miércoles, 6 de julio de 2016

“¡Dígamelo usted en castellano!”, porqué el catalán no lo entiendo

Hace unos días ha saltado a la palestra mediática un suceso en el que, una vez más, está envuelto el uso de la lengua catalana.
Esta vez, el guitarrista, cantante y compositor Quimi Portet fue a tomar un café con leche al bar del ferry de Balearia que navegaba entre Ibiza y Formentera, y pidió un “café amb llet”.
Parece que el camarero le contestó: "Mira, en gallego, español, francés, inglés y hasta en italiano te entiendo, en catalán o mallorquín, ya no”.
Tal vez la afasia —pérdida de capacidad de producir o comprender el lenguaje— del camarero, al ser selectiva (ante el catalán, concretamente) necesite un tratamiento. Quizá ese camarero no debería trabajar en una línea marítima que cubre un origen y un destino en los que hay muchos clientes que utilizan una lengua que él se niega a entender. Todos sabemos que, cuando viajamos al extranjero que, aunque no hables la lengua local, con educación, respeto e interés te acabas entendiendo con quien sea. Además, para comprender que un “cafè amb llet” es un “café con leche” no hace falta disponer de la Piedra Rosetta. ¿Piensan que en ese contexto se le debe exigir a un cliente que se quede sin desayuno o que cambie al castellano?
Parece que más tarde, en una entrevista, el camarero alegó que: “Había más gente y no escuché bien lo que me decía, porque si le escucho bien yo con el catalán me defiendo”. No quedó claro si falló el oído o ayudó el ruido, lo cierto es que Quimi fotografió al camarero sonriente en su lugar de trabajo, y al Twitter. No costó nada que se montara el follón mediático y el tuit se propagó viralmente. 
Al final parece que el camarero se disculpó: "No sé por qué le contesté eso, no estuvo bien, yo no tengo nada en contra del catalán, sólo quiero trabajar".
Lo que no debería suceder es que el culpable se convierta en víctima y al revés, como tantas y tantas veces ha sucedido cuando lo que está en juego es la dignidad de quien sólo pretende utilizar su lengua materna, cooficial en su comunidad lingüística, en la que debería estar reconocida. Ese camarero no presta sus servicios en Taiwán, donde nadie le puede exigir, no ya que entienda el catalán, sino tampoco el castellano. Nadie le exige que hable en catalán. Se le pide, en base al trabajo que desarrolla y donde lo desarrolla, que lo entienda y, sobre todo, que no discrimine a un cliente por la lengua en la que tiene todo el derecho a expresarse.
Crear un entorno de no discriminación es lo mínimo que podemos exigir a una sociedad española que presume de ser democrática. Si se concede a cualquiera la licencia para discriminar, sin que exista ninguna consecuencia, estamos cediendo a todas las -fobias e -ismos o a cualquiera de las formas que tiene la violencia para expresarse. Aquí no caben pedanterías como ser “permeable a la catalanofobia estructural”. Eso sería discriminar porque sí, por la lengua que hablas, por tu color de piel, por tu orientación sexual, porque eres feo, porque llevas la camiseta del equipo de fútbol rival, porque me has mirado mal, porque me sale de los “co***es” o porque soy más chulo que nadie. No es lo mismo ser el abusador que el objeto del abuso, el agresor que el agredido y el maltratador que el maltratado. Lo que deberíamos evitar es que nadie pueda encontrar la más mínima excusa para discriminar. Si eso no se comprende, España, como sociedad, tiene un gravísimo problema. Problema que se une al de no comprender la diversidad y la riqueza lingüística de los españoles. ¿Es este el porqué la lengua catalana produce tanta “irritación” o letargo en algunas Trompas de Eustaquio’?

Soy de los que piensan que todos los que residimos en una comunidad con dos lenguas cooficiales tenemos el derecho a hablar en la que estimemos oportuno, pero también el “deber” de entender al que nos habla en la otra. De esta forma respetamos el derecho individual de todos.
 Otro tema es el sentido común y el talento comercial cuando uno trabaja en un lugar público. Siempre será un valor añadido esforzarse en entender al cliente en la lengua en la que el nos habla…
La anécdota que les acabo de contar por si todavía alguno de ustedes no la ha leído en los medios, es sólo un ejemplo de un fenómeno recurrente al estilo del popular “día de la marmota” referido al uso de la lengua catalana en territorio catalán.
Hay un conflicto político permanente creado alrededor de la lengua catalana. El del camarero del ferry de Balearia y Quimi Portet es un micro episodio más, de los muchos que hemos vivido en Cataluña desde hace un montón de generaciones. Es la atávica resistencia española a no admitir que Cataluña tiene una lengua y una cultura propias y tiene una personalidad que perdura desde hace siglos a pesar de los intentos unionistas, el más importante de los cuales fue la derrota borbónica de 1714 que supuso la imposición de un derecho ajeno y el intento de borrar la cultura y la lengua.
El siglo pasado, salvo el periodo de la Mancomunidad, desde 1914 a 1923 y el de la República, de 1931 a 1939, la lengua y la cultura catalanas nunca han podido moverse en un ámbito de libertad. Al comenzar la transición democrática, después de la dictadura franquista, se logró una cierta normalidad en los campos de la literatura, el periodismo, la educación y la comunicación entre la gente que vivimos y trabajamos en Cataluña. Esto ha sido posible asumiendo casi un veinte por ciento de recién llegados que costará mucho tiempo y un esfuerzo colectivo para que se integren a la sociedad de acogida, evitando la creación de guetos impenetrables por cuestiones de raza, religión o posición social.
La clave para la integración de tanta gente en Cataluña es la escuela que desde hace treinta años se ha organizado bajo los parámetros de la inmersión lingüística. Los resultados han sido muy positivos, hasta el punto de que en Cataluña no hay ningún joven que —además de su lengua familiar o materna— no entienda el catalán y lo sepa hablar. Además de la riqueza personal que supone, para cualquier individuo, poder entender y hablar más lengua que la materna, la inmersión lingüística en Catalunya ha sido ante todo un instrumento de cohesión social.
A veces parece que lo que les duele, a los que quieren suprimir o cambiar sustancialmente el sistema de educación lingüística en Catalunya, es que casi la totalidad de la población catalana sea, al menos bilingüe. Se intenta por todos los medios: tanto políticos, como judiciales y también sociales. A pesar de esta presión contra una lengua y cultura catalana que está admitida en el marco de la Constitución Española, parece que lo que se trata es de volver, de hacer que el catalán sea una lengua minoritaria, residual, sin ninguna proyección a España y menos al resto del mundo.
Los que hemos tenido que aprender a escribir nuestra lengua materna de mayores, porque no pudimos hacerlo en la escuela, no queremos volver a la situación que vivimos en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, durante los cuales sólo el castellano te podía abrir las puertas de la vida profesional y social. Personalmente nunca he intentado imponer mi lengua a nadie y siempre me ha disgustado que los otros me impongan a mi la suya. Me horroriza recordar el ¡Hábleme usted en cristiano! cuyo espíritu por desgracia aún perdura en mucha gente de nuestro país.
Yo suelo escribir en castellano porqué es la lengua que mejor domino y porqué así, a los lectores de lengua materna castellana, les es más fácil leer mis aportaciones. Es una simple cuestión de cortesía porqué lo importante es comunicarse. Por supuesto, no tengo ningún problema en hacerlo en catalán. Lo importante es que respetemos nuestra diversidad y a los que piensan de manera diferente para conseguir una convivencia armónica. Cierto que un poco de buena voluntad tampoco nos vendría nada mal.
Recordemos que el “Castellano”  usa muchas palabras de origen árabe, algunas provienen del griego (barómetro, ginecólogo, boreal, dibujar, etc.), también hay germanismos (guerra, orgullo, ufano, riqueza, talar, robar, guardar, botín, ganar, galardón, bandido, bandera, guadaña, espía) y últimamente se han añadido muchas de procedencia inglesa, pero la inmensa mayoría provienen del latín vulgar. También el grueso de las palabras catalanas provienen del latín. En catalán decimos “portar” y en castellano dicen “llevar”, aunque también utilizan expresiones como “el portador de la presente”. Cuando en catalán decimos “ferro”, los castellanos dicen “hierro” y también usan ferretería, ferroviario, ferrocarril. Los catalanes donem y los castellanos dan y también donan (por ejemplo sangre), etc.  y así podríamos seguir hasta el infinito.
Conclusión: Cualquier usuario de la lengua castellana puede fácilmente entender el catalán o al menos intuir lo que le dicen porqué la mayoría de las palabras de ambos idiomas provienen de la misma lengua madre, el latín. Es más cuestión de voluntad que de capacidad. Voluntad para entenderse es lo que falta en la mayoría de los casos y sin ganas de dialogar par entenderse y aceptarse en la singularidad propia de cada uno, esta sociedad española, tiene muy poco futuro.


©JuanJAS

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