalmente del IRPF), la ampliación del estado del bienestar, un nuevo Estatuto de los Trabajadores y, finalmente, la entrada en la Unión Europea y un nuevo periodo de prosperidad. El conflicto laboral se enmarcaba en un conflicto social más amplio (recesión, inflación, cambio político, exigencias de nuevos derechos políticos, etc.), y que la solución vino por medidas laborales, pero dentro de un marco más amplio.
Con los años han variado las cosas que me preocupaban antes, y que me llevaban a tener una actitud de colaboración, de solidaridad e incluso de generosidad para con otros, ahora ya no. Ahora he reducido el ámbito de quiénes son los demás o de qué cosas de los demás me preocupan. El individualismo creciente está en el fondo de la crisis del CS vigente. La desigualdad es algo que preocupa: a unos, porque están en el lado de los perjudicados; a otros, porque pueden caer en el lado de los perjudicados, bien ellos o sus hijos. Las inmigraciones cambian el entorno en que nos movemos. El crecimiento no está asegurado, de modo que, si el futuro puede ser peor… necesito prestar más atención a mis asuntos…
La consecuencia de todo lo anterior es que… vivimos en unas sociedades menos cohesionadas, donde los CS de hace unas décadas dejan de ser válidos.
Ahora, lo primero que necesitamos es tener una idea más clara de nuestros problemas actuales, porque el nuevo CS debe ser muy amplio, verdaderamente “social” en dos sentidos: de toda la sociedad y de cada sociedad humana particular.
Ahora me preocupan: 
- La pérdida de la capacidad de crecimiento en algunos países, sobre todo avanzados y la perspectiva de menos recursos globales para hacer frente a los problemas. 
- El alto nivel de endeudamiento en algunos países: a veces, en las empresas (o sea, dificultades para sobrevivir en caso de crisis ), otras, en las familias (¿estamos dejando a nuestros hijos una carga que no podrán asumir?), otras en el Estado (¿podrá asumir las responsabilidades que vamos a delegar en él?). 
- La necesidad y temor de reducción de las prestaciones sociales (pensiones, por ejemplo): claramente, una violación del contrato social. Aunque nos siga doliendo, ya nos hemos acostumbrado a que el Estado NO cumpla la Ley de la Dependencia. 
- La globalización: algunas de nuestras ventajas se marchan a otros países, quizás más pobres, que lo necesitan más, pero… ¿a costa de nuestro bienestar y futuro personal? 
- Las desigualdades: sensación de que no se respeta la justicia social (aunque no tenemos una idea muy clara de en qué consiste). 
La tecnología, que mejora mucho nuestra calidad de vida, pero tiene costes importantes (por ejemplo, en las perspectivas del empleo); además, sus ventajas se reparten de forma desigual… 
- La sensación de pérdida de nuestra capacidad de controlar la situación: ¿podré cobrar la pensión que me prometieron? ¿Encontrará mi hijo el empleo que esperaba? Esto se combina con la abundancia de trabajos precarios, salarios bajos… 
Nuestras sociedades necesitan una reflexión seria sobre todo lo anterior, y sobre muchas más cosas. La tentación de las fake news y de las explicaciones parciales no sirve. La idea de que, si mi partido gana las próximas elecciones, todo estará resuelto, no vale: su duración es muy limitada, las victorias pueden convertirse en derrotas y, sobre todo, la solución no está en nuevas leyes o nuevos controles, porque la gente aprende cómo evitar unas y otros, porque a menudo la ley acaba en algazaras callejeras que desestabilizan a los gobiernos, y porque, aunque ganemos en las elecciones o en el referéndum  mañana tendré que volver a convivir con los perdedores… 
Más allá de un Macro-Contrato-Social-Mundial, hacen falta muchos mini-CS-parciales, en nuestro país, región, ciudad, barrio, empresa… y en lugar de ocuparse de buscar soluciones para todos estos problemas verdaderamente importantes, parece que los políticos se empeñan en perder el tiempo en colgar o quitar la colada de los balcones y las televisiones nos anestesian hsta el hastío con las mismas historias irrelevantes e interminables.
¿De qué deberían hablarnos los políticos y de que temas deberíamos debatir los ciudadanos? Pienso que sería bueno debatir y me interesaría escuchar diferentes propuestas sobre:
- Los impuestos y del gasto público: qué damos a cambio de qué (lo que es justo y lo que no). No tiene sentido decir que tengo derecho a recibir 10 si he dado 10, porque quizás mis ingresos son altos y las necesidades de otros importantes, pero sí de que haya una cierta proporción. Y, sobre todo, que, si se pide más a algunos, se les explique las razones, se les informe de los resultados y, en su caso, que se proporciona una compensación por otro lado (por ejemplo, en forma de paz social más duradera).
- ¿Quién recibe los servicios del Estado?. ¿En qué proporción van a los ricos, a los pobres y a la clase media? ¿Con qué criterios, para qué objetivos… Quién se beneficia realmente de la red de seguridad que, en principio, está pensada para los más necesitados?.
- ¿Cómo se reparten las responsabilidades, entre las personas y familias, el sector social, las empresas y el sector público?. No todo se debe dejar a la filantropía personal o corporativa, ni todo se debe dejar al Estado. Luego, probablemente habrá que bajar más en la escala de responsabilidades: qué nivel de gobierno se hace cargo de qué responsabilidades, por ejemplo.
- ¿Con quién tenemos responsabilidades? ¿Solo con mi familia, con los de mi barrio, o también con los de la otra esquina del país, o con los pobres de otros países? ¿Con qué criterios y que medios decidimos hasta dónde extender nuestras responsabilidades?
- Las generaciones futuras. Hace décadas podíamos decir que, con la mejora esperada del nivel de vida, seguro que ellos vivirían mejor que nosotros. Ahora esto no está tan claro, sobre todo si añadimos la dimensión medioambiental. Y la calidad de nuestras instituciones. Y la deuda que les dejaremos…
- Un aspecto importante en el reparto de responsabilidades es el del “componente de seguro de nuestro estado del bienestar”. Cada uno de nosotros debemos considerarnos el primer responsable de nuestras necesidades y las de nuestra familia, pero debemos estar protegidos de situaciones “atípicas-excepcionales” que no podamos atender por nuestros propios medios (un desempleo de larga duración, o una larga enfermedad degenerativa, la necesidad de un trasplante urgente, etc.). La “seguridad social” está para eso: un seguro obligatorio, cubierto por todos, porque no sabemos quién será el interesado, ni cuando y porque sospechamos que, cuando nos toque, podremos no estar en condiciones de atender nuestra necesidad puntual y extraordinaria con nuestros recursos privados.
- La idea de redistribuir la renta o la riqueza tiene otra base: quizás que alguien no tuvo la oportunidad de algo a lo que tenía derecho, o fue discriminado en el pasado… Pero el fundamento de esto es distinto del estado de bienestar, y los medios para llevarlo a cabo deben ser también distintos.
- Necesitamos revisar las políticas que conceden beneficios “a todos”, porque, en el límite, esto es insostenible, y porque crea dependencia y malas prácticas (recordemos que vivimos en un país que inventó la picaresca o al menos tenemos generaciones de experiencia en su aplicación).
- Justicia intergeneracional: qué hay que dar a los jóvenes, qué a los de en medio que pasan dificultades, y qué a los mayores, que ya no tienen medios para auto-protegerse.
- En el trabajo, la idea de un contrato indefinido con altos costes de despido, que protege el puesto de trabajo más que al trabajador, no se sostiene. Hay que cambiar el énfasis, para dar al trabajador más protección, independientemente de dónde esté trabajando, hay que ofrecerle flexibilidad para adaptarse a las nuevas circunstancias (envejecimiento, cambio tecnológico) y, a la vez, proporcionar capacidad de adaptación a las empresas.
- Etc.
Hay múltiples aspectos que conviene considerar y discutir socialmente si queremos rehacer nuestro CS. Luego vendrán las preferencias políticas (conservadores, socialistas, libertarios, comunistas), los intereses más o menos cortoplacistas y las negociaciones. 
Me gustaría que algún partido político entrase por esta línea, pero me temo que esto es “pedir peras al olmo”. 
Los Estados han ido restringiendo cada vez más el ámbito en el cual podemos ejercer nuestra libertad personal, los impuestos han ido aumentando en desmesura y todo se ha vuelto mucho más complicado por los controles públicos exasperantes. Los servicios públicos se han ido deteriorando y lo siguen haciendo. Supongo que acabaremos en sociedades divididas, enfrentadas y violentas, y cuando ya casi todo esté perdido; entonces no tendremos más remedio que negociar un nuevo CS realista para poder sobrevivir. Mientras, sigamos arrastrándonos por el fango de la mediocridad y la desvergüenza que cultivan con pericia e insistencia nuestros políticos y que cada cual disfrute de su comodidad inútil arrastrando el ascua a su sardina o se queje de su esfuerzo no recompensado. Tanto da porqué la sociedad ha perdido el rumbo, sus valores y su capacidad para pensar en un futuro que descifre simbolismos subjetivos y altruistas…