El último día del año, mientras la mayoría celebraba el fin de año frente a una mesa llena de manjares y tomaba las uvas al ritmo de las campanadas de media noche, había unos padres que sufrían por que su hijo se había perdido en el bosque y cientos de voluntarios les ayudaban a buscarlo. Parece que el niño de tres años había desaparecido ayer por la tarde en los alrededores de una casa rural de Gerona rodeada por una tupida masa forestal, mientras sus familiares descargaban las maletas del coche.
Servicios de emergencias, una veintena de dotaciones terrestres de los Bomberos de la Generalitat, agentes forestales, Mossos d’Escuadra, Unidad de montaña, de medios aéreos (dos helicópteros), Unidad de subsuelo, Grupo Canino de Búsqueda y personal de las unidades subacuática y de montaña del Grupo de Actuaciones Especiales (GRAE) del cuerpo, así como las Áreas Regionales de Recursos Operativos (ARRO) de los Mossos, Agrupaciones de defensa forestal, Asociaciones de excursionistas, unos 500 voluntarios —no se admitieron más porqué había dificultades para coordinarlos—, hasta cámara infrarrojas montadas en los helicópteros para detectar “cuerpos calientes”… Un “Conveler de la Generalitat” se trasladó a Camós (Girona) para dirigir y supervisar sobre el terreno los trabajos de búsqueda del pequeño.
No faltaron ni medios técnicos ni medios humanos ni muchas buenas personas que aparcaron una de las celebraciones festivas más importantes del año para ayudar a buscar al niño perdido.
¡Nada funcionó!
Una vez más fue la suerte la que resolvió el problema. Un padre y un hijo que retornaban a su casa dieron con el niño por casualidad.
Cada primero de año, tengo por costumbre ver la retransmisión televisiva del concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena desde sala dorada llamada "Musikverein". Las flores que decoran la sala de conciertos del "Musikverein" son un regalo anual de la ciudad de San Remo, Liguria, Italia. Durante la transmisión los realizadores nos deleitan con algunos espectáculos de ballet y en el intermedio con un bonito reportaje de bellos lugares turísticos de Austria.
Pese a la espectacularidad de las imágenes y a la innegable belleza de la música, no lograba disfrutar del evento. No dejaban de resonar en mi mente la cobertura radiofónica que había oído nada mas despertarme sobre el niño desaparecido. Ni siquiera con la ingente cantidad de medios utilizados en la búsqueda, no consiguieron encontrar al menor. No podía dejar de pensar en los “hechos” y las consecuencias de los mismos.
Cualquiera que haya paseado por un parque, después de que los niños salgan del colegio, podrá observar dos tipos de comportamientos generales:
a) Los abuelos correteando detrás de sus nietos o al menos siguiéndolos atentamente con la mirada. Actúan con ellos como si estuvieran conduciendo: sin apartar ni un momento sus ojos de la carretera, perdón de sus niños. Se sobresaltan si pierden de vista a uno mientras empujan al otro en el columpio. No pueden permitirse el que les pase nada, ni por el dolor que les produciría su pérdida ni por el hecho de que asumen por completo la responsabilidad de cuidarlos que ellos mismos se imponen antes sus hijos.
b) El otro grupo de comportamiento, radicalmente diferente, está formado por las madres o padres de los niños. A diferencia de sus abuelos, a estos se les ve ensimismados en sus móviles o hablando con otros padres de “sus cosas” y los niños dejados a su libre albedrío. Me consta una ocasión en que unos niños se fueron a casa de sus otros amiguitos, estuvieron jugando y cuando la abuela de los amiguitos se percató de que no habían avisado a sus padres, los acompañó rápidamente de vuelta al parque. Se llevó una sorpresa morrocotuda cuando constató que los padres ni se habían enterado de que sus hijos habían desaparecido.
Está claro que para engendrar un hijo no hace falta tomar clases especiales en ninguna escuela de élite. Para cuidarlos adecuadamente hay que aprender bastante más y sobre todo dedicarles mucho tiempo de calidad, además de no abdicar nunca de la responsabilidad de educarlos adecuadamente.
La capacidad para reprimir ciertos impulsos, decidir, proponernos objetivos, enfrentarnos o huir de un peligro, no es innata. Hace falta que un niño la aprenda de alguien que la practica adecuadamente y se la enseñe.
El cerebro de un niño es transformado por la cultura y esta no incluye solamente contenidos, conocimientos, sentimientos, sino técnicas para dirigir el propio cerebro. Todas las experiencias conscientes, sentimientos, deseos, ideas, ayudaran a que su cerebro aprenda a tomar mejores decisiones.
La habilidad de controlar nuestra propia conducta es una habilidad aprendida por presión social y cuando se adquiere se produce una sorprendente transformación de todas las facultades: en lugar de ser dirigidas por mecanismos involuntarios son dirigidas por nuestra inteligencia. Todos tenemos la capacidad de aprender como los animales, de forma automática e incidental, pero también decidimos que queremos aprender. La atención no es ya dirigida por el estimulo, sino por mecanismos subjetivos. En un momento de su evolución el hombre aprendió a decir No al estímulo. Inhibió una respuesta ordenada en si mismo que realizaba desde hacía milenios y dirigió su comportamiento hacia cosas anticipadas. Entonces nació la inteligencia ejecutiva.
Los padres deben ejercer su responsabilidad en la educación de sus hijos desde el momento en que lo reciben en sus brazos.
Me pregunto ¿qué hemos aprendido como sociedad de la pérdida de Jordi?
Al oír un reportaje de una emisora de radio sobre el tema, deduzco que hemos aprendido poco, muy poco.
Lo primero que se precisa para aprender de una experiencia es analizar y reconocer lo que se ha hecho bien, lo que se puede mejorar y lo que directamente se ha hecho tan mal que requiere un cambio de paradigma y no se puede volver a repetir.
Los mensajes que he oído por la radio son:
“La pérdida del niño ha sido una mala suerte, una fatalidad del destino”.
“Ha habido un despliegue fantástico de medios profesionales y también de voluntarios”.
“Las autoridades “….retahíla de autoridades de todos los niveles…” se han personado en el lugar de los hechos”.
“Todo ha acabado bien”.
No he oído a nadie preguntarse:
1.- ¿Fueron los padres conscientes de lo peligroso que es dejar un niño de menos de 4 años, criado en ambiente urbano, solo y sin ninguna supervisión en un paraje boscoso, envuelto por una tupida masa forestal y desconocido?. ¿Actuaron inconscientemente?, ¿Les falta entender que no pueden comportarse como "niños grandes" ajenos al peligro que pueden derivarse de sus actos?
2.- ¿Están los “servicios públicos” adecuadamente “capacitados” para emplear los numerosos medios de que disponen con eficiencia? ¿Falta formación, capacidad de trabajo, de organización, motivación,…? ¿Qué faltó para alcanzar el éxito? ¿Qué pudieron hacer mejor? ¿Que van a hacer a partir de ahora?
¿Porqué ningún periodista hace estas preguntas a quien corresponda?
¿Porqué ningún político, además de gastar medios públicos par correr a hacerse la foto junto a los protagonistas del suceso que, por suerte y a pesar suyo, ha terminado con éxito, no anuncia que medidas va a tomar para mejorar la eficiencia de los “servicios públicos implicados”?
Empiezo el año igual que terminé el pasado. Formulando preguntas que año tras año quedan sin responder.
Ojalá cada vez haya más personas que reclamen la implicación verdadera de las autoridades en atender las verdaderas necesidades de los ciudadanos en lugar de sólo hacerse la foto de propaganda.
El concierto siempre termina con varias bises después del programa principal (propinas que no están incluidas en el programa). Los músicos provechan para desear colectivamente un feliz Año Nuevo, y terminan con el vals de El Danubio Azul de Johann Strauss (hijo) seguido de la Marcha Radetzky.
Durante esta última obra, la audiencia aplaude al compás y el director se vuelve para dirigirla, durante breves instantes, en lugar de la orquesta. Los aplausos me rescatan de mis pensamientos y me devuelven a la realidad.
Otro año más. ¡Todo sigue igual!.
©JuanJAS
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