viernes, 21 de junio de 2019

Quo vadis Barcelona

Los jóvenes tal vez buscarán el título de este escrito en Google y después se sentirán desilusionados al no encontrar ninguna relación con lo que trato más adelante. 
Quo Vadis es un restaurante que cumple más de medio siglo en el panorama gastronómico bercelonés. Representa el clasicismo en su máximo esplendor, tanto en términos de cocina como de estilo. Sirve platos tradicionales catalanes con un toque francés en un entorno lujoso muy ligado al Gran Teatre del Liceu. No, no sueño con nostalgia en sofisticadas y caras comilonas sino que he sacado a pasear un latinajo, de los que nos enseñaban en el bachillerato elemental, para preguntarme ¿A dónde vas Barcelona?

Después de tantos años de ruido, de medias verdades y mentiras, de no política, siempre con las palabras pueblo y libertad inundando la boca de todos, esperábamos que las diferentes partes en conflicto se entendieran (ilusa esperanza: a las partes parece que no les interesamos). Los que no creemos en la Tierra Prometida, porque en una Tierra Prometida gobernada por ultraortodoxos estaríamos en el exilio, contemplamos, atónitos, una pantomima que vemos destinada a un final más trágico que cómico. Los que no dudamos de los funestos pronósticos de analistas y pensadores, con conocimientos fundados y demostrados aunque a menudo vilipendiados por sonar a pesimistas y agoreros, nos disgusta ver el rumbo que toman las cosas. Y más porque unos lo advirtieron numerosas veces y otros lo negaron otras tantas.

Barcelona, un día fue una gran ciudad Europea y lo fué gracias a los empresarios, industriales, hoteleros, y a todos los trabajadores y emprendedores que trabajaron mucho, bien y con pocas ayudas públicas haciendo crecer su economía particular, la de su ciudad y la de su país; sin priorizar ningún frentismo político. Barcelona atrajo mayoritariamente gentes de todas partes de Catalunya y del resto de España. Aquí encontraron la posibilidad de desarrollar sus proyectos personales, mejorar la calidad de vida de sus familias, al tiempo que colaboraban a aumentar el prestigio de la ciudad y convertirla en referente a nivel español y más allá, después de conseguir celebrar los Juegos Olímpicos de 1992 con éxito.

Hoy en día, la imagen y el prestigio de Barcelona ha cambiado a peor. Tenemos una crisis económica brutal, la corrupción no está controlada (poco se hace por controlarla) y los políticos, sólo preocupados por su silla y por como poder retener su modus vivendi, se están cargando la economía de la ciudad de Barcelona: el comercio-tiendas están en crisis, la venta de viviendas se ha estancado….. Todo está paralizado, hasta las obras públicas, que hacen un calvario circular por Barcelona. Obtener un permiso o licencia para cualquier actividad es un largo, costoso y cada vez más complicado proceso…

Eso si, las calles están llenas de vendedores ambulantes y de gente pidiendo limosna o recogiendo trastos de los containers. Parece que no exista orden y que cada uno se crea su propia ley sin tener en cuenta a los demás. Cada vez hay mas inseguridad y menos civismo en el uso de los espacios y mobiliarios públicos. Los servicios médicos tardan cada vez más en atender a sus usuarios y en este escenario, lo único que se les ocurre a algunos políticos es proclamar que “volem acollir”… ¿A quién y de que manera quieren acoger ni no son capaces ni de cuidar de los suyos y la ciudad-servicios públicos cada vez se degrada más?. A tenor de lo que declaran como patrimonio personal al entrar en los parlamentos, parece que no saben cuidar ni de ellos mismos. ¿Cómo una persona que no entiende o al menos no tiene interioridades para aplicarlos en su día a día, los valores del trabajo, la emprendeduría, la inversión y el ahorro, el consumo responsable, etc. puede pretender gestionar la cosa pública, si a tenor de lo que declaran demuestran que no saben gestionar ni su propia casa?.

Saben colgar muchas pancartas y repartir el dinero que previamente han extraído de otros trabajadores y ahorradores, pero no demuestran ninguna capacitación para diseñar un presupuesto público y ejecutarlo eficientemente. Por ello cada vez mas ciudadanos se van hartando de los políticos….de aquí, de allá y de más allá.

Salvo honrosas excepciones, que confirman la regla general, los políticos sólo se dedican a fidelizar con subvenciones a su corte de votantes pesebristas. Los empresarios, los industriales, los emprendedores honrados (no los que viven exclusivamente del establishment) son los que pueden crear valor y trabajo a medio y largo plazo, y harían bien los medios de comunicación en investigar sus proyectos y ponerlos en conocimiento de la ciudadanía para que dejáramos de estar aducidos y asqueados por el mismo rollo político de todos los días, que sólo conduce a enfrentamientos viscerales de unos ciudadanos contra otros y a nada positivo.

Destrozar las vidas de unos líderes (y sus familias) seguidos-votados por millones de personas es algo que no tiene marcha atrás, como tampoco pueden dar marcha atrás los que, ocupados en perseguir ciegamente la Tierra Prometida, se despreocuparon de las responsabilidades de gobierno que debía gestionar bien lo público para que progresaran, cada uno según sus posibilidades, más de siete millones de catalanes.

A nosotros, los que estamos en medio (pero abajo, o al menos fuera del núcleo político), ¿qué papel nos queda? Por un lado, el del iluso: triste papel, seguir esperando que algún día dialoguen de verdad y se entiendan. Por otro el de espec­tadores: Fácil papel de no ser porque tener que asistir primero a la pantomima procesista y después a la pantomima procesal, todos los días y a todas horas, es más de lo que puede soportar un espectador deseoso de mantener cierto interés en la calidad del espectáculo. Una tragicomedia penosa que no habría tenido que ver nunca la luz y así nos hubiéramos ahorrado perder tanto tiempo, dinero y esfuerzo en temas que deberían haberse resuelto dialogando y pactando en el ámbito político.

Barcelona se merece personas y alternativas de más categoría y mayor envergadura que trabajen para conseguir recuperar su prestigio y la calidad de vida de sus habitantes en el medio y largo plazo.