Cada año trato de transmitir mis deseos de que las cosas vayan mejor, pero las cosas van como van y lamentablemente para muchos, el año 2012 no ha sido bueno y no se espera un 2013 mucho mejor.
Cada año por estas fechas me gusta dar largos paseos por las
calles a diferentes horas, para tomar el sol por la mañana, apreciar el
ambiente comercial por la tarde y ver las luces que decoran las calles y los
escaparates por la noche. Este año he percibido poco “ambiente” navideño. Es curioso,
a menudo criticamos el espíritu comercial de la navidad, ese estrés por las compras
de regalos, pero estamos tan acostumbrados al mismo que, cuando falta, lo añoramos.
Las luces adornan las calles, pero se notan a faltar las sonrisas de la gente
acarreando bolsas llenas de regalos envueltos en papeles de brillantes colores.
Los escaparates parecen más bien los de finales de enero, llenos de carteles de
descuentos. Los ánimos están bajos, unos porque no tienen trabajo y aunque quieran
no pueden gastar y otros, porque tienen miedo y se encierran en su cascarón esperando
que escampe.
Estamos asistiendo a
lo que probablemente es el fin de una era, pero nos estamos aferrando a ella con
tanta fuerza que no estamos dejando que surja lo nuevo que tenga que surgir.
Seguimos esperando que la economía crezca (¿hacia dónde?) y que nuestro estilo
de vida vuelva a ser el que era. Es muy posible que eso no suceda y no será tan
malo como parece si aprovechamos la oportunidad de redescubrir antiguos valores,
que perdimos mientras corríamos como locos tras ese crecimiento constante.
Perdimos la capacidad de valorar lo que poseemos y sólo nos
admiraba todo lo nuevo que anunciaban por la tele o que presumían de haber
comprado nuestros vecinos ricos. Como no paraban de decirnos que todos tenemos
derecho a todo y no supimos entender que, para los bienes materiales, además
del derecho a poseerlos, se precisa el dinero para adquirirlos y mantenerlos,
llegó un momento en que la economía dijo basta y exigió ”estirar” más las
cosas. Olvidamos vivir el día a día persiguiendo sueños de posesión y consumo
(algunos aún siguen persiguiendo) sin saber que a cada meta conseguida surge
otra. A cada adquisición deseas un nuevo modelo más nuevo y caro y el círculo
nunca se cierra. Y por tanto, la satisfacción no acaba de llegar y si llega,
cada vez dura menos. Creímos en gente, que movidos por la avaricia, nos vendían
un sueño de riqueza y nos endeudaron de por vida. Tardaremos mucho en
recuperarnos de ese desengaño a todos los niveles. Y seguro que aún hemos de
sufrir nuevos chascos, nuevas decepciones, nuevos ajustes…
Muchos ven el
panorama sombrío, sin embargo tenemos muchos motivos para la celebración.
El primer motivo es que tenemos la salud necesaria para mantenernos vivos, algo
que, de tan cotidiano que nos resulta, nos parece trivial, aunque ninguno tengamos
asegurado el día de mañana. El segundo es agradecer el cariño y cuidados de las
personas que queremos y apreciamos y a la vez nos corresponden. El de las que
nos ayudan de algún modo, las que nos acompañan, las que nos hacen sonreír o a
veces llorar, las que nos dan que pensar….
También es esencial la actitud de aquél que con mimo se trata,
se respeta, se cuida, se valora, se ama a sí mismo tal como es, pues ese amarse
es el primer paso para vivir una vida más feliz.
Como celebremos estas Navidades depende de nosotros. Quizás podamos
darle un nuevo sentido, abrir con cada señal navideña (canciones, luces,
guirnaldas, abetos) un espacio interno de contacto con nosotros mismos,
centrarse y pensar. Tal vez eso nos abra una nueva conciencia, una dimensión
interna diferente, un contacto especial con nuestro ser. Hemos vivido hacia fuera (teniendo) y puede que haya llegado el momento
de vivir un poco más hacia dentro (siendo).
En los tiempos que vienen, tendremos que ser, queramos o no,
menos materialistas; tendremos que controlar más el gasto, pues las
posibilidades de tener grandes ingresos, son menores que antes y más
dificultosas. Por tanto estas navidades, tradicionalmente asociadas al consumo
y el exceso, pueden ser un buen momento para mirar hacia adentro y redescubrir
esos valores y esas cosas que no se compran con dinero. Para determinar qué
necesitamos realmente y para ser un poco más solidarios. Para no aferrarnos a
lo superfluo. Para encontrar el placer en actividades sencillas, que tal vez
hemos olvidado. Para, aprovechando que la gente está más dispuesta a estar
amable, sonreír más, quejarnos menos y abrazar a las personas que queremos y limpiar
viejas heridas. Para acercarnos a los demás con simpatía, entendiendo que todos
vamos de algún modo en el mismo barco y así aprender de verdad a compartir.
Claro que lo ideal sería que lo hiciéramos todo el año, pero no viene mal que
haya unas fechas que nos recuerden eso que tantas veces olvidamos.
De esta forma, lentamente, paso a paso y sin prisas, iremos
encontrando cada día más motivos para animarnos por lo mucho de bueno que
tenemos y más aún por lo que somos. Esta crisis es un buen momento para ver
otras maneras de vivir la vida, de celebrar desde el corazón y no desde la obligación
de consumo, porque “toca”, de valorar lo que de verdad representa para cada uno
este espacio de reunión y convivencia, de plantearse otras maneras de disfrutar
de estos días dejando la carga y la obligación para el día a día. Son tantas
las opciones, tantas las oportunidades para sentirse bien que no merece la pena
empeñarse en poner la atención sólo en lo que no tenemos, desatendiendo a todas
aquellas personas que nos quieren y pueden hacer felices.
Podemos aprovechar
los días festivos para hacer cosas que normalmente no tenemos tiempo de hacer:
darnos un largo baño, preparar una comida especial, leer una novela que hace años
que habíamos comprado, tumbarnos bajo una manta a escuchar música, etc. Cosas
sencillas pero que producen satisfacción.
Si tenemos “obligaciones” familiares, es recomendable relativizar
las situaciones conflictivas. Puede ser que nos encontremos con familiares que
sólo vemos unas pocas veces al año. ¿Creéis que vale la pena entrar en una discusión?
Ya sé que hay personas a las que no les gusta la Navidad,
que la consideran de las peores épocas del año, pero debo recordarles que los
días pasarán igual les gusten o no. Por ello, es mejor disfrutarlos del modo que
nos parezca más adecuado, sin obligaciones pero sin amarguras añadidas.
Sigue siendo socialmente incorrecto decir que no te gusta la
navidad. Las navidades se asocian al calor familiar, a la fraternidad, a los valores
positivos que contribuyen a construir imágenes idealizadas que se alejan de la
realidad concreta de cada familia. La imagen perfecta que se nos venden de la navidad
es inalcanzable y puede llegar a generar frustración y malestar. Las obligaciones
colectivas no funcionan. Además, el amor a los nuestros podemos transmitirlo
cualquier otro día. Los días que preceden y siguen a la Navidad son a menudo un
periodo de angustia. La presión para que todo sea perfecto es la mejor forma de
avanzar hacia el desastre. Amor, paz y felicidad son valores que difícilmente
pueden aflorar con las exigencias y obligaciones propias de estas fechas y con
el estrés que provoca el consumo desatado, son comprensibles las pérdidas de nervios.
La navidad revive los conflictos familiares no resueltos. Para que las celebraciones navideñas sean vividas como entrañables es
aconsejable no idealizarlas de antemano y enfocarlas con expectativas
realistas.
El cuestionamiento de uno mismo, la autoevaluación, permite
avanzar, comprender mejor lo que somos hoy y ver bajo un nuevo ángulo, más
libre y distanciado, esa querida familia. Hay que evitar las respuestas
excesivamente emocionales mostrando un enfado que no se corresponde con el
momento actual sino con una mezcla de celos, amistad, envidia y competición almacenadas
en la infancia y abiertas en las reuniones navideñas como si de una caja de
Pandora se tratara. Estamos contentos de ver a los que nos son cercanos y al
mismo tiempo nuestro psiquismo reactiva todas las cuentas no saldadas. Solo con
un buen nivel de madurez y equilibrio emocional y con una actitud asertiva
evitaremos que se apoderen de nosotros los conflictos emocionales no resueltos.
La llegada a la familia de un miembro externo, que se
incorpora a las dinámicas familiares, siempre presupone una complicación
añadida, porque la persona nueva incorpora un sistema de comunicación, costumbres,
rituales y hábitos de su propia familia que a veces puede oponerse a la familia
receptora o entrar en conflicto con ella. Los vemos como intrusos que vienen a
entorpecer nuestra estabilidad familiar y tenemos miedo a perder nuestros referentes
en lugar de verlos como un enriquecimiento.
A quien realmente no le
gusten nada estas fiestas, debería tratar de eludir todos los compromisos y
buscar actividades que le llenen. Aunque la mayoría de gente estará
celebrando las fiestas, no todo el mundo lo hace, así que si sabéis buscar
encontraréis alternativas. Tal vez celebrar la navidad y fin de año en un
crucero es una buena idea.
Nadie debería sentirse obligado a estar feliz porque es navidad
o fin de año. Estas fechas señaladas son solo números establecidos de manera
social y no es obligatorio darles ningún significado si para vosotros no lo
tienen. La felicidad es siempre deseable pero nunca obligatoria. Pero
posicionarse en el otro lado, en la rabia y la incomodidad o en la tristeza,
tampoco resulta muy útil. Es mejor respetar a los que son felices, contagiarse
de sus emociones y disfrutar con ellos, aunque sea un poco.
Tal vez este
año el consumismo deje de ser el principal leitmotiv de unas fiestas en las que
agradecer el poder contar con personas que estén a nuestro lado,
aunque a veces las reuniones familiares sean un pequeño desastre. Como el bolsillo
no estará para muchos regalos, podemos intercambiar objetos útiles, tiempo,
habilidades, etc.… A veces el mejor regalo no se consigue con dinero. Quizás
sea el momento de encontrar todas esas palabras que no supimos decir a nuestros
familiares y amigos y regalárselas.
Aprender a vivir el momento (Carpe Diem) es un oficio largo
y delicado, pero es el único camino en el que encontraremos esa paz que tantas
veces ansiamos, esa felicidad esquiva, esa satisfacción con la vida. Así que
levantad vuestras copas y brindad por el presente, por el aquí y ahora y
disfrutad con intensidad del momento. Trata de pensar qué es lo que de verdad
importa, pues os ayudará a coger perspectiva, relativizar algunas cosas, dejar
aquello que ya no es válido y poner nuevas cosas en su lugar.
Sea como sea, os deseo a todos que paséis unos felices días,
pues estos como el resto, también forman parte de vuestra vida.
¡Felices Navidades!
©JAS2012
2 comentarios:
Preciosa entrada. Me has hecho reflexionar.
Feliz Navidad para ti también, amigo. Estás invitado a mi espacio cuando quieras.
Gracias a ti por leerla y por compartir el efecto que ha hecho en ti.
He visto tu blog (http://jacobogordon.com/category/percepciones) y como me encantan mucho los viajes, la arquitectura y el arte en general lo seguiré con asiduidad.
Se me antoja un espacio excelente para viajar virtualmente y como catalizador para proyectar un recorrido para contemplar en persona estas maravillas.
¡Feliz Navidad a ti y a los tuyos!
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