martes, 6 de agosto de 2019

La "otra cara"

Todas las cosas tienen su “otra cara”. La más fea o problemática; la que cuesta de asumir, la mochila que pesa… 

¡Todo sería mejor si no llevara adosada la “parte oculta”! es un pensamiento vano, que irreflexivamente se nos viene a la cabeza una y otra vez.
Para la mayoría, las vacaciones son sinónimo de “¡viajes!”. En esta época estival, los muros de las redes sociales se llenan de imágenes “embellecidas” (y a menudo falsas) que procuran transmitir a los amigos, conocidos y a la multitud de amantes del fisgoneo lo bien que se lo están pasando “fuera”. Allí donde estén, siempre muy lejos de su residencia habitual.
Hasta hace dos décadas me gustaba ver fotos en papel o vídeos de los lugares visitados por mis amigos/conocidos para intentar hacerme una idea de si me gustaría visitar personalmente ese "fantástico lugar" que me contaban habían visitado. Desde hace unos años ni eso. Las nuevas "app" permiten trucar muy fácilmente cualquier foto mediocre que cualquiera ha tomado o ha copiado en algún Stock de fotos en línea.
En las redes sociales, nunca encontraremos ninguna referencia a las interminables colas, a las incómodas y ruidosas salas de espera, a los paneles informativos con letras minúsculas que se refrescan continuamente pero que parece que nunca cambian. Ninguna referencia a los vía-crucis para conseguir una ventanilla informativa, al cargamento de maletas que te desloman, a las carreras en pasillos llenos de gente, a los bochornosos desnudamientos antes de los controles, a los vuelos retrasados, a las cancelaciones. Ninguna referencia al calor, al sudor, a las picaduras de mosquitos, …

Nadie hablará de las interminables colas en las “atracciones”, monumentos, restaurantes o lavabos. Todo el que ha viajado en grupo sabe que la mitad del tiempo se desperdicia buscando un lugar para beber y miccionar. Antes lo uno y después lo otro. Es orden depende de la edad.
Si no soportas los grupos y prefieres viajar solo, para no desperdiciar tiempo en las salas de espera de las estaciones o esperando al retrasado de turno, deberás planificar el viaje: itinerario de los lugares de visita y selfie obligada, compra de entradas por internet, búsqueda de restaurantes, cálculo de horarios para evitar aglomeraciones, etcétera. Una tarea incluso más ardua que organizar un día de trabajo, a no ser que te baste con sacarte una selfie en el lugar más emblemático de cada lugar para dar envidia a los que se han quedado en casa, después de haberla trucado convenientemente, ¡claro!.
Si vas a la montaña puedes hacer competiciones para ver quién ha subido más alto, ido más lejos o recorrido el camino más difícil en menos tiempo. Si prefieres la playa prepárate a convivir con masas de carne aceitosa exhibiendo los más horrorosos colgajos y las barrigas más voluminosas (hoy en día ya no está d moda el top less entre las jóvenes), tragando la arena que amablemente te ofrecen unos jóvenes que juegan al fútbol o los grupos de niños enloquecidos que juegan a tu alrededor. Si te quedas sobre la arena te arrullarán las voces de los “aguadores modernos” que te ofrecen refrescos de cloaca preparados al momento o de los masajistas portátiles, y si te aventuras al agua, reza para que no te rocen las medusas, te arrolle alguna moto de agua o te golpee algún patín.
Después de estar agotados de solventar los retos laborales, las vacaciones también suelen ser estresantes. Tenemos tantas posibilidades de diversión, tanta información, tantos estímulos, tantos ­incentivos, tanto por ver que todavía no hemos visto, tanto que sentir o degustar;… Disponemos de tantas ofertas vitales, que nos lanzamos a abrazarlas compulsivamente y más cuando sentimos que se nos acaba el tiempo de estar en este mundo y vemos la infinita lista de posibilidades que tenemos pendiente de completar.
No es la certeza o la vocación lo que nos empuja a actuar, sino una competitividad consumista inducida, fabricada socialmente, que aceptamos como si respondiera al deseo más íntimo. ¿Cuántas veces os han preguntado: “¿No sales fuera de vacaciones este año?”?
Está prohibido no tener nada en concreto que hacer, porque eso sería aburrirse; y aburrirse está socialmente muy mal visto; sobre todo por los niños que practican el “movimiento continuo”, aunque no sepan ni adónde van ni porqué lo hacen. Los mayores también lo hacemos cada vez más.
Recuerdo, antes del boom de Google y las redes sociales, un conocido que me decía (y lo practicaba): “Yo como verdaderamente disfruto es viendo fotos o vídeos de viajes completamente relajado en la terraza de mi piso, sin haber tenido que sufrir lo más mínimo para conseguirlas”. También me viene a la mente una amiga que me confesaba que lo que más deseaba era que la dejaran tranquila para hacer lo que quisiera, aunque simplemente fuera perder la mirada en el cielo viendo pasar las nubes.
Todo un elogio a la relajación como contrapeso a tanto estímulo y distracción que nos proporcionan los medios que nos estresan. Ah! Y que conste que relajarse no es lo mismo que “aburrirse”.