sábado, 9 de enero de 2021

¿Cómo hemos llegado a esta atípica cuesta de enero?



Ya han terminado las fiestas navideñas y típicamente ahora venían las rebajas y la "cuesta de enero". En cambio, este año ha venido una gran nevada y una ola de frío que nos ha hecho permanecer en casa. Lo que no han conseguido las autoridades lo ha conseguido, una vez mas, el general invierno.
Una de las causas subyacentes de la "desconfianza" en las autoridades y en la difusión de todo tipo de información sobre el coronavirus es la falta de acuerdo de la ciudadanía sobre un conjunto de hechos compartidos. La gente cree en diferentes conjuntos de realidades y aún viviendo en una misma ciudad, región o país, no vemos el mismo mundo a nuestro alrededor. 
Nos dijeron que vendría una "nueva normalidad" que nadie ha visto y nadie se pone de acuerdo en lo que significa la palabra ni en como será. 
¿Tenéis alguna sugerencia para establecer un sentido compartido de la realidad? 
¿Tal vez más educación, más pensamiento crítico, mayor énfasis en los temas científicos y en el empirismo en las escuelas, y quizás autolimitar nuestro consumo de «información» a unos pocos medios que consideremos «equilibrados y sensatos, donde el sensacionalismo y las fake news no sean bienvenidas»?. 
La gente está muy dividida, abunda la desconfianza y los problemas que aparecen por doquier son tan complicados y estratificados, que soy pesimista acerca de que podamos hacer algo individualmente para que no nos afecten demasiado. 
Escribo estas reflexiones y las comparto con ustedes, pero… ¿Estaríamos mejor informados y tendríamos un sentido mas compartido de la realidad si Internet no existiera? 
Internet nos da más información para poder comprender y cambiar el mundo que nos rodea. Pero todo depende de dónde y como nos informemos, y de cómo usemos esa información. Hubo un tiempo en que la información era poder. Hoy, poder, es saber qué hacer con tanta información disponible, cómo seleccionarla, interpretarla y transformarla en ayuda para la decisión. 
Hay partes maravillosas de Internet a las que no me gustaría tener que renunciar. Por ejemplo ahora puedo ver más películas y documentales que nunca. Puedo escuchar podcasts y toda la música que me apetezca en cualquier momento en Apple Music, YouTube o Spotify y me siento más instruido por poder asistir virtualmente a cursos de prestigiosas universidades o ver documentales y todo tipo de videos formativos en YouTube. Hay movimientos sociales importantes que podrían no existir o podrían haberse desarrollado más lentamente sin las redes sociales. 
Pero ahora también podemos observar un posible debilitamiento de la democracia, la vigilancia masiva de la gente en China y otros países en que no se respetan los derechos humanos y tenemos la sensación de que el mundo se ha vuelto más caótico e impredecible debido a la tecnología. 
La industria de la publicidad en Internet ofrece incentivos económicos para muchas ideas extravagantes y las redes sociales pueden funcionar como altavoces para difundir falsedades sin control que captan la atención de la gente. Más cuanto menos contrastan las informaciones y menos instruidos y críticos son con lo que ven, leen o escuchan. 
Nuestra naturaleza humana nos empuja a puntos de vista extremos y los fragmentos de evidencias falsas y teorías de irregularidades en la aplicación de las leyes favorecen que los creyentes en las teorías de la conspiración forman una base cada vez más amplia. Absorben ideas falsas y les dan legitimidad, lo que a su vez da más oxígeno a las teorías de la conspiración. Estamos viendo lo peligroso que puede ser cuando alguien con poder real o con poder de influencia se incorpora a un movimiento en crecimiento que se ha separado de la realidad objetiva. 
Que la gente pueda estar conectada mediante las redes sociales es algo fantástico, pero las propagandas de los poderosos y sus lobbies, que focalizan la opinión pública en una cuestión distinta cada día, o cada media hora, según les interese a través de las redes sociales. Eso sumado a unas instituciones ineficaces, generan desconfianza y enfrentamientos entre los ciudadanos. 
Parece que la gente estamos programados por códigos genéticos y culturales para percibir una realidad filtrada, donde el centro de la diana importa mucho más que los márgenes. Los medios lo saben y nos mantienen inmersos en un mar de confusión, concentrando nuestra atención en el último petardo que ofusca nuestros sentidos y nos dificulta enormemente obtener una visión de conjunto. 
Tan pronto estamos focalizados en la pandemia, los contagios y los muertos, como en el asalto al Capitolio de Washington, como en la gran nevada. Cada uno de estos sucesos acapara toda la actualidad informativa como si no existiera nada más en el mundo. Ya no llegan pateras a nuestras playas y poco importan los 60000 muertos en España y los casi 2 millones en el mundo o las poquísimas vacunas antiCovid que se han puesto. Solo nos preocupamos de las calles llenas de nieve de nuestros pueblos y ciudades de interior. 
Por suerte la ciencia sigue trabajando, impasible a las modas, mientras obtenga algo de financiación. No se consiguen avances espectaculares ni se publicitan con grandes titulares, pero si se van consiguiendo medicamentos que reducen la mortalidad de los enfermos y consiguen que se recuperen más deprisa. Ayuden a que las UCIS no se saturen tan rápido como en marzo de año pasado. 
Es lógico pensar que la pandemia acabará. El problema es cuándo y con qué consecuencias en muertes y en calamidad económica. Que nuestros gobernantes sean mas o menos ineptos y/o psicópatas es determinante en ello. La mayoría de políticos se comportan para que «parezca que hacen algo». La estrategia de los gobernantes no es evitar la transmisión del virus, solo es atenuar el ritmo de los contagios buscando la inmunidad por infección natural. Hacer que la gente nos contagiemos pero que parezca que sea por accidente o por que no nos comportamos responsablemente. Poner vacunas rápidamente no es prioritario para las autoridades, porque para ellos las vacunas son simplemente un instrumento para facilitar esta estrategia: intentar proteger de la enfermedad a los más vulnerables para que disminuyan los ingresos, no se colapsen los UCI’s y no se monte un pollo colectivo, con grandes protestas que hagan peligrar sus sillas. 
Desvían su responsabilidad invocando a la responsabilidad individual de la ciudadanía. Como resulta que a algunas personas les importa poco o menos la salud comunitaria y las vacunas protegen, fundamentalmente, a la comunidad, poco les interesa vacunarse unos y que lleguen las vacunas cuanto antes a todos a los otros. 
Si usted es una de esas personas que no cree en la bondad de las vacunas y en la protección comunitaria, tranquila, puede continuar con su incivismo y su falta de humanidad. Las autoridades no se meterán demasiado con usted. Al menos no de forma que le cause grandes pérdidas. Vean lo que les ha pasado a los asistentes a las «fiestas multitudinarias» sin medidas de seguridad, a los que no cumplen las normas en las calles y las carreteras, a los que no quieren vacunarse o a los que se vacunan por ser familiar o amigo de… Los medios de comunicación no informan de las penalizaciones aplicadas a los infractores, de los trabajos sociales impuestos, de las multas cobradas o de las penas cumplidas por atentar contra la salud pública. 
Los hechos son que donde mejor se ha controlado la pandemia, mejor va la economía (y viceversa), pero aquí nos ahogan continuamente en la falacia de separar economía y salud para justificar una estrategia que el gobierno o los gobiernos, porque ya no sabemos si es uno o muchos, han elegido. 
Confunden la transparencia informativa con multiplicar las comparecencias televisivas con una repetición exagerada y complicada de datos que nadie, ni siquiera los periodistas, son capaces de seguir y menos entender. Resultado: todo el mundo opta por "creerse" las interpretaciones de los que informan en nombre del Gobierno. La prensa lamentablemente sigue la corriente y no hace ninguna labor de investigación ni de difusión crítica de las informaciones que se suministran. Tampoco pide explicaciones, aclaraciones y mucho menos responsabilidades. 
Nadie si nos espera una nueva normalidad donde habremos de convivir con el virus y tampoco nadie asume ninguna responsabilidad para hacer cumplir la medidas necesarias para controlarlo. 
Igual que la pandemia, la crisis económica tampoco es impedimento para perseguir los objetivos de un gobierno, porque la estrategia política no tiene que ver con el bienestar del pueblo, sino con su percepción de la actualidad en relación con la alternativa. Las medidas que se toman no son para que muera la menor número de gente posible sino para que no se enfaden demasiado los que sobrevivan. Así habrá más posibilidades de que los voten por haberse portado bien y no haberles causado demasiados inconvenientes para seguir libremente con sus actividades. 
Los políticos deben lograr que parezca que hacen algo, para que su desempeño no sea percibido como negativo, pero dejando que la gente se «contagie ordenadamente». Así los que se contagien será por accidente o por su irresponsabilidad personal y en ningún caso por causa de la mala gestión de los políticos. El verdadero equilibrio que pretenden lograr no es entre salud y economía, sino entre la alarma social por la pandemia y la irritación por las medidas tomadas (demasiado duras para unos y demasiado blandas para otros según la interpretación de cada cual). No importan los muertos, importan los votos y conservar las prebendas y los sueldos que se incrementan cada año. 
No todos los políticos son psicópatas, lo son en la misma medida que lo son los ciudadanos que los votan y a los que dicen representar. Si algún día, a través de sus múltiples encuestas percibieran presión social para tomar medidas mas drásticas o alguna disminución de su grupo de votantes (por eso el CIS pregunta lo que pregunta y no otras cosas), las tomarían. Dudo que estén suficientemente preparados y que sepan cómo hacerlo, pero si en las encuestas percibieran voluntad social para controlar la pandemia de verdad, lo intentarían. 
Los colegios se abren no por salvaguardar el derecho a la educación, porque los niños no contagian o porque es imprescindible para que la economía funcione. Se abren porque la mayor parte de los padres y votantes quieren y es un colectivo de votantes muy importante. En cambio los funcionarios de cuello blanco no abren sus oficinas porque el número de «votantes» enfadados por su falta de servicio es relativamente pequeño para hacerles pupa en las urnas. 
Las autoridades suministran datos incompletos y casi imposibles de descifrar o analizar. Lo hacen porque, a quien ya tiene su posición decidida, conocer la verdad sólo le generaría frustración. La anestesia de la conciencia puede administrarse por distintas vías. Hay quien mitiga su egoísmo pensando que personalmente no tomamos las decisiones y tomarlas es responsabilidad de los que pagamos para ello. Hay muchos que critican la tibieza de las normas que algunas autoridades imponen, aunque en el fondo suspiran porque sean así de tibias o buscan cualquier excusa para saltárselas. 
Si desde el primer momento nos hubieran puesto imágenes o relatos d enfermos de Covid 19 o ahora nos pusieran imágenes de las últimas personas ingresadas en UCI explicando que hace unos días estuvieron celebrando las navidades comiendo con sus nietos, abrazándolos y disfrutando de su compañía o que fueron contaminados por sus cuidadores que celebraron las Navidades en familia con reducidas medidas de seguridad, sería más difícil permanecer insensibilizados a menos que sufrieran una patología profunda comparable a la que acusamos en algunos dirigentes. 
Seguramente la frustración acabaría en ira inconfesable, porque mucha gente jamás reconocería que eso que les pasa es por esa causa. Nadie quiere que se les enseñe esa realidad porque ya han decidido actuar y seguir actuando como lo han hecho. Se perseguiría a todos los mensajeros violentamente, porque ya sabemos que a nadie le gusta que le pongan de manifiesto sus errores y prefieren seguir con el error hasta las últimas consecuencias. Se perderían muchas amistades y habrían muchas peleas familiares por hacer lo sensato y contar las verdades. 
Es lo que tiene ser poco responsable y poco realista, pero la sociedad está formada por personas de todo tipo y sus votos valen lo mismo. Incluso más si residen en localidades poco pobladas.