En la
película “Carros de fuego” se narran las
peripecias de varios estudiantes de Cambridge que, en 1920, deciden entrenarse
para participar en los Juegos Olímpicos de París de 1924. Uno de ellos, hijo de
un financiero judío, opta por recurrir a un entrenador profesional. El director
del “college” lo reprende amablemente: según él, ningún estudiante que
pertenezca a la élite de «los mejores», aun cuando sea hebreo, debería
beneficiarse de la ayuda de un profesional. Puede entrenarse solo o, mejor aún,
con los amigos de la universidad, como hace cualquier aficionado que se precie.
El estudiante le responde que está a punto de comenzar una nueva época, en la
que todas las actividades requerirán una preparación técnica y profesional.
¡Qué razón tenían sus palabras!
En los
mismos años en los que está ambientada esta película, y en la misma ciudad
universitaria, trabajaba John Maynard Keynes que en este año publicó su
“Tratado sobre probabilidad” y la probabilidad es el instrumento que nos
permite dominar la incertidumbre.
Hoy en día
se sabe que el concepto filosófico de probabilidad que propuso Keynes no tenía
en cuenta el modo en que funciona la mente humana. La psicología experimental ha
analizado los límites de la racionalidad humana y se ha investigado los motivos
por los que no actuamos como deberíamos. Cuando, hace cinco años, el mundo se
vio sorprendido por una grave crisis, comparable, en ciertos aspectos, a la que
vivió Keynes a finales de los años veinte, muchos tertulianos se apresuraron a
formular un vaticinio: quienes no
entendiesen nada de economía no tendrían más remedio que familiarizarse con
esta disciplina y acostumbrarse al argot empleado en la literatura financiera.
Sin embargo,
ante un fenómeno complejo como una crisis global, no sólo hay que conocer los
rudimentos de la economía para tomar decisiones más ponderadas sino también interesarse
por el funcionamiento de la mente. A partir de una alfabetización psicológica
podremos dirigirnos a los economistas y tratar de determinar si estamos
actuando bien o mal. Puede parecer un objetivo sencillo. Sin embargo, tal vez
no baste con mirar dentro de nosotros para comprender cómo razonamos. ¿No
habría que mirar también fuera para darnos cuenta de las consecuencias que tienen
nuestras acciones? Por desgracia las cosas no son tan fáciles...
Tradicionalmente
se han atribuido a la economía los defectos más variados: se la ha culpado de
ser una ciencia triste, aburrida y abstracta, de no tener nada que ver con lo
que los ciudadanos desean saber, de no ser capaz de ofrecer más que previsiones
generales, cuando no inútiles... Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones no
es a ella a quien se deberían atribuir esas culpas: ¿acaso son responsables los economistas de que la cabeza de las
personas funcione de una determinada manera, de una manera que ignoran y que,
en realidad, solo puede comprenderse desde la psicología?
Desde la última década del siglo XX, tener un mínimo de “alfabetización económica” es comparable a lo que a finales de la primera mitad del siglo XX significaba saber leer y conocer el uso de las “cuatro reglas” o a lo que supone hoy en día utilizar un ordenador para navegar por Internet. Siendo esto así, ¿no debería ser la economía una asignatura impartida en la etapa de la educación obligatoria?
Desde la última década del siglo XX, tener un mínimo de “alfabetización económica” es comparable a lo que a finales de la primera mitad del siglo XX significaba saber leer y conocer el uso de las “cuatro reglas” o a lo que supone hoy en día utilizar un ordenador para navegar por Internet. Siendo esto así, ¿no debería ser la economía una asignatura impartida en la etapa de la educación obligatoria?
Resulta
esencial que se proporcione a los jóvenes una formación basada en unos pocos
mecanismos «psico-económicos» fundamentales. Esta formación serviría también
como preparación para la vida adulta, para la
época en la que les será preciso saber valorar los riesgos y pensar
a largo plazo, dos aspectos cruciales a la hora de tomar decisiones económicas
y financieras.
Algo
parecido ocurre con la educación sexual o con la educación sobre la nutrición,
el uso del cuerpo, la relación con el medio ambiente , el uso y el abuso de los
fármacos, el alcohol, el tabaco, las drogas, etc.
¿Puede
garantizarse este tipo de educación en la familia?
En realidad,
lo único que la familia está en
condiciones de ofrecer son las bases de la educación financiera. La escuela debería asumir la responsabilidad
de facilitar los conocimientos económicos necesarios.
No debemos perder de vista que, al final siempre
estamos solos, como individuos, enfrentados a nuestras decisiones. Es nuestra responsabilidad como
adultos formarnos en estos temas, aunque sea de forma autodidacta, y el
autoconocimiento y asunción de nuestra propia personalidad. Es la
responsabilidad de los padres procurarles a sus hijos los medios necesarios
para que puedan adquirir una “alfabetización económica”. Aún así, conozco a dos
hermanos que crecieron en una misma familia y se les facilitaron los mismos
medios y educación familiar y se han convertido en dos adultos completamente
diferentes.
Bajo otro
punto de vista podemos preguntarnos:
¿Puede
sustituir la educación financiera a la confianza en los expertos?
¿No sería
sensato, al menos sobre el papel, que nos enfrentásemos a los aspectos
económicos de nuestra vida de la misma forma en que abordamos los aspectos
relacionados con la salud?
A veces
tratamos de explicarnos nosotros mismos las disfunciones de nuestro cuerpo y
sus achaques y nos automedicamos en las dolencias simples y cotidianas. Sin
embargo, después de consultar a nuestros padres, familiares y amigos,
consultamos a los médicos con la esperanza de que sepan curarnos y solemos
dejar en sus manos las principales decisiones sobre la terapia a aplicar para
subsanar nuestras dolencias. Pocos son los que buscan conocimientos para
autocurarse, casi tan pocos como son los que leen los prospectos de los
medicamentos que nos recetan los médicos. Lo mismo que nos pasa cuando leemos
un texto jurídico. Reconocemos que han utilizado la lengua castellana para redactarlo,
pero la mayoría de los mortales no entiende prácticamente nada de lo que se
dice en el texto.
La letra
pequeña de los contratos firmados con las entidades bancarias, que por cierto
suele ser la más abundante y difícil de leer, suele ser la más difícil de
comprender, pero la más importante para entender el producto que se está comprando
o el servicio que se está contratando y es fundamental en la hora dirimir
responsabilidades si algo no marcha bien.
Siguiendo
este razonamiento, muchas personas consideran que no entienden nada de dinero,
ahorros, inversiones y hasta las consideran esotéricas Por este motivo ponen
sus decisiones en manos de un experto, como su banquero o su asesor financiero
de confianza. Estos personajes serán los que les guíen en la elección del mejor
préstamo para adquirir una casa y en el resto de cuestiones financieras y quienes
les indiquen especialmente cómo ahorrar y qué hacer con sus ahorros.
como Dinero Sucio, es un documental de 2010
sobre la crisis financiera de 2008. Trata sobre
"la sistemática corrupción de los Estados Unidos
por la industria de servicios financieros
y las consecuencias de dicha corrupción."
|
Por
desgracia, como muchos ciudadanos han comprobado en los últimos años, las cosas
no funcionan exactamente así: a diferencia de los médicos del sector público,
nuestro consultor depende de una organización que se mueve, al menos en parte,
según sus propios intereses económicos. Esta circunstancia impide garantizar
que sus consejos sean «desinteresados». Además el asesor, salvo que haya
recibido un encargo explícito por parte del cliente, se muestra hoy reacio a
ofrecer indicaciones precisas. Si cuenta con un poder por escrito del
ahorrador, tenderá a utilizarlo de acuerdo con lo que le indiquen sus
superiores o sus comisiones y bonus personales. De lo contrario, tendría que
atenerse a las consecuencias. Quien decide al final es el banco o entidad financiera
para el que trabaja, como se vio, por ejemplo, en las preferentes. Se trata, en
definitiva, de casos en los que los ahorradores han adquirido “productos
financieros” que ofrecían un rendimiento algo más elevado que los depósitos,
sin percatarse que los rendimientos más altos van asociados, por lo general, a
un riesgo mayor.
¿Se les había
explicado a estas gentes, financieramente analfabetas y algo codiciosas, este mecanismo?
La verdad es
que, si no se les mintió descaradamente, nunca se les contó toda la verdad. Por
ello, en los últimos años, se ha desencadenado una espiral de desconfianza que
ha conducido a incoar causas, celebrar procesos millonarios, presentar demandas
colectivas, etc.
En el pasado,
pocos se habrían atrevido a llevar a juicio a su banco por una inversión que no
hubiese dado los resultados esperados. Actualmente no debería quedar casi nadie
que dudara que los bancos no puedan ofrecer un asesoramiento adecuado a sus
clientes. Siempre se ha dicho que los “lobos no se muerden entre ellos”, pero
ya hace años que todo el mundo sabe que si ni siquiera los bancos se prestan
dinero entre ellos, porque no confían los unos en los otros. Todos han mentido
y nadie sabe cuán grande es la mentira del otro. ¿Cómo puede haber todavía
alguien que vaya a su oficina bancaria, cercana a su casa, para sentarse en el
despacho del director y pedirle “consejo”?.
Los
“asesores personales” que nos asignan los bancos, no son los únicos
responsables de lo que está ocurriendo ya que, en tiempos de crisis, sus
empleadores, los bancos, les presionan cada vez más.
¿Cuánto se reducirían los beneficios de los
bancos si al menos la mitad de los ahorradores se ocupase más de sus inversiones
y dejase de sufrir los consejos de los empleados de las ventanillas apremiados
por el presupuesto?
A estos
comportamientos «comerciales», que convierten en problemática cualquier
delegación de poderes que se haga a ciegas, se suma la perplejidad de los
economistas, que a menudo declaran que su ciencia es impotente. La mayoría
sostiene que las teorías económicas no permiten realizar las previsiones que el
gran público, los periodistas y los medios de comunicación esperan. En
realidad, cuando se les plantean preguntas de un modo insistente, algunos
expertos se rinden e incapaces de mantenerse en silencio, expresan su opinión. A
toro pasado, todos son expertos y dicen que ya lo avisaron, que ya lo sabían,
que ellos ya vendieron su casa seis meses antes de que estallara la crisis subprime.
¡Mucho fanfarrón!. Claro que si no lo hicieran así, en un país como el nuestro,
en el que no se admite el error, perderían muchos puntos como asesores. Así es
como comienzan las dificultades y las recriminaciones.
Hay que
señalar igualmente que los medios de comunicación españoles no dedican mucho
espacio a la economía, convencidos, y con razón, que entre su público hay pocos
interesados en el tema. Si los españoles se conformasen con pasar una
hora menos a la semana delante de la televisión (que en un
99 por 100 de los casos no muestra interés por la economía) y destinasen esa hora ahorrada a sus
propias cuentas e inversiones, podrían conseguir una significativa mejora de su
bienestar. Es lo mismo que sucede con la salud, cuando reservamos un poco
de tiempo para pasear, nadar, pedalear en la bici o hacer un poco de gimnasia o
estiramientos. Nos cuesta horrores arrancar. Pero si vencemos la pereza y
salimos, nuestra salud y nuestro bienestar mejoran.
Más lectura y formación y menos TV basura |
Los medios de comunicación piensan que
los españoles no se interesan por esta materia, pero, en realidad, son ellos quienes alimentan tal desinterés. Es lo
mismo que pasa cundo vas a un restaurante y el maître te pregunta: “¿Qué quiere
usted tomar?”. Siempre te ves obligado a escoger el plato que más te gusta,
entre los que ofrecen en la carta; aunque a menudo, este no es el que
escogerías si pudieras pedirle lo que realmente te apetecería tomar en ese
momento.
En primer
lugar, no es fácil traducir los temas relativos a la economía en narraciones y,
más tarde, en espectáculos, como tanto les gusta hacer a los medios. Existe un
prejuicio muy extendido, según el cual esta es una materia ardua, difícil,
oscura, parecida a las matemáticas. La idea puede ser cierta si entramos en los
detalles técnicos, pero probablemente no lo es si nos quedamos en el marco
general. El tema general de la educación
financiera es tratar de controlar la incertidumbre del futuro. Más
concretamente: todas las grandes agencias nacionales, como el Tesoro estadounidense, o internacionales, como la OCDE, consideran que la preparación financiera consiste en la capacidad
de dominar o al menos comprender el valor de las cosas, gastar y ahorrar,
reconocer los efectos del ahorro y las formas de invertir, tomar préstamos para
el consumo y la vivienda y, en último término, preparar a los jóvenes para que
puedan realizar estas operaciones.
¿De quién depende la incertidumbre que existe en el mundo?
¿De quién depende la incertidumbre que existe en el mundo?
La especie
humana lleva miles de años combatiendo la incertidumbre ligada a la necesidad
de sobrevivir en ambientes hostiles. Esta lucha secular ha impulsado todos los
progresos de la tecnología y de la ciencia. Hoy en día, hemos vencido a
nuestros rivales en la batalla. Es más: los hemos aplastado, hasta tal punto
que ahora es el ser humano el que amenaza a la naturaleza, y no al revés. Y,
sin embargo, nuestra especie no se ha detenido. Ha empezado a ser ella misma
una fuente de incertidumbre, con la creación de organizaciones tan complejas
como los mercados financieros.
Tengamos en
cuenta también que los nuevos inventos en el terreno económico y financiero se
diseñaron en un principio para que cumplieran una función análoga a las de las pólizas
de seguros, es decir, para reducir la incertidumbre que existe en el mundo. Sin
embargo, con el tiempo los ahorradores
empezaron a utilizar estos instrumentos sin escrúpulo alguno y perdieron el
control sobre ellos, lo que les llevó a acabar considerando que las crisis
financieras tenían el mismo carácter trágico e ineluctable que, en el pasado presentaban
los desastres naturales.
Los avances
de la economía y de las finanzas han permitido crear antídotos para intentar
resolver los líos en los que pueden meterse los modernos aprendices de brujos. Sin
embargo, la gestión de estos antídotos ya no se confía a los sacerdotes, sino a
expertos, que se han ido multiplicando poco a poco.
Los brujos
curaban con placebos; los médicos nos tratan con fármacos preparados
adecuadamente gracias al progreso científico, siempre que no se equivoquen de
fármaco o este no esté adulterado o no dé el resultado esperado porqué nuestro
cuerpo se ha hecho resistente gracias a la automedicación mal administrada. Los
sacerdotes curaban con exorcismos; los psicólogos clínicos sanan mediante técnicas
cuya eficacia trata de controlar científicamente (aunque no siempre con gran éxito).
En la
actualidad existe un experto para cada problema de la vida: abogados, comerciales,
notarios, psicólogos clínicos, médicos, preparadores físicos, nutricionistas,
especialistas en estética, etc. Entre los últimos en aparecer se encuentran los
“asesores financieros”. Todos saben algo o mucho de su “parcela”, pero muy poco
de las de los demás. El conocimiento y
también la responsabilidad están cada vez más compartimentada.
Tal vez haya llegado ya el momento que cada individuo vuelva a apropiarse de sus problemas y los enfoque de un modo unitario, como problemas del ser humano completo y no de uno solo de sus pedazos, separado del resto y confiado a terceros. En ciertos ámbitos, este control resulta imposible: hemos producido tantas incertidumbres y complicaciones que hoy en día es preciso contar con un técnico para desentrañarlas. Sin embargo, en otros terrenos aún es posible. Y estoy convencido de que uno de ellos es la gestión de los ahorros y, de una forma más general, de nuestra vida desde el punto de vista económico y financiero.
Tal vez haya llegado ya el momento que cada individuo vuelva a apropiarse de sus problemas y los enfoque de un modo unitario, como problemas del ser humano completo y no de uno solo de sus pedazos, separado del resto y confiado a terceros. En ciertos ámbitos, este control resulta imposible: hemos producido tantas incertidumbres y complicaciones que hoy en día es preciso contar con un técnico para desentrañarlas. Sin embargo, en otros terrenos aún es posible. Y estoy convencido de que uno de ellos es la gestión de los ahorros y, de una forma más general, de nuestra vida desde el punto de vista económico y financiero.
La educación financiera se basa precisamente en la
comprensión de la relación entre la forma de pensar de los economistas y el
funcionamiento de la mente humana. Los psicólogos llevan a cabo
estudios experimentales para probar los modelos del comportamiento humano que
proponen los economistas y poco a poco nos explican cómo funcionan las cosas.
Lo fundamental para todos nosotros es la
preparación básica. Es importante explicar qué es un cheque, una tarjeta de crédito,
una cuenta corriente, un préstamo o cualquier otro elemento específico de la
interacción del ciudadano con el banco. Los jóvenes se pueden familiarizar de
forma progresiva con estos instrumentos, al igual que lo hacen aprendiendo a
manejar los Smartphone y las tablets, simplemente usándolos. Pocos se molestan en estudiar el
manual de instrucciones del aparato. Simplemente prueban tocando teclas o pulsando sobre iconos. Si encuentran alguna dificultad, preguntan a sus colegas, conocidos o lanzan directamente una pregunta abierta en la WWW por si alguien ha encontrado una solución a su problema puntual. Así se ahorran el trabajo de pensar y buscar soluciones por si mismos aprovechándose del trabajo, desinteresado o no, de otros.
Lo que si les falta a los jóvenes, y es difícil
que lo aprendan por sí mismos y que alguien se lo explique en los canales de información que suelen utilizar, es una preparación sobre el valor del dinero,
del ahorro, de la austeridad, del consumo, de los supuestos de la vida
económica sobre las premisas necesarias para entender el mundo desde el punto
de vista de los economistas.
El tiempo tiene más valor que el dinero |
Hay que entender los motivos por los que los
objetos que nos rodean tienen un valor que se expresa a través de los precios. ¿Por qué
ese valor cambia con el tiempo? ¿Puede confundirnos este cambio? Para evitarlo,
es conveniente que la relación entre los «precios nominales», «precios reales»
y «precios relativos» sea clara. Solo de esta forma podremos comparar el valor
de los objetos a lo largo del tiempo y entender conceptos como la inflación
percibida.
Hay que conocer el funcionamiento de la mente
humana ante las ganancias y las pérdidas. ¿Por qué si el valor de un bien
cambia con el tiempo y su precio sigue una evolución comparable a una ola, en
la sucesión de altos y bajos, los altos no llegan nunca a compensar psicológicamente
los bajos? ¿Por qué no se vuelve al punto de partida si un alto y un bajo
presentan la misma altura? Esta asimetría tiene no pocas consecuencias sobre
nuestro bienestar.
Hay que entender el modo en que piensa un
economista, que se expresa en los denominados principios de los «costes
irrecuperables» y los «costes de oportunidad» y contrastarlo con lo que sucede
en la mente de las personas. Debemos ser conscientes de la forma en la que
solemos afrontar las elecciones, y no solo las económicas, en la vida. En ocasiones,
estas diferencias son sensatas, pero otras veces no lo son: es necesario
delimitar ambos terrenos sin caer en la tentación de aplicar los principios de
los economistas a todos los aspectos de nuestra existencia terrenal.
Hay que enseñarles el "modo de vida" adecuado que permite disfrutar sin tener que despilfarrar para lograrlo. El sistema "primero, páguese a usted mismo" que permite poder ahorrar algo aunque los ingresos sean escasos. El tema es similar a los numerosos regímenes dietéticos que se venden para el control del peso corporal. No importa lo sofisticado del método, ninguno funciona a largo plazo y sin riesgo para la salud. Basta con algo muy fácil de entender y a la vez muy difícil de practicar: Hay que ser capaz de adoptar un sistema alimenticio equilibrado, variado, adecuado a la actividad física del individuo y ser capaz de mantenerlo para toda la vida.
El mundo
contemporáneo nos ofrece un futuro a veces desconocido, a veces arriesgado. Tenemos que lidiar continuamente con el
problema de la incertidumbre, de la ignorancia y del riesgo; tenemos que calcular,
de un modo quizás aproximado pero en esencia correcto, el riesgo al tomar cualquier decisión.
Hay que explicar a los niños y adolescentes el
valor del dinero como fin y como medio; como pasión sensata e insensata y como
premio a nuestro trabajo, según la contribución que hagamos a la sociedad. Hay que instruirles en las formas más comunes de
invertir los ahorros (vivienda, acciones y bonos del Estado) y convertirles en «alfabetos económicos». Así se sentirán menos dependientes
de los expertos para consultarles cuestiones financieras y volverán a
responsabilizarse de sus decisiones económicas fundamentales para vivir en el mundo
desarrollado, globalizado y competitivo del que nuestra sociedad, quiere uno o
no, forma parte.
©JAS2012
2 comentarios:
A lo largo de la historia todos los poderes: el poder económico, religioso y político han usado el arma más poderosa que existe mantener la ignorancia del pueblo. Una sociedad sin cultura es una sociedad controlable y sometida.
Por supuesto que sería muy útil que, en la enseñanza obligatoria, existiera una asignatura sobre educación financiera pero….
¿A quién interesa que la gente esté bien informada en temas financieros? A ninguno de los tres poderes les interesa que el pueblo tenga cultura financiera.
1.- El poder económico, llámese banqueros, entidades financieras…etc. son los más interesados en mantener a la sociedad analfabeta en materia financiera. Estos nos han hecho creer que las finanzas son algo muy complicado que casi nadie está preparado para entender. De esta forma, la gente no tiene más remedio que confiar en lo que el director de la sucursal bancaria le aconseja, sin darse cuenta que hay un conflicto de intereses. Lo que es bueno para el banco es malo para ti. Un banco es un negocio, por lo tanto vela por su propio interés en detrimento del cliente.
2.- Al poder religioso nunca le interesó que el pueblo adquiriera conocimientos en ninguna materia. El saber estaba reservado para las clases pudientes, que sometían al pueblo y sustentaban el poder eclesiástico.
3.- El poder político es variable y supeditado a los otros dos poderes, el económico y religioso. Por lo tanto, tampoco está interesado en que la gente aprenda a discernir en temas financieros y sea capaz de tomar sus propias decisiones, basadas en el conocimiento del producto y en los riesgos que conllevan. Las personas deberían saber evaluar la relación riesgo-beneficio, sin tener que recurrir al consejo interesado de los propios banqueros.
La verdadera tragedia es que las personas de la clase baja-media, carentes de educación financiera, afrontan un riesgo mayor al que tiene el producto financiero que contratan. Este hecho se ha puesto de manifiesto, de una forma brutal, en la crisis que estamos padeciendo.
Antonia, me parece muy lógica tu apreciación. Por ello recomiendo insistentemente a todas las personas de la clase media-baja que se "alfabeticen financieramente” y que hagan el máximo esfuerzo y dediquen los recursos necesarios para que sus hijos lo hagan. Entre otras cosas porque si caen en la tentación y se endeudan más de lo razonable, a ellos no les “rescatará nadie”.
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