martes, 9 de octubre de 2012

¿Como será la Catalunya del siglo XXI?

La política es imprescindible para dirimir los intereses contrapuestos de los ciudadanos, pero la reciente encuesta del CIS, que interpreta el sentir general de la población, indica que uno de cada cuatro españoles considera a los políticos el tercer problema más importante justo después del paro y de la crisis económica. No se puede vivir sin política porque esta invade todos los intereses públicos y privados, pero si los políticos son un problema para nosotros es porqué muestran una indiferencia hacia la vedad que pretenden camuflar, desvirtuar o directamente ignorar. Nos tratan como a una panda de imbéciles a la que se convence y calla con cualquier perogrullada. Los ciudadanos estamos hartos de que se nos pidan actos de fe sin conocer el destino ni la utilidad de los sacrificios y penitencias que se nos imponen. Estamos hartos de su indecisión y falta de discurso inteligente.
El poeta Joan Maragall escribía en 1895 que el "pensamiento español está muerto. No quiero decir que no haya españoles que piensen, sino que el centro intelectual de España ya no tiene ninguna significación ni eficacia actual dentro del movimiento general de ideas del mundo civilizado. Por eso nosotros, que tenemos corazón de seguir dentro de este movimiento general, debemos creer llegada a España la hora del sálvese quien pueda, y debemos deshacernos de todo tipo de vínculo con una cosa muerta ".

A pesar de la derrota cultural y política catalana, desde la periferia se ha intentado reconstruir los puentes rotos, pero esos han resultado ser de media mejilla, de una sola dirección, de Cataluña a España, y no de España a Cataluña. A pesar de un gran amor a mi lengua, a mi cultura y a mi patria, no propugno un enfrentamiento pidiendo una limosna recíproca de perdón y tolerancia.

El catalanismo político ha tenido siempre dos patas: más autogobierno para Cataluña e influir en la modernización de España. Hemos tenido más autogobierno, pero España se ha modernizado en una dirección que no contempla el hecho nacional de Cataluña. Se podría decir que los puentes que la dictadura construyó los ha destruido la democracia. En los últimos cien años, los catalanes hemos perdido tantas energías en querer cambiar España que, si nos descuidamos más, los que seremos cambiados somos nosotros. Por dilución e inanición.
Jaume Vicens fue una referencia para la clase política catalana que hizo la transición. En Noticia de Cataluña, publicada en 1954, Vicens volvió a señalar las dos soluciones que se propusieron para volver a plantear la idea de España en los tiempos de la República y que hoy siguen vigentes aunque cada vez de forma más compleja.
Una era una idea abstracta, jacobina, uniforme, la de los intelectuales castellanos y andaluces. La otra era la "real, historicista y pluralista de los pensadores del norte, desde Cataluña hasta el Pais Vasco". La primera era la que mantenía Ortega al decir que "había razones para ir sospechando que sólo cabezas castellanas tenían órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral". Esta visión de la conllevancia orteguiana ha fracasado del todo si tenemos en cuenta que hoy todavía no se ha encontrado la solución para esta convivencia política y pacífica entre los pueblos peninsulares.
La alternativa a esta fórmula estricta y cerrada, Vicens la contrapuso a la aportación catalana del pacto construyendo una comunidad basada en el trabajo y en la creación de riqueza. Resaltaba la labor de los catalanes del siglo XIX para transformar España a imagen de Europa.
Cataluña ha influido, para bien y para mal, en la política española de los últimos dos siglos. Esta influencia sigue vigente hoy aunque sólo sea por demandar una singularidad que nunca se nos otorga. Esta participación colectiva en los asuntos peninsulares es rechazada hoy por una España que dice basta a dar más competencias, más responsabilidades, más protagonismo y más capacidad de autogobierno en Cataluña, como se hace patente con las trabas grotescas de las instituciones del Estado, desde el Tribunal Constitucional hasta la totalidad del PP y algunos sectores con influencia del socialismo español, pasando por la maquinaria de medios de comunicación madrileños que no aceptan otra pluralidad que la que ellos determinen.
El primer resorte de la psicología catalana no es la razón, como en los franceses, la metafísica, como en los alemanes, el empirismo, como en los ingleses, la inteligencia como en los italianos, o la mística como en los castellanos. En Cataluña, añade, el móvil primario de los catalanes es la voluntad de ser.
Hay que concretar una idea de Cataluña, válida para las próximas generaciones, que vaya más allá del debate electoral que estos días está poniendo encima de la mesa proponiendo salidas a una situación que, cuando menos, ha creado un cierto desánimo en la opinión, los sentimientos, las ambiciones y los intereses de una buena parte de catalanes. No nos podemos volver a equivocar. No podemos alimentar una nueva frustración dejándonos llevar por un sentimentalismo, que nos lleva a medir el mundo con los latidos de nuestro corazón, y a menudo, en medio de la acción, nos nubla la mirada y nos hace claudicar el empeño. Elevamos banderas solitarias para buscar el camino hacia la libertad, pero no debemos olvidar a todos  los catalanes que no alcanzan a llegar a fin de mes, que huyen al extranjero en busca de trabajo, que no saben cómo están las finanzas catalanas y como enderezarlas o qué ocurrirá con el sistema sanitario y la educación. Tampoco debemos olvidar lo que ocurre con la corrupción política y de las élites que se eterniza en los tribunales. Debemos destapar la verdad, toda la verdad y no esconder nuestras debilidades detrás de la bandera con la que ilusionados algunos se envuelven.
Cada tiempo lleva sus exigencias y conlleva sus reglas políticas y sociales. Debemos meditar sobre el talante pactista de nuestra mentalidad, que en esencia no es otra cosa que rehuir cualquier abstracción, ir a la realidad de la vida humana y establecer la más estrecha responsabilidad colectiva e individual en el tratamiento del patrimonio público.
Parece que vamos hacia un nuevo intento de rotura de consecuencias inciertas, pero todavía sueño con la posibilidad de que no se rompan todos los puentes y que no llegue una confrontación que nos pueda llevar a una nueva frustración. Aun pienso en que prevalezca el sentido común en los políticos españoles y afronten la reforma del Estado sin apriorismos y sin caer en prácticas del tacticistas del pasado. Si las élites políticas no son capaces de articular la convivencia entre "los pueblos de España, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones", según dice el preámbulo de la vigente Constitución, de cerrar un debate que se remonta al siglo XIX, difícilmente estaremos, unos y otros, en condiciones de responder a los retos del siglo XXI.
Por lo que respecta a los políticos catalanes, ¿Serán capaces de definir un nuevo catalanismo transversal que nos permita encarar la complejidad del siglo XXI?
Es importante que recuperemos una cierta manera de hacer las cosas teniendo en cuenta siempre dos factores decisivos: unas ideas y un modo de proceder. No debe haber ningún inconveniente, al contrario, debemos aprender como colaborador incluso con los que piensen lo contrario que nosotros. Aceptar todas las iniciativas útiles aunque tengan una procedencia diversa de nuestro propio ambiente. Vamos, lo contrario de lo que han hecho los políticos de los diferentes partidos independentistas históricos cuando se han reunido para trabajar conjuntamente, para llevar a buen puerto el “estat lliure”. En lugar de poner por delante los temas importantes, al menos lo que ha trascendido en los medios, es que han discutido hasta la ruptura por cuales y cuantas sillas ocupaba cada uno.
Está claro el agotamiento de las élites políticas catalanas. Demuestran que no son capaces de dialogar, de dejar atrás sus pequeñas prebendas personales, por el bien de la ciudadanía y del país. No han tenido nunca en cuenta aquellos versos de “La piel de toro” de Salvador Espriu para que guiaran sus sentimientos durante su labor política. 

Es necesario, en mi opinión, una renovación que pasa por poner al día las instituciones, públicas y privadas, y por la integración efectiva de los nuevos sectores sociales, la llamada primera y, muy pronto, la segunda inmigración, en esta tarea colectiva .
Un país debe tener élites que saquen adelante la sociedad en su conjunto. El problema es que si estas élites son sólo la reproducción de las élites del pasado y no el resultado de la meritocracia, de una democrática y efectiva igualdad de oportunidades y, por qué no, de la excelencia, lo tendremos muy difícil.
Mi opinión es que no es necesario construir el futuro sólo sobre los derechos pasados, sino hacerlo sobre los derechos y deberes futuros que queremos ejercer y compartir. Y el aislamiento no permite esta tarea sino que exige la apertura, con un catalanismo que no vaya contra nada ni contra nadie, sino que defienda libremente, democráticamente, nuestros intereses y nuestra voluntad de ser.
La gran pregunta que hay que formular hoy es si este camino lo queremos hacer solos o bien si podemos compartir el camino con España. La hegemonía cultural del nacionalismo, su universo simbólico, no lo aconseja y mucha gente está en contra. Muchos catalanes ya estamos hartos de “más de lo mismo”. Negociar, pactar, recoger unos mendrugos, recortar y vuelta a empezar. Además, hemos comprobado hasta el hartazgo, que este proceder no ha terminado nunca de satisfacer a nadie.
En los últimos meses, el grupo de partidos políticos mayoritario en Catalunya se a implicado en la tendenciosa difusión de la idea de una España que no nos comprende, ni nos quiere comprender y parece que el mensaje ha calado entre muchos catalanes. La independencia planteada como una delimitación de fronteras geográficas es un concepto que llevó a la creación de más de cien estados nuevos en el siglo XX. Si tantos ha habido, ¿Porque Cataluña no puede tener uno?. 
Para empezar un gran proyecto hay que tener fuerza y mucha valentía; para terminarlo, se precisa mucho sacrificio y perseverancia. Yo soy de los que no lo acaba de ver claro. Quizá porque repasando nuestra historia, he visto cómo muchos momentos de entusiasmo han sido a menudo desvirtuados por hacer las cosas deprisa, actuando algo más con el corazón que meditando con la cabeza.
Sin embargo, aunque parezca una quimera, pienso que todavía tenemos que definir qué queremos hacer juntos con los vecinos españoles, con los que hemos compartido tantas tragedias colectivas. Catalanismo, nacionalismo, soberanismo, independentismo y ahora unionismo. Demasiado sentimientos y demasiado poca racionalidad, muchas abstracciones sin antes pensar la viabilidad de ponerlos en práctica.
¿Cómo será el catalanismo en el siglo XXI?.
La clave, más allá del marco de soberanías nacionales únicas en el que nos movemos hoy mayoritariamente, está en saber cultivar el ejercicio efectivo de las ciudadanías compartidas, es decir, aquellos instrumentos que permiten ser a la vez ciudadanos de Cataluña, de España y de Europa. Como decía Jordi Évole, “que nadie, aquí o allá, nos obligue a tener que escoger y que todos puedan sentirse lo que les dé la gana” y yo añado: pero que actúe como ciudadano, sujeto al mismo código de derechos y de deberes, entre los que hay uno muy importante que es el ligado a la residencia. Un nuevo paradigma del catalanismo del siglo XXI puede ser reivindicar la voluntad de ser, el modus operandi, el fomento de la igualdad de oportunidades y la meritocracia. 
No hace falta esperar a ningún referéndum  La mayor parte de estas ideas ya las podríamos aplicar actualmente. Se moverían en los ámbitos de la transver-salidad, el mestizaje, la cohesión social, la convivencia, la civilidad, la renovación de las élites y la necesidad de construir una sociedad más justa, en la que todos cumplamos con nuestros deberes y se nos respeten nuestros derechos.
Para que esto sea así, es necesario que Cataluña pueda seguir siendo Cataluña, con más reconocimiento institucional, más competencias y, sobre todo, una financiación realmente justa respecto a lo que los catalanes aportamos en España. Soy partidario de que los catalanes decidamos por nosotros mismos y para ello podamos expresar nuestro parecer mediante un método democrático, libre y en secreto, en el tiempo más razonable posible. De esta forma sabríamos exactamente donde estamos, no como ahora que nos movemos a tientas bajo los efectos de la demoscópica y de la cultura interesada o tendenciosa de los tertulianos que en el mejor de los casos no mienten pero nunca explican todos los hechos ni dicen toda la verdad.
Para las próximas elecciones al parlamento catalán se barajan tres propuestas centrales que no creo que puedan culminarse en la próxima legislatura, gane quien gane:
  1. La independencia con "estado propio catalán" requiere al menos, "estructuras de estado" funcionando y mucha negociación para tenerlas operativas. Es utópico pensar que puedan alcanzarse en la próxima legislatura.
  2. El federalismo es muy difícil porque no hay cultura federal en toda España. Ni en la derecha ni en la izquierda. Los "barones autonómicos" y sus séquitos, celosos de sus reinos de taifas, nunca renunciarán a su oligarquía.
  3. El "concierto económico" lo veo tan lejos como las otras dos fórmulas. Nadie, fuera de Catalunya o tal vez Baleares, quiere siquiera admitir que ha gozado de prebendas y menos renunciar a ellas, para que todos los ciudadanos, residan donde residan, reciban las mismas prestaciones públicas en cantidad y calidad. 
¿Qué le queda a Catalunya mientras no estén apunto las "estructuras" necesarias para un estado propio?. A mí me parece que defender lo que tenemos, mejorarlo mucho en todos los ámbitos, mientras buscamos nuevas fórmulas que nos garanticen nuestra voluntad de ser. Antes de caer en una nueva frustración, vale más que preparemos, en la medida de lo posible, a los ciudadanos y al país para llegar, si se dan las circunstancias, a tener un independencia no tutelada por España.
Hemos vivido ya tantos cambios, la mayoría positivos, que nada me sorprenderá. Cualquier nueva arquitectura política a la que lleguemos, sólo será posible si somos un pueblo libre, en el que nadie se pueda sentir marginado por sus ideas, sus convicciones y su procedencia cultural o étnica.
Nuestro éxito o fracaso en cualquier cosa que emprendamos, y por tanto en la vida en general, depende de si nos guiamos por la verdad o de si avanzamos en la ignorancia o basándonos en la falsedad.
La baja valoración de nuestros políticos es debida a su falta de compromiso con los hechos y con el encargo de la ciudadanía, que los ha elegido, para resolver los problemas que tiene nuestra sociedad. Los hechos demuestran dos cosas: o son unos inútiles, no adecuadamente preparados para ocupar el puesto, para el cual los votantes les han elegido o que su única preocupación es ser reelegidos, para seguir disfrutando de las prebendas, tolerando la inmensa corrupción instalada en nuestra clase política y de rebote en una gran parte de la sociedad, tanto como sea posible, sin importarles lo más mínimo el sufrimiento de la ciudadanía.
Pienso que, si de ellos depende, no saldremos nunca del atolladero. Parece que la única posible solución vendrá por una firme imposición de los “hombres de negro” que nuestros políticos y sus adláteres, inoperantes y corruptos, no podrán soslayar o por la insufrible presión popular, debida a una escalada de violencia de parte de los ciudadanos una vez que lleguen a su límite de aguante o pobreza.
¡Lo siento!. Veo el panorama así de negro, en España y en Catalunya, y como no me ha gustado nunca esconder la cabeza debajo del ala como los avestruces, así lo escribo para dar fe y provocar la respuesta de quien lo vea de otra forma.
¡Escuchar, pensar y dialogar!.  Nunca callar.
©JAS2012

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